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Que la unión hace la
fuerza, no es sólo uno más de los sabios refranes castellanos. Ejemplos
existen a lo largo de la Historia de cómo ésta se ha logrado cambiar
gracias a la unión de algún colectivo, o de personas que sin serlo, en
algún momento han hecho causa común para lograr lo que se proponían.
Este es el caso de
muchos pueblos de las tierras sorianas, como por ejemplo Martialay y su
asociación, Valdanzo y sus acogedores habitantes, Sarnago con los bravos
sarnagueses, Fuentes de Magaña, Los Campos, Cuevas de Soria que tiene en
los “cisqueros” su mejor representación, por citar solamente aquellos a
los que habitualmente acudimos a acompañarles en sus actividades. Por
otro lado, hemos descubierto que son los más pequeños, en cuanto a
vecindario se refiere, aquellos que se unen para decirnos “aquí estamos
y seguimos sobreviviendo”.
Oncala, que ya nos
acogió como sólo saben hacerlo los trashumantes –aunque ya no queden en
activo- en la presentación de una novelita que fue homenaje hacia esos
honestos pastores, se vistió, los pasados días de 10 y 11 de diciembre,
de Belén, de Oncala años 50, de trasnochos, de Generosidad, y de acebo.
Fuimos acompañadas de
Herminda Cubillo, resuelta soriana de Muriel Viejo, que maneja el timón
de la Asociación Los Abedules, y ella, Herminda, repetía una y otra vez,
“¡Qué bonito, qué bonito!”. Y es que, más acá del valor etnográfico de
lo que pudimos vivir en Oncala, estaba bonito, hermoso, limpio,
iluminado sin pretensiones de pueblo grandón y sin clase, adornado con
aquello que su término produce, el acebo, desde hace tiempo con
denominación de origen. Y este hecho daba al espacio una sensación de
verdad, de estar viviendo una fiesta auténtica, como aquellas que los
oncaleses vivirían sin los pastores en casa, pero con los ancianos y los
hijos, a quienes habría que consolar a unos por la ausencia, y alegrar a
los más pequeños, quienes ya percibirían en el ambiente cómo iban a
transcurrir sus vidas.
Nada de grandes
alharacas, pero sí alegría en unos días en los que, tal vez, hasta hace
pocos años, se escribiera al marido, al hijo, o al hermano, de forma
especial, añorándole. Y seguirían haciéndose las mismas faenas que se
mostraron en Oncala el pasado fin de semana, cuando todas las puertas de
las casas estaban abiertas, como siempre acostumbran –o acostumbraban-
en los pueblos sorianos, y en un portal podían verse a un grupo de
mujeres, con el brasero en el centro, haciendo labor mientras hablaban
de cosas sencillas, o de historias pasadas, los trasnochos; mientras en
otros, María Jesús y otras oncalesas embutían chorizos, o en un pedazo
un mozo ahuecaba la tierra del huerto, otro a su lado cortaba leña para
paliar los rigores del crudísimo invierno, y unas mujeres, con jabón
hecho por ellas, restregaban la ropa; las ovejas, en varios rediles,
acompañaron a la fiesta, tan de ellas también.
En fin que vivimos
unas horas de pura etnografía, pues nada desentonaba en el pueblo: la
indumentaria sacada del baúl, las mantas de los pastores, las calderas
para guisar la carne, la embutidora rescatada del somero, y junto a
ello, el Belén viviente, cuyos miembros llegaron el borriquilla, y los
Reyes Magos.
En la nave de los
eventos, fueron instalados los stands propios para la Feria del Acebo,
donde se podían adquirir productos sorianos, como embutidos; el queso de
Oncala, que este año presentaba el trufado, mezcla sabia de sabores;
dulces; cardo de Ágreda; artesanía; y, por supuesto, el acebo de Soria.
Y lo más importante, sin sablazos al estilo de otras muestras.
Las mujeres, como
otros años, hicieron perolo y chocolate, y asaron castañas.
Todos juntos, como
hemos escrito al principio, con la Mancomunidad de Tierras Altas, cuyos
miembros sudan la camiseta junto con los vecinos, y con su alcalde,
Martín Las Heras, al frente.
Si se quiere, se
puede.
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