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Páginas Sorianas
Matías Ortega Carmona
Soria; «Soria pura, cabeza de Estremadura…»
como reza en la leyenda de su escudo.
A los pocos meses de estar en esa ciudad me
hicieron una entrevista en un programa de radio. Llevaban al mismo,
personajes con oficios populares y a los responsables del programa les
debió de parecer que el de Jefe de Estación entraba en ese grupo. La
periodista que me entrevistaba se extrañó un poco de que, siendo
catalán, me hubiese ido a Soria, una tierra que no conocía y con la que
no me unía ninguna relación. Al pedirme mi opinión sobre la misma le
respondí –“Soria es algo que antes de conocerla no te imaginas”-
(Curiosamente pocos meses después, desde la Diputación Provincial, se
haría una campaña con ese mismo lema). Realmente era así, tanto la
ciudad como la provincia pueden llevar a una apreciación errónea si se
opina de ellas sin conocimiento previo. Quiero añadir que ese error
será, casi siempre, por defecto, nunca por exceso.
Pronto descubrí la belleza de sus paisajes y
el encanto de los paseos por el Duero. Sitios llenos de romanticismo
como San Polo, antiguo monasterio templario. Allí, atravesando un
estrecho paso, se inicia el camino que recorrería San Saturio - patrón
de la ciudad - para retirarse a vivir, en soledad, su fe religiosa.
Camino que se hace poesía en la pluma de Antonio Machado. Sendero en la
margen del río donde, éste, se remansa y sus aguas se transforman en un
espejo en el que se miran los álamos de su ribera y la ermita del
Patrón. Vereda que hay que recorrer con calma, dejando que su paz nos
embargue el espíritu.
Para un ferroviario, nada tan doloroso y
nostálgico como mirar el viejo puente de hierro sobre el Duero. Hasta
hace muy poco tiempo por él circulaban los trenes con destino Zaragoza y
Pamplona; hoy está condenado al silencio y el abandono.
La ciudad, pequeña y recogida, que hay que
vivir y disfrutar sin prisa. Adornada de viejas iglesias, lugares de
culto pero también joyas de la arquitectura con las que recrear la
vista:
- San Juan de Rabanera, con la preciosa
portada de San Nicolás, que encandiló a Gerardo Diego.
- La Iglesia de Santo Domingo que, según los
entendidos en este tema, posee la mejor fachada del románico español.
- Situada en el
Parque de La Dehesa, La Soledad, pequeña y preciosa ermita en la que se
puede contemplar una magnifica talla del Cristo del Humilladero. Junto a
esta capilla estaba ubicado otro de los símbolos legendarios de la
ciudad, El Árbol de la Música. Este olmo centenario – hoy desaparecido -
estaba rodeado de un templete desde el cual, la Banda Municipal, solía
amenizar los paseos de los sorianos.
- La
Ermita del Mirón, en un cerro frente a otro que da cobijo al Parque del
Castillo. Entre uno y otro la Concatedral de San Pedro con un hermoso
(la última vez que lo vi algo abandonado) claustro. Desde cualquiera de
estos dos cerros las vistas sobre el Duero son espléndidas, pero si lo
que buscamos es paz y sosiego el Paseo del Mirón es sin ninguna duda un
lugar adecuado. En esa zona vivía Leonor, la mujer que cautivo el
corazón de Antonio Machado.
-
El Collado, arteria principal
de la ciudad, donde las gentes van y vienen sin un motivo concreto, a no
ser que estemos en San Juan. Entonces se convierte en paso obligado de
las peñas y cuadrillas que desfilan desde la Plaza Mayor a La Dehesa.
Siempre que podíamos hacíamos alguna escapada
por los maravillosos lugares que forman el paisaje soriano. Mitigábamos
nuestra añoranza del mar en el embalse de La Cuerda del Pozo, donde
acudíamos en verano a bañarnos y a disfrutar de una comida en el campo.
Éste pantano está rodeado de frondosos y cuidados pinares, en los que
es fácil tropezar con alguno de los muchos ciervos que tienen allí su
hábitat. Tiene zonas acondicionadas con mesas y fogones que atraen
gentes de Soria y provincias vecinas que buscan un lugar donde comer
carne a la brasa y refrescarse de los rigores del corto pero, a veces,
riguroso verano.
Otro de los alicientes de este embalse es que
esta rodeado de pueblos tan pintorescos como hermosos. Abejar, Herreros,
Molinos de Duero y Vinuesa conforman un mosaico de arquitectura popular
lleno de encanto. En esta ultima villa, la más grande y para mí la más
bonita de esta zona, uno puede tener la impresión de que el tiempo se
ha detenido. Paseando por sus calles empedradas, contemplando sus
balcones de madera, aspirando el olor del pan que se ha cocido en los
hornos de leña y oyendo al pregonero que avisa con su corneta para que
los vecinos escuchen el último bando municipal, uno no echa nada de
menos las grandes urbes, ni siente ningún deseo de volver a ellas.
Desde Vinuesa sale la carretera hacía la
tierra de Cameros a través del Puerto de Santa Inés. En ese lugar existe
una pequeña estación invernal, escasa de servicios y en muchas ocasiones
también de nieve. La utilizan los aficionados sorianos al esquí para
matar el gusanillo cuando no disponen de tiempo para desplazarse a otros
centros más importantes.
En un desvío de esa carretera esta el camino
hacía La Laguna Negra. Este lago, de origen glaciar, está rodeado de
altas paredes rocosas que le dan la apariencia de un fantástico
anfiteatro. Sobre esta laguna se cuentan misteriosas leyendas pero la
verdadera magia está en su belleza que llega a sobrecoger. Como otros
lugares, en que la naturaleza se muestra con todo su esplendor, a mí me
gustaba vivirlo sin aglomeraciones, notando la soledad, sabiéndome poca
cosa en ese universo, pero sintiéndome afortunado de pertenecer a él.
Desde Covaleda, otra preciosa localidad de la
llamada Tierra de Pinares, queda cercano el nacimiento del Río Duero en
los Picos de Urbión. Por un motivo u otro, no encontré el momento para
conocer éste río cuando aún es niño y me tuve que conformar, para saber
de su origen, con leer a Antonio Machado quien, a lomos de un rocín, sí
viajó hasta su cuna.
Sin ánimo de extenderme mucho quiero dejar
aquí un recuerdo para otros paisajes sorianos que dejaron en mí un
recuerdo imborrable:
- La
zona del Valle, a la que algunos llaman la Suiza de Soria. Los ríos
Razón y Tera riegan esas tierras y las convierten en un pequeño paraíso,
con bonitos pueblos por los que apetece perderse. Valdeavellano de Tera,
Sotillo del Rincón y Molinos de Razón son algunos de ellos. Desde éste
último sale una pista por la que se llega a las Lagunas de Cebollera.
Aunque el último tramo del camino hay que realizarlo a pie, y con la
calma suficiente para no perder el sosiego, cuando se llega arriba el
paisaje compensa, sobradamente, la fatiga del ascenso.
- Si
abandonamos la carretera de Valladolid, por un cruce a la derecha,
llegaremos a Calatañazor. Es uno de los pueblos medievales mejor
conservado y con más historia de la península. A sus pies, en los
llanos donde se asienta un gran sabinar, se libró la batalla en la que
el gran Caudillo árabe Almanzor fue herido de muerte. Desde las ruinas
de su castillo podremos ver volar a las aves rapaces y carroñeras.
Águilas y buitres recortan con su vuelo el nítido cielo soriano.
- No
lejos de Calatañazor, otro espacio singular nos cautivará con su
belleza. La Fuentona, manantial subterráneo que da origen al Río Abion,
es un enclave único que atrae a muchos visitantes y que yo recomiendo
conocer en familia.
- El
Burgo de Osma, villa monumental donde se puede atender tanto el cuerpo
como el intelecto. Las jornadas gastronómicas que organiza un afamado
restaurante son el remedio para la gula más feroz. Si además uno quiere
saciar también su apetito intelectual, podrá hacerlo paseando por sus
calles y contemplando sus edificios llenos de historia. Es ineludible
una detenida visita a su Catedral, para poder extasiarse con sus mil
detalles, a cuál más bello. Para mí, ver éste recinto religioso supuso
una sorpresa, como lo había sido conocer el paisaje soriano; nunca
hubiese imaginado que esa Catedral fuese tan hermosa.
- Cerca
del Burgo de Osma, remontando el Río Ucero, se encuentra un Centro de
Interpretación de la Naturaleza muy bien documentado, que nos dará las
pautas para visitar con mayor conocimiento El Cañón del Río Lobos, un
espacio natural de los que van quedando pocos. En el podremos ver la
preciosa ermita de San Bartolomé y recordar que ese singular paraje fue,
como otros rincones de Soria, morada de los caballeros templarios.
- Como
estamos en tierra de castillos, por aquí y por allá quedan restos de
ellos. De los mas conocidos el de Gormaz y bien conservado el de
Berlanga. En esta última población merece una visita la Colegiata de
Santa María (cuidado con el lagarto) y en la de San Esteban de Gormaz
las iglesias de Nuestra Señora del Rivero y San Miguel.
- Almazán
Villa Villa, con una horrorosa y moderna iglesia cercana a la estación
del ferrocarril, puede inducir a error si el visitante no va más allá.
En cuanto te adentres en su parte antigua cualquier detalle negativo se
te habrá olvidado. Pasear por sus calles contemplando las hermosas
fachadas blasonadas, te harán concebir la idea de que en cualquier
momento te puedes encontrar con los Reyes o Nobles que en otra época
vivieron en la villa. La vista de la Iglesia de San Miguel y las
murallas junto al Duero te harán tan grato el paseo que no desearas que
éste termine.
En fin, son tantos y tantos los recuerdos y
los lugares que me impresionaron y dejaron su impronta en mí, que tendré
que ir resumiendo:
- Morón de Almazán Villa, con una
encantadora plaza a la que se asoman el Palacio, el Ayuntamiento y la
Iglesia Parroquial que posee una magnífica torre de estilo plateresco.
La mezcla de colores en el paisaje que se divisa desde el campanario, en
primavera, bien merece subir hasta él.
- Medinaceli, frontera durante mucho tiempo
entre la España cristiana y musulmana. También los romanos dejaron allí
testimonio de su presencia, con un arco de triple arquería único en
España.
- Santa María de Huerta, en la vega del
Jalón tiene como mayor atractivo su esplendido monasterio cisterciense.
Es un lugar lleno de paz y se presenta como un pequeño oasis en la
austera geografía de esa zona soriana.
- Ágreda, al pie del Moncayo, nos anuncia el
final de Castilla y la llegada a tierras del Reino de Aragón. Son varios
los signos de identidad de esta población, el más actual ser la villa
natal de un campeón olímpico, Fermín Cacho. Los restos de sus murallas y
sus iglesias nos hablan, también, del esplendor de otras épocas.
- Vestigios de tiempos más remotos, los que
se pueden contemplar en la llamada Ruta de los Ignitas: Santa Cruz
de Yanguas, Bretún y alguna población más de Soria y La Rioja nos
recuerdan, con las huellas y las replicas de estos animales, que los
dinosaurios estuvieron allí hace millones de años.
Sin ninguna duda, Los Sanjuanes, son una de
las motivaciones más importantes en la vida de cualquier soriano. Justo,
cuando en la noche del Lunes de Bailas, sorianas y sorianos cantan en la
Plaza Mayor el Adiós, adiós San Juan, y queman sus pañuelos, algunos ya
están pensando en la posibilidad de ser Jurados el próximo año; otros
recuerdan sus carreras delante de los toros en la Cañada Honda, en
Valonsadero, sus requiebros a las vaquillas en el coso taurino y
empiezan a contar los días para vivir otra vez lo que alguno considera
su momento de gloria.
Cuando la fiesta ya ha terminado, camino de
casa, alguno recuerda que tal o cual cuadrilla no se lució demasiado en
el Catapán, que fueron rácanos con el bacalao y que el vino no estaba a
la altura. Da igual, el año que viene será mejor.
Tampoco La Compra acabó de gustarle, aquello
más que toros parecían becerros. Pero el Jueves La Saca, por si acaso,
se subió a la roca más alta de las praderas de Valonsadero. Por la tarde
camino de Soria se volvieron a escapar los toros. La culpa la tienen los
de a caballo que vienen a lucirse y no saben conducir el encierro.
Llega la noche y la calle es un jolgorio, hay
ganas de fiesta, primero los fuegos artificiales y después a bailar:
En la verbena toca la orquesta
y la noche amenaza con frío.
No importa, nadie se acuesta.
En el tubo baila el gentío,
de mano en mano corre la bota
y el frío, ¿Qué frío? ni se nota.
Como cada año en el Viernes de Toros, los
toreros no saben torear y tienen miedo. Yo me pregunto de quien, ¿de los
toros o de la multitud?
Es sábado de Agés y la tajada cada vez más
pequeña, aunque los Jurados se afanen en decir que lo han hecho mejor
que sus predecesores. Claro, hay que guardar para la subasta.
Este año se enfadó como los anteriores,
porque la caldera de su cuadrilla, que era la mejor, no resultó
premiada. No importa, ¡que guapa iba la Jurada! y las mozas de su
cuadrilla, las más hermosas, vestidas de piñorras resplandecían el
Domingo de Calderas en el paseo por la Dehesa.
Y esa misma tarde, Lunes de Bailas, en la
pradera de San Polo junto al río ha cantado y bailado Sanjuaneras con su
moza. Al anochecer han subido con las antorchas desde el Duero y
desfilando por El Collado, han llegado a la Dehesa.
Un ratito antes del Adiós, adiós San Juan,
porque mañana es Martes a Escuela. Ya camino de casa, lo dicho, algún
recuerdo efímero de lo que no le gustó pero sobre todo añoranza de unas
fiestas que acaba de vivir y el deseo de que un año pase pronto para
gritar de nuevo ¡Qué viva San Juan!
© Matías Ortega Carmona
Nota del autor: estas páginas forman parte
del libro titulado Mis Recuerdos, autobiografía dedicada a mis
hijos y escrita con el fin de que mis descendientes puedan conocer su
origen y saber de aquellos familiares que les precedieron.
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