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Ningún pensamiento nace nunca de
la nada. Y aquello que un día fuese recién nacido y reclamase tal
nombre podríamos, en efecto, llamarlo así. Pero no sería pensamiento.
Y sin embargo nunca se puede pensar lo mismo una y otra vez. Siempre
se dan pequeñas (o grandes) diferencias entre unos pensamientos y
otros. Que sean estas diferencias (o puedan ser) consideradas
ficticias, modos diversos de pensar lo mismo, sea cierto. Pero no
siempre ocurre así. Por ejemplo cuando se tiene lo que se dice una
feliz idea o cuando despiertas como de un sueño en el que todo antes
de despertar era cotidiano pero después todo nuevo, y también al
revés, como en un sueño en el que vuelves al día tras día después de
un agitado soñar. También así cuando conversas, lees, piensas, te
asalta como de fuera eso a lo que me refiero, un pensamiento que
parece que nace, que viene de la nada.
Sea esto como quiera, lo cierto
es que resulta difícil, cuando expones tu pensamiento, dar una cita,
reconocer, distinguir lo ajeno en contraste con lo propio. Considero
indiscernible, imposible de saber si a esa nueva idea se debe uno
mismo, de una parte, o es a éste, a uno mismo a quien se debe
aquélla. Imposible de saber en último extremo si ese pensamiento es
nuestro, es obra nuestra o por el contrario ajena.
Pero citar justificadamente
supone al menos tomar postura en esto. Citar sería, por lo tanto,
distribuir arbitrariamente paternidad a los pensamientos, distribuir
éstos entre uno mismo y el otro antes que atribuirlos con
fundamento. En suma, decir así: como este pensamiento no es mío cito
a su autor, o contrariamente (de considerarlo propio), me limito a
exponerlo sin más. Difícil tarea.
Pese a todo, la cita es siempre
necesaria. Siendo esto así, ¿por qué, poeta, no interrumpes el
poema? ¿por qué no interrumpes, cantando cantaor el canto? Por qué
no interrumpes tu risa riendo, tu cuento contando. ¿Por qué no
interrumpes la vigilia durmiendo, el sueño despertando? Perdóneseme
lo que sigue: ¿Por qué no interrumpes tanto gerundio gerundeando?
¡Atrévete! ¡Gerundea gerundeando!
Me gustaría muchísimo acertar de
lleno en la cita, pero no sé hacerlo. Aunque sepa por otra parte
(algo es siempre más que nada) que detesto una cosa.
Odio esto:
Coge una idea de otro. Sin
hacerla tuya pero agarrada con la mano y la mano en el bolsillo,
como viniendo a ella (porque la citas) pero desde ningún sitio salvo
ese de tu bolsillo, como afirmando con ella lo que no puedes afirmar
por ti mismo, como comprometiéndote sin comprometerte, como pensando
desde otro sitio que no es el tuyo, como si todo eso pero sin eso,
anda, cítala.
Detesto citar así. Detesto citar
diciendo “como dice tal (y aquí sigue siempre, de cierto, el nombre
ilustre porque da lustre) o como dice cual (y aquí otro nombre que
da lustre por ser ilustre)”, porque no se sabe si dices como (como
el que citas) o citas como (como el que dices). No se sabe a quien
citas porque pareciendo que citas al otro aprovechas al otro para
citarte. Como viajar en coche ajeno pero presumiendo de coche.
Por eso me parece bueno decir
que nunca digas “como dice” otro. Dilo como dices tú, pero deja en
paz al otro. Y si le pides ayuda, pídesela. Tan fácil decirlo como
difícil hacerlo, “como dice” un amigo que no cito porque no
sé si lo digo yo, él, o lo decimos ambos.
Algo más, y es esto a lo que
vamos.
Cuando se oye una palabra
extraña, una palabra que no entiendes, cítala. Ésa es la buena, la
mejor ocasión para citar algo. Cuando sucede que una palabra nueva
se posa en tu oreja, eso es algo, lo más parecido, a una verdadera
creación. Es el momento de la creación. No de la recreación sino de
la misma creación. No de una revelación, porque nada velado antes se
descubre, nada creado antes se recrea. Cuando eso, todo el mundo se
hace tuyo y tú mismo te diluyes en el mundo. Cuando eso, solo cabe
anunciar la buena nueva. Citar.
Sólo entiendo el diccionario
como una sucesión de citas. Nunca de normas, advertencias,
recomendaciones, nunca definiciones. Entiendo el diccionario como el
museo de las citas, como la casa de las citas, en el mejor de los
sentidos la “casa de citas”, la casa de las citas como Dios manda,
de las novedades, de las conversaciones. No se trata de un burdel
sino de un ateneo, ágora, de un casino de tertulia.
Lo malo es que hay diccionarios,
y a más autorizados más, que no dando más que citas nunca dicen que
las da. Recogen palabras pero sin decir de dónde ni de quién. Libro
hecho a medida del curioso, del que tiene hambre de saber, en lugar
de darle comida le dice lo que tiene que comer. Como una tienda sin
escaparate a la cual entrases no para comprar esto en lugar de
aquello (cómo saberlo sin haberlo visto), sino simple y llanamente
para comprar. Debido a lo cual ni compras ni vendes sino que
después de haber entrado sin saber lo que comprar, sales comprado.
Estás vendido.
En otros diccionarios por el
contrario, y sobre todo en los llamados locales, vernáculos, menos
cercanos a las academias, más coloquiales y familiares, con mayor
sabor a la tierruca de que se trate, sin tanto afán de ortodoxia, de
cátedra, universidad y tanto universo, de programa programático y
gramática programada, sin tanto dogma, con ese ingenuo apego a la
cita, el informe, la noticia, con ese sabor a tocino del tocino, a
hogaza de pan el pan, ese olor a ropa limpia de ropa limpia y a
gloria de la gloria, mierda de la mierda y, ¡santo cielo!, a semen
del amor, en esos diccionarios decía, la cita encuentra su mejor
lugar.
Cada palabra del diccionario, de
cualquier diccionario, es en sí misma la invitación a una cita. Qué
digo la invitación, el compromiso ineludible de hacerla. El
diccionario es por sí mismo el paraíso de las citas. Pero cuidado,
toda cita debe precisar aquí, no ya su autor con la enorme
dificultad de conocerlo (el habla no tiene autor), sino algo más,
algo en sustitución. Lo que se debe citar aquí, en el diccionario, y
sobre todo en el diccionario local, en el diccionario a ras de
suelo, es un tiempo y un lugar.
Y en esto nos volvemos a enredar
en una madeja inextricable. Un laberinto. Si difícil por no decir
imposible resulta reconocer paternidad o autoría de un pensamiento,
la misma dificultad reaparece cuando se trata de saber el tiempo y
lugar de uso de una palabra. El diccionario, sobre todo el que tiene
sabor a la tierruca, el terruño, suele salir de allí por alguna
puerta falsa. Porque, ¿de quién es la idea, digo yo, de quién es la
idea o el sentido de cualquier palabra?
De nadie, particularmente de
nadie.
Y así nos volvemos a enredar. El
tiempo es el de ahora. No somos filólogos. No podemos entrar, de la
mano de las palabras, en el túnel del tiempo. Pero el espacio, la
geografía, el lugar...Todo lugar es nuestro. A todo lugar podemos
llegar. Iremos a donde haga falta, pero ¿a dónde ir?. Podemos ir a
cualquier lugar pero, ¿a cuál? ¿Qué cita podremos hacer
desconociendo el lugar?
¿A qué cosa llamamos lugar? ¿Es
Talveila un lugar?
En un lugar de la provincia de
Soria de cuyo nombre conservo memoria imborrable, Talveila, se me
vino a las manos el citar unas cuantas palabras. Me vinieron, como
golpes de viento, unas cuantas palabras. Digo que unas cuantas
palabras, como pequeños cofres cerrados, celosos, con llave, se
metieron por mi oreja cerrando con llave todo lo que se cierra bajo
llave de cualquier palabra que no entiendes. Y citas la palabra,
seguro de que con ella, repito, va todo aquello que se cierra bajo
llave dentro de cualquier palabra que no es tuya y que por eso no
entiendes y que por eso citas. Esta es la ocasión. Nunca hubo una
ocasión como ésta para ejercitar con fundamento el difícil arte de
la cita.
¿Es Talveila un lugar?
Verdaderamente no lo sé, pero estoy seguro de que ninguna de tales
palabras se detiene y cae al suelo por el hecho de cruzar las
fronteras del término municipal de Talveila como pájaros que,
volando por ese cielo, cerrasen las alas al punto de cruzar esas
fronteras. Desconozco, lo confieso, los aires por los que vuelan
esos pájaros. Solo sé que se ven, volando y con sus alas abiertas,
por ese cielo, el de Talveila, tan azul cuando no llueve como gris,
de color de plomo, cuando la tormenta.
Porque conversando en Talveila
sobre carros y carretas se decía que allí no había carros de varas
sino tan sólo de pértiga. Ni noticia del carro chillón. Del carro
chillón solo se sabe más al norte, por la cornisa cantábrica y por
ahí. Hubo de haber algún día en el que aquí también los hubiese,
pero ese día ya lejano se ha perdido y no lo encontramos ni en la
memoria. Perdura medio escondido por las montañas del norte, pero
aquí no. El de varas es otra cosa. Carro también pero como de otro
mundo más nuevo pero no del nuevo mundo. El carro de varas es a la
mula como el chillón o el de pértiga es a las vacas o los bueyes. La
vara, como la tijera, la pinza o la tenaza, nunca va sola. Varas,
pinzas, tijeras, tenazas, gafas, pantalones, callos a la madrileña,
migas de pastor, sesos, pasas y piñones, y más cosas como casi las
narices y los mocos porque valen también para este caso concreto los
singulares nariz y moco, y muchas, muchas más, son al tiempo
singulares y plurales, extraña cosa que tiene perpleja y en
permanente suspenso a la gramática entera. Menos mal que a sus
manos, a las manos de la gramática, salieron callos y no se duele
ante ninguna excepción de ninguna regla, porque no existe la regla
gramatical sin excepción. Hasta el punto casi de poderse decir que
la gramática es pura excepción. Es excepcional. Solo a veces,
excepcionalmente, se cumple la regla.
Mientras el único animal de tiro
del carro de varas se ubica entre las dos (varas) que tiene y es la
mula, los dos animales de tiro del carro de pértiga suelen ser
bueyes (hay otros vehículos con pértiga más ligeros o veloces que
demandan caballos o mulas) y se ubican a un lado y otro de la única
(pértiga) que tiene. En Talveila solo hay carros de pértiga, lo que
se dice carretas. Y al hilo de aquélla conversación fueron saliendo
estas palabras que cito:
Y ahora viene lo inevitable.
Porque coleccionar conjuntos de letras y ordenarlos según nos dice y
nos da hecho el alfabeto, no es cosa de mérito. Lo peor es cuando
ese cofre se abre, cuando nos lo abren, porque nosotros no tenemos
la llave. Entonces, como cuando se frota la lámpara de Aladino,
aparece un genio. Cuando nos dicen que “aimón” es esto y “colonda”
es aquéllo y así, cuando aparece un genio que nos pregunta lo que
queremos y contestanos, a ver qué, lo que Ud. nos diga, a mandar que
para eso estamos, cuando el genio se pone acto seguido a parlotear,
grabamos su parloteo, a ver qué si no, porque nosotros callando y
escuchando, y según lo vamos grabando lo citamos. Citamos lo que nos
dice un genio en un lugar del que no sabemos sino que pertenece a
otro lugar que no conocemos. Reconozcamos esto, porque si no vamos a
enredarnos.
Daremos a ustedes unas cuantas
citas, pero reconozcámoslo, a cambio de saber que siendo tales,
siendo verdaderas citas, apenas acabamos de saber lo que citamos.
¡Qué saber! Apenas aprender a repetir, apuntándolo con prisa...¿cómo
dice....? ¿Escalera?
Repítamelo, por favor. Cada
palabra una creación, un acontecimiento, una cita.
Y al hilo de aquélla
conversación fueron saliendo unas palabras que por sí solas ni
ponían ni quitaban nada, pero al calor de las preguntas y al buen
tono de las respuestas se fueron ubicando cada una en su lugar. Creo
que de la memoria más que del entendimiento, pero no lo sé. Se
consumó la velada sin que nadie la cerrase o apagase. Se hizo la
noche y con ella la hora en la que, cada olivo, acoge a su
correspondiente mochuelo. Y las palabras que anoté fueron éstas:
Y ahora otras cinco voces que se
refieren a la rueda del carro, pero no específicamente al de pértiga
sino al de varas también. O mejor dicho, puesto que ambas clases de
carro tienen el mismo tipo de rueda (de radios o “rayos”), esto es,
eje de giro solidario al carro e independiente de la rueda,
desconozco qué voces o qué otras (e incluso si hay alguna)
pertenecen a qué clase de carro, de una parte, o cuáles pertenecen a
los dos.
Pina:
Voz recogida en Talveila.
Segmento circular y periférico en la rueda de radios a la que se
fijan éstos en su extremo exterior o perimetral del círculo en
que consiste la rueda.
Morrión:
Voz recogida en Talveila.
Pasador de hierro que atraviesa el eje de rotación de las ruedas
del carro impidiendo que éstas se salgan del mismo.
Rayo. Rayos y truenos, de nuevo
la sinonimia. De nuevo aquí aparece también lo indiscernible. Otra
vez vez a cuestas con este comprometido asunto. De nuevo al desnudo
la contingencia gramatical. Porque si este “rayo” acaso fuese
“rallo”, podríamos tener confusión fonética, depende, pero nunca
escrita del mismo lado sino de otro, porque “rallo” es también
botijo, instrumento para desmenuzar algo como alimentos (cebollas,
ajos, zanahorias, nunca carne, porque la carne no se ralla sino que
se pica), y quén sabe cuántas cosas más aunque DRAE no las cite.
Como no es probable que ningún señor usuario de la carreta se ponga
en sus ratos libres a escribir sobre la misma, y aún siendo así, tan
extraño, aún quedaría la duda de si la ortografía es o no es, dice o
no, estaríamos entonces en el mismo punto en el que nos
encontrábamos antes, nos encontramos ahora y siempre nos
encontraremos: ante una cuestión de rigurosa incertidumbre. Elijo
“rayo” sin saber porqué. Al amparo de la incertidumbre. De ningún
modo desafiando a nadie y menos a la gramática. Nunca vacilando con
ella, jugando a su mismo juego ni haciendo gala de contingente
autoridad. Así, porque pudo hacerlo, Juan Ramón Jiménez.
Rayo:
Voz recogida en Talveila.
Radio de la rueda del carro que unen las pinas al cubo haciendo
de la misma, esto es, de la rueda, pieza independiente del eje
de giro. Esto es sustancial. En ello se cifra la singularidad
del carro “chillón” en el que rueda y eje son la misma y única
cosa que, girando, chilla, suena, chirría, canta.
Acerca de la voz “Aimón” podemos
citar el sentido que el DRAE da, en una de sus acepciones de la voz
“limón” como derivada del francés, diciendo: “Limón: cada una de las
varas de un coche de caballos.” Corominas lo ratifica
Tan solo añadiremos que aquí se
refleja una vez más la difusión de diversas corrientes de cultura,
(porque la cultura, como los ríos, circula como lo hacen las
corrientes de agua de los ríos) culturales que del norte nos llegan
a través de los Pirineos. Y no se trata tan solo del románico y del
gótico con todo su ornamento y aparato, sino de más cosas. Por
ejemplo la sustitución de la vaca o el buey por el caballo (caballo
bretón, caballo de fuerza, nunca pura sangre, jamás corcel) y sobre
todo la mula, todo ello por amplias regiones del norte de la
península.
©
Ángel Coronado,
2014
El
libro de citas
"VECERA"
Cayendo "PICES"
El sonido y el sentido. "CALLÍN"
Entre Almazán y Tajueco
El
Corral
"ALAR"
"CARACOLERA"
"TEDA"
Sinonimia
El Diccionario
Lengua
y Habla
Vocabulario de la MATANZA
Sobre
la palabra "LUGAR" en el Quijote
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