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Un año más, y van cinco, Oncala vivió, e hizo vivir a todo aquel que se
acercó hasta el pueblo de trashumantes, una tarde evocadora. Era el
segundo día de los tres que dedican a mostrar lo que es posible hacer si
el pueblo está unido, y todo ello alrededor del acebo, ese arbusto
propio de lugares fríos, que da frutos rojos para adornar las mesas
navideñas, y que en estas tierras tiene marca propia, Acebo de Soria.
Ha habido rutas y talleres, jornadas de puertas abiertas en los dos
museos de Oncala, el de Tapices y el Pastoril, y una tarde, la del
sábado, dedicada a mostrar a los visitantes el Belén viviente y los
oficios y actividades que, en este hermoso pueblo de Tierras Altas,
mantuvo a sus habitantes cuando era un pueblo floreciente, con sus casas
habitadas y los montes –durante el verano- abonado con las cabezas de
finas merinas.
Algo tendrá el agua cuando la bendicen, se escucha decir con frecuencia,
y algo tiene Oncala que es capaz de congregar, a más de mil trescientos
metros de altura y en el mes de diciembre, a cientos de personas que
acuden desde toda la provincia, para comprobar, una vez más, que la
unión hace la fuerza y, tal vez, para empaparse del ejemplo de los
oncaleses y aplicarlo a sus pueblos de residencia.
Desde la nave donde se sitúan los puestos de productos sorianos, hasta
el frontón, en una larga calle, empedrada, empinada, y perfectamente
limpia, se instalaron, en los portales de las casas, con un cartelito de
madera en la puerta, los oficios que hasta casi antesdeayer, se
practicaban en las tierras de Soria. Excepto a los niños y a los
jóvenes, a todos nos resultan cercanos y familiares.
Procuraron –pendientes de todos los detalles- que si era posible se
mostraran en los portales adecuados. Así, en una casa donde otros años
habían puesto el Belén, un edificio esquinado con dos puertas, donde
hemos imaginado otras vivencias, y que los oncaleses llaman Rincón de
los besos, se podía tomar un moscatel con nueces en la antigua tienda
del señor Lucas. Junto a ella, los panaderos se afanaban en amasar y
cocer hogazas, en una recreación que parecía real. Otro tanto puede
decirse del zapatero remendón, del carpintero, del barbero, del herrero,
de las mujeres reunidas alrededor de un viejo brasero haciendo
trasnochos. Unas mujeres zurcen, a la puerta de una casa, con un huevo
de madera dentro del calcetín. Unas mozas guapísimas venden verdura de
invierno. Dos mujeres lavan la ropa de verdad, con jabón hecho en casa.
Y en una plazuela, el pastor, con la manta al hombro, cuece el cordero
despeñado con fuego vivo. Otras asan castañas, dos hombres fuertes
cortan leña y un grupo de personas embuten el chorizo, parte del cual
enviarán después a los hombres que cuidan en extremo a los animales. Y
por aquí y por allá, pequeños rediles con ovejas y las cabras que darán
la leche para criar a los niños, en un corral, se acercan curiosas y
hasta se dejan acariciar.
Nada desentona, ni los vestidos que han sacado de las arcas, ni el
lavabo de la barbería que habrán bajado del somero, ni el banco del
carpintero y el del zapatero, conservados como reliquias de un tiempo
que fue y que todos recuerdan con el cariño hacia algo que ha formado
parte de sus vidas. Todo el pueblo está implicado, todos colaboran.
La calle empinada y limpia queda libre para dejar pasar a la Virgen
sobre una burra y a San José que sujeta el ronzal. Van hacia el portal,
que este año han instalado en el frontón debido a que cada año la
afluencia de visitantes es mayor.
La nave de arriba, junto al restaurante, se quedó pequeña, muy pequeña,
y eso que el frío este año ha sido más respetuoso que otros, y ha dejado
para mejor ocasión el helor. En la nave se puede tomar un chocolate
caliente con bizcochos o un caldo. Lo que más se compra es acebo, el
exquisito chorizo de la zona, la miel y, por supuesto, el queso de
Oncala, de los hermanos Arancón.
Un año más hay que descubrirse ante los oncaleses, descubrirse en
diciembre, en junio cuando llegan las ovejas, y a lo largo del año por
mantener el pueblo y los museos con una dignidad y un cariño digno de
ejemplo.