César Sanz Marcos e Isabel Goig
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El
pasado mes de agosto tuvo lugar en San Pedro Manrique el mercado
tradicional, pionero en la provincia. De nuevo se dieron cita en la
gran plaza de la villa manriqueña trajineros, aldeanos, hueveros,
vendedores y compradores, el coche de la Exclusiva y los carros del
Tacho de La Rubia y otros. Las viandas fueron abundantes y hasta
sofisticadas, muy distintas a aquellas otras que allá por los años
cuarenta, cincuenta y sesenta llevarían hombres y mujeres para su
venta. Las necesidades de entonces eran sobrias, como la capacidad
para adquirirlas. La cecina se salaba en casa, los embutidos y
jamones también, y leche para los quesos abundaba, hasta la grasa se
convertía en jabón. Pero se necesitaría la sosa, el pimentón, la sal
o el traje para la boda del chico, y el vino, y esas cosas iban a
buscarlas al mercado de la villa. Hubo representación de oficios
antiguos y de otros a punto de serlo. Uno de estos es el que se ve
en la imagen de César Sanz, el esquilador de los animales de labor.
Al fondo, dos aldeanos con boina y manta al hombro esperan que al
animal le pasen la bruza, para cargar los serones y llegar, por el
camino de herradura, a uno de los pueblecillos ya abandonados.
Desde
hace pocos años los rebaños no bajan a extremo. Alguno, acaso, es
transportado en camiones. Casi todos los pastores se han jubilado,
los menos se han trasladado a vivir, con sus animales, a las ricas
dehesas del Sur. En las cañadas, cordeles y veredas crece la hierba
o han sido ocupadas por cultivos subvencionados o por
aerogeneradores favorecidos. Si nadie lo remedia –y parece que así
va a ser- en unos años, cuando el último trashumante deje de
existir, Soria perderá un rico patrimonio. La trashumancia es mucho
más que bajar y subir los rebaños. Con ella dejará de existir su
propia jerga de roblas y alboroques, sus propios guisos a base de
cecina, migas canas y migaos, sus propios avíos, el conocimiento de
las plantas para curar las heridas de los animales, la construcción
de los chozos y ese mirar al cielo especial, distinto del de los
agricultores. Las canciones pasarán a formar parte de recopilaciones
museísticas y las colodras dejarán de ser talladas. Hilorios,
trasnochos y otras conteras se irán desdibujando como las
tradiciones orales, haciéndose desconocidas e irreales. Ya casi todo
este mundo pertenece a los museos, como el de Oncala o el de la
Venta de Piqueras. Porque ya casi se puede hablar de la trashumancia
en pasado, la cámara de César Sanz captó, en el mercado tradicional,
esta imagen, de la que parece surgir el sonido metálico, cierto y
medido de los esquilos.
Esta
imagen de César Sanz muestra a un joven esquilando una oveja durante
el mercado tradicional. Es una actividad frecuente en toda la
provincia de Soria. La trashumancia casi ha desaparecido, pero el
ganado lanar estante abunda. Manuel del Río, en su “Vida pastoril”,
decía "... y si daban un golpe de tijera malo no darían tres; cuanto
más hermoseada de cordón sale la res de mano del esquilador, más
daño queda en el vellón”. O sea, que si la res aparecía “hermoseada
de cordón”, quería decir que el esquilo estaba mal hecho, que el
cordón embellecedor contenía lana, y si la lana se quedaba en la
res, no pasaba a las sacas para su venta, y no hay que olvidar que
el vellón sirvió de moneda de cambio y de autentificación de ellas,
sobre todo los reales que, para ser de ley, debían ser “reales de
vellón”. El esquilo era una fiesta y aún lo sigue siendo, pues hace
unos cinco años, en una de nuestras visitas a Montenegro de Cameros,
la señora Isabel había organizado una mesa repleta de viandas.
Comidas abundantes y frecuentes para que los esquiladores cundieran.
Galletas del esquilo, anises, leche de cabra recién ordeñada sopada,
migas, escabechados, jamón y chorizo, paella y “la tonta”,
refrigerio de media tarde compuesto de elaborados en el horno por
las mujeres de la casa.
"La
yegua de la mano
tiene un potrillo
con una patita blanca
y un lucerillo.
Un lucerillo, madre,
un lucerillo,
la yegua de la mano
tiene un potrillo.
La yegua Royana
no quiere trillar
porque la trilla
se ha de terminar,
se ha de terminar,
la yegua Royana".
Cuando se acudía a las eras para trillar, hasta las yeguas sabían
que esa era la última actividad, el final del laboreo en el campo. A
decir verdad, faltaba la principal, aquella en la que se utilizaban
las fanegas y los celemines. A partir de ese momento se abría una
temporada de descanso, de fiestas para agradecer al santo patrón la
cosecha ya fuera buena, regular o mala. Si la recolección había sido
buena, tal vez las yeguas y machos recibieran ración doble de paja
fresca. Los amos, después de la trilla, allá por septiembre u
octubre, sacarían de los zapatos los periódicos antideformidad y de
las arcas los trajes. Las amas se irían al horno a cocer rosquillas
y harinosas y yeguas y machos, durante unos días, retozarían felices
por la dehesa. El fotógrafo César Sanz, ha captado, en las eras de
San Pedro Manrique, la yunta arrastrando el trillo de piedras de
Cantalejo.
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del texto: Isabel Goig
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de las fotos: César Sanz Marcos
César
Sanz
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