Bendito sea el
cazador. Ha rendido su escopeta y la liebre, a la carrera y de un
salto, escapa del escenario tras ese horizonte que nos devuelve al
punto, menos la liebre, todo aquello que se llevó. Hasta esa hormiga
que parece, ajena y ciega y sorda y muda, no haberse dado cuenta de
nada.
Lo normal es que suene
un disparo y, buen cazador, la liebre muera.
Cuando hablando salta
en la boca de otro alguna palabra que nunca, nunca hubiese podido
salir de la tuya (todos jugamos de niños alguna vez a proferir
sonidos como si fuesen, sin serlo, palabras, pero eso es otra cosa),
siempre disparo. Anoto en una libreta, maldita sea la prisa, lo que
puedo que nunca es bastante. Después de matarla y con esa mala
sangre que siempre te deja eso, cojo la liebre y me la como. Con la
piel y unos ojos de cristal, la naturalizo. La diseco. Hago con ella
lo contrario de lo que digo. Que la naturalizo digo. Porque si
hubiese querido hacerlo hubiese dejado escapar la liebre, libre,
para que saltara y saltara de nuevo naturalmente naturalizada.
En el museo de
ciencias naturales miles de pares de ojos de cristal nos miran.
Frecuento el museo de los bichos que parecen vivos estando muertos,
me gusta, pero ese placer es otro. Ahora estaba diciendo que de todo
ese horizonte acá, entre tantos árboles y debajo de tantas nubes y
sobre tantos granos y granos de tierra y arena, hace falta que
salten los canguros y las pulgas y las liebres.
El otro día,
conversando con otro, saltó una palabra como una liebre queriendo
escapar. Disparé y la maté. La tengo disecada. Sangraba por la boca
y, entre no saber qué hacer o hacer algo a toda costa, esa sangre,
morro de liebre con bigote, conté los pelos, cuatro a cada lado.
Ocho pelos largos, cuatro a cada lado y entre cuatro y cuatro los
dientes. Blancos, juntos, largos. Ensangrentados.
Pues bien. Digamos que
tengo esa liebre disecada. Parece viva. Y lo mejor es esto: al
natural también las hierbas. Y esa piedra con musgo. A la derecha
como una especie de nido de hierba suave y aplastada. Es la cama.
Las liebres, nómadas, no tienen casa. Sólo cama. Tienda de campaña
que se llama cama. Y dicen, duermen siempre con un ojo abierto.
Tengo una guía de
campo que describe la cama de la liebre. Dice así:
"La madriguera de la
liebre es una depresión poco profunda, a menudo natural, más o menos
igual que la producida cuando un hombre se arrodilla en un suelo
blando, y es un poco más profunda y ancha por detrás que por
delante. La liebre generalmente quita rascando la hojarasca y otras
cosas y entonces se echa en el suelo. Sin embargo, las madrigueras
de liebre en las que han nacido crías están forradas a menudo de
pelo que la liebre hembra se ha arrancado de su misma piel...."
Pero bueno, ¿Es que
recoger una palabra del suelo, levantarla del suelo y cuidarla es
como matar una liebre inocente, libre liebre, matarla? Pero bueno.
¿Es que no gasto
tiempo en ir recogiendo palabras? Siempre palabras que no entiendo.
Me fascina oír hablar en cualquier idioma que no entiendo. Es, como
para el cazador, un campo lleno de liebres. Tantas liebres que
parece tonto correr tras una. No das el primer paso cuando ya te
sale otra.
Entiendo que las
palabras que usas, esto es, cuando hablas en tu idioma, guardas una
especie de desprecio hacia las propias palabras. Hacia su ser puro
sonido. De alguna forma las matas. Tan atento estás (y es obligado
estarlo) en usar de las palabras, como herramientas, para darte a
entender y entender a tu vez que has sido entendido, que por eso
éstas, por su parte y en lo que pueden, se retiran respetuosas ante
la invasión de su sentido. Por la tuya, por tu parte, sólo estás en
éste. Sólo te importa el sentido. En lo que dices y en lo que, por
decirlo el otro, escuchas.
¡Buenos días!, dices.
Y te sientes satisfecho de haber cumplido y de que contigo cumplan
diciendo lo mismo. ¿Dónde está, me pregunto, el "canto" de la
palabra "buenos"? ¿Dónde, si acaso la tuviese, dónde la inocencia de
la palabra "día", el encanto luminoso de tan pocas letras?
Me parece que "oír" y
"escuchar" no significan lo mismo. Sólo se puede oír, en su más
preciso sonido, la palabra que no entiendes. Cuando ya sí, entonces
no la oyes. Nunca más la podrás oír. En su lugar la escuchas. Y a
través de la escucha entiendes.
Creo que solo se
pueden oír de verdad las palabras que no entiendes. El oficio de
poeta pretende hacer las dos cosas al tiempo, lo que no es posible.
Por eso lo intenta una y otra vez. A veces lo consigue, me parece.
Pero atención. Puede ocurrir lo siguiente: sin darse cuenta el
poeta, es el lector quien lo advierte.
El otro día buscando
setas y al tiempo, en lugar de liebres, pude ver saltando y
corriendo tres corzos. El corzo corre como tú respiras, sin hacer
ruido, como si hablases en silencio porque corre como a veces se
habla sin palabras. No hace ruido al correr, como la liebre, como
una liebre grande que corre y salta.
Días atrás, andando
por ahí, me saltó al paso una palabra de cuyo sonido doy fe. Suena
como una "c" seguida de "a" para terminar de golpe, aguda, sílaba
picuda con acento en la "i" de "llín". Escrita "callín". Como suena.
"Callín"
Podría ser "Kallín",
pero no lo creo. Me parece que la gramática diría que no. El
diccionario dice que no sabe, que no contesta, y por mi parte yo
creo que no. Da gusto verla correr como si fuese un corzo, saltando
seguro por entre un campo plagado de dudas. Otra duda: podría ser "Kayín",
o "cayín". No lo sé. Descarto "qallín" porque la gramática ya lo ha
descartado de antemano, pero pienso también que las voces corren por
delante suya y bien podría ocurrir, aunque lo veo difícil, es tan
terca la gramática, que cediese reconociendo ese orden natural de
los acontecimientos que dice del habla correr por delante de la
lengua y de la gramática, bien podría ocurrir, decía, que cediese
ante una voz como ésta. Lo merece.
Antes de dar razón de
su sentido quiero comprobarlo mejor. Iré a vivir una temporada por
donde la he visto correr y saltar. Quiero verla comer, quiero verla
dormir, quiero ver si acude cuando la llamas. O huye. ¿Silvestre?
¿Domesticada? Sencillamente, quiero aprenderla como aprendí el
habla. Porque no quiero matarla y disecarla. Porque no quiero
invertir el orden natural de los acontecimientos. Y ese orden ordena
que un par de acontecimientos se unan, sean uno, que se produzca ese
milagro, eso a lo que llamamos milagro pero que no lo es. Que se
levante como una niebla o neblina baja, localizada en algún río,
como una canícula pero con fresco y humedad en lugar de calor, como
queriendo anunciar cambio brusco de tiempo. Que ocurra esto y oigas
al mismo tiempo la voz "callín". Y así repetidas veces hasta que de
tanto repetirse la voz cuando la niebla esa, y la niebla esa, esa
misma, esto es esencial, esa misma niebla cuando la voz, ambas cosas
lleguen a unirse y no se separen jamás tanto en la dicha como en la
desdicha, en la gracia y en la desgracia y hasta que la muerte,
hasta que la muerte decida otra cosa, tal cual ocurre hoy día en
Vellosillo (Soria) y otras localidades limítrofes en las que dicho
milagro, milagro visto desde fuera, pero que no lo es allí ni lo ha
sido nunca desde tiempo atrás del que no tenemos noticia, es algo
tan natural como ver esa especie de neblina y exclamar: "Hay callín.
Parece que quiere cambiar el tiempo"
¿Qué decimos, qué
queremos decir cuando decimos que hablamos castellano cuando nunca,
nunca, nunca hemos pronunciado ni oído ni entendido "callín" hasta
que un día, parece que quiere cambiar el tiempo, estando en
Vellosillo, como si estamos en otro sitio, que no tan solo en
Vellosillo parece que quiere cambiar el tiempo, en muchos lugares
ocurre lo mismo, de pronto explota como un estampido ese día,
explota un sonido que no es un trueno, explota un sonido allí,
explota "callín"?