Soria Siglo XX
Soria de Ayer y Hoy (4)
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Joaquín Alcalde
El
Tubo ancho
El
entorno de la plaza de toros
Firmas
de toda la vida
Vestir
a medida
Sorianadas
(I)
(CLICK!
sobre las fotos para ampliarlas)
El Tubo ancho
Al comienzo de los sesenta surge una
nueva zona de ocio en parte de lo que había sido el Campo del Ferial
como alternativa a la que venía funcionando y estaba consolidada en
la plaza de san Clemente y alrededores.
No hace mucho el
bar Parrita anunciaba su cierre después de más de cuarenta años de
actividad. Con él, y con quien lo ha estado regentando, se cierra una
etapa importante en la historia reciente de este tipo de
establecimientos de la ciudad. Un local que entre otras muchas cosas
será especialmente recordado tanto por los aficionados al mundo de los
toros como por los seguidores del ciclismo, según veremos más adelante,
pues con independencia, o acaso por ello, de la tradición de que siempre
hizo gala en él tuvo su sede durante una década la Peña Taurina Soriana.
En este sentido, y para que no se quede nada el camino, quizá no esté
demás señalar que antes de tomar la denominación con la que ha cerrado,
el que hemos conocido como Parrita abrió, también como bar, en los
primeros años sesenta con el nombre de El Cisne, regentado por la
familia Hergueta, el señor Narciso y su mujer la señora Marcelina (luego
alguno de sus hijos). En él fijó su sede el Club Ciclista Soriano tras
su fundación en 1964 y allí estuvo hasta que se produjo el cambio de
titularidad y de nombre el negocio. Fue la época en que en la zona
comenzaron a abrir varios, la mayoría, si es que no todos los locales
que continúan con actividad, de tal manera que terminó por configurarse
en torno a ellos un nuevo espacio de alterne que tomó el nombre de “tubo
ancho” otorgado por la sabiduría popular como alternativa y para
distinguirlo del otro “tubo”, el tradicional, que ya llevaba tiempo
funcionando con notable éxito y, por tanto, se encontraba consolidado
hasta el punto de constituir una de las señas de identidad de aquella
Soria que comenzaba a evolucionar en lo urbanístico y en las costumbres
de sus gentes.
Al final de la
década de los cuarenta y comienzos de los cincuenta la corporación
municipal que regía los destinos del consistorio capitalino abordó uno
de los grandes y más ambiciosos proyectos de la época pues –lo decíamos
el domingo pasado- sacaba a pública subasta todas y cada una de las
parcelas en que había sido dividido el Campo del Ferial. De manera que
en no muchos años se procedía a la ordenación de la zona. Nacieron
nuevas calles como la de Vicente Tutor y Mesta -algo más tarde la de
Sagunto-, que constituyeron el eje del desarrollo, al menos en los
primeros momentos; se reordenaron y ampliaron otras como las del Campo y
Tejera, y, en general, el entorno pasó de ofrecer una imagen que se
asemejaba más a lo rural a convertirse en un nuevo, moderno y emergente
espacio urbano que comenzó a subir como a espuma y tuvo en la Casa
Sindical un empujón importante. En definitiva, enseguida surgieron las
primeras edificaciones y a articularse a su alrededor un tejido
comercial y de servicios que se dice hoy en el que comenzaron a
proliferar locales del ramo de la hostelería –bares- hasta el punto de
constituir en su conjunto una alternativa respecto de los que habían
venido funcionando en la plaza de san Clemente y proximidades. En este
contexto fueron abriendo sucesivamente, acaso no por el orden en que se
van a citar -la tarea de pretender hacerlo por rigurosa antigüedad se
antoja de entrada complicado- el bar Madrid, luego Palafox, en el bajo
del edificio –el primero en construirse en la zona- conocido como de la
Termo Sanitaria, pues ciertamente en él se ubicó uno de los primeros
establecimientos de la ciudad dedicado a la venta de material y
mobiliario higiénico-sanitario, en el que con anterioridad funcionó
primero un salón para jugar al billar y a los futbolines y luego un
concesionario de automóviles. Por entonces también abrieron, cuando el
alternar más que una costumbre era un rito del que raramente se
prescindía, el Dorado, contiguo al que acaba mencionarse, y en la misma
calle de Manuel Vicente Tutor el ya citado Cisne, el Montico, algo más
tarde el Argentina, el Bodegón Riojano, muy cerca el Mónaco, y al fondo
de la calle el Pelayo; completaba el circuito el Garrido, en el que cada
jueves poco después del mediodía tenía lugar una tertulia de lo más
plural y abierta que pueda imaginarse, tanto por su composición como por
los contenidos que debatían los contertulios, en la que tomaba parte un
grupo variopinto donde lo hubiera formado por personajes de la más
diversa procedencia que se movían en el mundo de la cultura, la
intelectualidad, la política, la poesía, la erudición, el periodismo, la
literatura, los sindicatos y, para no extendernos, de la sociedad en
general, de muy desigual ideología. Fueron, sin duda, los mejores años
del “tubo ancho” que lejos de limitar su ámbito geográfico a la calle
que lleva por nombre el del insigne abogado agredeño Manuel Vicente
Tutor extendía su área de influencia al Kansas, en la trasera, la de
Sagunto; a la del Campo donde el David y el Pérez eran el complemento lo
mismo que el Alcázar en la plaza del Salvador, y saliéndose de la zona
propiamente dicha el Negresco junto a las tabernas del Rangil y el
Morcilla, los tres en la calle Ferial, porque el Diana, el Sol y el del
Abdón Morales hacía tiempo que habían cerrado.
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Joaquín Alcalde, 2014
El entorno de la plaza de toros
Ordenado urbanísticamente el Campo
del Ferial, la ciudad comenzó a extenderse hacia las eras de Santa
Bárbara en las que algunos agricultores aún trillaban y efectuaban
las tareas de la recolección.
Era a finales de
los años cuarenta y comienzo de los cincuenta cuando el ayuntamiento de
la ciudad, siendo alcalde el ingeniero de Obras Públicas Mariano Íñiguez
García, una de las figuras clave de la sociedad soriana de la época,
acordó sacar a subasta los solares del campo del Ferial que a corto
plazo iba a suponer la ordenación de la zona y sus inmediaciones. Hasta
ese momento, el mercado de cochinos de los jueves se ubicaba en la parte
baja, detrás de Correos, aunque entre las previsiones de desarrollo se
buscaba un nuevo emplazamiento en Las Pedrizas mediante la construcción
de una instalación fija que no llegó a convertirse en realidad por más
de los intentos desplegados a través de varios ámbitos y de que durante
algún tiempo estuviera funcionando junto al emblemático monumento a los
Héroes de la Independencia, la picota para los sorianos, a la entrada de
las eras de Santa Bárbara, algo más arriba de donde se encuentra ahora.
Los numerosos e interminables rebaños de merinas tanto en la primavera
cuando subían a la sierra como a su regreso a los pastos de invierno en
fechas próximas a los Santos hacían noche en la que en el callejero es
la plaza del Rey Sabio, para situarnos, en la plazoleta de las traseras
de Correos, cuando la calle Sagunto no existía como tal, pues se
encontraba todavía en proyecto e incluso sin nombre, que tomó algunos
años después. En el entorno, algo más arriba, ya en las proximidades de
la calle Tejera, donde está el edificio de Cultura, inicialmente pensado
para Casa del Movimiento, se establecía más que el ferial de ganados
propiamente dicho una especie de rastrillo en el que se vendía de todo:
desde aperos para el ganado hasta fruta de temporada y trastos viejos,
sin que faltaran los inolvidables e irrepetibles charlatanes, una figura
que no faltaba en cualquier feria que se preciara.
Decíamos, que
parcelado y ordenado urbanísticamente el Campo del Ferial, la ciudad
comenzó a desarrollarse en torno a él y a extenderse hacia el norte, en
una amplia franja, incluida las eras de Santa Bárbara, en las que
algunos agricultores todavía trillaban y llevaban a cabo las tareas de
la recolección, y en el invierno se utilizaban como improvisadas canchas
para jugar al fútbol. Se habían sacado del paraje más próximo a la plaza
de toros las serrerías que habían dado más de un susto gordo, bien
recordados todavía por los más mayores. Acababa de edificarse junto al
antiguo convento de Las Concepciones el moderno parque de bomberos y de
construirse las conocidas como Casas de los Maestros en la calle de san
Benito, frente a la puerta grande del coso taurino, además de haber
sufrido todo él una profunda remodelación. La circulación de vehículos
seguía produciéndose por la antigua carretera nacional
Zaragoza-Soria-Valladolid, con las inevitables incomodidades no exentas
de riesgos y lo seguiría siendo durante años. En cualquier caso, la
ciudad estaba necesitada de nuevos espacios urbanos y, en fin, planeaban
sobre la zona aires de modernidad.
Fue entonces
cuando desde la plaza de toros hacia arriba, es decir, hasta las
afueras, comenzaron a construirse nuevas edificaciones que en el
transcurso de un relativamente corto periodo de tiempo dieron a la
ciudad una nueva imagen. Como sucedió con el grupo de viviendas llamado
en el lenguaje coloquial Casas de los Guardias (todavía se conserva
alguna), entonces aisladas, en la calle Santo Ángel de la Guarda –antaño
patrón de los cuerpos de policía, de ahí el nombre, sin duda-,
construidas para funcionarios de la Policía Armada (ahora Policía
Nacional) en solares de propiedad particular en la parte izquierda
subiendo hacia Santa Bárbara, por donde el Jueves La Saca venían los
toros, al que se unieron sucesivamente otras edificaciones que fueron
surgiendo hasta conseguir cambiar de arriba abajo la fisonomía de la
zona al tiempo que irremediablemente se extendía hacia terrenos alejados
además de degradados del núcleo urbano como podía ser el caso de los que
ocupa en la actualidad el Conservatorio de Música, en cuyo paraje se
encontraba en aquel momento el basurero de Soria. El caso es que el
barrio que nació junto a la plaza de toros y aledaños no tardó en
consolidarse y adquirir, en general, la configuración que tiene ahora
amparado por la legalidad que le conferían los Planes de Ordenación de
la Ciudad de 1948 y 1961, sobre todo de este último, vigente la friolera
de treinta años bien cumplidos, en cuyo transcurso, y bajo su paraguas
protector, se acometieron y permitieron desmanes y bastantes más
atropellos de los que hubieran sido de desear no solo en este sector
sino en otros varios más por donde la ciudad intentaba ensancharse con
resultados que quedan a la vista de todos y estamos sufriendo a diario.
De algunos, quizá de los más relevantes, nos hemos ocupado con
anterioridad en esta misma sección, pero habida cuenta de que el listado
es lo suficientemente amplio como para haber despachado el asunto en una
sola entrega, no se descarta en modo alguno volver sobre él en algún
momento. Merece la pena.
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Joaquín Alcalde, 2014
Firmas de toda la vida
El llamado tejido comercial de la ciudad ha
sufrido una transformación importante pero no obstante continúan
abiertos comercios y establecimientos con los que han crecido
generaciones de sorianos.
En alguna ocasión
anterior hemos echado la vista atrás para recordar y, en la medida que
ha sido posible, tratar de reconstruir algunos aspectos que en una época
o momento determinados confirieron carácter y personalidad propia a
aquella Soria de antaño que se llenaba particularmente los jueves, día
del mercado semanal, con la llegada de infinidad de paisanos de una
buena parte de la provincia y de manera especial de los pueblos más
próximos que acudían a la capital cual si se tratara de un rito del que
no podían prescindir con el fin de realizar sus compras en la red de
comercios articulada casi en su totalidad en torno al Collado y calles
aledañas, que no cerraban al mediodía, de manera que quienes se habían
desplazado a la ciudad con este expreso y único aunque importante motivo
tuvieran tiempo suficiente para realizar sus compras de manera que
pudieran regresar en cualquiera de las líneas de los servicios regulares
de viajeros que salían a primeras horas de la tarde desde los más
variados rincones de la población, porque acaso convenga recordar que
sin estación de autobuses ni posibilidad remota de que pudiera haberla,
y eso que se llevaba años hablando de ella, los lugares en que tenían
establecida la parada los llamados entonces coches de línea, que no
autobuses, más conocidos en el ámbito rural como la exclusiva, que en la
práctica venía a ser lo mismo, estaban dispersos por la ciudad.
Algunas décadas
después nada es igual. Porque, si bien en el ecuador de los ochenta era
un hecho la puesta en funcionamiento de la tan esperada terminal de
autobuses, con lo que comportó en el cambio de hábitos de los sorianos,
la realidad es que los comercios llevaban ya tiempo cerrando los jueves
a mediodía e incluso la llamémosle red de establecimientos, o mejor,
tejido comercial que tanto gusta decir ahora, estaba en proceso de una
transformación lenta pero irreversible hasta el punto de que observada
desde la perspectiva de la actualidad puedan citarse, sin mayor
dificultad, los negocios o firmas comerciales, como se quiera, que han
pervivido en bastantes casos con dirección diferente y en otros con
cambio de actividad incluido para adaptarse a las necesidades de consumo
de los tiempos modernos, cuando no las dos a la vez. Llegados a este
punto y conscientes del riesgo que se corre por las inevitables
omisiones que con más que probable seguridad se producirán y sin seguir
criterio preestablecido alguno parece obligado comenzar por el Collado
(calle del General Mola en la época) y citar la ferretería La Llave
donde siempre (herramientas, baterías de cocina, muebles, materiales de
saneamiento y electricidad, anunciaba antaño); la añeja Casa Zapata,
también en su ubicación originaria; lo mismo que el antiguo almacén de
paquetería de Justo Ortega, en la planta baja de la casa con fachada al
ensanche, entre el Collado estrecho y la calle Zapatería, una especie de
cajón de sastre dedicado a la venta de mercería, quincalla, géneros de
punto, confecciones, perfumería y bisutería; la peletería Carrascosa,
con casi tres cuartos de siglo abierta, ahora junto al Casino, es decir,
algo más arriba de donde estuvo décadas funcionado; si es que no la
relojería y óptica Monreal ampliada con posterioridad a un local de
enfrente, donde está el reloj, o el bar Torcuato, en el emplazamiento de
toda la vida, aunque con otra disposición interior; contigua a él la
tienda de ultramarinos de Domingo Muñoz (reconvertida en autoservicio de
reconocido prestigio) y muy cerca la librería Las Heras, otro de los
templos del comercio soriano cargado de historia. En la arteria
principal de la ciudad sigue abierta la taberna por antonomasia que
responde a la denominación de coloquial de “El Lázaro”. En todo caso, y
sin abandonar el Collado, no se pueden pasar tampoco por alto las
farmacias de Esperanza Domínguez y Carrascosa, y ya en Marqués del
Vadillo la de Martínez Borque, las tres en la ubicación en que las han
conocido sucesivas generaciones de sorianos. Del Collado desapareció
hace años la entrañable tienda de chucherías conocida como la bollera,
especialmente visitada por los chicos los domingos y festivos, para
instalarse en la calle Zapatería en la que con algún intervalo sin
actividad viene funcionando. El apresurado listado podría completarse
con la tienda de “ultramarinos finos” de “Los tres arcos”, uno de los
santuarios del ramo de la alimentación, en las proximidades del Palacio
de los Condes de Gómara; el comercio de Adolfo Sainz, al comienzo de la
calle Numancia, que ofrecía “las calidades más supremas en mantas y
pañería como lo acredita la creciente preferencia del público desde el
año 1850”, se decía en un anuncio publicitario hace bastante más de
medio siglo; el reconvertido comercio de Barrón y la antigua botería de
Claudio Alcubilla junto a los bares Apolonia y Ventorro (entonces en
las afueras y en local diferente), y firmas fuertemente ligadas al
empresariado de la ciudad como Alejandro del Amo (hoy Adasa) y Talleres
Santamaría (Tamesa). Y por supuesto la Caja de Ahorros, en otra sede,
que hoy ciertamente pocos son los que saben cuál es su actual
denominación.
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Joaquín Alcalde, 2013
Publicado
DIARIO DE SORIA
26-5-2013
Vestir a medida
El oficio de sastre es una de las
actividades que si no extinguida, según el concepto que se ha venido
transmitiendo de generación en generación, en la práctica qué duda
cabe que ha quedado reducida a lo testimonial.
Leíamos no hace
mucho en este periódico un interesante y no menos curioso reportaje
sobre el ejercicio de la profesión de sastre, un oficio que si bien
antaño no suscitaba una especial curiosidad sino que por el contrario
resultaba de lo más común pues rara era la familia que no acudía o no
recurría a la persona que tenía por ocupación cortar y coser vestidos,
principalmente de hombre, si nos atenemos a la definición que hace de
esta actividad el Diccionario de la Lengua Española, desde hace años,
quizá décadas, ha quedado reducida a lo testimonial. Es una más de las
actividades que si no extinguida según el concepto que se ha venido
transmitiendo de generación en generación, en la práctica qué duda cabe
que forma parte del acervo popular. El sastre, con independencia del
servicio específico que se le requería, puede que al mismo tiempo
tuviera también algo de consejero ante el que el cliente raramente podía
resistirse a hacer confesión de cualquier particularidad que llegado el
caso pudiera tener relación, la mayoría de las veces, por ejemplo, con
su complexión física, por más que la tipología del individuo fuera
evidente.
Al contrario de lo
que sucede con otras facetas y ocupaciones cualquiera que sea el campo
de que se trate, resulta complicado reconstruir el tejido –nunca mejor
dicho tratándose del material que manejaban- no sólo de los
profesionales que se dedicaban al oficio en la capital –tarea de suyo
harto complicada- sino incluso de quienes lo ejercían en
establecimientos al uso, es decir, en locales abiertos al público, que
eran algo así como el escaparate de este colectivo gremial que tenía por
costumbre conmemorar cada 13 de junio la festividad de su excelso
patrón, San Antonio, con un repleto programa de actos: a las nueve y
media de la mañana se celebraba en la iglesia de Santa María La Mayor
una misa oficiada por el párroco Manuel Ciriano, a la que asistían “el
Preboste, señor Santamaría, todos los agremiados y numerosos fieles”. A
continuación tenía lugar la procesión que “con la imagen del santo
[recorría] el itinerario de costumbre” por el centro de la ciudad -se
repetía cada año en la referencia periodística- con el acompañamiento de
“la Banda Municipal dirigida por el profesor don Francisco García Muñoz.
A las dos de la tarde, en un céntrico restaurante se reunían los
agremiados en fraternal banquete, reinando entre los concurrentes [un]
gran entusiasmo. De siete a diez de la tarde se [organizaba un] animado
baile en una sala de fiestas de la capital, amenizando el festival una
notable orquesta [y] de once de la noche a dos de la madrugada un
animado baile popular en la Plaza del Rosel y San Blas (Ensanche),
asistiendo numeroso público”.
En cualquier caso,
acudiendo a la memoria y al refuerzo de alguna publicación comercial que
circulaba en la época quien más y quien menos estará en condiciones de
recordar, sin demasiado esfuerzo, el taller de sastrería de “Los grandes
almacenes” de Evaristo Redondo Iglesias (antigua Casa Ridruejo) que en
sus instalaciones de la calle General Mola, 53 y 55, “le ofrece un
extensísimo surtido en sus diferentes secciones, entre ellas la de
sastrería y alta costura (caballero y señora) y camisería a medida”. Era
este, sin duda, uno de los establecimientos más reputados de aquella
Soria provinciana que rivalizaba en competencia con el que
comercialmente respondía a la denominación de ”Nuevas pañerías Samuel
Redondo Modas”, en el local instalado la calle Marqués del Vadillo 5 y 7
(donde funciona en la actualidad un conocido establecimiento de
hostelería) que además de confecciones, tejidos y camisería se dedicaba
igualmente a la “Alta sastrería”. En aquella época, también era muy
conocida y gozaba de un reputado prestigio la Sastrería Checa que se
anunciaba como “Cortador de primer orden. Gran fantasía y Uniformes de
todas clases. Elegancia y distinción”, con taller en la plaza del Carmen
24-2º y tienda en el estrecho del Collado, junto a la plaza Mayor. Y
junto a las tradicionales, como eran asimismo las sastrerías León y
Roldán, ésta en su última etapa en el piso que estuvo ocupando muchos
años la Telefónica en la entonces calle del General Mola hasta su
traslado a la plaza de San Clemente, comenzaba a irrumpir en el mercado
soriano la “Pañería y Sastrería Rafael” en el número 9 de la misma
calle, la única de todas ellas que continúa abierta si bien regentada
por un sucesor, de la que todavía se siguen recordando aquellos mensajes
de claro contenido publicitario difundidos cada temporada por los
periódicos y la radio locales en la sección “ecos de sociedad” dando
cuenta del viaje de “Rafael y su hermano Antonio” al certamen o feria de
moda que fuera, y lo mismo al regreso. Talleres de sastrería de conocida
consideración fueron asimismo los de Marcelino Aceña y Maximino Alfageme,
junto a otros que probablemente estarán en la mente de todos, aunque
quizá sin la fuerza de los que se han citado pero no por ello con menor
grado de solvencia y de buen hacer.
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Joaquín Alcalde, 2013
Publicado
DIARIO DE SORIA
21-4-2013
Sorianadas (I)
Las sucesivas generaciones
de sorianos han tenido el buen cuidado de conservar y transmitir
infinidad de pequeñas historias cotidianas a través de del boca a boca
que tan bien funciona en las sociedades de tamaño reducido, como esta
nuestra.
Se contaban en la
Soria provinciana de antaño un sinfín de historias, todas ellas ciertas,
se aseguraba sin la menor duda, que habían acontecido en la ciudad. No
se trataba de grandes acontecimientos, ¡qué va!, que tuvieran la
categoría suficiente como para aparecer en el único periódico que había,
sino más bien de hechos que en el mejor de los casos malamente
alcanzaban la categoría de anécdota, en realidad, los inevitables
chismes propios de una sociedad pequeña y provinciana que no por ello
dejaban de trascender a la calle y, por consiguiente, todo dios conocía
y se regocijaba con ellos. Los centros de transmisión de la información
eran el boca a boca, ya se tratara del barrio, eje de la vida ciudadana,
los círculos de recreo -vulgo, casinos-, en aquellas tertulias
interminables en las que se hablaba de lo divino y de lo humano, y para
los más humildes la siempre socorrida taberna.
Así, por ejemplo,
era público y notorio que un cualificado empleado de la representación
en Soria de una de las compañías del monopolio estatal aquí establecidas
que gozaba cuando menos de reputada consideración social, y desde luego
nada sospechoso de este tipo de aficiones, solía acudir a diario al
mismo establecimiento a tomar lo que durante mucho tiempo la gente ajena
a la dependencia del local estuvo en la creencia de que era una de las
tantas copas de anís que se servían a los clientes, en este caso, como
en otros muchos, acompañada de un buen vaso de agua con la que mitigar
los efectos de la ingesta de alcohol, hasta que al cabo del tiempo
alguien descubrió no sin sorpresa la farsa, pues resultó que la cosa
era al revés, de tal modo que en la copa pequeña se le ponía el agua y
en el vaso grande un buen lingotazo de... aguardiente anisado. Cuando
no, que en cierta ocasión una distinguida y reputada ama de casa encargó
a la nueva empleada del servicio doméstico que le trajera de la plaza de
Abastos "un zapatero, pequeño y regordete". Dicho y hecho. La sirvienta
salió a la calle y pronto y bien mandada no tardó en cumplir la
encomienda. Y con el "zapatero pequeño y regordete", que tenía taller
abierto junto al mercado, se presentó en la casa. Lo realmente chusco
vino cuando la señora desde una de las estancias contigua a la cocina
ordenó en voz alta a la criada que "lo rajara de arriba abajo y después
de que le sacara las tripas lo aviara". El "zapatero pequeño y
regordete", que estaba a la espera de recibir el encargo propio de su
oficio, ni siquiera esperó a que completara el mandato
porque pies para qué te quiero,
echó a correr escaleras abajo ante el estupor no tanto de la dueña como
de la empleada, que no entendía nada, hasta que por fin pudo aclararse
el malentendido. La realidad es que le había encargado un besugo negro,
como se le conoce comúnmente aquí a este tipo de pescado -en otros
lugares zapatero- que la sirvienta interpretó al pie de la letra. O que
un conocido personaje de la clase acomodada que solía vestir blusa negra
de las que usaban los tratantes de ganado no pudiera por menos que
espetarle a alguien que pretendió ridiculizarle por el uso de esta
prenda llamándole guarro, que el cerdo, sin duda, sería él porque con
toda seguridad no se cambiaría de camisa a diario como tenía por
costumbre hacerlo él con el blusón.
Se decía también
en la ciudad que una noche de perros, cuando detrás de Correos apenas
había edificaciones y el alumbrado público no había llegado a la zona, o
era muy pobre, un acreditado industrial soriano acuciado por las
exigencias de la próstata de la que llevaba tiempo tratándose se vio en
la perentoria necesidad de tener que utilizar como mingitorio las
traseras del edificio de Correos y Telégrafos con tan mala pata que en
plena función se vio sorprendido por la presencia de un guardia
municipal cuya única obsesión no era otra que imponerle una multa
haciendo caso omiso a las reiteradas explicaciones que le estaba dando
el buen hombre acerca de la urgencia que se le había presentado. La
sanción andaría entonces en torno al duro, cinco pesetas de las de
antaño. Y enfrascados andaban policía y ciudadano tratando de solucionar
la situación cuando casualmente apareció por allí uno de los hijos del
ocasional infractor que pese a sus conocidas buenas dotes de persuasión
y buen humor tampoco logró convencer al celoso agente para que
desistiera de su propósito. De modo que sin mediar palabra no le quedó
más remedio que echarse mano al bolsillo y sacar dos monedas de duro,
que le entregó al vigilante, al tiempo que se ponía a orinar él también.
De esta forma pudo zanjarse el engorroso asunto. Son sólo algunos de los
muchos chismorreos que circulaban en la Soria de la época que las
sucesivas generaciones ha tenido el buen cuidado de conservar y
transmitir a través de un método tan elemental y de bajo coste como sin
duda siempre ha sido el tan cultivado boca a boca con los buenos y
jugosos resultados que suele dar en las sociedades de tamaño reducido,
como esta nuestra.
©
Joaquín Alcalde, 2013
web de
Joaquín Alcalde
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