También el latín, para
los griegos, fue durante un tiempo lengua invasora y bárbara. Como
el griego lo fuese igual un día más lejano aún. Y también el griego
después, después de por aquél entonces, como el latín lo hiciese más
tarde, hubo de refugiarse a su vez y protegerse. No lo pudo hacer en
el convento ni bajo el hábito blanco del dominico ni en su
biblioteca, pero lo hizo. No lo pudo hacer así pero lo hizo. A su
manera. Y a los efectos que interesan, como lo hiciese da igual. Y
así ocurre con multitud de palabras de origen griego que llegan a
nosotros con el doble barniz de cultura sobre cultura. Se trata, en
su mayoría, de palabras archicultas, siendo esta misma voz,
"archiculto/a" una buena muestra de todo ello, puesto que "culto" es
tomado de la recia y bárbara palabra latina cultus que por
entonces, al tiempo que los brutos legionarios la usaban, Roma
pisoteaba Grecia con sus legiones. Por su parte un prefijo, "
archi", inequívocamente griego y para mayor y mejor sello,
marca, señal, para mayor lucimiento y orgullo de filología, está
preñado por el dígrafo {ch} en el que se guarda bajo siete llaves la
historia de un bárbaro latín entrando en tromba hasta el fondo del
griego en sazón, entrando al griego hasta la cella de cualquiera de
sus templos. Imagino al latín hoyando el Partenón como al bárbaro
visigodo profanando Roma.
En efecto, parece ser que cierto sonido
escogido, matizado, pulido en el mármol blanco de la lengua de
Platón (oclusivo, velar y aspirado según nos informa Blecua), se
traduce a martillazos por algún bisabuelo de algún general de alguna
legión. Y a ese general se le ocurre hacerlo con dos letras, dos
garabatos (dos grafemas según nos indica el lingüista), dos al no
poder hacerlo tan sólo con uno. Pudo inventarse uno nuevo. Pero en
Roma ya se sabe. Siempre optó por el cuánto sin atender mucho al
cómo. Dos grafías para un sonido. No hay que asustarse. Se da
también el par de sonidos para un solo garabato, para una letra. Que
si la "q", que si la "k", que si la "c". A la gramática, siendo ella
misma el paradigma de la norma y precisamente por eso, cumple y
observa sin preguntar.
Llegados aquí de la mano (sin haberla
soltado sigo sin soltarla) de Jorge Bergua, le cedemos la palabra un
rato:
"...en general se
puede decir que apenas hay en español helenismos llegados
directamente del griego antiguo. No los hay llegados por vía
oral, por razones evidentes (cuando empieza a existir conciencia
del castellano, en torno a los siglos IX - X, hace mucho que el
griego antiguo o clásico ha dejado de ser tal) y apenas los hay
llegados por vía escrita porque, para nuestra vergüenza, la gran
mayoría de helenismos técnicos y científicos adoptados o creados
en los últimos siglos (como
teletipo, fonología
o
fotografía)
lo han sido primero en las lenguas de los países europeos que
han estado y siguen estando a la cabeza de la investigación...."
(Bergua 2004 (23 – 25 y 139)
(1)
Llegados exclusivamente por vía escrita,
es difícil encontrar helenismos en el castellano del medio rural en
el que buscamos. Pero es interesante, al menos a nosotros interesa,
el hecho señalado por Bergua de la existencia, no ya de un idioma si
bien todavía joven, sino de algo que viene necesariamente después:
la conciencia del mismo. Hay un tiempo, pues, en el que un habla,
cualquier habla (se podría decir por extensión de lo dicho por
Bergua con respecto al castellano), carece de conciencia de sí.
Porque nos interesa la diferencia entre
habla y lengua nos interesa pensar en esa supuesta lengua, en ese
habla cuyos hablantes, hablándola, carecen de la conciencia de
hablarla. Esa lengua no existe, pensamos, porque todavía sin
conciencia de sí, todavía no es lengua sino que lo viene siendo. Y
lo viene siendo por ser tan solo un habla que lo está dejando de
ser.
El medio rural en que buscamos. El campo
de lo tradicional en el que tratamos bucear. En la trinchera que se
abre al tiempo sin tiempo de toda tradición nos encontramos todos,
todos los que a ese lugar, a esa charca nos acercamos.
Dice Manuel Alvar citando a Valera que
Don Juan Valera decía eso. Recoger de por ahí palabras. Abrevar en
esa charca de lo tradicional. Me pregunto si no estaremos bajo el
efecto de algún brebaje. Esa charca, esa lengua no existe, pensamos,
porque todo en ella, casi todo, es tan solo habla.
Y asoma por todo esto una paradoja
fenomenal. La lengua, esto es, el habla cultivada por esa conciencia
de sí, la lengua decimos, es la única instancia capaz de acercase al
habla, sorprenderla en su virginal inocencia. Éste, ningún otro, es
el tema central de los grandes mitos de nuestra cultura. Es la
serpiente a Eva, es el grupo de viejos a Susana. Es Acteón espiando
a Diana. Es también, salvando todas las distancias que hubiesen de
ser salvadas, el arcángel a María. Rechacemos a la serpiente y al
viejo rijoso también. Bienaventurado y bendito sea el arcángel San
Gabriel, pero que no se repita. Y Acteón que se vaya, que deje a
Diana en paz en el baño de la charca, ninfa entre las ninfas.
Pero buscando palabras por ahí, abrevando
en esa charca de lo tradicional, espiando al habla inocente de los
campos, escondido entre los arbustos de la lengua, qué remedio, ha
saltado esta palabra intacta. No del griego. Sí del latín. La
palabra es "teda". Intacta desde hace mil quinientos años. "Taeda"
en la lengua de Caesar o Cicerón.
En Almazán y los pueblos de alrededor,
"teda" es tea, luminaria de madera, madero resinoso a prender e
iluminar, antorcha.
Cerca están los pinares de Quintana,
Tardelcuende, Matamala y Almazán. Pino negral. Pino resinero. Ahora
ya no, pero antaño y resinados a muerte los troncos de aquéllos
pinos parecían cuerpos negros torturados. Antorchas humanas abiertas
en canal. Abiertos en canal, en carne viva y supurando. Resina en
lugar de sangre. Es dantesca la visión de un pinar resinado a
muerte.
Pese a todo, a "taeda" prefiero "teda" y
a ésta sin dudarlo "tea". La evolución de los diptongos, y seguimos
junto a Bergua como el Dante junto a Virgilio por los círculos del
más allá, es llana y sin sobresaltos. Del griego al latín como del
latín al castellano. Suena mejor "tea" que "teda" o "taeda", decimos
presumiendo de saber (sin saberlo) cómo sonaba en boca de Roma "taeda".
Suponiendo que sonase lo mismo que suena hoy... Al menos en esto
hemos ido mejorando. Con todo el respeto debido a Caesar y Cicerón,
esos bárbaros, esas bestias, ¿verdad Zenón?
(1) Bergua
Cavero, Jorge, 2004.
Los Helenismos del Español. Madrid. Editorial Gredos.