En Tierras Altas,
ocupando una llanada, Matasejún ha conservado muchas de sus tierras de
cereal. De ellas, y de las merinas, han vivido a lo largo de su
historia. Con la gran emigración algunas familias se instalaron en
Andalucía. El padrón de habitantes del año 2010 indica que Matasejún
tenía censados 18 habitantes. Residir a lo largo del año, residen muchos
menos, pero cuando llega agosto este pueblo, como casi todos los de la
provincia de Soria, bulle con aquellos que marcharon y nunca han podido
olvidar su lugar de nacimiento. Las casas están muy bien arregladas,
algunas nuevas, y allí se reúnen para celebrar sus fiestas patronales
que, al igual que sucede en la Soria más despoblada, han sido
trasladadas a ese mes de verano a fin de facilitar las reuniones
familiares y festivas.
Fue Matasejún uno de
los primeros pueblos que visitamos cuando hicimos el trabajo sobre la
despoblación, buscando las causas más cercanas a cada cual, y en esa
visita conocimos a Mary Paz Pérez, quien también se había marchado,
concretamente a San Fernando (Cádiz). Aprovechamos para pedirle una
receta propia de la zona y nos dio la cecina con garbanzos y repollo,
que publicamos en “Por los fogones sorianos”, hace ya veinte años.
En alguna ocasión nos
hemos visto en Sarnago y el año pasado, 2012, Mary Paz (o Pacita como
también la llaman), nos dijo que en su pueblo también se celebraba la
fiesta de las Móndidas. Había un fondo de queja cariñosa, pero no le
faltaba razón. Prometimos ir este año y allí estuvimos.
Las Móndidas de
Matasejún forman parte de la tradición que hubo en algunos pueblos de
Tierras Altas, perdida con la sangría poblacional, y recuperada con
tesón e ilusión a partes iguales, por los habitantes estantes y ausentes
física, que no emocionalmente. Concretamente las de Matasejún se
recuperaron en el año 2001, según nos informó Luis García Fernández
quien fue entonces mozo del ramo y, también, nos ha proporcionado las
fotos antiguas. Antes de la recuperación se celebraban el día de la
Santísima Trinidad. Vestían entonces las mozas de blusa blanca y falda
morada, con un chaleco negro y un mantón de manila. Al recuperarlas, la
vestimenta ha cambiado algo.
Lo que no ha cambiado
es el rito. Intervienen en la ceremonia tres muchachas vestidas con
trajes ceremoniales y tocadas con cestos o cestaños; el mozo del ramo,
siempre de guindo, adornado con rosquillos, cintas y flores; más tarde
se une el patrón, san Roque, con las autoridades; todo ello acompañado
por los gaiteros.
El mozo del ramo va a
buscar a las móndidas. Este año han salido las tres de la misma casa. La
razón es que se trataba de madre e hija, Primitiva Jiménez Fernández y
María Gema del Barrio Jiménez, y otra muchacha, Beatriz Cuesta Jiménez.
El mozo del ramo, José Antonio del Barrio Jiménez es hijo de una móndida
y hermano de otra. La emoción estaba servida. Desde la casa se dirigen a
las antiguas escuelas donde se forma la procesión laica, previa
colocación de los cestaños a las móndidas por parte del mozo del ramo. A
esta procesión se le une, más adelante, el patrón, san Roque, y todos,
al son de “Resurrección”, se dirigen a la pequeña ermita blanca que
porta el nombre de patrón, al final del pueblo, donde se le canta una
Salve.
Después se va a la
iglesia, de piedra grisácea, con atrio, advocada a Santa María,
acompañados por los sones de “Pasalodos”, y las móndidas, una a una, van
entrando en el recinto, mientras los gaiteros tocan “Tonadilla general
para dulzainas”, de Blas de la Serna, sobre cuya emotiva melodía, don
Antonio Arroyo, el sacerdote, llamó la atención de los asistentes. Una
vez dentro el mozo del ramo coloca de nuevo los cestaños a las móndidas
y ellas, con paso lento y ceremonioso, se dirigen hacia el sacerdote,
hacen una ligera reverencia, y besan el manípulo.
Preguntamos a Luis
García si antes portaban arbujuelos como en San Pedro, o roscos de pan
azafranado como en Sarnago, y por correo electrónico nos contestó
afirmativamente. Ahora no llevan ni lo uno ni lo otro, pero no falta el
pan en las fiestas, ya que el día anterior los muchachos corren el rosco
en las eras, lo ruedan, y se les regala rosquillos. Dulces estos
presentes en todas las casas, en las puertas, cubiertas las bandejas por
preciosos trapitos bordados.
Un día hermoso y un
rito que, por mucho que veamos, nunca deja de sorprendernos, porque en
él, a pesar de los cambios y añadidos, en especial religiosos, todavía
se rastrea el antiquísimo rito de las ofrendas a la diosa Ceres. Por eso
el pan, de una u otra forma, no puede faltar en estas fiestas.
Queremos agradecer la
amabilidad de la gente serrana una vez más, especialmente a Pacita,
María Jesús Miguel Lafuente, Pilar Redondo García, Antonio Barrero, Juan
Torregrosa Mata, y tantos otros que se nos olvidarán.
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