FILOSOFÍA DE LAS PALABRAS
por Ángel Coronado

Sobre la palabra "Lugar" en el Quijote

 

 

Cuando ladra un perro y más si es el nuestro moviendo la cola, parece que lo entendemos todo. Y entendiendo casi todo lo que dice (sea un chino gritando en la calle), parece que no entendemos nada. Y es que no hay diccionario que nos diga con precisión para poder entenderla bien, lo que se dice bien,  esa voz que no es más que un verbo sobrevolando bajo y a mano de cualquiera por todo el dominio del habla castellana: entender, mal dicha “en tender”, nos indica estar entretenido “en tender”, en tender hacia quien nos ladra o habla para entenderle y a su vez hacernos entender nosotros.

El diccionario de la lengua nos dice nada más entrar a ella que viene de “dirigir”, “tender a”. Y si nos dirigimos a través de su orden alfabético (providencial orden sin el cual el diccionario sería inservible) hacia la voz “tender”, eso quiere decir que ya, como si fuese una voraz araña, el diccionario nos ha cazado, hemos caído en su trampa. En esa trampa caemos a veces en la cuenta de que, siendo una cosa otra, puesto que las palabras son cosas y diciéndonos el diccionario por una palabra otra, cuando vamos a la otra el diccionario nos dice la una

De la voz “tender” el diccionario dice tantas cosas que uno se pierde. Pero hay dos que nos redimen de todo círculo vicioso e iluminan como dos faros en la costa de una noche de oleaje y de tormenta:

La primera es ésta: “Dicho de una persona o una cosa: Tener una cualidad o característica no bien definida, pero sí aproximada a otra de la misma naturaleza”. La segunda esta otra: “Preparar una trampa o un engaño contra alguien” Y para entenderlo mejor añade una frase ya hecha, ya preparada para llevársela puesta, una especie de plato listo para comer o ya comido: “ Le tendió una emboscada”.

Me gustaría poner un ejemplo en el que la voz “lugar”, sin entenderse, parece que lo hace. Se trata de nuestra más famosa novela y nada menos que de sus seis primeras palabras. Las voy a repetir una vez más. Parece que no hace falta pero creo que sí.

“En un lugar de la Mancha.....”

Conozco bien un rincón de La Mancha en el que la voz “lugar” tiene un sentido concreto. Tan concreto que choca con otro sentido de la misma palabra en el que todo es ambigüedad. Yo entiendo la voz “lugar” como un espacio borroso, ambiguo como la niebla, milagrosamente protegido por una indeterminación que hace de dicha voz una especie de ser bienaventurado que a todo se amolda y en todo satisface.

Pero en ese rincón de La Mancha “lugar” significa pueblo, población, aglomeración concreta de casas, un grupo de casas en concreto, la propia, la mía. Cada lugar se adorna con su nombre propio.

¿A dónde vas?

Me voy al lugar. Y si es de Villacañas verás cómo se dirige a Villacañas. Y si de Quero se pierde camino de Quero.

Ya está dicho. Mi lugar, mi pueblo. No hay rastro de ambigüedad. Mi lugar es Villacañas (Toledo). Mi lugar es Quero (Toledo).

Además de Quero y Villacañas otros “lugares”, otros pueblos concretos habrá en aquéllos alrededores en los que por “lugar” se quiera decir tal pueblo concreto. Podríamos investigar esto. Siempre ocurre. Ninguna palabra, como ningún pájaro, se posa siempre sobre la misma rama, se dice solo en el mismo pueblo.

Bueno, pues nunca podremos saber, Cervantes muerto, nunca podremos entender lo que Cervantes quiso decir nada más empezar El Quijote. Si quiso ser ambiguo y desmemoriado, entienden unos, o desmemoriado tan sólo, según otros.

Y lo mejor de todo es que da igual. Nos quedamos tan frescos. Disfrutamos de la novela por igual. Cada cual la entiende a su manera.

Y aún otra cosa mejor. Ni Cervantes acaso advirtió que siendo tan conciso y sobrio y tan así como escribe Cervantes, dejaba ese cabo tan suelto.

© Ángel Coronado, 2013

 

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