Soria Siglo XX

Soria de Ayer y Hoy (1)

© Joaquín Alcalde

La fiesta del Jueves Lardero

No nieva del frío que hace

El Puente de Hierro

La Sequilla

El Mirador-bar y las barcas del Augusto

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La fiesta del Jueves Lardero

Sin tradición conocida en la ciudad, comenzaron a celebrarla los estudiantes al final de la década de los cincuenta y comienzo de los sesenta del siglo pasado, al ausentarse sin permiso de las aulas, para terminar contagiando a la sociedad soriana.

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Vista de la ciudad desde La Dehesa

Los sorianos, como todas las ciudades y pueblos españoles, nos encontramos en plenos carnavales. Unas efemérides que aquí, en la capital, no se han distinguido precisamente por un seguimiento popular lo suficientemente significativo como para poder asegurar con rotundidad que existe o ha existido tradición de celebrarlos más o menos arraigada. Y conste que no nos estamos refiriendo en exclusiva a los tiempos de la posguerra civil, que esa es otra historia que conocemos y tenemos bien aprendida, sino que a poca perspectiva que se tenga de la realidad soriana enseguida podrá advertirse que antaño, cuando se produjo alguna conmemoración no fue de manera continuada y se circunscribió a ámbitos muy concretos. Algo muy diferente es lo que ha venido aconteciendo en la actual etapa democrática, con fases de notable aceptación y seguimiento en los primeros momentos que dieron paso a otras en las que la repercusión popular fue manifiestamente menor y obligaron a ofrecer una programación articulada sobre nuevos planteamientos. Pero ni por esas, los carnavales no han logrado calar en el alma de los sorianos pese al empeño que se está poniendo para revitalizarlos. No ha ocurrido lo mismo con el Jueves Lardero, en el arranque de las carnestolendas, una fiesta también sin tradición alguna en la ciudad, al menos en la época que nos ha tocado vivir, si bien es cierto que el discurrir de los acontecimientos se ha encargado de impulsarla hasta el punto de que sea cada año más seguida y se encuentre plenamente consolidada en nuestro particular calendario festivo.

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Vista de la ciudad desde El Mirón

Por más que algún conocido autor moderno haya venido sosteniendo, sin presentar argumentos, que la celebración del Jueves Lardero está documentada, por lo menos desde el siglo XVII, como fiesta exclusiva de chicos de la ciudad que reclamaban la gallofa por las casas para poder preparar luego la merienda, la realidad cierta es que hasta casi los años sesenta del siglo pasado no puede hablarse de que esto fuera así, aunque sin gallofa, en contraste con lo que, por ejemplo, ocurría, sin ir más lejos en los pueblos próximos, en la franja que de un tiempo a esta parte algunos han dado en llamar alfoz. Es verdad que aquí, en la capital, la tarde del Jueves Lardero los más pequeños estaban dispensados de acudir a la escuela pero no para guardar la fiesta del día sino siguiendo la norma tradicional de todos los jueves del curso lectivo cuyas tardes eran inhábiles y venían a marcar el antes y el después de la semana. De manera que los chicos no sólo no salían a merendar como ahora a los parajes más cercanos, en que lo hacen desde el punto de la mañana, sino que ni siquiera se les pasaba por la cabeza porque la fiesta como tal era desconocida para ellos. En este marco fácilmente podrá entenderse que el tiempo de asueto de los chavales transcurría como de ordinario, en el barrio, ajenos a la realidad de esta festividad tan arraigada en el ámbito rural de la que en sus casas oían hablar –en público, ni se tocaba- mientras que a ellos les sonaba a algo remoto y difuso cuya verdadero sentido no acertaban a comprender acaso por lo que se ha señalado, por la falta de tradición y, qué caray, de información; basta consultar los periódicos de la época para cerciorarse de que no existe una sola referencia acerca de esta costumbre hoy tan popular aunque sí de la publicación “en el periódico oficial de la provincia”, que no era otro sino el Boletín Oficial de la Provincia, de una circular del Gobernador Civil en la que como cada año comunicaba que “continúan prohibidas las llamadas fiestas de Carnaval, pudiendo únicamente autorizarse bailes en centros y casinos, siempre que no introduzcan modalidad que tienda a conmemorar las expresadas fiestas; [y que] también se permitirán bailes con trajes regionales, pero siempre sin antifaz”.

En fin, las primeras menciones –muy breves, por cierto, y sin apenas detalles- aparecidas en los periódicos locales que dejan constancia de la celebración del Jueves Lardero en la capital se sitúan en el año 1961 cuando Campo Soriano ofreció, perdida en una especie de cajón de sastre, una información firmada por Interino, de aun no diez líneas, cuyo texto merece la pena reproducir: “TRADICION (en negrita y sin tilde) de una fecha, se conmemoró el jueves pasado (por el 9 de febrero), día en el que “jueves lardero” muchísimas personas animadas por la buena temperatura se trasladaron al campo a merendar. Esta costumbre preludia la cuaresma cristiana ¿no lo sabían?”. Bastante tiempo después alguien fijó en el año 1959 el comienzo de esta fiesta tan generalizada no sólo en el ámbito estudiantil, cuyo colectivo fue el promotor a costa de algún que otro disgustillo por ausentarse de las aulas sin encomendarse a Dios ni al diablo, sino en el conjunto de la sociedad.

© Joaquín Alcalde
(Publicado en Diario de Soria el 19 de febrero de 2012)

 

No nieva del frío que hace

La climatología invernal, socorrida referencia sobre la que como recurso gira el debate del día a día de la ciudad, ha contribuido a alimentar una cultura particular y muy soriana que en buena parte se encuentra perdida.

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La Dehesa

Este último mes de febrero que acabamos de dejar, climatológicamente ha sido duro. No se recordaba otro igual desde hace años, se ha dicho a diario en la calle. Por eso, las temperaturas rigurosas que hemos soportado han ocupado buena parte de las conversaciones de los sorianos, salpicadas de vez en cuando con alguna que otra majadería que se saliera de la monserga habitual, como, sin ir más lejos, la conversión¡! de la Soria-Torralba en una línea de Alta Velocidad, aunque sólo haya servido para distraer temporalmente al personal, información, por cierto, más propia del día de los Inocentes que de cualquier otra época del año, visto cómo está el panorama; en todo caso, no por ello ha dejado de producir cuando menos hilaridad, convenientemente aderezada con una buena dosis de malaleche, que tras el choque emocional la mayoría se la ha tomado como un broma, eso, sí, de mal gusto. Y alguna otra que, como la que acaba de citarse, queda en el mejor de los casos como anécdota.

Existe unanimidad en que febrero ha sido un mes francamente frío. Tan helador, que la sabiduría popular y el recuerdo han tirado rápidamente del particular archivo y han dado pelos y señales del que padecieron la ciudad y los sorianos en 1956 –curiosamente bisiesto, también, como este-, que cincuentaytantos años después se sigue tomando como referencia, de tal manera que es el primero que se saca a colación en las reuniones familiares y en las tertulias de amigos cuando de inviernos crudos y rigurosos se habla en Soria. Porque fue de los abrigo. Claro que a poco que se rebobine se encontrará uno con algún otro anterior, que también se las trajo. Siguen recordando los viejos aficionados al fútbol, como si acabara de disputarse, un partido de Tercera División que jugó el Numancia, en el entonces modernísimo campo de San Andrés, el día 8 de diciembre de 1946, festividad de la Inmaculada Concepción para más señas, con el Lérida como rival, al que venció el conjunto soriano por 6-1, acaso porque el combinado catalán jugó la segunda parte con sólo siete futbolistas, ante la negativa de los restantes –incapaces de resistir el frío en el campo- de comparecer sobre la cancha, y eso que el árbitro fuera a buscarlos al vestuario. El caso es que el encuentro pasó a la historia del fútbol local y del Numancia en particular como el “partido del frío”.

De todos modos, puede que al junto al frío quizá sea la nieve uno de los agentes meteorológicos que más padecemos y con el que se nos identifica fuera. Porque de nevadas también podemos hablar lo nuestro. Y no sólo durante la época invernal, con los inconvenientes de todo tipo conocidos que tradicionalmente han venido acarreando, acentuados en épocas pretéritas cuando las condiciones de vida y los medios de que se disponía tenían más bien poco que ver con los de hoy. Pues en fechas pudiera decirse inusuales para la época del año en que nos encontrábamos, fuera de temporada para entendernos, también hemos sufrido alguna que otra de las que dejaron huella. Puede ser el caso de la que cayó el 16 de abril de 1962, cuando estuvo nevando diecisiete horas ininterrumpidamente –desde las cuatro de la mañana hasta las nueve de la noche-, “la más copiosa desde hace muchos años” se dijo entonces. Con una capa que alcanzó los treinta centímetros de espesor, la nieve ocasionó las consabidas dificultades a la circulación rodada, de manera especial durante la mañana, por lo que muchos de los coches de línea, aunque efectuaron su salida, tuvieron que regresar a Soria ante la imposibilidad de llegar a sus puntos de destino, contaron los periódicos. Aunque, todo hay que decirlo, de la misma manera que cayó se fue el manto blanco que cubría la capital. Apenas un mes después –el 14 de mayo- la nieve volvió a hacer acto de presencia en la ciudad, si bien esta vez de manera testimonial, que, no obstante, vino a confirmar alguna predicción casera. En fechas nada convencionales, y con una incidencia que no dejó de ser una curiosidad sin más, también suele citarse la fecha del 4 de junio de 1984, aunque, en esta ocasión, la presencia de la nieve no dejó, por fortuna, más poso que el de la inoportunidad.

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Subida al Carmen desde La Arboleda

Pues bien, todo ello ha contribuido a alimentar una cultura particular y muy soriana que se encuentra en buena parte perdida. En las vivencias particulares de cada uno queda, en cualquier caso, la jerga con dichos como “hiela a canto seco”, “hace un frío que pela”, “no nieva de frío que hace”, asperura, esbaradizos o, en fin, en Soria la nieve no se derrite sino que se regala, entre otros muchos. Además de infinidad de hábitos que antaño, cuando nevaba de verdad, como a modo de  muletilla suelen repetir con frecuencia los nostálgicos, estaban fuertemente enraizados en la ciudadanía.

© Joaquín Alcalde
(Publicado en Diario de Soria el 4 de marzo de 2012)

 

El Puente de Hierro

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Puente de Hierrol sobre el río DueroLa iluminación ha llegado al Puente de Hierro. Desde hace unas cuantas semanas la antigua estructura metálica sobre el río Duero, desde hace años sin el uso para el que fue construida –otra cosa es que no falte quien siga utilizándola como peatonal-, se ha incorporado al Plan de Iluminación Monumental que está desarrollando el ayuntamiento de Soria en el marco del Plan de Dinamización Turística de la ciudad que, cuando menos, está permitiendo lavar la cara a algunas zonas y monumentos muy concretos de la capital en el intento de hacerlas más atractivas para los visitantes y por qué no a los ojos de los propios sorianos, que también lo agradecen.

El Puente de Hierro es una de esas infraestructuras de la ciudad que pese a sus ochenta años largos de existencia sigue manteniendo viva la llama de una realidad con la que han nacido y se han acostumbrado a convivir sucesivas generaciones de sorianos. El Puente de Hierro, desde su particular y privilegiada ubicación en uno de los entornos más sensibles, queridos y respetados de la capital, continúa siendo un fiel testigo mudo, como si el tiempo no hubiera pasado por él, pero sobre todo el transmisor de un sinfín de aconteceres y vivencias personales y colectivas de todo tipo, de tal manera que en su ausencia la rutina de quiénes aquí vivimos sería, con muy probable seguridad, bien diferente.

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Puente de Hierrol sobre el río DueroLa supresión por Renfe del servicio de pasajeros, por falta de ocupación, entre Soria y la localidad navarra de Castejón de Ebro en los primeros días del mes de diciembre de 1996 venía a cerrar una etapa importante del ferrocarril, aunque bien es cierto que llevaba años languideciendo sin que pese a la fuerte contestación popular nadie fuera capaz de ponerle remedio, porque en realidad la suerte estaba echada desde que a finales del mes de abril de 1984 la compañía que ejercía el monopolio ferroviario anunciaba la supresión del automotor Madrid-Soria-Pamplona y Logroño, un servicio rápido y casi de lujo para lo que se llevaba hasta el punto de definir una época, que lejos de estar al alcance de todos eran preferentemente las clases acomodadas las que lo utilizaban. Y a mayor abundamiento, en los últimos días del mes de septiembre de ese mismo año el Consejo de Ministros acordaba el cierre de la línea Santander-Mediterráneo. Sea como fuere, el caso es que a partir del 1 de diciembre del citado 1996 el emblemático Puente de Hierro iba a dejar de estar operativo a efectos ferroviarios prácticos, aunque no por ello menos visitado de tal manera que el paso del tiempo ha ido posibilitando día a día su reconversión en una de las leyendas vivas de la ciudad que continúa alimentándose y creciendo para llegar a adquirir poco menos que la consideración de mito.

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Puente del FerrocarrilConstruido a finales de los años veinte del siglo pasado, el Puente de Hierro, de 70 metros de luz y 10 de altura, con 30.000 remaches y 360 toneladas de peso, estaba montando el 29 de junio de 1929, aunque en esta fecha todavía no se había retirado el “esqueleto de madera” levantado para posibilitar su construcción. En los últimos días de agosto –el 27- de ese mismo año cruzaba por primera vez por él una locomotora y al siguiente –o sea, el 28- se verificaba la prueba de peso con “la locomotora pesada nº 111 que arrastraba un coche con viajeros”. En todo caso la entrada en servicio no iba a producirse hasta el 21 de octubre de 1929 que es cuando se inauguró la Sección Soria-Calatayud del ferrocarril Santander-Mediterráneo. Fue una fecha memorable para los sorianos porque “uno de sus ideales, el más grande quizá, ansiado y gestionado por una generación ya casi desaparecida, se ha convertido en una realidad triunfante”, dijo el periódico Noticiero de Soria; efeméride materializada en una “confraternidad Castellano-Aragonesa en [la localidad aragonesa de] Torrelapaja”, colindante con la provincia de Soria, donde se encontraron los directivos de la compañía ferroviaria y las autoridades sorianas que habían viajado desde la Estación del Cañuelo con las representaciones de Aragón que a su vez lo habían hecho desde Calatayud y Zaragoza.

Otro hito importante en la historia del Puente de Hierro –un ejemplo de ingeniería industrial- y, por consiguiente, en las comunicaciones ferroviarias, hay que situarlo en el 30 de septiembre de 1941 cuando tras 14 años de construcción quedaba inaugurado el ferrocarril Soria-Castejón “seis años más tarde de los previstos por las dificultades de la República” subtituló el periódico Labor, Órgano de Falange Española Tradicionalista y de las J.O.N.S., y 97 en el cómputo general del proyecto. Porque, en efecto, “este ferrocarril dará un gran vigor al intercambio comercial entre las provincias de Soria, Logroño, Zaragoza y Navarra”, subrayó el mismo medio.

Fue en ese momento cuando el Puente de Hierro alcanzó su plenitud; un periodo que se extendería durante algunas décadas en cuyo transcurso llegó a circular por él el mismísimo Talgo, bien es cierto que en un viaje promocional que tuvo lugar el 2 de febrero de 1950, luego de efectuar una breve parada en la estación del Cañuelo antes de que continuara a Castejón y Pamplona.

© Joaquín Alcalde

 

La Sequilla

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Río DueroDesde que el 13 de septiembre de 1964 la eléctrica Saltos Unidos del Jalón inaugurara el embalse de Los Rábanos, el paraje de La Sequilla, en las cercanías de la capital, pasaba a convertirse en una referencia sin más del que las sucesivas generaciones acaso no hayan oído hablar. Aquel día, en realidad desde que en el mes de junio del año anterior comenzó a producir energía, se firmaba el acta de defunción de una de las zonas de ocio del verano preferidas por los sorianos. Y no porque no se esperara, porque es bien cierto que ya en las postrimerías de 1947 la prensa local se hacía eco del comienzo de los trabajos preliminares para construir un salto de agua y central termoeléctrica según la concesión a las señores Escoriaza –Teledinámica del Duero-; obra que en el mes de mayo del año siguiente el Ministerio de Industria y Comercio declaraba de “absoluta necesidad nacional”. Una presa que iba a modificar sustancialmente no sólo el entorno de La Sequilla, incluidos los accesos y las cercanías de las cuevas existentes en las inmediaciones, como la llamada de las Siete Bocas y otras zonas próximas, sino la práctica totalidad de bellísimos lugares –entre ellos el propio cauce del río- en el tramo comprendido entre la Fábrica de Harinas en el Perejinal y la presa de Los Rábanos hasta, en la práctica, hacerlos desaparecer, con las incomodidades de todos conocidas, bastantes de las cuales, por cierto, no queda otro remedio que seguir soportando estoicamente hasta que Dios quiera y, en definitiva, siguen sin resolverse; y lo que es más grave, sin un hálito de esperanza de que vayan a solucionarse no a corto sino incluso a medio plazo como pueda ser el caso de la depuradora.

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Puente de Hierro sobre el río GolmayoHasta entonces La Sequilla había venido siendo tradicionalmente uno de los lugares preferidos por los sorianos para las excursiones domingueras del verano dada su proximidad a la capital que facilitaba el puente de hierro del ferrocarril, desmontado al final de la década de los cuarenta, que cruzaba el río Golmayo por La Rumba, en el supuesto de que se optara por salir del núcleo urbano, que no era lo frecuente, pues lo más socorrido era bajar al Soto Playa o al Perejinal y como mucho a Maltoso. La Sequilla y sus alrededores habían sido durante muchos años un lugar de esparcimiento que los sorianos más mayores siguen recordando no sin un tinte de nostalgia por la significación que tenía y lo que entonces representaba en el acontecer de la vida local.

Pero, por otra parte, La Sequilla, pasó a la historia de la ciudad como un importante centro de producción de energía hidroeléctrica, de tal manera que facilitó el encendido de las primeras luces en Soria en el año 1897, según recordó en su día el ingeniero soriano Ángel Hernández Lacal en una interesante y bien documentada colaboración cargada de sorianismo que firmó en Revista de Soria; una pequeña muestra de cuya infraestructura original –alguna torre del tendido eléctrico fácilmente identificable- puede verse todavía en las inmediaciones del tramo conjunto de las líneas del ferrocarril Soria-Calatayud y Soria-Castejón un poco más abajo del nuevo estadio de fútbol de Los Pajaritos, en la zona más próxima a éste.

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Puente de piedra sobre el río GolmayoY no sólo tuvo importancia en aquellos primeros momentos de la luz en Soria sino que medio siglo después aún seguía teniendo relevancia en la lucha contras las enormes dificultades padecidas en los años 1945 y 1946, hasta el punto de que estaba en disposición de salvar, como así fue, difíciles momentos, especialmente durante la noche, a establecimientos sanitarios como clínicas y el propio hospital, entonces en Nicolás Rabal, y otras instalaciones como la elevadora de aguas para que pudiera abastecer los depósitos del Castillo, la fábrica de harinas y las panaderías y los demás servicios indispensables en aquellos momentos.

Pues bien, del recuerdo de La Sequilla no quedan más que unas ruinas que han emergido cuando se ha hecho preciso vaciar la balsa de la Central de Los Rábanos para llevar a cabo tareas de limpieza, reparaciones o trabajos de conservación. Lo que no ha podido borrar el paso del tiempo es el recuerdo de infinidad de excursiones y de las interminables pero no por ello menos esperadas jornadas de campo, que se aprovechaban para la práctica de deportes como la pesca y  el montañismo cuando no para cruzar el río en la balsa, que ayudaba a ocupar los ratos de ocio o simplemente para pasar el día con la excusa del buen tiempo, sin olvidar lo que en su día representó para el suministro de alumbrado a Soria.

© Joaquín Alcalde

 

El Mirador-bar y las barcas del Augusto

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Río Duero. Pescando en barcaEl río Duero y su entorno como zona de recreo sin necesidad de salir de la ciudad sigue teniendo vigencia después de muchos años, en realidad, varias décadas, porque no han sido, sin embargo, únicamente las corporaciones de la democracia las que han mostrado su preocupación por enclave tan sensible porque a poco que se haga memoria o se acuda a la hemeroteca enseguida podrá advertirse que el interés por el río lejos de responder a una cuestión de oportunidad viene, por el contrario, de lejos. Es más, en ocasiones junto a los proyectos promovidos por los poderes públicos se han desarrollado otras actuaciones de índole privada conscientes del potencial que ofrecía, y sigue ofreciendo, por sí mismo el Duero y el complemento de la oferta turística y cultural que aglutina su entorno.

Ya en el año 1935, concretamente en el mes de julio, se anunciaba a los sorianos la construcción de una playa en el río Duero que llevaría el nombre de Soto Playa y se inauguraría “con todos sus servicios anejos” el 4 de agosto siguiente, con el establecimiento incluso de un servicio de autobuses “para que los sorianos puedan bajar cómodamente desde la plaza de Ramón Benito Aceña” (la plaza de Herradores), según puede leerse en los periódicos de la época. Sin embargo, tan novedosa iniciativa, por razones fácilmente comprensibles, no tuvo la continuidad que se pretendía, aunque bien es cierto que cuando tras la Guerra Civil se retomó la idea de revitalizar el paraje aún se seguía hablando del interrumpido proyecto y de la construcción de una piscina para nada convencional pues, al contrario que éstas, se alimentaría exclusivamente con agua natural, la del río, sin necesidad de tener que clorarla.

En todo caso no fue hasta mediada la década de los cincuenta cuando se volvía a actuar en el Soto Playa. Fue gracias al empeño del alcalde Eusebio Fernández de Velasco que de esta manera veía cumplido uno de sus sueños. El 17 de julio de 1954, víspera de la Fiesta Nacional, se inauguraron por todo lo alto las novedosas instalaciones, sin que faltara la quema de una colección de fuegos artificiales. Mas todo fue efímero, porque no muchos años después comenzaría a embalsar la presa de Los Rábanos con las consecuencias de todos conocidas.

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Barcas en el río DueroNo obstante, entre las dos actuaciones anotadas en el Soto Playa había surgido algo más arriba un proyecto sin duda menos ambicioso pero que a cambio iba a dejar su impronta en una etapa muy definida de la vida de Soria y de la sociedad soriana acostumbrada a otro tipo de hábitos y a los convencionalismos al uso. Porque, en efecto, junto al que en Soria conocemos como Puente de Piedra, en las traseras del antiguo convento de San Agustín y de la que fue primera central eléctrica de la capital, la Térmica, de la que por cierto ya no queda más que algún pequeño resto de las ruinas del edificio, el joven y emprendedor empresario soriano Augusto Romero inauguraba la tarde del martes 18 de julio de 1944 el Mirador-Bar “con un gran baile en las amenas orillas del río”, subrayó el diario local Duero. A partir de aquel momento la instalación  pasó a ser una de las referencias obligadas del verano pues además del servicio de bar –inicialmente no era más de lo que hoy se conoce como un chiringuito- contaba con un par de barcas de recreo, que luego amplió, y todos los domingos con la acostumbrada y concurrida sesión de baile no exenta del inevitable chismorreo propio de la pequeña capital de provincia que daba de sí lo suyo.

Fueron los años cuarenta y cincuenta los mejores de aquel entrañable Mirador-Bar porque más tarde la puesta en funcionamiento del Soto Playa le restó protagonismo y aunque en la práctica permaneció abierto hasta bien entrada la década de los noventa el hecho cierto es que su etapa de brillantez hacía ya años que había pasado con la irrupción en el mercado y en las costumbres de los sorianos de otras ofertas de ocio.

© Joaquín Alcalde

 

Soria de Ayer y Hoy (2016)

Soria de Ayer y Hoy (1)

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