Se busca. O mejor dicho, ya
encontrada, se busca pese a todo. De verdad que no lo entiendo bien.
Perdida por ahí, te la encuentras. Como quien encuentra una cosa.
Pero una cosa que nunca perdida del todo, nunca perdida para
siempre, has de recuperar como fuere. O como sin haberla tenido casi
nunca la hubieses tenido casi siempre. Casi como la gorra, las
llaves, las gafas. Las llaves o gafas de siempre que nunca
encuentras, las de nunca que desde siempre. O mejor, como algo
cercano a ellas, tan cercano como fuese posible sin ser ellas,
exactamente como el nombre de alguien con quien conversas sin
recordar el nombre, o mejor, sin conocerlo. Me refiero al nombre,
porque (y esto es lo extraño) al compinche de cotilleo podrías
conocerlo bien desde hace tiempo. Podría ser el amigo, acaso el
mejor. Podría no haber otro. Pero el nombre…
En el fondo pasa como siempre.
Las cosas solo se pierden a medias, porque cuando desaparecen para
siempre parece que mañana volverán. La esperanza nunca se pierde. Y
cuando desesperados lo parece, siempre queda la esperanza de seguir
desesperados. Como una especie de venganza impotente. Son
estupideces. Somos estúpidos, estúpidamente complicados.
Las culebras mudan su piel una
vez al año. Puedes ver la camisa (en su lugar y en su tiempo, con
preferencia entre piedras, pueden verse los restos de piel vieja, la
camisa se llama, la llaman camisa. Y es que se trata de una camisa
entera, rota si, pero digo yo que rota después, siempre rota, que
nunca la vi entera). Yo la he visto muchas veces. Pero nunca la
culebra medio descamisada, justo al tiempo de su natural
renacimiento. Porque las culebras mudan la camisa todos los años.
Debe ser cuando despiertan de su letargo. Todavía escondidas,
siempre pérfidas o pudorosas, nunca se dejan ver al tiempo de salir
de nuevo al mundo como jóvenes, rejuvenecidas y brillantes bichas
(en su lugar y en su tiempo, tiempo ahora, lugares ciertos de la
mancha como Quero, Villacañas, Villafranca, Quintanar de la Orden,
Tembleque, Lillo, La Puebla de Don Fadrique, Dos Barrios, Herencia,
y seguramente más), a las culebras llaman bichas).
Es como si habiendo descubierto
una camisa de bicha buscásemos la bicha. Se busca bicha. Su vieja
camisa tiene poderes. ¡Cómo no! Siendo la bicha mala como todas las
bichas, la camisa que deshecha es buena. Cura. Se busca bicha. O
mejor al revés, vista la bicha buscamos la camisa.
Bueno, ¿y qué?
Disculpe Ud. Se buscan las cosas
que se pierden, pero muchas veces se buscan algunas cosas queriendo
buscar otras. Porque no siempre que buscas encuentras, sino que
también, por poner un ejemplo, te topas con algo, encuentras algo de
buenas a primeras para buscar, de segundas y por las malas o buenas,
otra cosa que se posa en otra cosa. Otras veces te pones a buscar
palabras. Disculpe Ud. pero es que hay muchas maneras de buscar
palabras. Me han dicho que hay, en el mundo, tantas y tantas cosas
sin nombre, que no viene mal saberlo y saber también de los que
sabiéndolo, se han puesto a poner algunos nombres sobre algunas
cosas, nombres que vienen muy bien, porque de otra forma esas cosas
se quedarían sin nombre. Ninguna hormiga, que yo sepa, tiene nombre.
Y otras, buscas palabras que ya
conoces, como buscas las gafas. Y otras buscas palabras que no
conoces pero conociendo eso que, todavía sin nombre, ha de tener,
digo yo, alguno, alguna palabra esperando a ser su nombre. Porque
hay veces que, parece imposible, desconoces la palabra que se ajusta
como un guante, como una piel, como una camisa de culebra, como un
anillo a su dedo, que conviene como nada, como nadie a esa bicha o
ese dedo, conociendo tan bien bicha y dedo. Conociendo tan bien toda
esa muchedumbre de cosas por las que corre sigilosa, entre piedras,
qué calor, la bicha, conociendo tan bien todos los dedos de tus
manos, las uñas, los pelos, toda esa multitud cotidiana nuestra de
la que apenas sabemos saber ni tener y en la que ordinariamente
habitamos, casillas en las que moramos y de las que tanto nos cuesta
salir sin enfado, conociendo tan bien esas casillas, esas guaridas
nuestras que añoramos cuando, fuera de nuestras casillas, las
buscamos, conociendo todo eso, lo que buscamos, quizá, sea el
nombre, la palabra que se usa para, de un golpe, decirla resumida y
cumplidamente.
Bueno, ¿y qué?
Otra vez. Que para cuando supe
que la camisa de una culebra se llamaba camisa en aquel lugar, ya
estaba yo dándole vueltas y vueltas sin saberlo. Por eso, cuando lo
supe, no supe decir si era yo el que buscaba la palabra, o era ella,
o qué. No sabía si la buscaba o tan sólo la encontré. Tenía la vista
y la cabeza tan llena de piedras y entre las piedras... ¿se llama
bicha? y... ¿cómo se llama?
Camisa.
Se busca. Se encuentra.
Escondida. Mira entre las piedras. Mira entre los árboles, mira
entre las nubes.
Esta es otra. Las nubes. Hay
nubes que tienen colores de colores, o blancos y grises. Colores
cálidos haciendo frío, y colores fríos haciendo frío. Y entre fríos
y calores, colores fríos de blanco algodón y los grises, siempre los
grises. Lo que se dice blanco y negro. Entre las nubes siempre
señorean los grises.
Hay un gris un poco borroso que
se deja dibujar bien al carboncillo. Se instala muchas veces entre
las nubes. Lo hace cuando hace frío. Cuando cubierto el cielo no hay
nubes sino tan sólo una. Cuando no hay azul. Cuando sólo hay nube.
Una sola. Todo nube. Todo frío. Panza de burra, como se dice. Porque
también en las panzas de muchas burras se cobija ese gris algo
borroso que todo lo cubre cuando hace frío. Quiere nevar. Pero no
puede. De tanto frío. En cuanto templa un poco, con poco basta, como
si lo esperasen para echarse abajo desde la panza de la burra, que
templa un poco, allá vamos, descienden más y más los grandes copos
flotando hacia el suelo, tan dócil, dispuesto siempre a ponerse de
pronto blanco. Grandes copos blancos. No es niebla pero la niebla
está por aquí. Merodea.
Bien. A veces la templanza no
llega. O todo sigue igual o arrecia el frío. Da igual si el
viento...
Y es entonces, justo en ese
momento y si estás en Covaleda o en el mismo nacimiento del Duero,
en ese primer valle del río niño Duero, creo que igual en Duruelo,
en Salduero y en Molinos, Molinos de Duero. Lo preguntaré también en
Vinuesa. Y es entonces, justo en ese momento cuando (en el mundo
entero pasa igual), aparecen unos copos que no son copos, que
tampoco granizos, una especie de chispurnas desperdigadas,
desordenadas, una especie de anuncio de que allá voy, heraldo de la
nevada. Espera un poco a que temple un poco y verás. En el mundo
entero de las nevadas ocurre antes ese aviso. Son chispurnas de
nada, son de hielo con aire y agua helada. Revolotean como moscas
blancas perdidas en el viento, panza de burra, que viene, la nevada.
Moscas heladas sin nombre. Cuando quiere nevar ocurren al mismo
tiempo muchas cosas. Esta es una: sin destino fijo, las moscas
blancas revolotean.
Pero sólo en Covaleda según
Evelio, amigo, natural de Covaleda en generaciones atrás, a esas
moscas blancas, locas blancas de hielo y agua, llaman pices.
Preguntaré por si acaso por ahí. Preguntaré por si acaso en Vinuesa.
Y en Regumiel. Preguntaré al Duero primero, alto Duero.
He preguntado. “Pices” es una
especie muy escasa. Casi extinta. Habita entre los pinos que crecen
entre Covaleda y Regumiel. Pices. Ya están cayendo pices. Pronto
nieva. Ya lo verás.
Y lo veo. Ya está nevando. Me
gustaría preguntar, señor esquimal, dentro del orden de las “pices”
cuántos géneros hay. Y dentro de cada género, las especies: ¿cómo
son?
Sea la de aquí “Pices
covalediense” Me gustaría que allí, justo en el polo norte,
volasen algunas covaledienses también.
©
Ángel Coronado,
2016
Cayendo "PICES"
"VECERA"
El sonido y el sentido. "CALLÍN"
Entre Almazán y Tajueco
El libro de citas
El
Corral
"ALAR"
"CARACOLERA"
"TEDA"
Sinonimia
El Diccionario
Lengua
y Habla
Vocabulario de la MATANZA
Sobre
la palabra "LUGAR" en el Quijote
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