FILOSOFÍA DE LAS PALABRAS
por Ángel Coronado

Cayendo "PICES"

 

Se busca. O mejor dicho, ya encontrada, se busca pese a todo. De verdad que no lo entiendo bien. Perdida por ahí, te la encuentras. Como quien encuentra una cosa. Pero una cosa que nunca perdida del todo, nunca perdida para siempre, has de recuperar como fuere. O como sin haberla tenido casi nunca la hubieses tenido casi siempre. Casi como la gorra, las llaves, las gafas. Las llaves o gafas de siempre que nunca encuentras, las de nunca que desde siempre. O mejor, como algo cercano a ellas, tan cercano como fuese posible sin ser ellas, exactamente como el nombre de alguien con quien conversas sin recordar el nombre, o mejor, sin conocerlo. Me refiero al nombre, porque (y esto es lo extraño) al compinche de cotilleo podrías conocerlo bien desde hace tiempo. Podría ser el amigo, acaso el mejor. Podría no haber otro. Pero el nombre…

En el fondo pasa como siempre. Las cosas solo se pierden a medias, porque cuando desaparecen para siempre parece que mañana volverán. La esperanza nunca se pierde. Y cuando desesperados lo parece, siempre queda la esperanza de seguir desesperados. Como una especie de venganza impotente. Son estupideces. Somos estúpidos, estúpidamente complicados.

Las culebras mudan su piel una vez al año. Puedes ver la camisa (en su lugar y en su tiempo, con preferencia entre piedras, pueden verse los restos de piel vieja, la camisa se llama, la llaman camisa. Y es que se trata de una camisa entera, rota si, pero digo yo que rota después, siempre rota, que nunca la vi entera). Yo la he visto muchas veces. Pero nunca la culebra medio descamisada, justo al tiempo de su natural renacimiento. Porque las culebras mudan la camisa todos los años. Debe ser cuando despiertan de su letargo. Todavía escondidas, siempre pérfidas o pudorosas, nunca se dejan ver al tiempo de salir de nuevo al mundo como jóvenes, rejuvenecidas y brillantes bichas (en su lugar y en su tiempo, tiempo ahora, lugares ciertos de la mancha como Quero, Villacañas, Villafranca, Quintanar de la Orden, Tembleque, Lillo, La Puebla de Don Fadrique, Dos Barrios, Herencia, y seguramente más), a las culebras llaman bichas).

Es como si habiendo descubierto una camisa de bicha buscásemos la bicha. Se busca bicha. Su vieja camisa tiene poderes. ¡Cómo no! Siendo la bicha mala como todas las bichas, la camisa que deshecha  es buena. Cura. Se busca bicha. O mejor al revés, vista la bicha buscamos la camisa.

Bueno, ¿y qué?

Disculpe Ud. Se buscan las cosas que se pierden, pero muchas veces se buscan algunas cosas queriendo buscar otras. Porque no siempre que buscas encuentras, sino que también, por poner un ejemplo, te topas con algo, encuentras algo de buenas a primeras para buscar, de segundas y por las malas o buenas, otra cosa que se posa en otra cosa.  Otras veces te pones a buscar palabras. Disculpe Ud. pero es que hay muchas maneras de buscar palabras. Me han dicho que hay, en el mundo, tantas y tantas cosas sin nombre, que no viene mal saberlo y saber también de los que sabiéndolo, se han puesto a poner algunos nombres sobre algunas cosas, nombres que vienen muy bien, porque de otra forma esas cosas se quedarían sin nombre. Ninguna hormiga, que yo sepa, tiene nombre.

Y otras, buscas palabras que ya conoces, como buscas las gafas. Y otras buscas palabras que no conoces pero conociendo eso que, todavía sin nombre, ha de tener, digo yo, alguno, alguna palabra esperando a ser su nombre. Porque hay veces que, parece imposible, desconoces la palabra que se ajusta como un guante, como una piel, como una camisa de culebra, como un anillo a su dedo, que conviene como nada, como nadie a esa bicha o ese dedo, conociendo tan bien bicha y dedo. Conociendo tan bien toda esa muchedumbre de cosas por las que corre sigilosa, entre piedras, qué calor, la bicha, conociendo tan bien todos los dedos de tus manos, las uñas, los pelos, toda esa multitud cotidiana nuestra de la que apenas sabemos saber ni tener y en la que ordinariamente habitamos, casillas en las que moramos y de las que tanto nos cuesta salir sin enfado, conociendo tan bien esas casillas, esas guaridas nuestras que añoramos cuando, fuera de nuestras casillas, las buscamos, conociendo todo eso, lo que buscamos, quizá, sea el nombre, la palabra que se usa para, de un golpe, decirla resumida y cumplidamente.

Bueno, ¿y qué?

Otra vez. Que para cuando supe que la camisa de una culebra se llamaba camisa en aquel lugar, ya estaba yo dándole vueltas y vueltas sin saberlo. Por eso, cuando lo supe, no supe decir si era yo el que buscaba la palabra, o era ella, o qué. No sabía si la buscaba o tan sólo la encontré. Tenía la vista y la cabeza tan llena de piedras y entre las piedras... ¿se llama bicha? y... ¿cómo se llama?

Camisa.

Se busca. Se encuentra. Escondida. Mira entre las piedras. Mira entre los árboles, mira entre las nubes.

Esta es otra. Las nubes. Hay nubes que tienen colores de colores, o blancos y grises. Colores cálidos haciendo frío, y colores fríos haciendo frío. Y entre fríos y calores, colores fríos de blanco algodón y los grises, siempre los grises. Lo que se dice blanco y negro. Entre las nubes siempre señorean los grises.

Hay un gris un poco borroso que se deja dibujar bien al carboncillo. Se instala muchas veces entre las nubes. Lo hace cuando hace frío. Cuando cubierto el cielo no hay nubes sino tan sólo una. Cuando no hay azul. Cuando sólo hay nube. Una sola. Todo nube. Todo frío. Panza de burra, como se dice. Porque también en las panzas de muchas burras se cobija ese gris algo borroso que todo lo cubre cuando hace frío. Quiere nevar. Pero no puede. De tanto frío. En cuanto templa un poco, con poco basta, como si lo esperasen para echarse abajo desde la panza de la burra, que templa un poco, allá vamos, descienden más y más los grandes copos flotando hacia el suelo, tan dócil, dispuesto siempre a ponerse de pronto blanco. Grandes copos blancos. No es niebla pero la niebla está por aquí. Merodea.

Bien. A veces la templanza no llega. O todo sigue igual o arrecia el frío. Da igual si el viento...

Y es entonces, justo en ese momento y si estás en Covaleda o en el mismo nacimiento del Duero, en ese primer valle del río niño Duero, creo que igual en Duruelo, en Salduero y en Molinos, Molinos de Duero. Lo preguntaré también en Vinuesa. Y es entonces, justo en ese momento cuando (en el mundo entero pasa igual), aparecen unos copos que no son copos,   que tampoco granizos, una especie de chispurnas desperdigadas, desordenadas, una especie de anuncio de que allá voy, heraldo de la nevada. Espera un poco a que temple un poco y verás. En el mundo entero de las nevadas ocurre antes ese aviso. Son chispurnas de nada, son de hielo con aire y agua helada. Revolotean como moscas blancas perdidas en el viento, panza de burra, que viene, la nevada. Moscas heladas sin nombre. Cuando quiere nevar ocurren al mismo tiempo muchas cosas. Esta es una: sin destino fijo, las moscas blancas revolotean.

Pero sólo en Covaleda según Evelio, amigo, natural de Covaleda en generaciones atrás, a esas moscas blancas, locas blancas de hielo y agua, llaman pices. Preguntaré por si acaso por ahí. Preguntaré por si acaso en Vinuesa. Y en Regumiel. Preguntaré al Duero primero, alto Duero.

He preguntado. “Pices” es una especie muy escasa. Casi extinta. Habita entre los pinos que crecen entre Covaleda y Regumiel.  Pices. Ya están cayendo pices. Pronto nieva. Ya lo verás.

Y lo veo. Ya está nevando. Me gustaría preguntar, señor esquimal, dentro del orden de las “pices” cuántos géneros hay. Y dentro de cada género, las especies: ¿cómo son?

Sea la de aquí “Pices covalediense” Me gustaría que allí, justo en el polo norte, volasen algunas covaledienses también.

© Ángel Coronado, 2016

 

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