La villa y tierra de San Pedro Manrique están situadas a espaldas de la
sierra
de Alba, en el nacimiento del río Linares, que vierte sus aguas al Ebro. La villa y sus
veintiséis aldeas están emplazadas en una comarca natural, al Norte de la provincia de
Soria, en las estribaciones del sistema Ibérico, entre la sierra Cebollera y el Moncayo.
Es una comarca fragosa, de montañas calvas, colinas cenicientas, fabulosas pedrizas en
glaciares y verdes pradillos que florecen bien entrado el verano. Su paisaje es de fiereza
y dramatismo. Sólo las praderas de las umbrías y los robledales de Montaves mitigan la
amarga brisa de las estepas solitarias.
En las alcudias erosionadas de las montañas y en los collados abiertos por las fuentes
del Linares, los aficionados a labradores cultivan los cereales castigados por los hielos
de primavera y los pedriscos de verano.
Esta comarca, auténticamente serrana, de ambiente ganadero, vivero de emigrantes, limita
al Sur con la sierra de Alba y fría; al Este, con la montaña de Alcarama y los montes de
Fuentebella; al Norte, con los Altos de Pereita que lindan con La Rioja, y al Oeste, se
abre en arco de media luna, sobre cerros erosionados, hacia Cebollera y tierra de Yanguas.
La villa cuenta con una población de mil habitantes que con los de sus veintiséis aldeas
suman 4.788. El promedio de habitantes por cada pueblo es de unos 180, con tendencia a la
disminución de población desde el año 1910, que poblaban 6.000 almas esta comarca
frontera de la Rioja y Navarra.
Los habitantes de la villa y tierra de San Pedro Manrique tienen un estilo de vida
pastoril: Pastores, cazadores y aficionados a labradores pueblan las sierras áridas y
frías, emplazando los caseríos al abrigo de las colinas, al pie de un manantial o junto
a una dehesa cercada de hayedos.
Son celtíberos íntegros, de estatura media, cráneo alargado, ojos claros y pelo
castaño, que descienden de aquellos íberos magnánimos de las sierras distercias de los
que dice Estrabón que se honraban en obsequiar a su huéspedes.
El abolengo de los grandes rebaños de merinos trashumantes, de la época floreciente de
la "Mesta", ha dejado en estos pueblos las huellas de su tradición ganadera. La
disminución de la población, con una corriente migratoria hacia la Rioja y otra a
Extremadura, corre parejas con la disminución de la ganadería. Los hombres de esta
comarca, como las aguas de las fuentes que ven nacer, emigran a otras tierras de
promisión, para ganar, en batalla legítima, el pan de cada día.
Ya no quedan en esta comarca más que veintisiete mil cabezas de ganado merino
trashumante, que se reparte aproximadamente de este modo:
10.000 cabezas en Oncala; 8.000 en Huérteles; 3.000 en El Collado y Navabellida; 3.000 en
San Andrés de San Pedro; 2.000 en Palacio de San Pedro y Las Fuentes y 1.000 en
Matasejún. Un solo ganadero de San Pedro Manrique contaba, en otros tiempos, con 10.000
cabezas de merinos. Sin embargo, la principal riqueza de esta comarca es la ganadería,
que se ha revalorizado en la actualidad de manera sorprendente.
Es curioso hablar con los pastores que han hecho veinte y veinticinco veces las rutas de
los cordeles de Castilla hasta Extremadura y sienten la nostalgia del recuerdo de estas
frases:
"No hay grande de España, tan bien protegido por Alcaldes y Alguaciles, como lo
están sus ovejas".
Sienten el dolor de contemplar roturadas las cañadas de seis sogas de anchura, 90 varas,
75 metros, y los cordeles de la mitad de anchura, por donde los rebaños trashumantes de
merinos, oriundos de los traídos a España por una tribu africana en el siglo XII, iban y
venían de Castilla a Extremadura, holgados de pastos, protegidos de alcaldes, lujosos de
privilegios y orgullosos de sus fueros.
Los pastores dormían siempre al raso como fieles guardianes del rebaño. Al llegar la
noche, cercaban el ganado con la red y los mastines trujillanos montaban la guardia contra
las alimañas y
avantos.
La llegada de los rebaños trashumantes a los pueblos de esta comarca ibérica, en el mes
de junio, es todavía un acontecimiento extraordinario. La sierra pierde su hosco ceño y
se embellece con el sonar de las esquilas. El paisaje se humaniza con las canciones de los
zagales. Pastores y rabadanes narran las peripecias del viaje y sus luchas, que ahora son
contra los seres humanos. Por las tardes, los dueños de los rebaños, montados en su
yeguas tordillas, escalan las veredas de las montañas a llevar la sal envuelta en salvado
para el ganado y el avío a los mayorales.
El esquileo y la marca del ganado son fiestas que se celebran en los pueblos de esta
comarca con abundancia de presentes y regocijo de primavera. Las tortas encañadas, las
golosinas y licores se reparten entre esquiladores y rabadanes con brindis de enhorabuena
al ama de casa.
La víspera del esquilo por la tarde, los pastores cuidan de que no se moje el rebaño. El
ama de casa hace rosquillas, tortas encañadas y exquisitas pastas, al horno o en sartén,
y prepara las sopas de leche azucaradas que han de servir de postre a los invitados. al
salir el sol, el ganado queda encerrado en el "guache", los rabadanes comienzan
a trabar las reses y los esquiladores a darles a las tijeras.
Cada ganadero invita a sus familiares y amigos al esquilo. Se charla sobre el precio de la
lana, del arriendo de los cortijos en Extremadura y si salen gordas las reses. Se come y
bebe en abundancia ahítos de enhorabuena. Los esquiladores cantan a coro canciones
alusivas al vino y
caldereta.
(pulsar para ampliar la foto)
Al llegar el mes de octubre los rebaños parten hacia Extremadura como ejércitos en
campaña. Les esperan treinta días de jornadas, de sol a sol, en lucha permanente contra
guardas y labradores. Hoy se echan de menos aquellos alcaldes de la "Mesta" que
vigilaban sus privilegios. al frente del rebaño va el mayoral, general en jefe, con
grandes recursos dialécticos para enfrentarse con los alcaldes de Castilla, que con la
vara en la mano parecen Emperadores. Después siguen los rabadanes, que exploran los
cordeles por ver si hay trampas donde queden aprisionadas las reses; luego, los pastores y
zagales con los mastines, que, amorosos del rebaño, lo escoltan como a joya codiciada.
Detrás continúa el intendente mayor o ropero, al frente de las yeguas de carga con el
hato de ropas, comestibles y utensilios para el condumio.
Las calvas de las sierras distercias de la Ibérica se quedan mudas de soledad al partir
de los rebaños de merinos. Los pueblos tristes y silenciosos vuelven a quedar enquistados
entre la nieve en las abolladuras de las montañas cubiertas del manto nacarado de las
celliscas. Es cuando quedan las
estepas, con sus rizos rizados, reinas de la comarca, retadoras de la úrgura invernal.
Las zagalas cantan la canción de despedida de los pastores con el siguiente cantar:
"Mis amores son pastores,
pasan el puerto mañana,
quien fuera cantinerita
del puerto de Oncala"
La capital de la comarca es la villa de San Pedro Manrique. Perteneció al señorío del
linaje de los Manrique, desde el año 1383 que fue nombrado señor de la villa don Diego
Gómez Manrique. Su hijo don Pedro Manrique de Lara heredó este señorío y dio el
apellido Manrique a esta población frontera del reino de Navarra. Los Reyes Católicos
concedieron a los señores de esta villa el título de Duques de Nájera.
Los últimos señores de San Pedro Manrique han sido del linaje de los Gante, que
defendieron con heroísmo y a costa del incendio de su palacio, esta noble villa, en la
guerra de la Independencia, contra las tropas napoleónicas.
Quedan en la villa restos de sus murallas y su castillo defensivo del desfiladero del río
Linares que da paso a la Rioja. Hubo un monasterio de templarios y tuvo cuatro parroquias
y siete templos, lo cual revela su tradición religiosa. Aun quedan algunos palacios
señoriales, de antiguos ganaderos de la "Mesta", con escudos nobiliarios
expresivos de los privilegios concedidos por los Reyes en premio a la lealtad y riqueza de
sus moradores.
(pulsar para ampliar la foto)
En la villa se celebra un mercado
ganadero los lunes al que acuden los habitantes de la comarca, mercado que ha perdido su
color tradicional y se ha convertido, de feria ganadera, en mercado de estilo industrial,
que abastece a las necesidades mercantiles de la región.
Han mejorado las comunicaciones de la comarca con una carretera que parte de Ágreda,
cabeza del partido judicial y va hacia los Cameros pasando por San Pedro Manrique y
Yanguas a enlazar con la de Soria a Calahorra. Hay otros ramales de carreteras, uno de
Huérteles a San Pedro Manrique y otro de Oncala a San Andrés. Pero todavía no disfrutan
de las comunicaciones telegráficas ni telefónicas, que hacen enfermar el corazón, con
sus rápidas noticias, a los seres humanos que timen costumbre de vivir en la paz y
sosiego de los siglos.
Los tipos populares de construcción en las aldeas de esta comarca son adecuados al clima,
al medio geográfico y a los materiales de construcción en torno. Casas serranas de
mampostería en dos plantas con robustos muros y pequeños ventanales. El bajo sirve de
encerradero de ganado y en el primer piso se instala la vivienda familiar.
En estas aldeas se encuentran algunas casas señoriales con escudos en sus portadas, casas
bien emplazadas, amplias, de robustos muros de piedras labradas, con patios murados donde
hay otras construcciones menores que sirven de encerraderos de ganado, esquileos,
parideras y almacenes de lanas.
Se encuentran derruidas las fábricas de paños de la ribera del Linares, en las que, en
otros tiempos, millares de manos cardaban, hilaban y tejían la lana para surtir de paños
a la región. Ya no se oye el rumor de las lanzaderas de los batanes ni las canciones de
los tejedores y sólo ha quedado el recuerdo de aquellos felices tiempos de holgura y
esplendor, en romances y refranes, expresivos de los hechizos del pasado.
De estas fábricas, hoy derruidas, salían maestros tejedores, que iban a otras regiones
de España a divulgar la sabiduría del arte de la lana y a dirigir el aprendizaje de
tejedores caseros de tan rica tradición en Castilla.
En estas fábricas se elaboraban mantas, paño para las capas de boda y cofradías y
paños finos para los trajes populares femeninos, de lujosas faldas acampanadas, con
franjas de terciopelo, justillos de paño fino, medias blancas de lana y zapatos de paño
con ribetes de charol. Todavía se usa el traje típico de pastores con zamarra de cuero,
zahones de piel de cabra, piales de paño, montera de pelo y abarcas de cuero de toro.
En esta comarca hay una epístola satírica muy divulgada entre los habitantes de la villa
y sus aldeas, psicografía que refleja los matices del carácter de cada pueblo serrano.
Hay varias versiones de esta composición romanceada. algunos de estos romances, sobre el
mismo tema, son tan realistas de lenguaje que sólo sirven para recogerlos en un
cancionero privado.
© Gervasio Manrique,
Madrid 1952
(extracto del artículo publicado en el número 3 de Cuadernos de
Etnología Soriana)
|