Cuando, a partir de los años
sesenta, la provincia comenzó a despoblarse, los sorianos se llevaban con
ellos parte del patrimonio etnológico. No me refiero a que se llevaran
objetos en sus maletas, se marchaban ellos, y con ellos, una parte de las
costumbres sorianas. Otra parte se quedaba en los pueblos, pero, conforme
iba faltando el elemento humano, se fue haciendo cada vez más difícil
representar y recordar los ritos y las costumbres (...)
Durante los años setenta y
ochenta hubo un movimiento que yo me atrevería a llamar contracultural,
refiriéndolo a la cultura rural. El campesino soriano, y el castellano en
general que había emigrado, vio sus ritos con otros ojos. Les parecían
pobres. Les habían dicho en sus lugares de acogida que esas costumbres eran
paletas, catetas, esos calificativos crueles que a veces tienen en las
ciudades para con el mundo rural. Y al principio, cuando volvían a pasar las
vacaciones a casa de los padres, muchos intentaron importar unas fiestas que
están muy bien en sus lugares de origen, pero que en Soria no hacían falta
por que los sorianos tienen las suyas propias. Estoy de acuerdo en que se
lleven a cabo representaciones de otras culturas, hermanamientos, etc., está
muy bien que se conozca y aprecie todo lo posible otras culturas, que se
compare, pero de eso a cambiar unas señas de identidad haciendo propias, por
ejemplo, las fiestas andaluzas que se celebran en algunos lugares de Soria,
va un abismo (...)
Bien es cierto que
tradiciones que cada pueblo considera como suyas únicamente fueron, hace
muchos siglos, transportadas de otras culturas, en realidad si tuviéramos
que rastrear hasta llegar hasta lo verdaderamente autóctono, nos llevaríamos
sorpresas, pero también es verdad que llega un momento en la historia de la
cultura de una colectividad que la costumbre ha hecho propio, con variantes,
algo que en su día fue exportado.
En algún momento de estos
cuarenta años que han transcurrido desde que comenzara la sangría durísima
que ha supuesto la despoblación de Soria, gentes estudiosas, etnólogos y
aficionados, se empeñaron en investigar las raíces de todos los ritos que
componen el riquísimo patrimonio rural, supieron ver el interés de las
costumbres que el campesino había practicado toda la vida, heredadas a la
vez de sus mayores. Por otro lado, las gentes que se habían quedado, cada
vez más mayores, seguían, con encomiable tozudez, celebrando los ritos y
costumbres que podían, a pesar de la escasez humana.
De la conjunción de estos
dos importantísimos elementos, el estudio por un lado y la voluntad por
otro, siguen practicándose unos ritos y aumenta el interés general por
otros. Aquí podríamos hablar del Toro Jubilo, que se empeñan en querer
criminalizar con mucho respeto para el animal pero muy poco para la
tradición. Del paso del fuego de San Pedro Manrique, de la Barrosa de
Abejar, de la fiesta de Iruecha, (todas ellas recogidas por
Ruiz Vega en "La
Soria Mágica") del canto a las Ánimas de
Tajueco, y de las
danzas, que esta asociación se ha empeñado en que se sigan danzando y
conociendo en todos los lugares donde sea posible. Pero estas celebraciones
que acabo de mencionar siguen muy vivas y no son objeto de la presente
charla.
Del estudio y la reflexión
de ese acervo cultural del mundo rural ha surgido la comprensión del porqué
de estas celebraciones. Ahora sabemos, por ejemplo, el significado de las
romerías, práctica que llevaban a cabo remotos antepasados nuestros, que
acudían a los bosques en busca de las aguas o las plantas para sanaran las
enfermedades. Más tarde, la Iglesia cristianizó esos lugares, hizo aparecer
la imagen de algún santo o alguna virgen, y la gente siguió acudiendo en
busca de salud, o para agradecer la salud y los favores concedidos el año
anterior. Todavía es posible ver en algunas ermitas de la provincia de
Soria, la Virgen de la Cabeza de Bliecos, por ejemplo, los exvotos colgados
en las paredes, esas piernas o brazos de cera, o trenzas, que se han
entregado a la virgen, por que ella ha curado determinadas enfermedades.
Se sabe, por investigaciones
llevadas a cabo en restos de semillas, que los celtíberos, entre ellos los
numantinos, comían ya grumo, y esta costumbre se mantiene todavía, siendo la
verdura más consumida en toda Soria (...)
Quiero decir algo del habla
soriana, otro patrimonio de la provincia, parte del cual tenemos recogido,
mi hermana Luisa y yo, en un diccionario que publicamos hace dos años
(ver
Vocabulario Soriano). Se
acabará perdiendo, estoy segura, cuando nuestros ancianos se nos vayan para
siempre. Pero también por que la mayoría de los oficios que antes se
practicaban ya no existen, y con ellos se ha marchado también su forma de
nombrarlos. Para escuchar hablar tal y como lo hacía un soriano en los años
cuarenta o cincuenta, es necesario acudir a un pueblo donde existan varios
ancianos y, además, que no vean demasiada televisión. En ese caso, tal vez
oigamos lo siguiente:
Ya no se ablenta, ni se
acarrea, ni se utiliza la adobera, tampoco se afascala, ni se usa la
agramadera, el aguamanil o la aguijada. Los niños no reciben las agujetas,
ni se ahorra uno de un burro. Los alañadores no recorren la provincia, las
albadas no se cantan, en los someros no hay albolarios, ni se celebra el
alboroque, ni se colocan aleluyas, ni se usan las alforjas. Las mujeres no
van aliñosas. No se dan andalones, ni se usa la anguarina. El apagavelas se
apanarra. Este badana es incapaz de coger la badila, por que es un babullo
capaz de barzuquiar, me cachis en la belórdiga.
En un momento he dicho casi
treinta palabras que se usaban en el mundo rural soriano, y casi todas
empiezan por la A, o sea que esto es una pequeña muestra de la riqueza que
tenemos, también en el habla.
Me cuesta entender que se
desprecie el habla rural, por que en algunos ámbitos se desprecia, y nadie
se eche las manos a la cabeza cuando lee esos mensajes que se mandan por los
telefonillos, o que se escriben en los correos electrónicos. Me he molestado
en contar las faltas de ortografía y se baten todos los records. En una
línea de cinco palabras tres faltas de ortografía, ya no digamos de
sintaxis. Pues esto es el futuro del idioma, y nadie, hasta ahora, ha
llamado la atención seriamente, parece que nadie se da cuenta del peligro,
en cambio les suena rarísimo escuchar decir “ten cuidado que vas a
esbararte”, cuando es un semicultismo recogido en el Diccionario de la Real
Academia Española.
Por ejemplo, ya no se reúnen
en los pueblos, o no lo hacen con la frecuencia de antes, para las
hacenderas. Para que nos demos cuenta y sepamos valorar la riqueza del habla
rural soriana, sabemos que a la hacendera se la llama también: reo vecino,
azofra, zofra, veredas, ir a caminos, a pasos, adra, cendera, cierro mata
(Gallinero, con fiesta), desmán, desmanos, estorbaos (San Esteban), pedujal
(Pozalmuro) y regaderas. Puede que todavía falten algunas definiciones por
recoger, pero sólo con estas que he nombrado, tenemos catorce (...)
Naturalmente las tradiciones
que más han sufrido con el vacío humano de Soria y con el envejecimiento de
la población, son aquellas en las que participaban y organizaban los mozos.
Voy a hacer alusión a lo que sobre estas fiestas de mozos recogimos en el
libro que titulamos “Juegos populares sorianos”, que publicamos en el año
2000 Antonio Ruiz , mi hijo Israel Lahoz y yo.
Decíamos que en esa edad
siempre tan complicada que es la adolescencia y la primera juventud, que
también lo era en el siglo pasado y en el anterior, aunque psicólogos y
pedagogos todavía no se hubieran ocupado de ella, el ser humano sufre
realmente, se siente incomprendido, debe comenzar a valerse por él mismo,
encarar la vida y enfrentarse a la angustia que eso supone, surge en muchos
casos la violencia y la agresividad que sirve para reafirmarse. Era también
el momento en que debían acudir a “servir a la Patria”, o “servir”, a secas.
Ese servicio militar, tan denostado y contestado que en la actualidad ya no
es obligatorio, cumplía la función de jugar a la guerra, envalentonar al
hombre a fin de que a su vuelta pudiera contar batallitas inolvidables y mil
veces aumentadas hasta llegar a la senectud, cuando los nietos tuvieran edad
suficiente para comentar que el anciano se asemejaba al abuelo Cebolleta.
En ese paso de la
adolescencia a la juventud, cuyo momento exacto depende del adolescente y
sus circunstancias y sobre el que los estudiosos no llegan a ponerse de
acuerdo, aparecían las fiestas de mozos. Ese y no otro era el momento en el
cual los jóvenes del pueblo pagaban “la entrada a mozo”, una cuartilla de
vino cada uno, bacalao, nueces, pan, queso, según las posibilidades o el
acuerdo llevado a cabo. Reminiscencias del rito de paso estudiado en todas
las culturas a lo largo de los siglos. Eran también los mozos los encargados
cada año de organizar las fiestas patronales, el baile, la romería, y
siempre con la organización tradicional a base de algualciles y alcaldes.
Separados de la comunidad, los mozos solteros, sometidos a sus propias leyes
y disciplina, recreaban la sociedad masculina por antonomasia: el cuartel.
En otros lugares tenían su particular manera de bautizar al mozo y hacerle
entrar en la comunidad de los adultos. Por ejemplo, en Cirujales del Río el
hombre adquiría la categoría de tal cuando acudía por primera vez a recoger
bellota y era manteado por el resto de la comunidad masculina. En Fuentelsaz
el bautizo como mozo consistía en ir por primera vez al monte a por leña,
aunque no quedaba ahí la cosa pues para que la entrada a mozo resultara más
dura debía catar cagarrutas de oveja.
En la provincia de Soria
podemos resaltar las fiestas del reinado en Santa María de las Hoyas y
Ucero, con luminarias y cánticos, como el de los Mandamientos. Esta fiesta
del reinado comenzaba con la adquisición circunstancial de un lugar donde
pasar el rito e iniciarse, pues de eso se trataba en sus orígenes; para ello
escogen el más grande, lo solicitan a su propietario, al cual, para
compensarle, le nombrar rey y por lo tanto será quien llevará el peso, y a
quien deben rendir pleitesía y establecer el castigo –palesmas llaman a los
azotes- que recibirá el mozo incumplidor de las normas mientras los demás
decían: “Las vacas de doña Juana todas pacen en un rincón; el vaquero que
las guarda está jugando al mojón; pagará Pedro y Vicente (los nombres de los
castigados) por ser un desobediente, y entre el culo y los calzones, delante
de estos señores ¿cuántas palesmas, señor rey?”. Y así comenzaba, más o
menos felizmente, la vida de hombre, dejando a tras la de mozo, entre
pruebas para reafirmarse y azotes como castigo, o sea, entre la gloria y la
humillación.
En
Espejón la “peña del
Mayo”, compuesta por los mozos y que debe su nombre a que eran los
encargados de pingar el mayo, celebran cada año su fiesta a la virgen de los
Brezales, patrona de los jóvenes que pasan de tales a adultos. Ellos son los
encargados, mediante sistema de sorteos para alcaldes y algualciles, de
organizar la fiesta para todo el pueblo. Elaboran un guiso, la “olla de
mayo”, para ser degustado en comunidad. Pasarán del estadio de mozos a
hombres mediante unas pruebas siempre superadas, como la organización de la
fiesta, la danza a la virgen, la preparación del guiso y, hasta poco tiempo
atrás, la pingada del mayo y todo ello cumplido a rajatabla con la
vigilancia de los alcaldes y algualciles peñistas nombrados para la ocasión,
so pena de recibir cintarazos.
En Santa Cruz de Yanguas
echaban una mano a los mozos, sobre todo a los tímidos, organizando el rito
llamado “a casar” en fiestas patronales y Navidades. Muy parecido al llamado
“sorteo de novios” de Andalucía y “adagios” en Jaén concretamente, donde yo
nací hace ya bastantes años, aunque estuve allí sólo hasta los 12. Es un
juego es, desde luego, un entretenimiento en la actualidad o hasta hace poco
que se practicara, veinte o treinta años atrás, pero su origen resulta mucho
más remoto. Se trataba, con ligeras variantes, de emparejar muchachas y
muchachos cuando los segundos no tenían el arrojo de sus compañeros.
Bailaban durante todas las fiestas y a buen seguro que de esa costumbre
saldría más de una pareja estable. En Andalucía entraba en juego el salero
para piropear, algo muy propio de aquella tierra.
Otra costumbre desaparecida
es el pago del piso. Aquí nos encontramos de nuevo con la riqueza del habla,
pues a un mismo rito se le llama de muy diferentes formas. Pisacalles, bota,
manta, cuota (Monteagudo), doble (Quintanas de Gormaz), forastero (Santervás
del Burgo), rescate, sacar la costumbre (Villálvaro). Consistía en general
en un convite, un azumbre de vino, pan y bacalao y un largo etcétera según
los lugares, para todos los mozos del pueblo por parte de aquél forastero
que había conquistado a una moza del lugar (...)
Costumbre también
desaparecida (aquí habría que decir afortunadamente) eran las cencerradas
cuando un viudo o viuda contraía segundas nupcias o cuando ambos lo eran. Se
trataba, además de una burla, una forma de protestar porque alguien que
había pertenecido a otra persona optaba por pasarla a la mejor vida del
olvido. En general la cosa quedaba en un escándalo de cencerros, latas y
tapaderas de ollas, en algunos lugares como Hinojosa del Campo con el
añadido de la quema de botos, con tal fuerza y vigor que expulsaban toda la
energía positiva del cuerpo y del alma dejándoles exhaustos hasta la
siguiente.
En Bliecos nos hablaron de
una inolvidable, el día de la boda de unos vecinos llamados Tomás y
Remedios, ambos viudos. Les hicieron unas efigies de cada uno de ellos y los
subieron a un carro, mientras les daban incienso y les cantaban: ”El tío
Tomás por los cerros y sin perder de su oficio, ha logrado a la Remedios a
puro de sacrificio. El tío Tomás y la Remedios se quieren de corazón, hacen
muy bien en quererse, pues marido y mujer son”. Ignoramos el oficio del tío
Tomás. Tampoco he sabido si a lo largo de la historia y derivada de esta
costumbre, habrá alguna desgracia que contar, pero en otros lugares del
mundo rural sé que ha sucedido. Hace ya algunos años, en un pueblo de La
Mancha, la cencerrada se convirtió en una noche trágica, con muertos
incluidos. Lo recoge Eugenio Noel en su libro “España nervio a nervio”.
En
Alcozar "tumbaban a los niños", hasta hace poco, según nos cuenta Divina
Aparicio: "Con motivo de la festividad del Corpus, patrono de la Cofradía
del Señor, tenía lugar en Alcozar uno de los que podríamos considerar como
ritos de pasaje, denominado "tumbar a los niños" o "poner en corto". Todos
los niños que habían nacido durante el año -contando a partir de la
festividad del Corpus del año anterior- y sin distinción de sexo, eran
colocados bajo una especie de altar que se erigía alternativamente en la
Plaza o en la calle Real a este fin. El sacerdote bendecía a los nuevos
retoños durante la procesión que tenía lugar una vez finalizada la misa y
cuyo escenario era la calle principal que recorre la aldea de un extremo al
otro. Esta ceremonia se correspondería con el paso del bebé a niño".
La definición más bonita de
la albada nos la dieron en Muriel de la Fuente. Allí nos dijeron que la
albada es un monumento histórico-rural, y que la que ellos nos ofrecían, en
unas cuartillas amarillentas, con la pátina del tiempo, la habían sacado de
un baúl donde reposaban bien guardadas. Las albadas eran canciones de boda
que se ofrecían a los recién casados por la noche, cuando novios e invitados
se disponían a cenar.
El canto se realizaba en la
puerta y siempre comenzaba saludando y pidiendo permiso para cantarla: “A
esta puerta hemos llegado con intención de cantar, si no quieren que lo
hagamos nos volveremos p’atrás”, en Aldealafuente. “Lo primero es buenas
noches, lo segundo es atención”, en Fuentearmegil y Muriel de la Fuente.
Continuaban describiendo la
ceremonia religiosa, menciones al banquete (“Dios bendiga los manjares que
en esa mesa haya habido, lo primero digo el pan, lo segundo digo el vino, lo
tercero los garbanzos y lo demás que haya habido”), recordatorio a la novia
sobre su nuevo estado (“doncella fuistes a misa pisando palmas y olivos y
ahora te encuntras casada al lado de tu marido”) vivas a la novia padrinos y
acompañantes y encargos a los novios, como este que se se hace a la novia:
“lo que te encargo que lo tengas bien tenido, a las horas de comer mejor
media que un cuartillo”.
Después de escuchar la
albada las personas que la interpretaban eran invitadas a vino, tortas,
frutos secos, u otras cosas, como por ejemplo el bacalao en Alcubilla del
Marqués. En otros lugares de nuestra provincia, como Barcebal, Barcebalejo,
Berzosa, a la albada se la llamaba barzonía, pero el significado era el
mismo.
Alrededor de las bodas había
todo un ceremonial ya perdido, lamentablemente, por que debía ser muy bonito
y, sobre todo, con mucho sentido. Estaba los otorgos o amonestaciones,
celebrados en Alcubilla de las Peñas con cañamones, tortas, anís y vino. En
Andaluz los hombres, unos días antes de contraer matrimonio, invitaban a lo
que se llamaba painazgo, consistente en setenta y dos libras de pan y dos
arrobas y media de vino. A esta fiesta, en Adradas, la llamaban alboroques.
Es lo que en la actualidad llaman despedida de solteros.
Las comidas de bodas estaban
en relación con las posibilidades económicas de las familias. Mis hermanas y
yo recogimos en un libro sobre gastronomía una muestra de estas comidas de
boda, en las que siempre estaban presentes las madalenas, galletas de nata o
sobadillos, elaborados por las mujeres de la casa, y con las que se
obsequiaba a los familiares e invitados por la mañana. Después de la
celebración religiosa se acostumbraba a tomar chocolate. Al medio día, la
comida principal, era casi siempre a base de arroz con pollo de corral y de
segundo pescado, generalmente el congrio, o cordero asado. En Carabantes nos
dijeros que la costumbre era un buen cocido de primero y cordero de segundo.
En Talveila, después del cocido comína pollos que se alimentaban durante
meses para tal fin. De postre casi siempre uvas. Cenaban también juntos
novios, padrinos, y familiares más directos, y en casi todos los sitios
consultados nos dijeron que comían judías guisada y después pollos guisados.
Si sobraba comida, y hacían de más para que sobrara, al otro día se reunían
de nuevo, es lo que se llamaba las tornabodas.
Los
trasnochos sufrieron un
duro revés cuando llegó la luz eléctrica. Ya no se hacen, por que tampoco se
trashuma como antes, queda algún rebaño testimonial, pero nada que ver con
lo que supuso para la economía soriana la trashumancia hsta mediados del
siglo pasado. Las mujeres, en las largas noches del invierno con los maridos
ausentes por tierras extremeñas, manchegas o andaluzas, se reunían, cada
noche en una casa a fin de repartir el gasto del candil, o de la bombilla, y
mientras hilaban o cosías y zurcían, hablaban también, tal vez contarían
consejas, tratando de hacer las tardes-noches más cortas y más agradables.
Cuando se aproximaba el día
en que los hombres debían volver de extremo con el ganado, los chavales se
colocaban en un lugar desde donde abarcaran buena extensión de tierra y en
cuanto avistaban al ganadero corrían a avisar a la mujer de su llegada. El
muchacho era premiado con lo que se llamaba “las agujetas” y que consistía
en pan de higo, queso, bellotas de extremo o lo más preciado por ello,
dinero.
En Espeja de San Marcelino a
estas reuniones les llamaban hilorios, tal vez por que mientras se
practicaban se cosía. En principio, fueron reuniones, durante el invierno,
de mozas casaderas en casa de una de ellas (por turnos) con el fin de hilar
y conversar (algo así como los trasnochos de la zona de trashumancia); pero
con el tiempo se juntaron con ellas los mozos (con certeza vigilados tanto
unos como las otras por toda la familia), pero costumbre pecaminosa a los
ojos de la Iglesia, por lo que terminó prohibiéndola.
He de decir que los hilorios
no fue la única costumbre que la Iglesia prohibió. La influencia de la
iglesia en los comportamientos, o en el cambio de ellos, sería objeto de
otra charla tal vez bastante más larga que esta. En Barca y Alcubilla de
Avellaneda prohibieron que las mujeres siguieran confeccionando el perico
Pajas, y lo que era peor a los ojos de los curas, que bailaran con ellos
bien agarraditas, por que el muñeco en cuestión tenía los atributos
masculinos demasiado bien definidos.
Otra tradición completamente
desaparecida es el toque de campanas la noche de la víspera de Todos los
Santos. Era también cosa de mozos. Se pasaban la noche tocando las campanas,
bebiendo el vino que les daba el ayuntamiento y jugando a las cartas en los
ratos que el toque les dejaba libres. En Montenegro de Cameros una señora
dejó una manda testamentaria para que con ella se pagara el pan y el vino
que consumieran los jóvenes esa noche.
Los juegos de la calle, esos
que una chiquillería abundante practicaba en las plazas y calles de nuestros
pueblos y ciudades, han pasado, en su mayoría, a mejor vida. Hay pocos
niños, pero demasiada televisión, demasiados juegos sofisticados que no
dejan ni tan siquiera una ranura a la imaginación. Los chavales de entre
siete y catorce años, por otro lado, están abrumados con muchas horas en las
escuelas y muchos trabajos para hacer casa, entre cortes publicitarios de la
todopoderosa tele. Por eso es muy raro ver a los niños jugando a las tabas o
al guá o canicas. Por cierto, en el Museo Numantino pueden verse unas
bolitas de barro decoradas que, muy posiblemente sirvieron para este juego.
Ya jugaban al guá los romanos. en Alcalá de Henares aparecieron canicas en
unas escavaciones.
En Rebollo de Duero nos
contaron un juego de la infancia el tapaculo o zapaculo, juego que se
practicaba con bolas de barro bien duras y apretadas lanzadas contra un
barrizal. Judías o gállaras, roldo, caracol, albarca, zurriagos, herradura,
cohete de saúco, marro, jaribán o segala, la zapatilla por detrás, y tantos
otros. Otros no han desaparecido, me refiero a los juegos que practican los
mayores en la alameda de Soria como la petanca, tanguilla y bolos, que por
cierto también se siguen jugando en las fiestas patronales de casi todos los
pueblos. Y estos se enseñan en los colegios y los mayores los comparten con
los estudiantes de lo que antes llamábamos magisterio, para que ellos luego
puedan enseñarlos a los niños. Pero los infantiles, los que llenaban las
plazas de gritos de niños, esos han sido sustituidos, como decía antes, por
la televisión.
Voy a finalizar haciendo
referencia a la cocina soriana (ver sección de
Gastronomía). No es que ahora a las mujeres se les haya
olvidado elaborar aquellos guisos, es que en este terreno las cosas han
cambiado mucho. Por un lado el mundo rural no es ya aquel universo cerrado y
autosuficiente, donde todo lo que los miembros de la casa consumían era
elaborado en la misma casa. Por otro, los médicos ponen unas dietas
imposibles, pero necesarias, y hay que cambiar unas cosas por otras sin
rechistar.
La matanza del cerdo, en las
casas, ha pasado a mejor vida, en general. Como mucho, se cuelgan unas
chorizos, unos jamones y unos lomos en la casa donde ya no se va, pues en
general se vive en la capital o en los pueblos cabeceras de comarca, y se va
de vez en cuando a dar una vuelta y encender la lumbre baja para que cojan
algo de sabor a humo.
Las sopas de aceite, las
patatas con sebo, el matambre, la cecina de oveja entera de Tierras Altas,
la mantequilla del Valle hecha en casa a fuerza de palos del manzador, el
queso de cabra, el figón, los ataitones, los hormigos, en fin, han pasado a
mejor vida y si acaso, cuando alguna nieta curiosa quiere ver lo que comían
antes los abuelos, pues la abuela se mete en la cocina y se lo hace.
Pero yo creo que lo que las
mujeres sorianas echaran más de menos es el uso del horno comun y los
elaborados que de él salían. Muchas señoras de aquí todavía sabrán de lo que
hablo si nombro la canasta para dejar la masa del pan fermentar, o la madre
que era la levadura que se llevaba de casa en casa. También conocerán la
expresión, usada en Ágreda, “hasta que la masa se coja en acierto”, que
viene a decir dar a la masa su punto. La pelleta, una piel de conejo seca ,
sobre la que se vertía aceite para untar lo que se iba a cocer. O el puñero,
esa caja pequeña de madera, con harina en su interior para untarse las manos
mientras se amasaba. También le habrán salido arrebatados los rosquillos, o
perrunos los sobadillos.
En muchos pueblos de Soria
el horno era común, en otros cada casa tenía el suyo. Más atras en el tiempo
el horno lo gestionaba el señor del lugar, el noble. Cuando no era propio
las mujeres debían pagar por cocer en él, es lo que se denominaba horno de
poya. En Velilla de Medinaceli, por ejemplo, el horno era propiedad del
concejo y cada año, por el día de Todos los Santos, salía a subasta. El
hornero que había pujado más alto ponía su propio trabajo y la leña la
pagaba el ayuntamiento. Las mujeres que acudían a cocer pagaban el impuesto
en especias, de cada docena de madalenas una parte, de cada dieciséis
hogazas de pan una.
Lo que se amasaba
habitualmente era el pan, pero en las vísperas de fiestas familiares,
patronales, romerías, esquilos y otras, se aprovechaba la masa del pan para
otros elaborados y ya que se estaba metido en harina, salían de la boca del
horno unos dulces, unas tortas, hechas con el amor de lo que va a servir
para deleitar a la familia.
En Ágreda hacían langartos,
especie de empanadas que en Utrilla, por ejemplo, rellenaban con sardinas.
En Chaorna nos hablaron de la torta del pastor, que no era otra cosa que
otra empanada rellena con productos aceitados de la matanza y que regalaban
a los pastores cuando celebraban su patrón. En esos hornos, las mujeres de
Adradas hacían tortas de manteca rancia, de chicharrones en todas las casas
donde se hiciera matanza, o sea, en todas. Las roscas se cocían para regalar
en las fiestas patronales y que fueran subastadas para el santo. Esto se
sigue haciendo, pero se encarga de ello el panadero del pueblo más cercano,
y las mujeres sólo tienen que comprarlas. Las rocas de Pascua, las tortas al
minuto, las tontas, las de azúcar de Valdanzuelo, donde dicen que “si
quieres que te sepa echa que te duela”, los florones, que eran los roscos de
Valdanzo para Carnaval. Los sobadillos, galletas de nata...
©
Isabel Goig,
2002
Extracto
de la charla “Tradiciones perdidas en la provincia de Soria”,
de Isabel Goig Soler
II Taller de Cultura Tradicional
Organizado por Asociación Cultural Grupo de Danzas Soriano
Vocabulario Soriano
Fuencaliente del Burgo y las cosas de otra época
Hacendera en Sarnago
“Hilorios, trasnochos y otras conteras”
Las
Cencerradas como forma de protesta
Las
Rondas de Mozos
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