1.- EL RESPLANDOR DE LAS HOGUERAS, Pedro Sanz Lallana
Capítulo
1º
Yo, el verdugo
¡Por los clavos de Cristo!, que no recuerdo
haber vivido jornada más cumplida en toda la historia del Santo Oficio
como la de aquel desgraciado 7 de noviembre de 1610, larga en horas y
miserias, que se prolongó hasta bien entrada la madrugada del día
siguiente, al tiempo que las hogueras y rescoldos alumbraban las plazas de
Logroño en un malhadado Auto de Fe.
¡Y qué forma de mortificar a aquellos
pobres diablos cuando eran conducidos al brasero envueltos en sus
sambenitos y corozas, azuzados por clérigos lunáticos que buscaban
pertinaces su arrepentimiento, apedreados y escupidos por las gentes que
se agolpaban a su paso, arrastrados como alimañas con cepos y cadenas en
los pies!
Los luciferes y las llamas que llevaban
dibujados sobre sus hábitos negros pregonaban bien a las claras su
destino: iban a ser quemados. Y los otros, los lacayos de la muerte,
andaban arrimando leñas verdes para demorar la quema de estos desgraciados
haciéndoles arder a fuego lento para que en el último momento, decían, les
tocara el dedo de la gracia divina y diera tiempo a purificar sus almas
pecadoras mientras abrasaban los cuerpos...
Ciertamente, no puedo recordar el
resplandor de aquellas hogueras sin sentir un estremecimiento.
Allí me vieran vuestras mercedes tratar de
poner orden en tanto desconcierto, conteniendo a los unos que gritaban
como posesos, escuchando los alaridos de los otros que se retorcían entre
las llamas, y respirando un hedor nauseabundo de carne quemada por
doquier. ¡Qué hartazgo de miserias, vive Cristo!
Los del brazo secular tuvimos trabajo en
demasía aquellas horas vigilando que las gentes no se abalanzaran sobre
los reos atados a los postes y los despedazaran, ni para que éstos
escaparan de las brasas, lo que era de todo punto imposible, pues los
pobres desdichados ni fuerzas tenían bastantes como para pedir
misericordia y dulcificarles el tormento del fuego rompiéndoles el cuello
con el garrote.
Las cajas y tambores estuvieron
sonando hasta el alba del día ocho. Cuando callaron, las campanas les
sustituyeron doblando a muerto. No hubo lugar para el silencio. Los
hermanos penitentes con sus salmodias y rezos gregorianos fueron llenando
los huecos que iban dejando los lamentos cada vez más débiles de los
quemados, dando un tono funeral y lúgubre a aquel amanecer de desolación y
muerte. Y cuando todo acabó, una paz de cementerio se extendió sobre la
ciudad mientras el cielo se celaba con nubarrones de tormenta. En
el aire sólo quedó un sabor cálido y salobre como de vísceras
desparramadas.
Yo estaba de acuerdo con don Alonso de
Salazar en que no se habían presentado pruebas suficientes como para
relajar a estos mal llamados brujos; pero los otros dos
inquisidores, los rectos, los indomables, los que llevaban en la palabra
una daga afilada, dispusieron lo contrario y todos sufrieron en sus
carnes lo que más tarde se comprobó ser una locura y mentira cruel: «¡qué
triste paradoja —me confesó don Alonso años más tarde—: la religión los
mandó matar en nombre de Dios, que es origen de la vida!»
Todo pareció ser una maldita farsa cuando
se supo la verdad, pero ¿qué podía hacer yo, simple Alcaide de las
Cárceles Secretas que era a la sazón, sino ejecutar puntualmente lo que
ordenara el tribunal del Santo Oficio? Harto me pesa el haber sido
testigo de tanta impiedad.
Ahora repito lo mismo que le dije al
inquisidor cuando llegó el perdón: «Maldita sea don Alonso, que cinco años
es harto tardío el remedio para los quemados».
«Desde luego
—me
respondió clavando la mirada en el suelo—:
ya es harto tardío, amigo Pedro».
©
Pedro Sanz Lallana
• El resplandor de las hogueras - Prólogo • • Capítulo 1º: Yo, el verdugo • • Capítulo 2º: De mis orígenes • • Capítulo 3º: De mi condición y oficio de verdugo • • Capítulo 4º: De mazmorras y otros menesteres • • Capítulo 5º: A la caza del pecador • • Capítulo 6º: Alcaide de las Secretas • • Capítulo 7º: De nuevo ante el tribunal • • Capítulo 8º: El Cuaderno del Alcaide • • Capítulo 9º: Los presos de Zugarramurdi • • Capítulo 10º: Sobre brujos y brujerías • • Capítulo 11º: Muestrario de horrores • • Capítulo 12º: Las confesiones brujas • • Capítulo 13º: Concluyen las confesiones brujas • • Capítulo 14º: Vísperas de un Auto de Fe • • Capítulo 15º: Relato verídico del Auto de Fe • • Capítulo 16º: Edicto de Gracia • • Capítulo 17º: Conclusiones absolutorias • • Epílogo • • Adenda •
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