Soria Siglo XX

Soria de Ayer y Hoy (4)

© Joaquín Alcalde

El Tubo ancho

El entorno de la plaza de toros

Firmas de toda la vida

Vestir a medida

Sorianadas (I)

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El Tubo ancho

Al comienzo de los sesenta surge una nueva zona de ocio en parte de lo que había sido el Campo del Ferial como alternativa a la que venía funcionando y estaba consolidada en la plaza de san Clemente y alrededores.

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No hace mucho el bar Parrita anunciaba su cierre después de más de cuarenta años de actividad. Con él, y con quien lo ha estado regentando, se cierra una etapa importante en la historia reciente de este tipo de establecimientos de la ciudad. Un local que entre otras muchas cosas será especialmente recordado tanto por los aficionados al mundo de los toros como por los seguidores del ciclismo, según veremos más adelante, pues con independencia, o acaso por ello, de la tradición de que siempre hizo gala en él tuvo su sede durante una década la Peña Taurina Soriana. En este sentido, y para que no se quede nada el camino, quizá no esté demás señalar que antes de tomar la denominación con la que ha cerrado, el que hemos conocido como Parrita abrió, también como bar, en los primeros años sesenta con el nombre de El Cisne, regentado por la familia Hergueta, el señor Narciso y su mujer la señora Marcelina (luego alguno de sus hijos). En él fijó su sede el Club Ciclista Soriano tras su fundación en 1964 y allí estuvo hasta que se produjo el cambio de titularidad y de nombre el negocio. Fue la época en que en la zona comenzaron a abrir varios, la mayoría, si es que no todos los locales que continúan con actividad, de tal manera que terminó por configurarse en torno a ellos un nuevo espacio de alterne que tomó el nombre de “tubo ancho” otorgado por la sabiduría popular como alternativa y para distinguirlo del otro “tubo”, el tradicional, que ya llevaba tiempo funcionando con notable éxito y, por tanto, se encontraba consolidado hasta el punto de constituir una de las señas de identidad de aquella Soria que comenzaba a evolucionar en lo urbanístico y en las costumbres de sus gentes.

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Al final de la década de los cuarenta y comienzos de los cincuenta la corporación municipal que regía los destinos del consistorio capitalino abordó uno de los grandes y más ambiciosos proyectos de la época pues –lo decíamos el domingo pasado-  sacaba a pública subasta todas y cada una de las parcelas en que había sido dividido el Campo del Ferial. De manera que en no muchos años se procedía a la ordenación de la zona. Nacieron nuevas calles como la de Vicente Tutor y Mesta -algo más tarde la de Sagunto-, que constituyeron el eje del desarrollo, al menos en los primeros momentos; se reordenaron y ampliaron otras como las del Campo y Tejera, y, en general, el entorno pasó de ofrecer una imagen que se asemejaba más a lo rural a convertirse en un nuevo, moderno y emergente espacio urbano que comenzó a subir como a espuma y tuvo en la Casa Sindical un empujón importante. En definitiva, enseguida surgieron las primeras edificaciones y a articularse a su alrededor un tejido comercial y de servicios que se dice hoy en el que comenzaron a proliferar locales del ramo de la hostelería –bares- hasta el punto de constituir en su conjunto una alternativa respecto de los que habían venido funcionando en la plaza de san Clemente y proximidades. En este contexto fueron abriendo sucesivamente, acaso no por el orden en que se van a citar -la tarea de pretender hacerlo por rigurosa antigüedad se antoja de entrada complicado- el bar Madrid, luego Palafox, en el bajo del edificio –el primero en construirse en la zona- conocido como de la Termo Sanitaria, pues ciertamente en él se ubicó uno de los primeros establecimientos de la ciudad dedicado a la venta de material y mobiliario higiénico-sanitario, en el que con anterioridad funcionó primero un salón para jugar al billar y a los futbolines y luego un concesionario de automóviles. Por entonces también abrieron, cuando el alternar más que una costumbre era un rito del que raramente se prescindía, el Dorado, contiguo al que acaba mencionarse, y en la misma calle de Manuel Vicente Tutor el ya citado Cisne, el Montico, algo más tarde el Argentina, el Bodegón Riojano, muy cerca el Mónaco, y al fondo de la calle el Pelayo; completaba el circuito el Garrido, en el que cada jueves poco después del mediodía tenía lugar una tertulia de lo más plural y abierta que pueda imaginarse, tanto por su composición como por los contenidos que debatían los contertulios, en la que tomaba parte un grupo variopinto donde lo hubiera formado por personajes de la más diversa procedencia que se movían en el mundo de la cultura, la intelectualidad, la política, la poesía, la erudición, el periodismo, la literatura, los sindicatos y, para no extendernos, de la sociedad en general, de muy desigual ideología. Fueron, sin duda, los mejores años del “tubo ancho” que lejos de limitar su ámbito geográfico a la calle que lleva por nombre el del insigne abogado agredeño Manuel Vicente Tutor extendía su área de influencia al Kansas, en la trasera, la de Sagunto; a la del Campo donde el David y el Pérez eran el complemento lo mismo que el Alcázar en la plaza del Salvador, y saliéndose de la zona propiamente dicha el Negresco junto a las tabernas del Rangil y el Morcilla, los tres en la calle Ferial, porque el Diana, el Sol y el del Abdón Morales hacía tiempo que habían cerrado.

 © Joaquín Alcalde, 2014

 

El entorno de la plaza de toros

Ordenado urbanísticamente el Campo del Ferial, la ciudad comenzó a extenderse hacia las eras de Santa Bárbara en las que algunos agricultores aún trillaban y efectuaban las tareas de la recolección.

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Era a finales de los años cuarenta y comienzo de los cincuenta cuando el ayuntamiento de la ciudad, siendo alcalde el ingeniero de Obras Públicas Mariano Íñiguez García, una de las figuras clave de la sociedad soriana de la época, acordó sacar a subasta los solares del campo del Ferial que a corto plazo iba a suponer la ordenación de la zona y sus inmediaciones. Hasta ese momento, el mercado de cochinos de los jueves se ubicaba en la parte baja, detrás de Correos, aunque entre las previsiones de desarrollo se buscaba un nuevo emplazamiento en Las Pedrizas mediante la construcción de una instalación fija que no llegó a convertirse en realidad por más de los intentos desplegados a través de varios ámbitos y de que durante algún tiempo estuviera funcionando junto al emblemático monumento a los Héroes de la Independencia, la picota para los sorianos, a la entrada de las eras de Santa Bárbara, algo más arriba de donde se encuentra ahora.

Los numerosos e interminables rebaños de merinas tanto en la primavera cuando subían a la sierra como a su regreso a los pastos de invierno en fechas próximas a los Santos hacían noche en la que en el callejero es la plaza del Rey Sabio, para situarnos, en la plazoleta de las traseras de Correos, cuando la calle Sagunto no existía como tal, pues se encontraba todavía en proyecto e incluso sin nombre, que tomó algunos años después. En el entorno, algo más arriba, ya en las proximidades de la calle Tejera, donde está el edificio de Cultura, inicialmente pensado para Casa del Movimiento, se establecía más que el ferial de ganados propiamente dicho una especie de rastrillo en el que se vendía de todo: desde aperos para el ganado hasta fruta de temporada y trastos viejos, sin que faltaran los inolvidables e irrepetibles charlatanes, una figura que no faltaba en cualquier feria que se preciara.

Decíamos, que parcelado y ordenado urbanísticamente el Campo del Ferial, la ciudad comenzó a desarrollarse en torno a él y a extenderse hacia el norte, en una amplia franja, incluida las eras de Santa Bárbara, en las que algunos agricultores todavía trillaban y llevaban a cabo las tareas de la recolección, y en el invierno se utilizaban como improvisadas canchas para jugar al fútbol. Se habían sacado del paraje más próximo a la plaza de toros las serrerías que habían dado más de un susto gordo, bien recordados todavía por los más mayores. Acababa de edificarse junto al antiguo convento de Las Concepciones el moderno parque de bomberos y de construirse las conocidas como Casas de los Maestros en la calle de san Benito, frente a la puerta grande del coso taurino, además de haber sufrido todo él una profunda remodelación. La circulación de vehículos seguía produciéndose por la antigua carretera nacional Zaragoza-Soria-Valladolid, con las inevitables incomodidades no exentas de riesgos y lo seguiría siendo durante años. En cualquier caso, la ciudad estaba necesitada de nuevos espacios urbanos y, en fin, planeaban sobre la zona aires de modernidad.

Fue entonces cuando desde la plaza de toros hacia arriba, es decir, hasta las afueras, comenzaron a construirse nuevas edificaciones que en el transcurso de un relativamente corto periodo de tiempo dieron a la ciudad una nueva imagen. Como sucedió con el grupo de viviendas llamado en el lenguaje coloquial Casas de los Guardias (todavía se conserva alguna), entonces aisladas, en la calle Santo Ángel de la Guarda –antaño patrón de los cuerpos de policía, de ahí el nombre, sin duda-, construidas para funcionarios de la Policía Armada (ahora Policía Nacional) en solares de propiedad particular en la parte izquierda subiendo hacia Santa Bárbara, por donde el Jueves La Saca venían los toros, al que se unieron sucesivamente otras edificaciones que fueron surgiendo hasta conseguir cambiar de arriba abajo la fisonomía de la zona al tiempo que irremediablemente se extendía hacia terrenos alejados además de degradados del núcleo urbano como podía ser el caso de los que ocupa en la actualidad el Conservatorio de Música, en cuyo paraje se encontraba en aquel momento el basurero de Soria. El caso es que el barrio que nació junto a la plaza de toros y aledaños no tardó en consolidarse y adquirir, en general, la configuración que tiene ahora amparado por la legalidad que le conferían los Planes de Ordenación de la Ciudad de 1948 y 1961, sobre todo de este último, vigente la friolera de treinta años bien cumplidos, en cuyo transcurso, y bajo su paraguas protector, se acometieron y permitieron desmanes y bastantes más atropellos de los que hubieran sido de desear no solo en este sector sino en otros varios más por donde la ciudad intentaba ensancharse con resultados que quedan a la vista de todos y estamos sufriendo a diario. De algunos, quizá de los más relevantes, nos hemos ocupado con anterioridad en esta misma sección, pero habida cuenta de que el listado es lo suficientemente amplio como para haber despachado el asunto en una sola entrega, no se descarta en modo alguno volver sobre él en algún momento. Merece la pena.

© Joaquín Alcalde, 2014

 

Firmas de toda la vida

El llamado tejido comercial de la ciudad ha sufrido una transformación importante pero no obstante continúan abiertos comercios y establecimientos con los que han crecido generaciones de sorianos.

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En alguna ocasión anterior hemos echado la vista atrás para recordar y, en la medida que ha sido posible, tratar de reconstruir algunos aspectos que en una época o momento determinados confirieron carácter y personalidad propia a aquella Soria de antaño que se llenaba particularmente los jueves, día del mercado semanal, con la llegada de infinidad de paisanos de una buena parte de la provincia y de manera especial de los pueblos más próximos que acudían a la capital cual si se tratara de un rito del que no podían prescindir con el fin de realizar sus compras en la red de comercios articulada casi en su totalidad en torno al Collado y calles aledañas, que no cerraban al mediodía, de manera que quienes se habían desplazado a la ciudad con este expreso y único aunque importante motivo tuvieran tiempo suficiente para realizar sus compras de manera que pudieran regresar en cualquiera de las líneas de los servicios regulares de viajeros que salían a primeras horas de la tarde desde los más variados rincones de la población, porque acaso convenga recordar que sin estación de autobuses ni posibilidad remota de que pudiera haberla, y eso que se llevaba años hablando de ella, los lugares en que tenían establecida la parada los llamados entonces coches de línea, que no autobuses, más conocidos en el ámbito rural como la exclusiva, que en la práctica venía a ser lo mismo, estaban dispersos por la ciudad.

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El Collado (Soria)

Algunas décadas después nada es igual. Porque, si bien en el ecuador de los ochenta era un hecho la puesta en funcionamiento de la tan esperada terminal de autobuses, con lo que comportó en el cambio de hábitos de los sorianos, la realidad es que los comercios llevaban ya tiempo cerrando los jueves a mediodía e incluso la llamémosle red de establecimientos, o mejor, tejido comercial que tanto gusta decir ahora, estaba en proceso de una transformación lenta pero irreversible hasta el punto de que observada desde la perspectiva de la actualidad puedan citarse, sin mayor dificultad, los negocios o firmas comerciales, como se quiera, que han pervivido en bastantes casos con dirección diferente y en otros con cambio de actividad incluido para adaptarse a las necesidades de consumo de los tiempos modernos, cuando no las dos a la vez. Llegados a este punto y conscientes del riesgo que se corre por las inevitables omisiones que con más que probable seguridad se producirán y sin seguir criterio preestablecido alguno parece obligado comenzar por el Collado (calle del General Mola en la época) y citar la ferretería La Llave donde siempre (herramientas, baterías de cocina, muebles, materiales de saneamiento y electricidad, anunciaba antaño); la añeja Casa Zapata, también en su ubicación originaria; lo mismo que el antiguo almacén de paquetería de Justo Ortega, en la planta baja de la casa con fachada al ensanche, entre el Collado estrecho y la calle Zapatería, una especie de cajón de sastre dedicado a la venta de mercería, quincalla, géneros de punto, confecciones, perfumería y bisutería; la peletería Carrascosa, con casi tres cuartos de siglo abierta, ahora junto al Casino, es decir, algo más arriba de donde estuvo décadas funcionado; si es que no la relojería y óptica Monreal ampliada con posterioridad a un local de enfrente, donde está el reloj, o el bar Torcuato, en el emplazamiento de toda la vida, aunque con otra disposición interior; contigua a él la tienda de ultramarinos de Domingo Muñoz (reconvertida en autoservicio de reconocido prestigio) y muy cerca la librería Las Heras, otro de los templos del comercio soriano cargado de historia. En la arteria principal de la ciudad sigue abierta la taberna por antonomasia que responde a la denominación de coloquial de “El  Lázaro”. En todo caso, y sin abandonar el Collado, no se pueden pasar tampoco por alto las farmacias de Esperanza Domínguez y Carrascosa, y ya en Marqués del Vadillo la de Martínez Borque, las tres en la ubicación en que las han conocido sucesivas generaciones de sorianos. Del Collado desapareció hace años la entrañable tienda de chucherías conocida como la bollera, especialmente visitada por los chicos los domingos y festivos, para instalarse en la calle Zapatería en la que con algún intervalo sin actividad viene funcionando. El apresurado listado podría completarse con la tienda de “ultramarinos finos” de “Los tres arcos”, uno de los santuarios del ramo de la alimentación, en las proximidades del Palacio de los Condes de Gómara; el comercio de Adolfo Sainz, al comienzo de la calle Numancia, que ofrecía “las calidades más supremas en mantas y pañería como lo acredita la creciente preferencia del público desde el año 1850”, se decía en un anuncio publicitario hace bastante más de medio siglo; el reconvertido comercio de Barrón y la antigua botería de Claudio Alcubilla junto a los bares Apolonia y Ventorro (entonces en  las afueras y en local diferente), y firmas fuertemente ligadas al empresariado de la ciudad como Alejandro del Amo (hoy Adasa) y Talleres Santamaría (Tamesa). Y por supuesto la Caja de Ahorros, en otra sede, que hoy ciertamente pocos son los que saben cuál es su actual denominación.

 © Joaquín Alcalde, 2013

Publicado DIARIO DE SORIA
26-5-2013

 

Vestir a medida

El oficio de sastre es una de las actividades que si no extinguida, según el concepto que se ha venido transmitiendo de generación en generación, en la práctica qué duda cabe que ha quedado reducida a lo testimonial.

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Sastrería Rafael. El Collado (Soria)

Leíamos no hace mucho en este periódico un interesante y no menos curioso reportaje sobre el ejercicio de la profesión de sastre, un oficio que si bien antaño no suscitaba una especial curiosidad sino que por el contrario resultaba de lo más común pues rara era la familia que no acudía o no recurría a la persona que tenía por ocupación cortar y coser vestidos, principalmente de hombre, si nos atenemos a la definición que hace de esta actividad el Diccionario de la Lengua Española, desde hace años, quizá décadas, ha quedado reducida a lo testimonial. Es una más de las actividades que si no extinguida según el concepto que se ha venido transmitiendo de generación en generación, en la práctica qué duda cabe que forma parte del acervo popular. El sastre, con independencia del servicio específico que se le requería, puede que al mismo tiempo tuviera también algo de consejero ante el que el cliente raramente podía resistirse a hacer confesión de cualquier particularidad que llegado el caso pudiera tener relación, la mayoría de las veces, por ejemplo, con su complexión física, por más que la tipología del individuo fuera evidente.

Al contrario de lo que sucede con otras facetas y ocupaciones cualquiera que sea el campo de que se trate, resulta complicado reconstruir el tejido –nunca mejor dicho tratándose del material que manejaban- no sólo de los profesionales que se dedicaban al oficio en la capital –tarea de suyo harto complicada- sino incluso de quienes lo ejercían en establecimientos al uso, es decir, en locales abiertos al público, que eran algo así como el escaparate de este colectivo gremial que tenía por costumbre conmemorar cada 13 de junio la festividad de su excelso patrón, San Antonio, con un repleto programa de actos: a las nueve y media de la mañana se celebraba en la iglesia de Santa María La Mayor una misa oficiada por el párroco Manuel Ciriano, a la que asistían “el Preboste, señor Santamaría, todos los agremiados y numerosos fieles”. A continuación tenía lugar la procesión que “con la imagen del santo [recorría] el itinerario de costumbre” por el centro de la ciudad -se repetía cada año en la referencia periodística- con el acompañamiento de “la Banda Municipal dirigida por el profesor don Francisco García Muñoz. A las dos de la tarde, en un céntrico restaurante se reunían los agremiados en fraternal banquete, reinando entre los concurrentes [un] gran entusiasmo. De siete a diez de la tarde se [organizaba un] animado baile en una sala de fiestas de la capital, amenizando el festival una notable orquesta [y] de once de la noche a dos de la madrugada un animado baile popular en la Plaza del Rosel y San Blas (Ensanche), asistiendo numeroso público”.

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Sastrería Viuda de Evaristo Redondo (Soria)

En cualquier caso, acudiendo a la memoria y al refuerzo de alguna publicación comercial que circulaba en la época quien más y quien menos estará en condiciones de recordar, sin demasiado esfuerzo, el taller de sastrería de “Los grandes almacenes” de Evaristo Redondo Iglesias (antigua Casa Ridruejo) que en sus instalaciones de la calle General Mola, 53 y 55, “le ofrece un extensísimo surtido en sus diferentes secciones, entre ellas la de sastrería y alta costura (caballero y señora) y camisería a medida”. Era este, sin duda, uno de los establecimientos más reputados de aquella Soria provinciana que rivalizaba en competencia con el que comercialmente respondía a la denominación de ”Nuevas pañerías Samuel Redondo Modas”, en el local instalado la calle Marqués del Vadillo 5 y 7 (donde funciona en la actualidad un conocido establecimiento de hostelería) que además de confecciones, tejidos y camisería se dedicaba igualmente a la “Alta sastrería”. En aquella época, también era muy conocida y gozaba de un reputado prestigio la Sastrería Checa que se anunciaba como “Cortador de primer orden. Gran fantasía y Uniformes de todas clases. Elegancia y distinción”, con taller en la plaza del Carmen 24-2º y tienda en el estrecho del Collado, junto a la plaza Mayor. Y junto a las tradicionales, como eran asimismo las sastrerías León y Roldán, ésta en su última etapa en el piso que estuvo ocupando muchos años la Telefónica en la entonces calle del General Mola hasta su traslado a la plaza de San Clemente, comenzaba a irrumpir en el mercado soriano la “Pañería y Sastrería Rafael” en el número 9 de la misma calle, la única de todas ellas que continúa abierta si bien regentada por un sucesor, de la que todavía se siguen recordando aquellos mensajes de claro contenido publicitario difundidos cada temporada por los periódicos y la radio locales en la sección “ecos de sociedad” dando cuenta del viaje de “Rafael y su hermano Antonio” al certamen o feria de moda que fuera, y lo mismo al regreso. Talleres de sastrería de conocida consideración fueron asimismo los de Marcelino Aceña y Maximino Alfageme, junto a otros que probablemente estarán en la mente de todos, aunque quizá sin la fuerza de los que se han citado pero no por ello con menor grado de solvencia y de buen hacer.

© Joaquín Alcalde, 2013

Publicado DIARIO DE SORIA
21-4-2013

 

 

Sorianadas (I)

Las sucesivas generaciones de sorianos han tenido el buen cuidado de conservar y transmitir infinidad de pequeñas historias cotidianas a través de del boca a boca que tan bien funciona en las sociedades de tamaño reducido, como esta nuestra.

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Calle Sagunto (Soria)

Se contaban en la Soria provinciana de antaño un sinfín de historias, todas ellas ciertas, se aseguraba sin la menor duda, que habían acontecido en la ciudad. No se trataba de grandes acontecimientos, ¡qué va!, que tuvieran la categoría suficiente como para aparecer en el único periódico que había, sino más bien de hechos que en el mejor de los casos malamente alcanzaban la categoría de anécdota, en realidad, los inevitables chismes propios de una sociedad pequeña y provinciana que no por ello dejaban de trascender a la calle y, por consiguiente, todo dios conocía y se regocijaba con ellos. Los centros de transmisión de la información eran el boca a boca, ya se tratara del barrio, eje de la vida ciudadana, los círculos de recreo -vulgo, casinos-, en aquellas tertulias interminables en las que se hablaba de lo divino y de lo humano, y para los más humildes la siempre socorrida taberna.

Así, por ejemplo, era público y notorio que un cualificado empleado de la representación en Soria de una de las compañías del monopolio estatal aquí establecidas que gozaba cuando menos de reputada consideración social, y desde luego nada sospechoso de este tipo de aficiones, solía acudir a diario al mismo establecimiento a tomar lo que durante mucho tiempo la gente ajena a la dependencia del local estuvo en la creencia de que era una de las tantas copas de anís que  se servían a los clientes, en este caso, como en otros muchos, acompañada de un buen vaso de agua con la que mitigar los efectos de la ingesta de alcohol, hasta que al cabo del tiempo alguien descubrió no sin sorpresa la farsa, pues  resultó que la cosa era al revés, de tal modo que en la copa pequeña se le ponía el agua y en el vaso grande un buen lingotazo de... aguardiente anisado. Cuando no, que en cierta ocasión una distinguida y reputada ama de casa encargó a la nueva empleada del servicio doméstico que le trajera de la plaza de Abastos "un zapatero, pequeño y regordete". Dicho y hecho. La sirvienta salió a la calle y pronto y bien mandada no tardó en cumplir la encomienda. Y con el "zapatero pequeño y regordete", que tenía taller abierto junto al mercado, se presentó en la casa. Lo realmente chusco vino cuando la señora desde una de las estancias contigua a la cocina ordenó en voz alta a la criada que "lo rajara de arriba abajo y después de que le sacara las tripas lo aviara". El "zapatero pequeño y regordete", que estaba a la espera de recibir el encargo propio de su oficio, ni siquiera esperó a que completara el mandato porque pies para qué te quiero, echó a correr escaleras abajo ante el estupor no tanto de la dueña como de la empleada, que no entendía nada, hasta que por fin pudo aclararse el malentendido. La realidad es que le había encargado un besugo negro, como se le conoce comúnmente aquí a este tipo de pescado -en otros lugares zapatero- que la sirvienta interpretó al pie de la letra. O que un conocido personaje de la clase acomodada que solía vestir blusa negra de las que usaban los tratantes de ganado no pudiera por menos que espetarle a alguien que pretendió ridiculizarle por el uso de esta prenda llamándole guarro, que el cerdo, sin duda, sería él porque con toda seguridad no se cambiaría de camisa a diario como tenía por costumbre hacerlo él con el blusón.

Se decía también en la ciudad que una noche de perros, cuando detrás de Correos apenas había edificaciones y el alumbrado público no había llegado a la zona, o era muy pobre, un acreditado industrial soriano acuciado por las exigencias de la próstata de la que llevaba tiempo tratándose se vio en la perentoria necesidad de tener que utilizar como mingitorio las traseras del edificio de Correos y Telégrafos con tan mala pata que en plena función se vio sorprendido por la presencia de un guardia municipal cuya única obsesión no era otra que imponerle una multa haciendo caso omiso a las reiteradas explicaciones que le estaba dando el buen hombre acerca de la urgencia que se le había presentado. La sanción andaría entonces en torno al duro, cinco pesetas de las de antaño. Y enfrascados andaban policía y ciudadano tratando de solucionar la situación cuando casualmente apareció por allí uno de los hijos del ocasional infractor que pese a sus conocidas buenas dotes de persuasión y buen humor tampoco logró convencer al celoso agente para que desistiera de su propósito. De modo que sin mediar palabra no le quedó más remedio que echarse mano al bolsillo y sacar dos monedas de duro, que le entregó al vigilante, al tiempo que se ponía a orinar él también. De esta forma pudo zanjarse el engorroso asunto. Son sólo algunos de los muchos chismorreos que circulaban en la Soria de la época que las sucesivas generaciones ha tenido el buen cuidado de conservar y transmitir a través de un método tan elemental y de bajo coste como sin duda siempre ha sido el tan cultivado boca a boca con los buenos y jugosos resultados que suele dar en las sociedades de tamaño reducido, como esta nuestra.

 © Joaquín Alcalde, 2013

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