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Apreciaciones aparte, Quintanilla
de Tres Barrios no deja de ser un pueblo singular porque siempre le han
colgado sus tres barrios sin inmutarse, aunque todo hay que decirlo, ya se
note renqueante.
A vueltas con la historia, acaso
hoy este pueblo de rancio abolengo sea un enigma histórico porque no le sale
una arquitectura aparente a su ancestral condición. Pero no por ello deja de
ser milenario. Las fuentes documentales así lo confirman en el Libro de
Memorias y en la Tabla de Aniversarios de la Iglesia de San
Miguel, de San Esteban de Gormaz, en cuya parroquia se hacía en todas las
misas un responso en memoria de la condesa de Castilla, Sancha Ballestero,
mujer de Fernán González, reconquistador del alfoz de San Esteban allá por
el año 955, en agradecimiento por un prado que concedió a los vecinos de
Quintanilla.
Pero sus orígenes debieron
remontarse mucho antes, a la época romana, puesto que Quintanilla toma su
nombre de una casa de campo, denominada quinta o quintana, cuyos colonos
pagaban la quinta parte de los frutos recogidos.
En el paraje conocido como la
Piedra Rodada hay restos de lo que pudo ser un yacimiento arqueológico.
El subsuelo está perforado por una galería conectada a tres recipientes
redondos hechos con argamasa cuya finalidad parece ser que fuera la recogida
de aguas, aunque no se descarta que pudiera tratarse de depósitos o
graneros.
Debió ser por los siglos X y XI
cuando en lo que hoy es su jurisdicción se asentaran dos núcleos de
población: La Aldehuela y La Torrecilla (1) enclaves
opuestos en lo que hoy es el término municipal. Del primero no queda ningún
vestigio como testimonio de su identidad, sólo en el Archivo municipal se
hace mención del nombre. Del segundo se conoce su ubicación gracias a los
restos encontrados. Por sus inmediaciones, atravesando todo el término,
pasaba la calzada romana que unía Clunia con Uxama. Como muestra el paraje
La Calzadilla, no lejos de los lindes con Osma, donde restos de
piedra labrada aparecidos demuestran su confirmación.
Entre la ganadería y el laboreo
del campo debieron pasar el tiempo sus habitantes hasta que les vinieron a
molestar los sarracenos. En plena línea fronteriza del valle del Duero, la
mejor defensa fueron los castillos y las atalayas. Aquí se construyó una de
las atalayas (conocida como de San Esteban), única obra arquitectónica de
consideración del lugar donde hay románico por doquier.
Pero personajes sí que les hubo.
Aquí vivió Juan Ruy Pérez, sobrino del obispo Pedro de Osma,
que a su muerte le dejó en testamento la nada despreciable cantidad de 2.000
maravedíes. Es posible que incluso llegara a acuñar moneda propia.
Allá por el año 1598, el concejo
de Quintanilla de San Esteban (que así se llamaba todavía) y la Mesta
mantuvieron un largo pleito por la legitimidad de unas tierras en el paraje
conocido como Fuente Ximeno, situado al pie de la torre vigía, que la
organización ganadera entendía como paso de cañada y estabulación, pero que
la Chancillería de Valladolid falló a favor de los de Quintanilla por
habérselas concedido la condesa de Castilla, Sancha Ballestero, para
su repoblación. De aquí lo del responso en todas las misas.
Quintanilla de Tres Barrios está
bien aireada y a ello contribuye su altitud, con un promedio de 900 metros.
Todo su término es paisaje inmenso y horizonte lejano. Si algún día decides
visitarlo, déjate llevar por el susurro del viento y piérdete en la paz del
silencio, que también es recuerdo. Tienes por delante un camino por andar.
Camina por su extenso término y goza de la diversidad de panorámicas y
paisajes. Pisarás historia. Desde Valdecastilla (punto culminante,
1024 mtrs.), en el límite con Osma - donde cuentan las crónicas que en
el año 1325 el hijo de Garcilaso vengó la muerte de su padre matando a
catorce caballeros y al cabecilla principal, natural de Morcuera- la
panorámica es inmensa: se divisa a la perfección desde la sierra de Urbión
hasta la de Guadarrama. Muy cerca de donde te hallas se encuentra un paisaje
arcilloso, Las Chorreras, en forma de crestas agudas que el contraste
de luz y de sombra le confiere un atractivo espectacular. Resulta muy
fotogénico.
Tómate un respiro y continúa por
la Cañada Real. Siguiendo la ruta merinera hacia el oeste se halla
enclavada la Atalaya (en la que tiene lugar la tradición de mayor raigambre
entre los del lugar) desde donde podrás divisar a la perfección los
castillos de Gormaz, Uxama y San Esteban, y muchos pueblos
diseminados de alrededor sobre el valle del Duero y el inmenso horizonte que
se abre a tus pies. Por la parte norte, la panorámica se extiende más allá
de la tierra de los Avellaneda y de la Galiana de Ucero. Si te acercas por
mayo, el sábado víspera de la Ascensión, podrás participar en una singular
romería a la que sólo pueden asistir los varones (no es cosa del machismo
sino porque así ha estado establecida desde sus orígenes). Es de mucha
algarabía y ancestral tradición y marca el inicio de una alegre fiesta,
empezando por un buen almuerzo entre letanías y buen vino.
Párate a escuchar el flamear del
viento y el cántico de las aves. Oirás la sinfonía del silencio con notas
melodiosas. Decídete a visitarlo al declinar la primavera cuando los campos
ondulan sus granadas espigas y el ababol florece con todo su esplendor. Si
al caer la noche reposas tumbado mirando el firmamento estrellado y sientes
el griterío ensordecedor de grillos y renacuajos, te parecerá que estás en
pleno paraíso. ¡No lo dudes!
A poder ser, vuelve apenas
iniciado el otoño, momento en que la naturaleza explota en mil colores y el
campo se viste de ensueño. Si te acercas por el mes de octubre es posible
que participes en la vendimia y puedas ver cómo se hace el vino por el
método tradicional. Que alguien te cuente todo lo que llevaba aparejado
antaño las ” mosterías”. Octubre siempre ha sido un mes de
órdago tradicional: la vendimia, la segunda fiesta del pueblo (antiguamente
la principal) y correr La Machorra (31 de octubre) que aún pervive. Y tantas
otras costumbres que se han perdido. Pero queda el recuerdo con sus
anécdotas. A poder ser que te las cuenten en una de esas veladas entrañables
en la bodega (en Quintanilla son gente muy acogedora) en las que sólo las
cubas conocen todos los secretos, y son tantos... O al calor ambiental y
rústico de la Peña. En cualquier caso estarás como en tu casa.
En este cúmulo de historia,
paisaje y tradición hay que situar a Quintanilla de Tres Barrios en su lugar
correspondiente. Se trata de uno de tantos pueblos diseminados de la
geografía soriana cuya ubicación se ha de buscar al ladito de San Esteban de
Gormaz, a 3,8 kilómetros del desvío de la carretera N-122. En un alto, para
que se le oreen bien las entrañas, se levanta erguido, con su estatura de
934 metros. A cada una de sus faldas, formando pequeñas vegas, surcan dos
arroyos, Torderón y Estacada, que se las ven y se las desean
para llevar agua continua. Corrientes de tan parvo caudal nunca fueron
regalo divino para regar sus tierras, otrora exprimidas hasta la saciedad.
Hoy lo que se cultiva es cereal y viñedo, el fruto de este último de notoria
calidad en grados del caldo, con su correspondiente etiqueta de denominación
de origen Ribera del Duero. Ya hemos hablado del calor de las bodegas, de
las costumbres de merendar en ellas hasta altas horas de la noche, del
ambiente excepcional y de los secretos que guardan entre sus paredes.
No todo el campo es orégano. El
regadío no puede entenderse como tal y los campos se cultivan para llenar
los graneros. Al paisaje de onduladas espigas le salen muchas manchas
negruzcas y verdosas a modo de pinceladas entre las espigas amarillentas y
las tierras rojizas. Son grandes manchas de chaparras que salpican por
doquier el cuadro, si bien la mayor masa aparece en comunidad. Goza
Quintanilla de Tres Barrios de un extenso terreno de monte de encinas que lo
coronan por su parte este y sureste, limitando su mojonera con la de
Alcubilla del Marqués, Osma, Valdegrulla, Berzosa y Matanza. Un monte
comunal dividido en suertes de propiedad particular agostado en el tiempo
que permanece sin explotar. ¡Cuánta piara podría ser alimentada con sus
bellotas! O ganado ovino, cada vez más escaso por estos parajes, que se
nutre de alimento natural para regusto de la calidad de su carne.
Claro que lo que no va en
lágrimas va en suspiros. El efluvio de los olores invade el ambiente cuando
rezuman la flor de la aliaga, del tomillo y de la retama fundidos con las de
otras yerbas que de muchas clases y tipos imperan por doquier.
Resulta evidente que por aquí las
rutas se hacen doblemente placenteras porque sus paisajes alegran la vista y
sus olores los ánimos. Falta hace para compensar la decadencia del lugar que
como todo pueblo sufridor de Soria ha tenido que padecer los rigores del
desarraigo. Por eso resulta un sin sentido sacar a colación las costumbres y
las tradiciones de años pretéritos por ser motivos para la añoranza. Mejor
quedarse con la copla de la realidad y evidenciar lo que se cuece, no ya en
pucheros de barro sino en un futuro comprometedor. Para abrir boca y
levantar los ánimos aún persisten motivos que relanzan y vitalizan el
ambiente. Perviven costumbres muy arraigadas como la conmemoración de la
Atalaya (una romería con misa, letanía y procesión con insignias desde
el pueblo hasta la torre vigía donde tiene lugar un almuerzo), que ha ido
adquiriendo resonancia y participación con los años. También las fiestas
patronales (9 y 10 de agosto) han conseguido un nivel considerable hasta el
extremo de haber sido un referente en la zona con sus vaquillas, su
caldereta y su tremenda algarabía y no menos ambiente parrandero.
En cualquier caso siempre existe
la ocasión de quitarse las penas con una buena merienda de chuletas asadas a
la puerta de la bodega y darle unos buenos tientos al jarro de vino hasta
que el cuerpo aguante su voluntad. Y porqué no, canciones hasta repasarlas
todas, como en los buenos tiempos. Y que salga el sol por donde salga.
Datos de
interés.
Ayto. Plaza Mayor, s/n
42352 Quintanilla de Tres Barrios.
Habitantes censados: 48
Extensión del municipio: 2.575 hectáreas.
Altitud: 934 mtrs.
Distancia a Soria: 72 kilómetros.
Vías de acceso: Desde la N-122 enlace con la SO-P-5006, en el término de San
Esteban de Gormaz.
Fiestas patronales: San Lorenzo (9 y 10 de agosto). Otras fiestas de
interés: La Atalaya, víspera del día de la Ascensión. La Machorra, día 31 de
octubre.
Iglesia: San Lorenzo Mártir. Ermita de Ntra. Sra. de la Piedra.
Lugares de interés: La Atalaya (paisaje y panorámica) y Las Chorreras
(orografía original).
(1)
Al
respecto, ver el trabajo, ambientado en este imaginario lugar, Donde se
da cuenta de la aventura que le sucedió al valeroso don Quijote en el camino
de las brujas, en la web de Alcozar, escrito por quien suscribe este
texto.
De siempre hubo una sana
rivalidad entre los mozos y las mozas de Quintanilla de Tres Barrios, aunque
la canción hable bien de ellas:
Somos de un pueblo, señores, / de
Quintanilla la guapa
si quieres saber su nombre / no te fijes en el mapa
no tie’ sierra ni tie’ puerto / pero sí mucha alegría
y además unas chavalas / que son una monería.
En la tradición del día de la
Atalaya las mujeres no pueden participar. Es sólo y exclusivamente para
hombres. No se sabe si debido a ello, el martes de Carnaval mozos y mozas
solían enzarzarse en una batalla por la supremacía. Los mozos, haciendo uso
de pelusas de las espadañas, les daban vardascazos donde podían hasta
explotárselas encima. Las mozas se defendían con uñas y dientes sin
miramientos y si habían heridas de por medio solían lanzarles aquello de
“por Carnaval todo pasa”. No quedaba aquí la cosa porque en las” mosterías”
las lavaban la cara con uvas y cuando se sacaba el vino mosto del lagar, las
mujeres volvían a ser objeto de los acarreadores que de vuelta de la bodega
las perseguían por doquier para lavarlas la cara o el culo con la boca del
pellejo. Se la tenían jurada ellas y en la matanza del cerdo se vengaban
untándoles la cara con el mondongo. Así pasaban la vida, como el perro y el
gato, pero en buena armonía. Porque a nadie se le escapa que las noches de
rondas y las enramadas de por San Juan no eran más que para hacerse notar
que allí estaban ellos para recordarles un posible compromiso.
En Quintanilla de Tres Barrios,
los hombres siempre han sido recios. Los chicos pasaban a la categoría de
mozos a través de un rito de lo más brutal. Esta barrera solía coincidir con
los dieciséis o los dieciocho años y para entrar en la comunidad tenían que
“dar la Cuartilla”, que era invitar con cuatro litros de vino al
conjunto de los mozos. Se hacía una merienda para la ocasión y al final de
la misma tenía lugar la prueba de la pajilla, para demostrar la
virilidad del mozo entrante. Para ello tenía que colocar su miembro sobre
una mesa y sobre éste una paja de centeno a la que se le golpeaba
repetidamente con una piedra para comprobar su fortaleza. Que se sepa
ninguna paja de centeno quedó sin romper.
Las inclemencias meteorológicas
trajeron en jaque a las gentes del campo. Raro era el año que las Novenas y
las Rogativas no salían a la palestra. El novenario tenía lugar en el pueblo
pero a las Rogativas acudían los pueblos de la comarca, que por lo general
se juntaban en San Esteban de Gormaz o en El Burgo de Osma. Ocurrió un año
que de regreso de El Burgo, el que llevaba el Santo Cristo, cabreado porque
no había llovido, cogió y lo metió en un pilón de agua para que se
refrescase un poco y ver si así se recordaba de la lluvia. La respuesta no
se hizo esperar, fue tal la pedregada que cayó que arrasó por completo los
cultivos y hasta los pájaros sufrieron las consecuencias. Aquel año nunca se
borró de sus mentes.
El ansia del agua y la escasez de
ésta hacían que su demanda fuera tremendamente solicitada. Durante los meses
de verano los chicos se dedicaban a guardar el agua de regadera en regadera,
o sea de paraje en paraje. Para guardar el turno tenían que permanecer en el
lugar de riego y allí pasaban días y noches, a veces semanas enteras. Se
juntaban hasta una docena de chicos o personas bien entradas en años
esperando la vez. En cierta ocasión, como en muchas otras, el agua les llegó
de sopetón y a borbotones. Durante la noche les pilló de sorpresa una
tremenda tormenta que puso en peligro sus vidas. La tormenta desbordó el
arroyo y anegó todo a su alrededor. Los padres de los chicos salieron a
buscarles pero no encontraron ni rastro de ellos. Se mascó la tragedia
cuando rastrearon de arriba abajo el lugar sin encontrarles. Todo el pueblo
salió en su auxilio pero su búsqueda resultó infructuosa. Lloraron su
desaparición y dieron por ahogados a los pequeños. El pueblo fue un llanto
en pena. La sorpresa fue mayúscula cuando al amanecer del día siguiente los
chicos aparecieron sanos y salvos. Al parecer, en medio de la tromba de
agua, consiguieron pasar al otro lado del puente antes de que sus márgenes
se lo imposibilitaran y se hicieran impracticables. Un hombre les llevó a
un corral donde pasaron la noche. Fueron los momentos más trágicos para la
historia de Quintanilla de Tres Barrios.
Anécdotas e historias tiene mil
amontonadas este pueblo, como la mayoría de los de su condición. Algunas
generales y otras singulares. Sucesos, acontecimientos y hasta apariciones.
Se cuenta que un día de mayo desapareció Marina, una niña de apenas dos
añitos. Al echarla de menos, todo el pueblo salió en su búsqueda. Cuando
toda esperanza estaba perdida y empezaba a cundir el desánimo se oyeron unos
toques de campana de la iglesia. Ante el asombro de todos, estando la puerta
cerrada, se procedió a abrirla para ver lo que pasaba y cual no sería la
sorpresa al ver allí a la niña. No fue por casualidad puesto que su hermana
la había llevado a la iglesia durante el rosario y, despistada, se había
olvidado de ella al salir. La pequeña se quedó dormida y cuando despertó, al
verse sola en la oscuridad comenzó a llorar hasta que “la Virgen guapa” se
le apareció y le dijo que tirara de la soga de la campana para que vinieran
a buscarla. Y así lo hizo.