La matanza es un
acontecimiento. Pero al sentido de la expresión "acontecimiento" le
afecta el tiempo necesario a su desarrollo. No conviene tanto ese nombre
al lento proceso de un conjunto de sucesos secundarios con respecto al
total del que forman parte, no conviene tanto ese nombre a esto como a
cada uno de los pequeños sucesos que lo integran. A la Edad Media por
poner un ejemplo, al plegamiento de Alpes y Pirineos por poner otro, no
les conviene tal nombre. Les viene pequeño, por decirlo así... Como
tampoco es propio del instante fugaz de un trueno, del escándalo
luminoso de un relámpago. Y sin embargo, ningún acontecimiento deja de
ser compuesto, integrado por partes, ni deja tampoco de integrarse a su
vez.
Diremos que al complejo de
pequeños acontecimientos que tienen lugar, no en la matanza sino en la
matanza del año pasado, en la matanza que hacemos en casa una vez al
año, en esa matanza única y al mismo tiempo repetida de año en año...
(recuerdo una vez en la que, nunca ocurrió después ni había ocurrido
antes..., y otra en la que, no podré olvidarlo...).
Diremos que cada una de
tales matanzas merece por sí sola el nombre de "acontecimiento".
Pues bien, no voy a
referirme a ese acontecimiento. A la matanza sí, pero no a ese
acontecimiento. No quiero abandonar el detalle ni olvidar lo concreto.
No quiero dejar de mirar al suelo para subirme al techo. Quiero seguir
en el suelo, levantar las piedras y ver en su huella, y a la luz, la
vida que bulle bajo ellas. Como si al rostro de algún familiar, en lugar
de mirarle según se le mira en un día cualquiera se mirase desde algún
otro lugar, de más lejos o cerca, como si al rey Felipe IV le hubiese
retratado Velázquez desde arriba y con un sombrero puesto, el sombrero
de Felipe IV por supuesto (no se trata de ningún disfraz), como si
Alicia en el país de las maravillas nos contase las maravillas de su
país, pero no el de las maravillas sino el suyo, el de siempre, Alicia,
el de siempre, cuéntanos la maravilla de tu propia cotidianeidad.
Y como se trata de una
historia maravillosa la contaremos por partes.
LOS MONTES CLAROS
Del complejo montañoso de
San Millán, San Lorenzo, Neila, Urbión y Cebollera, se desprende otra
cordillera menor hacia el este, un poco tirando al sur y arrancando
justo en lo alto del puerto de Piqueras, cordillera menor que recibe sin
protesta el nombre de "Montes Claros" aunque no lo sean tanto como la
serie de cumbres más nevadas que se han citado, espolón norte y nevado,
si no perpetuamente sí con mucha frecuencia. En el invierno siempre. Y
menos también que la sierra del Moncayo, más clara también, más nevada,
y hacia la cual se dirige sin llegar prácticamente a tocarla esta sierra
que decimos, la sierra de Los MontesClaros o quizá más propiamente la
sierra de Montes Claros. No lo sé.
Lo cierto es que dicha
sierra discurre por completo dentro de los límites administrativos de la
provincia de Soria. Y lo hace según dirección más o menos horizontal
suponiendo el norte arriba y el sur abajo. Ligeramente inclinada en
sentido noroeste- sudeste y arrancando a los mismos pies de Cebollera,
tiende a buscar el Moncayo pero antes se pierde según compleja y
arrugada superficie, se doblega por así decirlo, ante la mole imponente
del Moncayo.
Un trozo apreciable de la
provincia, tierras de San Pedro y Oncala, tierras de Yanguas, en su
conjunto las llamadas Tierras Altas, quedan más allá de los Montes
Claros. Y al suroeste todo el resto, el grueso del territorio
provincial.
Todo a lo largo de su lomo,
justo en la cuerda, se jalonan aspavientos, aspas al viento,
aerogeneradores rotando y rotando que nos dan luz.
Alicia, cuéntanos algo así
como esto que voy a contarte. No busques maravillas por la trastienda.
No hace falta trastocar el orden natural de los acontecimientos. Alicia,
no hace falta. Ya lo verás.
SACRIFICIO
Si el cerdo no fuese
sabroso, si no fuese rico, tampoco sería impuro. Más cochinas las
gallinas que los cerdos. Y si cerdo quiere decir sucio, si marrano igual
y si guarro lo mismo, lo cierto es que sucio, cochino, marrano y guarro
califican al tocino por ser estimado el tocino, el cuto, el cerdo eso.
Cerdo. El cerdo adjetivo es cerdo animal.
De aquí en adelante, para
evitar confusiones entre animal y adjetivo, llamaremos tocino al animal
y queden al aire los adjetivos. No hay adjetivo excepto "sucio" que no
pueda ser aplicado como nombre del animal. Cerdo, sucio, cochino,marrano,
puerco...Solo es piadoso el castellano con el cerdito pequeño al que
llama con cariño sincero "cochinillo" y "lechón". Y todo el occidente
infantil disfruta con el cuento de los tres cerditos.
Por eso, por ser sabroso
primero y por sabroso cerdo, no es preciso purificarlo hasta el momento
preciso en que todo está dispuesto para hincar el diente al tocino. Y
ese momento ha llegado una vez que de forma inevitable, al cuchillo
mortal, asesino, busca la generosa fuente de la sangre. Digo eso, al
cuchillo busca el corazón del tocino.
Voy a detenerme aquí.
Volveré a empezar desde otro sitio para llegar aquí, a cerdo muerto. El
episodio del gancho de hierro me lo salto. A ese salvaje, desmesurado
manotazo, a ese gesto airado no quiero hacer caso. El tocino se
defiende. Al gancho sigue como puede la cuchillada mortal, que siempre
puede. El gancho, el gancho nunca es certero, no puede. El gancho
encuentra el morro, la boca, un ojo, encuentra y engancha donde puede,
por entre los huesos de la cabeza, entre los dientes.
¡Ay del tocino! Veinte
contra uno. Y en la punta del agudo aullido estremecido y desafinado del
tocino, ahora sí, certero, se hunde suave, no hay hueso, lento y suave
hasta el fondo, se hunde más y más un cuchillo, como si el corazón del
tocino le llamase. Sonámbulo, él acude. Se hunde hasta el fondo, hasta
el fondo de la tierra. Nunca se cansa. Entra y entra.
Purifiquemos de vuelo al
tocino.
Se podría decir:
purifíquese al tocino en vivo, el mismo día de la matanza o el anterior.
Visitar al tocino en su pocilga para darle los buenos días y sobre todo
la bendición. Luego llevarlo andando por su propio pie hasta la mesa, de
otra forma no, con lo que pesa, está gordo, llevarlo a la gamella puesta
del revés, a su cadalso. Pero esto sería ocioso. Desde un primer
momento, desde un año antes en que se comprara el lechón, ese lechoncito
(futuro tocino) ya es jamón. Aristóteles diría que jamón en potencia.
Tendremos que hablar con Aristóteles. Desconfiamos un tanto del destino.
De la predestinación. No, no y no. En su lugar el azar, aunque tampoco.
Desconfiamos también del azar. Destino y azar. Parecen hijos de la misma
madre.
Siempre que pienso en el
rito de la matanza (después de un escalofrío), se me viene a la cabeza,
pienso en ese trío venerable del cristiano, el judío y el musulmán
meditando en torno al barreño en que la sangre todavía caliente del
tocino plantea el primer problema. Tres seres venerables y omnívoros en
torno a un paquete de proteínas que demanda, y
aprisa, solución. La sangre
se descompone, se cuaja. Fuera de su natural continente no acepta
esperar. Y el continente, tocino muerto, allí está. El tocino muerto
tampoco espera.
Se organiza entonces una
general agitación, como un oleaje, un barullo tan extrovertido y
aparente, tan florecido y florido, que precisamente por eso bien refleja
que allí, lo que de verdad importa no son los gritos, las carreras, los
chillidos de grandes y chicos. Los chicos, ésta es otra, está permitido,
el maestro lo sabe, no han ido a la escuela. ¿Qué hacen allí los
chiquillos? ¿Qué hacen aquí, en este rito sangriento, pisando sangre?
¡Solo estorbar! dice
cariñosamente un hombre. Lleva un cuhillo ensangrentado en la mano y en
las dos y en tantos sitios, en la cara, está perdido de sangre, más
sangre. Es el matador, es el matarife.
¡Fuera chiquillos! chilla
la mondonguera. Pero allí el único que falta porque lo han echado fuera
de verdad, al fresco, es el gato que mira por la ventana, pero desde
fuera.
Hay momentos en todo rito,
momentos en que algo se hurta y esconde bajo el oropel del jaleo.
En el cante jondo pasa.
Debió pasar en el circo, me refiero a Roma, en el coliseo. Y en el circo
de los payasos y de los saltos mortales también. No hay más que ver la
cara de todos los niños. Pasa también en Las Ventas, en cualquier tarde
de toros. Esas manos de quien baila jondo, esos dedos que palpan el aire
como si no fuese aire, buscan lo jondo tocando castañuelas mientras
claveles y faralaes ¡jaleo, jaleo! cumplen alborotadas y alegres la
misión grave que, paradoja paradoja, tienen. Y cuando el matador, da
igual si matarife o torero, arremolina su capa de colores en torno a sí
mismo, solo cumple seriamente con el engaño al que debe, paradoja
paradoja, la vida que se juega.
En la matanza igual. Todo
ese jaleo encubre algo distinto. No hay nada tan vistoso en la fiesta,
tan colorido y festivo como un traje regional, un traje de torero, el
boato pontifical de cualquier jerarca, pontífice, faraón, incluso
polichinela o farandulero, payaso de la cara blanca. Porque no se trata
propiamente de ocultar algo. Más bien ocurre que se quiere decir lo
indecible. El rito, y el de la matanza también, es el fondo negro de la
expresión fallida, es la confesión más sincera, la del mudo que, a su
manera, expresa su incapacidad de hablar. O más aún, ya que un mudo es
todo expresión y nunca expresión fallida, es eso, un silencio, una cara
blanca que habla, una pirueta mortal. Solo el tocino chilla.
A veces el habla no puede.
No puede hablar. No es que guarde secretos, no es eso, simplemente no
puede hablar. No puede hacerlo. Así, cuando el manantial de la risa urge
y empuja. Cuando ésto, un silencio precede al tumulto de los ruidos, al
vómito de la risa. Y ruidos, da igual si es la propia naturaleza con
truenos o nosotros con zambombas y panderetas, incluso pataleando y
dando golpes en los bancos de cualquier iglesia. Jueves Santo. Ruidos y
tracas ponen el punto final al sacrificio, a cualquier sacrificio
gólgota o profano. Ese ruido es, ni más ni menos, la viva expresión de
la incapacidad de hablar. Esta es la verdadera cuestión. A partir de ahí
ocurre lo que ocurre. Y en la matanza ocurre lo que sigue.
Como somos omnívoros pero
no podemos dejar de comer ni queremos comer de todo, ser omnívoro no es
cumplir con el mandato de comérselo todo sino al contrario, no es
cumplir ningún mandato sino ejercitar un derecho, el de ser caprichoso
en que si esto, si aquello, mejor aquello y ahora
nada pero luego todo, porque ni el cristiano ni el judío ni el musulmán
dicen que acabarán comiéndose todo según acabarán haciendo, sino que,
por el contrario, empezarán a jugar, empiezarán a ejercitar esa opción a
la que, como seres omnívoros, tienen y tenemos tanto derecho.
Oye, Aristóteles, como
dándote la razón en eso de la potencia y el acto, decimos.
A este juego que se traen
entre los tres me refiero. Es cierto que siempre habrá cristianos,
judíos y musulmanes que, cumpliendo hasta el fondo con sus respectivos
preceptos, se coman el tocino, las morcillas y todo lo demás, o tiren
todo a los perros. Pero a eso diremos que habiendo siempre alguna gente
para todo, hay siempre algún todo, todo un conjunto de gente para
ciertas cosas. Siempre alguien para cualquier cosa, pero también,
siempre, alguna cosa para cierta totalidad, para cierto todo.
Una de tales cosas es, ya
lo hemos dicho, cumplir religiosamente con nuestra condición de
omnívoros, que no consiste, también lo hemos dicho, en comer de todo un
poco sino, por el contrario, caprichosamente por fuera, pero seriamente
por dentro, decirle a un tocino muerto y a un barreño lleno de sangre,
decirle solo esto: te como ahora, no te como ahora sino escondido luego,
te tiro a los perros, te guardo para mañana, te digo y hago lo que digo,
te digo esto pero hago lo que me da la gana porque quiero. Y así.
A todo esto (cojamos un
libro de historia) el Santo Oficio quemando vivos a quienes no comiesen
tocino, cerdo hereje, confeso marrano. Léase Julio Caro Baroja.
Cristianos viejos delatando. Toma este pichón lleno de sangre.
Es de tradicional alimento
por parte del señor cura, omnívoro como cualquiera, comer pichones
incruentos, quiere decirse, llenos de sangre por dentro y limpios por
fuera, inmundos por dentro para ese judío y a ver qué dice aquél moro,
que yo, cura y además cristiano viejo, me lo como, miren como lo mato y
me lo como. Vuelvo a ver a ese cristiano y el otro judío y el otro moro
alredor del barreño de sangre. Y al tocino ya muerto que lo han colgado,
no sea que que por alguna gatera se cuele algún gato.
Al pichón se le atenaza
entre los dedos pulgar e índice por debajo de las alas. Solo hace falta
cerrar la mortal tenaza. Ni una gota de sangre. El pajarito muere como
un pajarito. Dando boqueadas. Los pichones, al entrar a la cazuela, son
como botellines de cerveza sin cerveza. Llenos de sangre. Luego dicen,
al comerlos, que tienen la carne negra.
La historia confirmará un
hecho. Quizá pudiese ser al revés, que un hecho fehaciente llegase a
encajar, como la pieza de un puzle incompleto en el puzle, pero no en el
puzle sino en la historia, en el puzle de la historia.
El hecho es éste.
Como nadie se fía de nadie,
como el cristiano se quiere chivar del judío y como al morisco le
quieren expulsar los cristianos, y como el tío carnal del cristiano,
dicen, es judío, y como el judío es hijo de cristiano viejo según se
dice, los tres de siempre, el cristiano, el musulmán y el judío se miran
de reojo y convienen entre los tres, cada uno a su manera pero
tácitamente de acuerdo, que hay que purificar tocino y sangre para poder
comer. A fin de cuentas, piensa el cristiano, la manteca del tocino
cobra buen sabor al fuego. Y el otro piensa que si quemado queda sucio,
y por si acaso se piensa lo que no debe pensarse, lo que haremos es
purificarlo, eso sí, pero con agua caliente. Y lugo lo afeitaremos.
En definitiva, cada uno
haciendo como si hace y mirando siempre con recelo al otro. Pero sincera
o afectadamente, indiferente o no, el acuerdo siempre llega. De lo que
se trata es de comer tocino y beber sangre. El hecho es este. Menos en
el infierno, todo fuego es purificador. No me choca que al tocino,
cerdo, se purifique al fuego.
¡Alicia, espera, todavía no
puedo empezar el cuento. Esto es cosa de mayores!
PURIFICACIÓN
En el ritual de la matanza
la purificación por medio del fuego no puede faltar. Es algo que
importa. No habría matanza si al tocino, cerdo, no se pudiese purificar.
Y no seríamos omnívoros, comelotodo, si al rico tocino dejásemos de
llamarle cerdo.
¡Marrano!. ¡Puerco!,
¡Cerdo! ¡Te voy a devorar!, ¡Pero no de cualquier manera! ¡Te vas a
enterar!
Podemos imaginar al pobre
tocino preguntando a su patrón, a su amo, a su dueño que qué cuchillo
tan largo tienes, para matarte mejor, que qué fuego tan caliente tienes,
para purificarte mejor, que qué gamellón tan grande tienes, para
escaldarte mejor. Y todo así.
Y es por eso que la
purificación del tocino se torna tornasolada, como llena de matices,
como un amanecer o puesta de sol repleta de coloridos,
extraordinariamente barroca y complicada.
El fuego es enemigo del
agua, y si es el fuego directo el castigo eterno que merecen los impíos
y sucios de corazón, no faltan en el infierno calderas hirviendo. Son
las calderas de Pedro Botero.
Pero estamos en este mundo
y nos disponemos a comer tocino. A las calderas de Pedro Botero del más
allá las llamamos aquí el Baño de María. Al Baño de María puedes meter a
tu peor enemigo. Y si eres caníbal y te gusta el cocido, comértelo
hervido.
Del fuego al tocino
directamente o bien del fuego al agua y del agua (hirviendo) al tocino.
Tocino asado – tocino hervido, diría el antropólogo estructural, siempre
atento al par binario y opuesto. En realidad no todo ni siempre se nos
ofrece tan fácil. Entre un extremo y el otro se da toda una serie de
matices intermedios cuyo resumen podría ser como sigue. Primero el fuego
y luego el agua. A cada modalidad y en su lugar se busca y encuentra
siempre alguna justificación. Que si mejor o peor sabor del tocino, que
si peor o mejor limpieza, que si quemo con paja o quemo con leña o con
reja de arado caliente al rojo, que si limpio y afeito con cuchilo, con
piedra, cazoleta o tejo. Y así, pero así ordenadamente, por regiones y
subregiones, y en cada región su cantinela, su propia letanía, su
correspondiente son.
Esto con el tocino, pero
está el problema de la sangre. Nos hemos olvidado de la purificación de
la sangre. ¿Quemar la sangre?
Ni a la sangre se puede
aplicar el par binario y opuesto de lo asado y lo hervido porque a la
sangre no se puede (directamente no se puede), asar. Se podrá cocer. Se
podrá cocer una poca, pero ¿qué hacemos con éste cuajarón entero? Y
hemos llegado con esto, nada menos, que a la razón de ser de la
morcilla. A la purificación de la sangre, a su inclusión en el par
opuesto y binario estructiural se deben en último extremo las morcillas.
No es que sean ricas (que lo son, que lo son, no digo que no pero a mí
no me gustan mucho). Es que tenemos que purificar la sangre.
La solución a este problema
es un invento y el invento es de TBO. Al tocino se desangra, se le
vacían las venas y listo. Acto seguido a destriparlo. Se le sacan las
tripas. Y a éstas, vacías a su vez de mierda, se las llena de sangre y
todo listo, tocino y sangre, a purificar, a purificar (cuidado con las
morcillas. No vayamos a purificarlas en exceso. Que no revienten, sobre
todo que no revienten. Al baño de María, poco más y sea lo que Dios
quiera. Pincharlas de vez en cuando)
Y ahora y aquí algo
fundamental. Las tripas no se llenan de sangre como se llena una botella
de vino. Con la sangre se hace una masa y con la masa, embutida en una
tripa, la morcilla. Y es en esa masa de sangre donde cristaliza, como en
un laboratorio y en dos probetas etiquetadas, un paisaje singular,
extraño. En cada etiqueta un nombre. "Bodrio" en una, "mondongo" en la
otra.
Todo en orden. Sólo quedan
algunos detalles a rematar.
Es grandioso. En todo rito
siempre hay pequeños detalles a rematar. Al matador de toros se da un
pañuelo y un trago de agua entre trastos de mentira y trastos de verdad.
Y el monaguillo está para eso. Siempre hay pequeños detalles a rematar.
En la matanza se trata del
hígado del que no se sabe si es carne o sangre. Carne de sangre. Sangre
de carne. Nadie sabe, nadie puede saber si el hígado se purificó con el
tocino, nadie sabe si habrá de ser purificado con la sangre. El hígado,
pues, a despacharlo cuanto antes. Nada de dárselo al gato. Así lo
convienen entre todos.
Otro detalle se centra en
la carne borracha de sangre, la propia degolladura. Carne puesta en
primera fila, inevitable puesto en el desfile rojo, en la corriente
cálida de la sangre. Menos al perro, ni al perro ni al gato, con esa
encarnadura se debe hacer algo especial. Bien asada y con vino y aquí no
ha pasado nada, convienen también entre todos.
De tal manera todo está
listo. Las grandes categorías de lo bueno y lo malo, lo puro y lo
impuro, lo comestible y la mierda, el mondongo y el bodrio ya están,
como gladiadores, en escena. Ya están en el gran teatro, ya están en el
circo. Solo nos falta verlos saltar, cruzarse, salto mortal en el aire,
darse la mano, soltarse, casi me mato, qué trabajos. Ya está. Ya en el
suelo. Se acabó la función. La trapecista junto al payaso y al traje de
luces le da la mano la vieja mondonguera. Al payaso de la cara blanca le
han pintado los labios de un rojo tan furioso que parece haber bebido
sangre.
Todos los actores y
actrices en fila, y al final, de frente a un patio de butacas vacío,
vacío porque todos, todos, todo el mundo ha subido al estrado, todos
doblan al final el espinazo ante ningún aplauso. Un patio de butacas
vacío. Eso sí, del tocino ya no queda ni el rabo.
Ha llegado el momento
porque ha pasado un año. Hace frío, el tocino está gordo, ha llegado el
tiempo de matarlo.
EL BODRIO Y EL MONDONGO
Confieso que para mí, para
los míos y para mí junto a ellos, para los que hablan del bodrio y del
mondongo junto a mí, quiero decir, con idéntico sentido al que me cabe
dar a esas dos palabras cuando las pronuncio y en virtud de lo cual me
entienden y entiendo, el bodrio es algo mal hecho, cualquier cosa
confusa y liada, torpe, mal traída y mal llevada, tan liada como el
mondongo biológico de las entrañas para cualquier profano que, no
sabiendo distinguir el hígado de los pulmones, de las tripas, de los
riñones o el bazo, se refiere a todo el sanguinolento conjunto de
matanza o matadero con ese término inconcreto, abierto en la canal de
donde sale a borbotones lo que se dice, la cascada indescriptible del
mondongo, el mondongo. Esa masa maloliente que no es sino el propio
pálpito de la vida.
Y la vida solo es eso,
salirse de la cuna, darse una vuelta o dos por ahí viendo algunas cosas
para volver de nuevo a otra cuna de la cual ya no sales.
Y de andar por ahí dando
vueltas, Alicia, he visto esto. Ahora sí. Te lo voy a contar ahora.
A un lado y otro de los
Montes claros, Alicia, como si los Montes Claros fuesen la Gran Muralla
de la China, sucede como a un lado y otro del telón de un teatro, pero
no igual, porque me refiero a un teatro en el que hay dos escenarios
separados por un telón. Como si a un lado y otro de la Gran Muralla de
la China hubiese China. Lo importante no son los escenarios ni hasta
dónde llegan. Lo que importa es el telón.
Alicia, no me preguntes por
los escenarios. Llegan hasta donde tú quieras. Lo que importa es el
telón. Si te importan los escenarios, si te importan sus confines con
los confines del espectador, solo te puedo decir una cosa: que no lo sé,
o que lo sé a medias, o que nunca se podrá llegar a saber, o que sí, que
sé a ciencia cierta que de un lado y otro del telón, de un lado y otro
de los Montes Claros estamos en Soria. Soria está a un lado y otro del
telón y hasta que los límites provinciales de Soria lo sigan indicando,
no podremos decir más que a un lado y otro de los Montes Claros está
medio mundo de un lado, y el otro medio del otro.
Escúchame bien. Y mientras
Alicia escuchaba empecé diciendo érase una vez a un lado y otro de los
Montes Claros. Todo sucede así, a un lado y otro de los Montes Claros.
Mientras al norte se
purifica el tocino directamente con el fuego y no lo mojes, el mondongo
es rica masa de morcilla y el bodrio dice que no sabe, que no contesta,
que cosa mala, que cosa peor, mientras todo esto, Alicia, pasa en el
norte, más arriba de la cuerda jalonada de molinos aspavientos para
darnos luz, más allá de la cuerda de Montes Claros, en el sur ocurre
justamente lo contrario: el bodrio es masa rica de morcillas pero al
contrario, mierda, tripa o estómago de tocino el mondongo, que si el
mondongo es cosa mala, que si es cosa peor. Y al tocino, si lo quieres
bien purificado no lo quemes. Cuécelo. Escáldalo, Aféitalo.
Y Alicia, era cosa de ver,
no cabía en sí de gozo y risa. Y como no hay risa ni pena que cien años
dure, al cabo de un rato Alicia se durmió.
Ya de sobremesa se
comentaron más cosas. Que a un lado y otro de los Montes Claros, sin
alejarse mucho, sin alejarse mucho, otras cosas daban en ser iguales a
un lado y otro de los dichos montes. A un lado y otro las morcillas son
dulces, casi golosina. Que si azúcar, que si canela, que si pasas. Una
golosina. Así a un lado y otro de los montes. Claros. Tanto por Tierras
Altas como por esas bélicas llanuras que se divisan desde Numancia y sus
atalayas. La muralla formidable que separa dos mundos que se dan la
espalda, que no se conocen, desaparece al vuelo y al instante de hincar
el diente a una morcilla.
Parece ser, dijo alguien,
que la morcilla golosina coloniza más territorio en el norte del que le
dejan los límites provinciales de Soria. Se temía que todo Cameros,
incluso gran parte de La Rioja, estuviese bajo el dominio dulce y
pringoso del mondongo. Y es de libro la suave delicadeza como hacia el
sur de los Montes Claros, poco a poco, como quien se aleja despacio de
una cuna para que alguna criatura dormida no despierte, rico bodrio va
soltando azúcar, va soltando azúcar. Y como si entre cebolla y azúcar
hubiese contradicción, como si no fuesen ricas las cebollas dulces del
Arenal, murallón de Gredos abajo, como si no fuesen golosina más cercana
las de Aragón, algunas, en Ejea de los Caballeros que no está tan lejos,
bueno, pues como si el azúcar fuese un ángel y la cebolla un demonio
(también vale la metáfora del revés), a medida que azúcar cede (a canela
costándole más), avanzan cebolla y sal.
Como un Roscón de Reyes
Extraño
roscón. Ni estamos en Reyes ni ante un roscón, pero todo alrededor es
fiesta. En la ciudad, en cualquier ciudad, todos los días, cada día por
su parte, se reparten a su manera el trabajo y la fiesta. En los días de
trabajo ciudadano hay poca fiesta, pero alguna siempre hay. La cerveza,
el pincho, el centro ese que se llama comercial, el escaparate y la
compra...Y en los fines de semana, de puente, o en cualquier día de
fiesta, no falta nunca ese trabajo atrasado que poner al día.
Pero en
el pueblo no. Cada día de trabajo lo es de principio a fin. Y cuando
llega la fiesta (y llega), esa fiesta no termina.
El roscón
de reyes es una tradición que parece ciudadana. Es más, incluso la
fiesta de Reyes lo parece ser. La fiesta navideña señalada por nuestros
pueblos quiere ser antes Nochebuena y Navidad que fin de Año y Reyes. Y
por encima de toda celebración se sitúa soberana la Matanza.
Acerca de
la Matanza nunca se podrá decir todo. La Matanza era un acontecimiento
en el que la fiesta, la tradición, la norma y la licencia, el rito, el
mito, lo sagrado y lo profano, el animal maldito y bendito por el mismo
Dios, siempre sabroso, siempre rico, cerdo puerco, era una fiesta en la
que todo esto se mezclaba, y de la sangre y las tripas subía un hedor o
un aroma, en definitiva un olor, capaz de resucitar a cualquier muerto
excepto al cerdo.
Aquí
(estamos en Valtueña). El cerdo muerto y colgado, escaldado y afeitado,
blanco, cerdo patablanca. Rico bodrio a embutir en el mondongo. Bodrio
es en Valtueña la pasta de la morcilla. El mondongo es en Valtueña el
menudo, la tripa, en especial el propio estómago en digestión
interrumpida por el matarife. Lleno de mierda.
Ya se ha
lavado en el río, en el río que pasa por Valtueña. En el río que pasa
siempre por cada lugar y en el que siempre se mata el cerdo, en ese río
las mujeres lavan ropa o tripas de cerdo. Ahora toca tripas y hace frío.
La propia corriente las vuelve y vueltas lava y lava y las deja blancas.
Bueno,
las mujeres sufren del frío en las manos, porque de frío duelen. A más
de una se habrá escapado, mano fría, dedo torpe, algún menudo. Hasta los
peces disfrutaban de la Matanza.
Rico
bodrio. Sangre, sangre, sobre todo sangre. En una terriza se ponían las
sopas de pan sazonadas con poca sal, algo de cebolla picada, pimienta,
arroz cocido y nuez moscada. Azúcar no. Nada de piñones ni pasas. Canela
no. La morcilla no es un dulce. La morcilla no es un pastel. Y sobre
todo ello la sangre y más sangre.
¿Ya está?
Todavía
no. Faltaba lo principal. Alguien sacaba de algún sitio (sería de la
bolsa o del bolsillo) algo de metal que relucía, redondo, como si fuesen
monedas, pero monedas de plata. Y es que lo eran. Por eso relucían así.
Y al bodrio con ellas. Y al caldero a cocer.
Y al
comerlas, como si fuese día de Reyes y la morcilla roscón, el haba, la
suerte, la moneda de plata.... ¡Qué más da! ¡Valtueña era una fiesta!
Me lo
dijo D. Elías Ramirez Perdices, natural de Valtueña. Vaya si lo creo.
DICCIONARIO
Bodrio:
Cosa rica o cosa mala según
se sitúe Ud más allá o más acá de los Montes Claros de Soria pero no muy
lejos de los mismos porque de otra forma las cosas pueden cambiar,
siendo la cosa rica, esto es, al sur de los citados montes diciendo esto
desde Soria capital, masa de rica morcilla con base de pan empapado en
sangre de cerdo, arroz cocido, canela y azúcar, a cuyo conjunto se
suelen añadir higos, pasas y piñones.
Esto no es una receta.
Quién quita los higos, quién pone más piñones. Pero sangre, pan, arroz,
canela y azúcar, eso está escrito por allí en ningún papel y dicho en
ninguna lengua. Todo el mundo lo respeta.
Esta palabra con tal
sentido se derrama como un abanico en dirección sur, sureste y suroeste
por tierras de Soria, sentido que se disuelve suave y paulatinamente.
Más o menos diligente, con mayor o menor pereza, la morcilla golosina
cede terreno a otra con más cebolla, menos azúcar y más sal. Llega un
momento, y eso sin salir de Soria provincial, en que la morcilla dulce
falta, falta incluso de la memoria, del entendimiento y de la voluntad.
Bodrio es malo donde
decimos que Mondongo es rico.
Mondongo:
Cosa mala o cosa rica según
se sitúe Ud más allá o más acá de los Montes Claros de Soria pero no muy
lejos de los mismos porque de otra forma las cosas pueden cambiar,
siendo la cosa rica, esto es, al norte de dichos montes diciendo esto
desde Soria capital, masa de rica morcilla con base de pan empapado en
sangre de cerdo, arroz cocido, canela y azúcar, a cuyo conjunto se
suelen añadir higos, pasas y piñones. Esto no es una receta. Pero
sangre, pan, arroz, canela y azúcar, eso está escrito por allí en ningún
papel y dicho en ninguna lengua. Todo el mundo lo respeta.
Esta palabra con tal
sentido se cuela vía norte hacia Cameros en La Rioja. Es una lástima
perder así el rastro de la morcilla. Para mí que la morcilla dulce, tan
dulce por tierras de trashumancia, no es comida de pastores en extremo.
Más bien de pastoras solas ¿solas?, tristes ¿tristes?
Es una lástima perder así
el rastro de las morcillas al norte de los Montes Claros, fuera ya de
Soria. Dejemos esta cuestión abierta.
Mondongo es malo donde
decimos que bodrio es rico.
Y a continuación, otras
voces asociadas a la matanza. Desconocemos el área geográfica de uso.
Tan solo podemos citar un punto de la misma, el punto preciso en que las
hemos recogido. De cualquier forma todas ellas se pueden situar en un
determinado contexto más amplio, a saber: al norte o al sur de los
Montes Claros. Poco es, pero al menos algo.
El Papa Borgia de nombre
Alejandro lo dijo, a la derecha de tal serán de Portugal las conquistas.
Y a la izquierda, de Castilla. Y así de tranquilamente se repartieron el
mundo.
Bandul: En Arguijo,
el estómago del ganado, excepto en el cerdo. Al estómago del cerdo se
llama Cuajar
Borrococo: En
Segoviela, caldo de cocer las morcillas.
Cuajar: En Arguijo,
estómago del cerdo.
Espizcaduras: En
Villaciervitos, pequeñas porciones de grasa o manteca situadas en los
intestinos del cerdo. Son apreciadas de forma especial.
Freje: en La
Losilla, descuartizamiento del cerdo. El segundo día de la matanza se
comía de freje.
Mueño: En Arguijo,
en Derroñadas, chorizo de segunda clase, lo que en otros lugares se
llama Güeña.
Retil: En San Andrés
de S.Pedro, manteca o grasa adherida al menudo del cerdo y especialmente
apreciada. Junto a diversas golosinas, como anises, canela y azúcar, se
incluía como ingrediente del mondongo. Son las "espizcaduras" de
Villaciervitos
Saravia: En Molinos
de Duero, en Derroñadas, carne ensangrentada de la degolladura. Se come
ritualmente el primer día de la matanza. También sopa de pan hecha con
el hígado.
Tarabia:
En S.Andrés de Soria, trozo de madera que se dispone en la degolladura
del cerdo para mantener la herida abierta y facilitar el desangrado del
mismo. Sin duda es voz emparentada con "saravia". Interesa el interés.
Interesa el interés de las gentes de la región del Valle, por no decir
el interés de las gentes de medio mundo, por ese punto conflictivo en el
que se dan cita carne y sangre. Por el hígado también.
Corominas da, para
"tarabilla" el sentido de "zoquetillo de madera giratorio que sirve para
cerrar puertas y ventanas." La "tarabia" es, en efecto, un zoquete de
madera que sirve para tener abierta la fuente de la sangre. Diríamos que
mantener abierta la ventana de lo inmundo equivale a cerrarla para que
no vuelva. El cuerpo del animal, todavía cerdo para cuando la sangre
fluye, consumado el sacrificio, se dispone así para recibir el efecto
purificador del fuego.
Tripera: ver úntuma.
En Suellacabras tripera es lo mismo que úntuma en Yanguas.
Úntuma: En Yanguas,
pieza resultante en el despiece del animal recién sacrificado al que no
se le abre en canal sino en dos cortes paralelos que desde la garganta o
cuello descienden a un lado y al otro del cuerpo dejando entre las
mismas toda la parte inferior del animal según su postura en vivo, desde
el pecho hasta el bajo vientre.