El
Lavadero Viejo
por
Paquita Molinero
Ahora
que has venido, no te vayas sin saber que cuando todavía no teníamos
agua corriente en las casas y había que ir a las Fuentes, Navaleno ya
tenía un formidable lavadero aquí, en la salida hacia Soria, un poco a
la derecha de las últimas casas del pueblo.
Recuerdo cuando yo era muy niña que había un lavadero -decían- de agua
caliente. Todos lo conocíamos por el "Lavadero Viejo", pero ocurrió que
muy pronto construyeron uno nuevo -que aún existe- moderno y bonito,
enterito de cristal para que las mujeres pudieran tomar bien el sol
mientras lavaban, hasta tenía una chimenea en un rincón, pues sabido es
lo duro que aquí es el invierno.
El
Lavadero Viejo era un edificio de tres paredes, al Sur, no tenía, de
esta manera se recibía sin obstáculo todo el sol. Había un pilón en el
suelo que ocupaba el centro del edificio, mientras que el suelo del
alrededor era todo de madera. Allí -como en la iglesia - las mujeres se
arrodillaban a lavar al tiempo que no paraban de cotillear las noticias
del pueblo. Había 24 plazas. El chorro de agua venía de unos 30 metros
más arriba, de "La Fuente Vieja", entraba por la parte sur y salía por
el norte. Que curioso se me hace pensar, el agua fuera de temperatura
cálida, mientras que en el verano la considerábamos fresca y la
apreciábamos por ello.... me acuerdo bien porque era uno de nuestros
trabajos habituales, el de ir a llenar los botijos para beber, de paso
merendábamos, hacíamos barquitos con la punta de la navaja, monicacos
con los cortezones de los pinos negrales... mientras contemplábamos el
cubo de madera, tan común en las fuentes de la época.
Pero
esta Fuente también tiene una historia triste: un día se ahogó un niño
mientras su madre estaba lavando, con prisas para acabar, sin levantar
la vista de la ropa... el niño, sin duda, se agachó a coger algo o a
mirarse en el agua y cayó de cabeza. Aunque poco profundo quedó
encajado. Cuando la madre salió de la soledad de sus pensamientos y de
la obsesión de la ropa sucia, se encontró a su angelito con los pies
para arriba y estrenó sin duda, la etapa más triste de su vida.
"La
Fuente Vieja" de Navaleno, José Ignacio Esteban
En mi
casa siempre hubo lavandera. No, no es que fuéramos ricos, si acaso de
clase media acomodada, pero nunca nos faltó de nada. Lo que éramos, que
éramos muchos: padres, nueve hermanos (ocho cuando menos, pues el mayor
tuvo el privilegio de ser estudiante y vivir en Madrid los años
jóvenes...) y por tanto se formaban montañas de ropa.
Mi
madre nunca tuvo cocinera ni otras ayudas. pero lavandera eso si,
tuvimos siempre a la Saturnina, la lavandera... Era una señorina viuda,
pequeñita, buena y trabajadora como nadie, tenía dos hijos –de mozos, el
hijo se fue para cura y la hija se quedó con ella...-me acuerdo que
entonces ganaba 2,50 pts de jornal. En nuestra casa tenía trabajo tres
días a la semana.
Así
durante muchísimos años, se puede decir que mientras pudo trabajar.
También venía a ayudar los días de las matanzas y a las limpiezas
generales, tres veces por año, y cuando tocaba hacer todos los
colchones de lana¡ ¡aquello no se acababa nunca, ya que al menos
teníamos quince!
¡Era
tan grande nuestra casa!... hoy sigue siendo un estupendo edificio de
piedra, situado a la izquierda del Ayuntamiento, de planta, piso y
desván. Repartido en tres viviendas a las que han ido haciendo arreglos
sucesivos y añadiendo materiales, por cierto con mal gusto y sin ningún
respeto por la arquitectura popular.
La
Saturnina, además de honrada y trabajadora -cualidades que antes eran de
dominio general- era valiente, "supervaliente" que dirían los jóvenes
de hoy. A pesar de su aspecto menudo, no creo que nunca pasase de los 34
Kg., no faltaba nunca el lunes por la mañana, allí estaba a buscar los
baldes de ropa hasta arriba. Se ponía un rodete en la cabeza y con los
brazos libres lo trasportaba hasta el lavadero viejo, tanto si nevaba
como si llovía... muchas horas pasó allí sola, sin otras con las que
comentar sus cuitas... años más tarde intuí la razón de su resistencia
al frío... yo me ausenté del pueblo unos años después de casarme y
cuando volvía de tiempo en tiempo y nos encontrábamos, recordábamos
cosas y yo la veía disfrutar de la charla... siempre tan coloradita, un
poco como "abotargada". A medida que envejecía comía menos. Duró mucho
tiempo. La última vez que visité a la Saturnina, reparé que a la altura
de la cabecera de la cama en la que yacía, tenía una botella mediada de
anís y me creí lo que se contaba de ella desde hacía tantos años, que su
desayuno consistía en una sopas de aguardiente... y entendí cómo cuando
mi madre le decía "déjalo para mañana que hoy hace muchísimo frío y la
ropa no nos hace falta" ella contestaba invariablemente "si no tengo
frío y además en el lavadero el agua sale caliente".
©
Paquita Molinero (enviado por Nati de Grado)
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