Soria Siglo XX
Soria de Ayer y Hoy (2)
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Joaquín Alcalde
El
callejón del Salvador
El
Collado cerrado al tráfico
La
reconvertida Plaza de Herradores
La
Fuente de Los Leones
La
costumbre de “ir de campo”
(CLICK!
sobre las fotos para ampliarlas)
El callejón
del Salvador
La
pequeña y típica travesía que comunica la plaza de Herradores con la del
Salvador apenas ha experimentado modificaciones en los últimos setenta
años, al menos en lo que a su estructura se refiere, a no ser para dar
un lavado de cara a los contados inmuebles que la conforman y evitar su
deterioro.
Una calle de
nombre dudoso
Está en
el mismísimo centro de la ciudad. Podría decirse que es un lugar de paso
obligado que posibilita la conexión de aquella pequeña Soria de antaño
con las nuevas zonas que han sido surgiendo al norte en las últimas
décadas. Siendo, como es, una de las más frecuentadas –si no la que más-
lo que resulta curioso es que no esté clara ni, por consiguiente, pueda
determinarse con seguridad cuál es su verdadera denominación. Como en
tantas otras cosas relacionadas con el día a día de la capital, depende
del autor y de la publicación que se consulte. De tal manera que si se
acude a la Guía de la Ciudad, una edición modesta, pero además de
práctica muy útil, lanzada por el Ayuntamiento en 1946, que desde su
aparición ha tenido, y sigue teniendo, la consideración de oficial y,
como consecuencia, constituye una referencia para abordar cualquier
estudio de la época, se encuentra uno con que puede tratarse de la calle
del Salvador. Para algún tratadista moderno, pero no por ello más
fiable, se está hablando de una “callecita, pasadizo, sin nombre”, que
arranca de la plaza de Ramón Benito Aceña, popularmente de Herradores, y
termina en la fachada lateral sur de la iglesia, es decir en la plaza
del mismo nombre que el del templo. Sea como fuere, la realidad es que
tan pequeño y angosto tramo de vía urbana, de no más de veinte metros,
el común de los sorianos lo conoce como travesía, calleja o callejón del
Salvador indistintamente, y todo el mundo se entiende sin correr el
menor riesgo de incurrir en confusión alguna, pese a que no tenga placa
alguna que permita identificarla, a no ser a los visitantes que se ven
hechos un lío. La aledaña plaza del Salvador sí ha experimentado un
cambio importante tanto en su estética como en la actividad, casi en su
totalidad de carácter comercial, que se desarrollaba en ella. No es
este, por el contrario, el caso del pequeño pasaje que nos ocupa, al
menos en su estructura, que únicamente se ha visto alterada para dar un
lavado de cara a los contados inmuebles que lo conforman y, de este
modo, evitar su deterioro. Por resumir, mientras el aspecto que ofrece
en la actualidad la plaza del Salvador no tiene demasiado que ver –más
bien poco- con el que le otorgaban, sobre todo, la vieja iglesia, el
desaparecido Hospital de Peregrinos (el hospitalillo) adosado a esta, y
la casona en que estuvo el emblemático y no menos popular Parador del
Ferial, la callejuela que desemboca en ella se mantiene sin grandes
modificaciones desde hace más de medio siglo. Cosa bien diferente es el
uso que tienen los contados locales ubicados en tan corto espacio vial,
dedicados ahora al ejercicio de operaciones o tareas muy diferentes de
las de antaño cuando la zona lejos de ser un lugar de esparcimiento y de
encuentro estaba dedicada única y exclusivamente al comercio.
Dicho
esto, no resulta para nada difícil reconstruir su tejido comercial, que
se dice hoy, entre otros motivos porque el espacio disponible tampoco es
que diera para mucho. De todos modos, en el lado derecho, entrando desde
la plaza de Herradores, el local en que está ubicado un bar fue antaño
la reputada tienda de ultramarinos del Anastasio; se mantiene tal cual,
el edificio contiguo, destinado a viviendas de uso por particulares, y
en el local anejo de la planta baja, donde funciona una tienda dedicada
a la venta de material electrónico diverso, hubo un taller de reparación
de calzado muy acreditado (un zapatero remendón), el de Faustino de
Blas. La dependencia contigua, aunque ya en la plaza del Salvador, que,
al menos desde el exterior, sigue ofreciendo el mismo aspecto, fue
almacén de la Droguería Patria, un establecimiento de referencia en el
sector. En el lado izquierdo, siempre accediendo desde la plaza de
Herradores, ocurrió algo semejante, pues los locales en que se
encuentran funcionando las oficinas de una conocida entidad bancaria y
una firma de telefonía móvil los ocuparon en tiempos el almacén y la
tienda muebles de la Viuda de Claudio Alcalde.
No
obstante, la calleja, pasadizo, travesía –perdón por la reiteración-, o
como se le quiera llamar, del Salvador, continúa siendo uno de los
rincones más entrañables de la ciudad que está cargado de historia y
rezuma tipismo por todas partes además de desprender un sabor añejo que,
sin duda, los sorianos, no sabemos valorar en la verdadera dimensión que
tiene, puede que por hábito, y no por ninguna otra cosa, pues no
conviene perder la perspectiva de que desde siempre ha formado parte del
decorado urbano que jalona nuestra vida diaria. Es, en fin, una de las
zonas de la ciudad que después de tantos años mejor se conserva, acaso
porque no haya sido lo suficientemente atractiva para los especuladores,
que de todo podría haber.
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Joaquín Alcalde
(Publicado en Diario de
Soria-El Mundo el 6.11.2011)
El Collado
cerrado al tráfico
Una norma
con visión de futuro reguló a partir del 1 de octubre de 1960 la
circulación de vehículos por la arteria principal y calles adyacentes de
la ciudad que en la práctica supuso el inicio de la peatonalización del
centro histórico.
El actual
equipo de gobierno del ayuntamiento de Soria está empleado a fondo en el
empeño de peatonalizar la práctica totalidad de las calles céntricas de
la capital. Algunos de estos proyectos, como el de Mariano Granados, sin
duda el más importante y de mayor calado para la ciudad del futuro, se
encuentra, cuando menos de cara al ciudadano, paralizado por los
intríngulis tan habituales en la vida política sobre todo cuando las
administraciones están sustentadas por partidos diferentes, de tal
manera que a veces ni los propios actores de la cosa pública llegan a
comprender y mucho menos a tener capacidad de sincerarse para decirlo
claramente.
El caso
es que de un tiempo a esta parte la ciudad se encuentra patas arriba. Si
en estos momentos la actuación está centrada en el que desde no hace
tanto conocemos como Rincón de Bécquer y en la calle Caballeros, con
anterioridad han pasado por un proceso de remodelación de mayor o menor
calado el entorno de San Juan de Rabanera –una intervención, por cierto,
que no ha dejado indiferente a casi nadie- las calles Campo, Ferial y
Puertas de Pro, entre otras muchas que no es cuestión de relacionar. Y
por lo que se ha dicho desde el Consistorio las previsiones de
peatonalizar, y, en definitiva, de recuperar para los viandantes
entornos del casco histórico, lejos de agotarse apuntan a otras zonas
del centro de la ciudad, por más que la realidad sea terca y diga que
una vez ejecutado el proyecto la actividad en todas ellas siga siendo si
no la misma sí muy parecida, con los riesgos e incomodidades de siempre.
Sea como fuere, lo que resulta evidente es que la recuperación de la
calle para los ciudadanos ha sido una constante y un logro de los
ayuntamientos democráticos, que son los que la han impulsado y
propiciado, promoviendo actuaciones de este tipo u otras de índole
semejante.
Dicho
esto, parece no obstante obligado señalar también que la peatonalización
no es un concepto moderno, incluso en Soria, donde hace la friolera de
50 años el ayuntamiento de la época, siendo Alcalde Alberto Heras
Hercilla, llevó a cabo un importante y progresista proyecto que
contemplaba no tanto la remodelación física de los espacios céntricos de
la ciudad –lo que con más o menos acierto se está haciendo ahora- como
la ordenación del tráfico, que supuso una auténtica revolución. En
cualquier caso, qué duda cabe que se estaba ante la primera
peatonalización. Porque, en efecto, el establecimiento de unas nuevas
normas de circulación, que modificaron de arriba abajo el sistema que
venía funcionando hasta ese momento, trajo consigo además la instalación
y puesta en funcionamiento de los primeros semáforos, un sistema
novedoso, al menos aquí en Soria, para regular la circulación de
vehículos, que no dejó de suscitar controversia acostumbrados como
estaban los conductores y peatones a la figura del guardia de
circulación que había llegado a formar, para qué negarlo, parte
integrante del mobiliario urbano. De tal manera que desde el Consistorio
abundaron reiteradas peticiones públicas de “colaboración por parte de
todos” y no se escatimaron esfuerzos, incluido el desplazamiento desde
Madrid de aquel célebre y recordado agente urbano de tráfico para
adiestrar teórica y prácticamente a sus compañeros de Soria.
Fue el
día 1 de octubre de 1960 cuando comenzó a aplicarse la avanzada y
exhaustiva norma y, por tanto, a entenderse la circulación de vehículos
por el interior de la ciudad de manera muy diferente. En este sentido,
establecía la velocidad máxima de 30 kilómetros por hora en la totalidad
del caso urbano; señalaba las nuevas zonas de aparcamiento de turismos,
camiones y motocicletas, en torno al eje del Collado y aledaños; fijaba
las paradas de taxis en las plazas de Herradores (Ramón Benito Aceña),
Ramón y Cajal, San Blas y el Rosel y Generalísimo Franco (plaza Mayor),
limitando a 15 minutos el estacionamiento en la calle del General Mola,
y prohibía asimismo el estacionamiento en las calles de San Agustín
(zona del puente), Ferial, Campo, Santa María y Aguirre, y en el paseo
del Espolón, entonces parcialmente del General Yagüe y calle Burgo de
Osma. Sin embargo, entre las muchas novedades del proyecto puede que la
principal, o si se quiere de mayor impacto, residiera en las calles que
pasaban a ser de una sola dirección y, entre ellas, naturalmente, el
propio Collado (todavía oficialmente del General Mola), en el sentido
Marqués del Vadillo a la Plaza Mayor, por cuyo tramo estaba prohibido
circular diariamente entre las ocho de la tarde y las once de la noche,
y los domingos y festivos de once y media de la mañana a tres de la
tarde y de seis a once de la noche; aunque en el caso de los camiones y
ómnibus (sic) la restricción era notablemente mayor: de once y media de
la mañana a once de la noche todos los días de la semana.
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Joaquín Alcalde
(Publicado en Diario de Soria-El Mundo el
12-09-2010)
La
reconvertida Plaza de Herradores
Del
marcado carácter comercial que tuvo siempre ha pasado a ser una zona
para alternar
El Centro Comercial Abierto –no es la primera vez que nos ocupamos de
él- está dando mucho juego. Las continuas iniciativas de sus promotores
en aras de conseguir los fines que motivaron su creación, que no son
otros sino recuperar para el centro el marcado carácter comercial que
tuvo siempre, lo han puesto de moda hasta situarlo en un plano destacado
de la actualidad. Ha generado ambiente, para qué engañarnos.
Lo de Centro Comercial Abierto se ha presentado como algo verdaderamente
novedoso, y no es que vaya a cuestionarse y mucho menos censurar, si
como tal se entiende la iniciativa conjunta de una serie de comerciantes
y empresarios que llevaban años asistiendo al deterioro progresivo del
comercio tradicional de la ciudad y, en definitiva, a que por la propia
inercia algunas zonas céntricas de la capital hayan ido quedándose
sucesivamente fuera de los circuitos comerciales con la consiguiente
repercusión no sólo en la actividad económica del sector sino también en
la sociedad soriana en general.
Esta, y no
otra, es dicho de manera un tanto abreviada la realidad de hoy en torno
a una problemática lo suficientemente compleja, necesitada de
actuaciones inmediatas, acerca de la cual los promotores no tendrán más
remedio que poner a contribución del proyecto el esfuerzo generoso que
les permita recuperar el tiempo perdido y evitar un mayor deterioro,
aderezado con unas buenas dosis de imaginación y, por supuesto, de
paciencia, si es que verdaderamente tienen el decidido propósito de
acabar con la realidad de una situación que se ha ido generando y
agravando durante décadas, que en definitiva es de lo que se trata.
De unos años a esta parte el centro de Soria, es decir El Collado y su
entorno más próximo, ha sufrido una renovación casi total no tanto en su
configuración, que sigue siendo la misma de siempre, o al menos así
parece a cuantos no han faltado de aquí por más que la percepción pueda
ser otra bien distinta, como por el contrario ha ocurrido con los nuevos
establecimientos que están funcionando hoy, que en realidad siguen
siendo comercios, como antaño, por utilizar el término de siempre, pero
que han sido el motor que ha posibilitado el cambio de cara del centro
urbano. Es decir, que donde por ejemplo en tiempos hubo una mercería hoy
está abierto un banco o una tienda en la que se venden teléfonos
móviles. Y donde una pescadería, una óptica, que puede no ser el caso.
La transformación, en fin, que haya podido experimentar la arteria
principal de la ciudad acaso tenga bastante que ver con su peatonalización primero y bastantes años después de algunas de las otras
calles que confluyen en ella.
La que sí ha sufrido un cambio de actividad importante ha sido la que
todos conocemos y llamamos Plaza de Herradores, en el callejero, de
Ramón Benito Aceña, en recuerdo del diputado y senador conservador por
Soria durante casi medio siglo, que fomentó las excavaciones de Numancia
y construyó a sus expensas el edificio del Museo Numantino. Hoy,
bastantes de los edificios están desocupados y el censo de residentes ha
sufrido una caída importante. De manera que a falta de lugares de
encuentro, o lo que es lo mismo de plazas públicas, que sigue siendo la
asignatura pendiente de Soria, la céntrica de Herradores se ha
convertido en uno de los puntos importantes de reunión de la ciudad a
poco que el tiempo acompañe y se pueda tomar en la calle la caña o el
vino y la tapa del mediodía, incluso en pleno invierno. Porque en la
época estival toda la plaza es una única terraza, que se ha ido
agrandando cada temporada.
En la Plaza
de Herradores hace ya muchos años que dejó de funcionar la siempre
concurrida parada de taxis, y que desaparecieron los carrillos de
chucherías para los chicos y no tan chicos que se ubicaban a diario a la
entrada, a uno y otro lado de ella, como escoltándola. En la parte de
acá, la más próxima al Collado, el “colorado” del Jesús Bernardo y
seguido hacia el interior el de los hermanos Carpintero, que atendían el
Jesús y el Luís “El Litri”, en los que raramente no había tertulia. En
la acera de enfrente, el de la Lola. Además, lógicamente, de los dos
kioscos de periódicos, que continúan en pie hoy aunque remodelados y uno
de ellos con otra función, a los que durante la temporada había que
añadir el puesto del barquillero, este, a la vuelta, al comienzo de la
calle Marqués del Vadillo.
Entonces la
Plaza de Herradores estaba todavía abierta al tráfico del mismo modo que
las calles Numancia y Puertas de Pro, e incluso durante determinadas
horas se podía circular en coche por El Collado, últimamente sólo en
dirección a la Plaza Mayor. Y en la temporada estival seguía siendo el
lugar de contratación de los peones para la siega, de los jornaleros que
se dedicaban al esquilo del ganado lanar, y de los temporeros que se
ofrecían para realizar diversas faenas propias del verano soriano.
Pero la
Plaza de Herradores era, sobre todo, un importante punto comercial de la
ciudad. De ahí que con el concepto moderno que manejan los expertos en
marketing nadie pondrá en duda que en aquella época mereció ostentar con
todo el derecho del mundo la consideración de Centro Comercial Abierto,
tan en boga en los tiempos que corren. Porque era eso, una zona con tal
grado de concentración de tiendas en la que no había espacio, grande o
pequeño, que no estuviera destinado al ejercicio de una actividad
comercial. Y eso que se desarrollaban muchas y variadas. Al contrario
que hoy en que la mayoría de los locales, con alguna que otra excepción
muy concreta, son establecimientos dedicados a la hostelería, o sea,
bares, exactamente lo contrario que antaño cuando tan solo el añorado
café-bar Imperial y en frente el Urbión, y el de la Apolonia, ponían la
nota de excepcionalidad a esta actividad tan de moda.
Porque en
efecto si se entra desde la calle Marqués del Vadillo viniendo desde El
Collado, la relojería de Liso, en la misma esquina del palacete que da a
las dos calles, hoy es un local reformado que ha sido utilizado
temporalmente como oficinas bancarias. Y si se sigue por esa misma mano,
puede encontrarse uno con que la antigua papelería Vallejo, también hace
tiempo cerrada, es utilizada como almacén. La tienda de perfumería que
hay al lado, fue anteriormente la barbería de los hermanos Cascante
–Antonio y Santiago-, a la que por cierto solía acudir por la mañana a
primera hora, entre otros, el mismismo presidente de las Cortes
Españolas, Antonio Iturmendi, cuando venía a Soria a visitar a su hija,
que residió aquí unos años. En la librería Atlas estuvo con anterioridad
el bar Urbión, cerrado hace muchos años. Continúa el de La Apolonia,
donde antaño, en el primer piso, se servían comidas, cuando lo regía el
Fermín. La casa donde estuvieron la tienda de Vicén Vila, la Gestoría y
Habilitación de Clases Pasivas de Seseña, e incluso una vivienda en el
ático, y en una etapa bastante más moderna el estudio del fotógrafo
Vicente, está cerrada y en deficiente estado de conservación. El hoy bar
Feli´s no era ni más ni menos que la tienda y el taller de reparación de
calzado del señor Eugenio Amo. Y el conocido por Herradores, cerca del
rincón, una cacharrería en la que se vendían botijos, cántaros, cazuelas
de barro y bastantes más útiles domésticos artesanales hechos con
cerámica.
En el
frente de la plaza, siguiendo el sentido inverso de las manecillas del
reloj iniciado, donde está la boutique Ñeka hubo una panadería; a
continuación la droguería Patria, el bar Latino de ahora, en la que se
despachaban los más variados artículos del ramo, pero sobre todo
infinidad de kilos de jabón de fregar, de producción propia, y de
pintura, que hacían sobre la marcha los dependientes –unos verdaderos
profesionales-, a mano y a la carta, según las necesidades del cliente.
Y tras cruzar la calle de Numancia, la tienda de ultramarinos del
Anastasio, una de las clásicas, lo que es el bar Plaza.
El circuito
se completaba en la otra acera con la tienda de muebles de la Viuda de
Claudio Alcalde, que daba vuelta al callejón de El Salvador, en la
actualidad el Banco Atlántico. El bar Imperial, un café de los antiguos
que fue la primera sede de la Peña Taurina Soriana, regentado por el
Juanito Varea hasta su cierre, cuyo local lo ocupa hoy la droguería y
perfumería Ruiz, en el bajo de uno de los contados edificios de la
ciudad destinado a viviendas que tenía portero. Otra tienda de
ultramarinos, la del Manolo Ruiz y posteriormente de su hermano Agustín,
en la actualidad igualmente un bar, en cuya planta de arriba estuvo
durante poco tiempo la sede del Club Deportivo Numancia. Y por último la
ferretería de la Viuda de Claudio Alcalde con fachada también a la calle
Marqués del Vadillo que dio paso al Banco Castellano y más tarde al
Bilbao, de la que como único vestigio aún queda en el frente de la Plaza
de Herradores la placa dedicada “A la memoria de Gustavo y Valeriano
Bécquer [que] Consagra este recuerdo la Ciudad de Soria en el solar
donde moraron”.
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Joaquín Alcalde
(Publicado en Diario de Soria-El Mundo,
el 28.01.2007)
La Fuente de Los Leones
De trayectoria tan antigua como
errática, le ha costado encontrar acomodo, ahora parece que definitivo,
por más de los reiterados intentos por buscárselo
No hace
muchos días que han comenzado las obras de acondicionamiento de las
escaleras que desde la calle de Nuestra Señora del Poyo, en las traseras
de los conocidos como antiguos cocherones de Gonzalo Ruiz, conducen al
monumento del Sagrado Corazón en la ladera del Castillo. Es el
principio, según se ha dicho, de las tan anunciadas hace tiempo por el
consistorio actuaciones en este parque público de la ciudad que en los
últimos tiempos, pero sobre todo a raíz de la construcción del mamotreto
que ha resultado ser el nuevo Parador de Turismo, ha sufrido un
deterioro importante hasta presentar un lamentable estado de abandono en
muchas de las zonas, en algunas de las cuales se está actuando también.
El monumento al Sagrado Corazón, obra del escultor madrileño Luís Hoyos
González, que fue construido en 1944 y costó ochenta y cinco mil
pesetas, quinientos diez euros de los de hoy, es por cierto uno de los
pocos con que cuenta la ciudad, hasta ser uno de los más emblemáticos
sino el que más, aunque solo sea por el tiempo que lleva en el mismo
sitio, sin que haya sido cuestionado como en distintos momentos ha
ocurrido con otros que están en la memoria de todos. Queda, no obstante,
algún otro por ahí, que tampoco es que aporte mucho al embellecimiento
de la ciudad y contribuya a otorgarle personalidad propia.
El
socorrido argumento de la Soria monumental como uno de los activos
importantes que se manejan para poner en valor, como se dice ahora, el
patrimonio de la ciudad parece que está fuera de toda duda. Al menos eso
se ha venido diciendo tradicionalmente por los expertos y así se ha ido
transmitiendo de generación en generación. Sin embargo no puede decirse
lo mismo de los monumentos pudiera decirse populares, es decir, de los
de andar por casa, porque en esta faceta el déficit es histórico y, al
menos, a corto plazo no parece tener visos de que pueda resolverse. Y
conste que no se ha echado en olvido el erigido el pasado verano al
Fuero de Soria en la calle de Sorovega en medio de la confusión y la
polémica no tanto por la idoneidad o no del monumento, del que nadie ha
dicho nada, como por la confusión creada en torno a si el texto, cuya
conmemoración se celebró, era uno u otro, ni desde luego el todavía más
reciente dedicado al agricultor en la avenida de la Constitución, es
decir, la calle A del Polígono cuando se construyó éste, con el que se
han encontrado de la noche a la mañana los que acostumbran a frecuentar
la zona, del que por cierto hasta ahora poco o muy poco se ha sabido.
Mediante
aportaciones económicas de particulares a través de suscripción pública,
en 1955 se levantó en un tiempo récord el del General Yagüe en la plaza
que llevó su nombre por más que antes como ahora de Mariano Granados
pocas veces se le haya llamado por su denominación oficial y sí por la
que desde siempre la conoció el vulgo, Plaza del Chupete, lugar
entrañable que hubo que cargarse para que el proyecto pudiera ser
realidad. El monumento fue obra del escultor Joaquín Lucarini Macazaga y
del arquitecto Juan Fernández Yáñez; el costo final estimado se cifró en
cien mil pesetas (seiscientos euros). En la construcción del monolito
se estuvo trabajando día y noche de modo que estuviera listo el
dieciocho de julio, conmemoración del Alzamiento Nacional, día de la
Fiesta Nacional y fecha simbólica entonces en la que era costumbre
inaugurar las realizaciones más importantes y emblemáticas del Régimen.
Pero por increíble que pueda parecer, cuando al cabo de los años
acordara retirarlo el denostado tripartito, o sea, la mezcolanza Partido
Socialista Obrero Español-Alternativa Soriana Independiente-Izquierda
Unida (PSOE-ASI-IU) que gobernó el ayuntamiento de la ciudad la
histórica legislatura en que la derecha estuvo en la oposición, la
esperada inauguración oficial todavía no se había producido ni
lógicamente llegó a realizarse. El porqué es, sin duda, uno de los
grandes enigmas y desde luego uno de los secretos mejor guardados de la
Soria de antaño, del que jamás nadie ha dicho media palabra.
El 19 de
noviembre del año anterior (1954) se había procedido a la inauguración
del Monumento a los Caídos levantado en el Alto de la Dehesa, que fue la
excusa perfecta para que no tardara en convertirse el entorno en
mingitorio público cuando no en lugar habitual de prácticas de otro tipo
relacionadas con actividades que nada tenían que ver con la
construcción. En la legislatura actual el equipo de gobierno municipal
que siguió al del tripartito en el consistorio, o sea, el bipartito
Partido Popular-Iniciativa para el Desarrollo de Soria (PP-IDES), ese
extraño maridaje que allanó el camino a los populares y posibilitó que
éstos recuperaran el gobierno del ayuntamiento de la ciudad cuatro años
después para terminar como el rosario de la aurora, mandó tirarlo con lo
que la zona, que estaba hecha unos zorros, ha vuelto a presentar el
aspecto que no debió haber perdido.
Suerte
idéntica, es decir, de desaparición, corrió en otro tiempo la fuente
circular de la Plaza Mayor que en el mejor de los casos solo echaba agua
los días de fiesta mayor por lo costoso que debía resultar ponerla en
funcionamiento y hacerlo más a menudo era un lujo económico que no se
podía permitir el ayuntamiento, al menos eso es lo que se dijo siempre.
Del mismo
modo que debió retirarse hace ya muchos años el armatoste existente
delante del edificio del Banco de España, pues que se sepa la única
función que cumple no es otra que la de servir de elemento de distorsión
de entorno tan céntrico, querido y reivindicado por los sorianos como es
la plaza de San Esteban, que quedó patente cuando la corporación
municipal que presidía Virgilio Velasco pretendió acometer, sin
conseguirlo por la fuerte oposición ciudadana, la barbaridad de cargarse
los árboles (plátanos orientales) para construir el aparcamiento
subterráneo, aunque alguno, y no el alcalde, tuviera que pasar el
desagradable trance y el mal trago de tener que sentarse en el
banquillo, y no en el de un campo de fútbol precisamente.
Así es
que medio siglo largo después no queda más que el monumento del Sagrado
Corazón en la ladera norte del Castillo, levantado en los años cuarenta
al igual que en otras muchas ciudades españolas, y eso sí la famosa
Fuente de los Leones, de trayectoria tan antigua como errática, a la que
le ha costado encontrar, parece que ahora sí, acomodo definitivo por más
de los reiterados intentos por buscárselo y dejarla de una vez en paz.
La experiencia viene demostrando que no es fácil, al extremo de que hubo
una época no lejana, a mediados del siglo pasado, en que hasta se llegó
a plantear seriamente retirarla de manera definitiva. No gustaba
entonces y tampoco hoy, para qué vamos a engañarnos, por más que se
tolere y hasta se hayan reparado los daños causados por el ataque
intencionado de que fue objeto no hace mucho.
La
realidad es que a mediados de mil novecientos treinta y seis se desmontó
de la Plaza Mayor para restaurarla.
Se trasladó al Alto de la Dehesa, donde
estuvo hasta el año mil novecientos cincuenta y cuatro, cuando al
decidirse allí la construcción del Monumento a los Caídos no hubo más
remedio que retirarla. Se pensó en principio instalarla en la plaza de
San Pedro, en el lugar que ocupaba la fuente que había en el frontal, y
efectivamente allí estuvieron apiladas durante un buen tiempo las piezas
debidamente catalogadas, pero la Fuente de los Leones no llegó a
montarse. Estaba en proyecto la reordenación del tramo de la calle Real
hasta las ruinas de San Nicolás, como efectivamente así se llevó a cabo,
y hubo que desistir de la idea.
En vista
de ello se tomó la determinación de ponerla en la plaza de Cinco Villas
frente al grupo escolar San Saturio, el de La Arboleda, pero tampoco
cuajó. Por fin se le buscó acomodo en el Parque del Castillo, cerca de
la histórica Torre de los Franceses, al final del paseo central, en la
zona sur, en el que permaneció hasta que concluyó la última remodelación
de la Plaza Mayor, al final de la década de los ochenta, a la que volvía
cincuenta años después, para lo que previamente fue preciso retirar la
fuente de surtidores a que se ha hecho referencia.
En todo
caso la vuelta de la Fuente de los Leones a la Plaza Mayor iba a llevar
aparejada una particularidad notable, la de su ubicación, pues si bien
hoy, delante del Arco del Cuerno, está orientada hacia la Casa
Consistorial y la calle Las Fuentes, en la etapa anterior, es decir
antes de iniciar el largo peregrinaje que comenzó con su traslado al
Alto de la Dehesa, estuvo en el lado derecho de la plaza nada más llegar
a ella desde El Collado, mirando al reloj de la Audiencia, entre el
rincón de la casa donde estuvieron el taller de El armero y las oficinas
de la Sociedad de Cazadores y la ya en aquellos años anticuada tienda de
tejidos de aspecto verdaderamente tétrico en la esquina de la parte de
acá.
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Joaquín Alcalde
(Publicado en Diario de
Soria-El Mundo el 26 de noviembre de 2006)
La costumbre de “ir de
campo”
La práctica, socialmente arraigada en la
época, suponía una de las contadas posibilidades de esparcimiento del
verano soriano.
Para los sorianos, las fiestas de
San Juan, siempre han marcado un antes y un después. En tiempos, mucho
más que hoy, el “martes a escuela” venía a suponer de hecho el arranque
de la temporada estival y la ciudad parecía desperezarse del letargo
invernal. De ahí que en verano, "ir de campo" fuera durante muchos años
una expresión de lo más corriente en el lenguaje coloquial de la
sociedad soriana de la posguerra. Hoy no se va de campo. Se va,
fundamentalmente, a la piscina a "ligar bronce"; a esas áreas
recreativas, la mayoría por no decir todas, todavía en precario, que se
inventó en los montes la Administración de entonces, la llamada
franquista para entendernos, y que las que le han seguido no ha sido
capaz de dotar del contenido que inspiró su creación, al menos aquí en
Soria; y a poco más.
Pero no es lo mismo ir a la piscina o al
Pantano, por poner un ejemplo, que "ir de campo". Porque esto era otra
cosa. Al menos por el recuerdo de las gentes de la época. Hoy, ir a la
piscina, es sencilla y llanamente ir a darse un chapuzón y tomar el sol,
de manera que cuando uno haga vida de sociedad su tez presente el color
bronceado propio de la estación, antes se decía moreno o sencillamente
negro, aunque en definitiva venga a ser lo mismo, que no es sino el
prurito y el tono de distinción de los tiempos.
A la piscina normalmente suele ir uno
solo y cuando más en pareja, con el tiempo justo y sin otro fin que el
ya indicado. A las áreas recreativas, que de eso apenas si les queda el
nombre, se suele acudir en familia o con grupos de amigos, pero todo hay
que decirlo, de manera muy diferente a como se hacía en los difíciles
años que siguieron a la Guerra Civil.
Cierto que la sociedad de los años
cuarenta y principio de los cincuenta poco o nada tenía que ver con la
de ahora. Los contados coches que circulaban entonces eran de gentes de
la clase acomodada que, desde luego, no los utilizaban para este tipo de
esparcimiento pudiera decirse menor, reservado a los que careciendo de
medio de locomoción propio no tenían más remedio que utilizar el
transporte público en el mejor de los casos. Otro tanto sucedía con el
monte como bien natural en el que poder cultivar la cultura del ocio.
Porque las posibilidades de la Playa Pita, por señalar un paraje
conocido y apreciado hoy por la generalidad, no era sino que una parte
más del inmenso bosque del Noroeste de la provincia en el mismísimo
embalse de la Cuerda del Pozo, pero completamente desconocido y a
desmano salvo para los nativos de la zona.
Pero no por eso las gentes de la clase
modesta de la Soria de entonces, que eran la mayoría, dejaban pasar la
ocasión de aprovechar las escasas posibilidades que se les ofrecían para
el esparcimiento, aunque para ellos lógicamente el abanico para el solaz
no tuviera la diversidad de estos tiempos modernos.
La falta de piscinas, al menos públicas,
que no existían una sola en toda la provincia, y la ausencia de esas mal
llamadas áreas recreativas que hace relativamente pocos años surgieron
de buenas a primeras en los montes sorianos, no fueron el menor
obstáculo para que cada cual se lo montase a su manera y disfrutase de
lo lindo de lo que la naturaleza le ofrecía.
Siendo como era la jornada laboral
bastante más larga que la de hoy, sin fines de semana ni cosa que se le
pareciera, pues los sábados por la tarde eran hábiles e incluso algunos
establecimientos del ramo de la alimentación abrían los domingos por la
mañana, el asueto quedaba reducido a los domingos y "fiestas de
guardar", que sí que se respetaban. Y se aprovechaban para "ir de
campo".
Al campo iban grupos de amigos,
normalmente solo de hombres ya adultos, pues rara vez les solían
acompañar mujeres y, desde luego, nunca estas solas, pero sobre todo
familias y en fechas tan señaladas como el dieciocho de julio y alguna
otra, por ejemplo, los dueños de los comercios y de las pequeñas
industrias con sus asalariados, a los que tenían por costumbre invitar
coincidiendo con el abono de la paga extraordinaria establecida por el
Régimen.
Claro que entonces los desplazamientos
para pasar un día de campo eran bastante más cortos. Porque lo habitual
era bajar al Perejinal o al Soto Playa, antes de la remodelación que
llevó a cabo la Obra Sindical Educación y Descanso, hasta que con el
paso del tiempo y por la inutilidad de la instalación, derivó en el
estado ruinoso en que hoy se encuentra, si es que no se quería salir de
la ciudad.
El Perejinal, con algunas zonas de baño
en su entorno, como el Peñón y Peñamala, entre otras, era muy visitado;
contaba además con el aliciente añadido de estar garantizada la captura,
a mano, de los riquísimos cangrejos con que aderezar la obligada paella,
porque el río no estaba tan vigilado como hoy, por más que en la
actualidad tampoco falten furtivos que continúen operando con evidente
destreza no exenta de impunidad, al menos por lo que se cuenta.
El Soto Playa, algo más cerca de la
ciudad, siempre tuvo el inconveniente de la cloaca existente unos metros
aguas arriba del puente de hierro, donde hasta no hace muchos años uno
mismo ha podido constatar la presencia de pescadores en busca de cebo en
época de la desveda.
La construcción de la presa del embalse
de Los Rábanos, sin una sola voz que clamase en contra de su ubicación,
porque cuando se llevó a cabo tampoco se hubiera permitido, terminó con
uno de los parajes más entrañables del Duero a su paso por Soria,
convirtiendo la zona de baño en un foco de porquería, sin que la
depuradora construida años más tarde en las inmediaciones de La Rumba,
cuyas bondades quiso vender la Administración desde un oficialismo
caduco cual si tratara de hacer comulgar a la ciudadanía con ruedas de
molino, viniera a resolver un problema que, aunque con el reciente
lavado de cara del entorno, sigue estando ahí y que no hay más remedio
que acometer con carácter de urgencia, al margen de las mil historias
que se vienen contando a diario, en espera de que llegue la solución
deseada.
Fuera de la ciudad, Maltoso, hoy
totalmente perdido por la construcción de alguna nave de ganado, la
proximidad del vertedero de basuras por fin sellado, y el abandono del
entorno -aún puede verse la casilla del ferrocarril semiderruida-, y La
Sequilla, aguas abajo del Duero en las proximidades de Valhondo, eran
otros de los lugares elegidos por los sorianos para sus excursiones
domingueras y festivas del verano. El desplazamiento sobre todo a La
Sequilla, cuyo paraje quedaría anegado también a raíz de la construcción
de la aludida presa de Los Rábanos, era más largo, pero contaba con el
encanto especial del río y la presa de la central eléctrica y, sobre
todo, con sus escarpados alrededores, muy atractivos para romper con la
rutina diaria.
Y, ya, sin otra solución que hacer uso
del transporte público, era frecuente "ir de campo" a Garray o Martialay.
Si el lugar elegido era el primero, lo normal era hacer el viaje de ida
en el autobús que hacía el servicio regular entre Soria y Calahorra, que
salía hacia las diez y media de la mañana, y la vuelta andando por el
camino romano, ante la imposibilidad de combinar la hora de regreso con
la del coche de línea que lo hacía a media tarde, con evidente adelanto
respecto de las previsiones de cada cual.
En la localidad garreña el lugar elegido
para la estancia campestre, al contrario de lo que sucede hoy que se ha
desplazado a la parte de arriba, era la pradera existente aguas abajo
del puente en la mismísima falda del cerro de La Muela, donde tampoco
entrañaba demasiada dificultad la captura a mano de algunos de los
abundantes cangrejos autóctonos que poblaban los ríos que discurren por
el término municipal, sobre todo el Merdancho.
Para ir a Martialay había que tomar el
tren. El que iba a Calatayud. Solían viajar en él, además de los
ocasionales domingueros que "iban de campo", cargados de mil cosas, sin
que en ningún caso faltase la paellera, grupos de cazadores que en la
época de la desveda de la codorniz acudían al Campo de Gómara y a
pueblos de más allá incluso. Salía de Soria no mucho más tarde de las
seis de la mañana. De manera que en media hora se estaba en el lugar de
destino y con todo el día por delante, en el que había tiempo para poner
unas varetas con liga para los pájaros, que fritos sabían a gloria, y
llevar a cabo las más variadas actividades que ayudasen a hacer amena la
jornada. El regreso se hacía también en tren, en el que volvían los
cazadores relatando con la minuciosidad y la fantasía que siempre les ha
caracterizado toda una serie de particularidades que sinceramente a muy
pocos interesaba. Alrededor de las diez de la noche, el tren estaba en
el andén de la estación.
©
Joaquín Alcalde
(Publicado en Diario de
Soria-El Mundo el 8 de julio de 2007)
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