La sierra de
Cameros alberga pequeños pero recios pueblos, sólo uno de ellos
pertenece a Soria, la villa de Montenegro de Cameros.
El emplazamiento singular y su arquitectura rural confieren a este pueblo una insólita
belleza. Todas sus casas están construídas con piedra sillar y algunas de ellas
blasonadas. Restos del señorío al que estuvo sometida, el del conde de Aguilar, señor
de los Cameros.
En
territorio geográficamente riojano y anunciando el acceso al impresionante y bello puerto
de Santa Inés, se asienta esta villa rodeada de parajes profundos y misteriosos, como el
"Alto del Buey", "Los Berezales" o el "Peña Negra".
Hayas, acebos, encinas y robles de un verde oscuro junto a las masas oscuras de las rocas,
predisponen a aventurarnos en historias fantásticas, como las que deberían darse el dos
de noviembre, fecha dedicada a las ánimas del Purgatorio, donde los mozos tocaban las
campanas durante toda la noche.
Contaban con siete ermitas, de las cuales sólo se conserva, restaurada, la de San Mamés
del siglo IX, que tiene en su interior restos de pinturas románicas.
La iglesia está dedicada a la Asunción de Nuestra Señora.
Los montenegrinos además de la ganadería lanar y vacuna, recrían yeguas y sus cabras
trotan airosas por los escarpados montes. Nos cuentan que no pueden cultivar huertos
porque el gran número de venados que viven en la zona, acaban con todo lo que plantan, a
pesar de ello hay que decir que las patatas y las cebollas de los pequeños huertos
familiares son excelentes. Como excelente es el chorizo que se cura en estas altitudes. El cocido que elaboran en esta zona es de esos platos "que
resucitan a un muerto". Y no faltan los dulces
*retorcidos para los
días de esquileo.
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También tienen su ilustre montenegrino, Ignacio Camargo, nacido en 1650, jesuíta y
prefesor de Teología en Salamanca, autor de un discurso teológico y de una Regula
honestitatis Moralis, dedicada a Clemente XI.
Poco más de cien habitantes pueblan esta villa y los hay de todas las edades, será el
frío o los montes negros de su entorno, por lo que se acusa de forma especial el calor de
los hogares y la hospitalidad legendaria de las gentes serranas.
©
Luisa Goig
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