Fiestas
de San Juan de Soria
2024
Catapán - 5 de mayo
Desencajonamiento - 1 de junio
Lavalenguas
- 8 de junio
La Compra - 16
de junio
Miércoles Pregón-
26 de junio
Jueves La Saca- 27 de junio
Viernes de Toros
- 28 de junio
Sábado Agés-
29 de junio
Domingo de Calderas-
30 de junio
Lunes de Bailas
- 1 de julio
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Fiestas a través de la
historia: Cronología Sanjuanera
Julián de la Llana del Río y Joaquín Alcalde Rodriguez |
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Algo más sobre las Fiestas hoy día llamadas de San Juan
José Ignacio
Esteban Jauregui |
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San Juan, hacer las veces de jurado
Joaquín Alcalde |
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De la fiesta de ayer
La fiesta de los barreños |
Para los amantes de las
Fiestas de San Juan, hemos rescatado estos dos artículos
escritos
por don José Tudela de la Orden, en el periódico “La Voz de Soria”,
uno en 1926 y otro en
1927 |
Fotos de San Juan
(CLICK! par ampliar)
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Desencajonamiento
Lavalenguas
La Compra
© de las fotos mhi
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Toros en Valonsadero
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La Saca
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© de las fotos mhi
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Desde
que Soria ha sido Soria
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Desde
que Soria ha sido Soria, y algunos piensan que desde mucho antes,
las fiestas solsticiales de San Juan han constituido el momento más
álgido de su ciclo anual. En perpetua reyerta con los poderes
establecidos, que siempre las han mirado con malos ojos, los
sanjuanes han sufrido a lo largo de los siglos continuos ataques. De
ellos emana un aura de rebeldía e iconoclastia que, ya desde sus
orígenes, los estigmatiza como cosa non sancta.
Las
transformaciones, por lo tanto, han sido frecuentes, como frecuentes
han sido los intentos de reglamentar, encauzar, controlar, lo que de
por sí ha de ser, y en gran parte continúa siendo, un rito
inmemorial, un canto a la vida y a sus potencias genesíacas.
Lo
mejor de los sanjuanes, y eso lo sabe cada soriano de a pie, no es
lo formal, lo establecido, lo consabido, lo que viene en letra gorda
en el programa de fiestas, sino lo que queda, lo que hay detrás, lo
que nadie puede cortapisar ni tasar: el jolgorio, la alegría, el
exceso, el gozo de vivir. Un retorno al paganismo mediante el vino,
la promiscuidad o el contacto con un animal totémico como es el
toro.
Cada
siglo ha traído un nuevo peligro. La tentación constante de
cuantos estamentos civiles o religiosos han existido ha sido la de
restar días al festejo, controlar los gastos (siempre considerados
excesivos), ponerlos bajo la advocación de un santo o de una docena
de ellos, legislar los más nimios detalles, trufarlas de elementos
extraños copiados a veces de otras fiestas, de otros lugares.
La
"mala salud de hierro" de los sanjuanes es, pues, un
misterio. Por qué sobreviven contra pronóstico pese a todo? Hay
sin duda un entrañamiento en el pueblo que puede que les venga por
haber sido fiestas del común, siempre refractarias a la jerarquía
o la autoridad. Muchas de las instituciones sanjuaneras,
distorsionadas por esa eterna intromisión autoritaria, son todavía
recuerdo del período medieval, cuando la ciudad era la cabeza de
una Comunidad de Villa y Tierra de la Extremadura castellana y se
regía por usos y costumbres forales.
El
Jurado, cuando era elegido o sorteado, recordaba todavía a los
Alcaldes de Barrio que regían los destinos de las colaciones en que
estaba dividida la ciudad. Muchos han visto en el origen de unas
fiestas que siempre se han llamado "De Calderas" en lo que
ahora es sólo un remedo endomingado: la comida comunal en la
antigua dehesa boyal de San Andrés, donde ricos y pobres consumían
a la pata la llana la carne de toro condimentada y donde se lo
pensaría muy mucho en acercarse cualquier poderoso "a
probar". Eran otros tiempos… Cuando las mesnadas concejiles
regresaban de las batallas contra el Islam y el pueblo celebraba su
vuelta cocinando en esas calderas emblemáticas que figuran todavía
en tantos y tantos escudos de armas.
La
celebración de la caldereta foral en la dehesa debió de ser
idéntica a las todavía perviventes en la geografía provincial y
es curioso como la pérdida de sentido de esta fecha hizo bascular
el calendario sanjuanero hacia el Jueves, fecha solsticial, y hacia
Valonsadero, monte perteneciente también a la Comunidad de Villa y
Tierra.
Ya
entrados en el siglo XXI, la fiesta, en perpetua agonía, sigue
transformándose y sigue latiendo bajo la superficie. No podemos
aventurar cuál será su porvenir y si la actual transculturación y
mestizaje que las olas migratorias aportan acabe introduciendo
novedades en las mismas.
En
cualquier caso siempre habrá la fiesta oficial y la fiesta popular,
la que va por debajo, la que se nutre de la intrahistoria y nos
retrotrae a nuestro pasado inmemorial, al venero de los sorianos que
fueron y que siguen viviendo en nuestros genes.
© Antonio Ruiz Vega, 2002
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Las Fiestas
de San Juan en 1965
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Sabed
que la Compra del Toro, celebrada hace pocos días, es invención
reciente; sus bengalas y caballistas pura filfa sin tradición. En
verdad, en verdad os digo que no dibiérais permitid en ella
bufonadas indignas del carnaval. Pero también os diré que no me
estorba, siempre y cuando no reste prestigio a las bravas y paganas
fiestas de San Juan o de la Madre de Dios, que siguen a
continuación. Fiestas celtibéricas, sorianas y numantinas del
solsticio, acompañadas por todas las estrellas que se ven en las
noches claras y por un sol excepcional que compensa de todo el opaco
invierno de la ciudad. No hay programa impreso de estas fiestas.
Para qué, si todos los habitantes del Duero pueden recitarlo
dormidos. Yo voy a recitarlo, también, ahora.
En
la Tejera hay algunos sorianos jaques que costean la manuntención
de su yegua todo el año, no más que para lucirla el Jueves La Saca
por la mañana, aunque la burguesía se haya habituado a ir al monte
en coche y autocar. ¡Qué airosos los caballistas! Pero, aún más
que los señoritos de Soria, los castizos de Las Casas y
Villaciervos, que llevan sobre la grupa a sus mozas, más seguras en
el galope tendido sobre el asfalto que lo que irían las raptadas
sabinas camino de Roma. ¡Y con borlas de colores muy majos, en la
cincha de la caballería! A veces, los toros dan disgustos. En el
patio de la Posada de la Gitana, el veterinario curaba un cornalón
a una jaquita que parecía tallada en ébano, y había que ver
llorar a su dueño, el mayorazgo de Horche. ¡Qué jaque y qué
serio, caballero en su rocín, iba el Cascante, sereno de la ciudad!
Había traido los toros y los cabestros hasta arriba del fielato y
galopaba luego por el Collado de sus mayores y de sus noches de
servicio. Al balcón del casino se asomaba una pareja de ingleses.
Por la tarde, vaquillas en la plaza, vaquillas bravas que acometen y
revuelcan.
En
la mañana del Viernes de Toros, desfile de cuadrillas precedidas de
chicos llevando el cartel, otro con la bota de vino, detrás los
señores jurados y los cuatros, más solemnes que las señorías de
Venecia. Los carteles hablan de barrios perdidos, de Sorias
náufragas en el siglo XVII: "San Blas y el Rosel",
"Santa Catalina y San Pedro"... Feliz aquella cuadrilla
que pudo contratar a los famosos dulzaineros de Vildé. A las nueve
de la mañana, la plaza ya se llena con los paletos de los pueblos,
que han llegado a Soria al amanecer, se han posesionado del
graderío y durante un día saciaran su necesidad fisiológica de
ver morir toros, de verdad, a placer. Se aprietan en el callejón a
hora temprana, provistos de botas de vino y de garrotes, para pegar
al toro cuando se aproxime, y apalear a los torerillos si no
aciertan. La gente numantina revierte a la Celtiberia, se hace
vinosa, iracunda, borracha de sol, arbitraria.
Los toros de Valonsadero cumplen, y no en puyas, porque no hay
piqueros, pese a lo cual, esto no es exactamente lo que se denomina
en el tecnicismo taurino "novillada económica". Los
novilleros tienen que habérselas, no con novillos ni erales, sino
con animales de muchas arrobas, sin el ahormado que dan las varas.
Sudan, se esfuerzan, se ganan un garrotazo del carnicero de la blusa
negra y del palurdo de Almenar, entran a matar con toda su alma, y
suelen acabar ilesos, milagrosamente ilesos. Con el que no pueden es
con el toro de la cuadrilla de "La Blanca", un animalote
grande y negro, majestuoso como un Apis sagrado, y lo devuelven a
los corrales, donde - nada de puntilla en un burladero - es muerto a
tiros de máuser por la benemérita.
Mientras los sorianos van a comer, la muchedumbre pueblerina no se
mueve de los tendidos; deshacen los envoltorios de jamón y tortilla
en escabeche, aprietan las botas de vino. Otra sesión a la tarde,
hasta que se rematan los doce toros. Al final, como si cada mes del
año hubieran visto una corrida de un toro. Ya no se corren por las
calles de Medinaceli torazos con las astas embreadas de tez
ardiendo, y los ocilitanos han venido a Soria.
En
la tarde siguiente, la del Sábado Agés, los chicos teníamos
derecho a merendar pan, queso y vino en las cuadrillas. En garajes y
corrales se había descuartizado a los toros, y los cuadrilleros
subastaban sacerdotalmente los despojos: el solomillo primero y el
solomillo segundo; las patas, los testículos, el rabo, los cuernos
y la piel. Mejor dicho, no piel, sino una pura criba, antología de
sablazos, pinchazos y descabellos.
"¡A ver en qué está ese cuatro que hace tanto rato no da de
beber!",
Las
señoras putas recorrían las cuadrillas, agasajadísimas por los
cuatros, y los chicos las mirábamos embobados, sin perder ripio de
los bromazos groseros, mientras nos aventurábamos a pujar unas
perrillas por los cuernos o por el rabo, que yo obtuve en el año
1924 por treinta y cinco céntimos, volviendo a casa más ufano que
si hubiese sido el matador. El bizco de Arenalejo se llevaba las
patas para que sus hijos se dieran un festín, y toda la bravura del
morlaco se desparramaba en estropajos sanguinolientos y el vino de
Lumpiaque corría para animar las pujas.
El
Domingo de Calderas es el máximo día de Soria, harto más
señalado que el 2 de octubre del Patrón. Los sorianos estrenan
traje nuevo, las mozuelas se engalanan y hay que ver como arde el
rumbo y la majeza. Las Calderas, repletas de carne de toro, con
huevos duros y pimientos, se adornan con charrería de flores, con
muñecos, con maquetas del Ayuntamiento y de Santo domingo,
trabajadas durante meses por los honrados artesanos locales. Todos
se han esforzado por solemnizar este último espíritu del
sacrificio del toro de San Juan, cuya sangre y carne son comunión
de este rito absolutamente sagrado. Procesionalmente, y precedidas
de los dulzaineros, van las cuadrillas a la Dehesa, para repartir
las tajadas, que el buen soriano debe engullir allí mismo, a la
vera de los jardines, con el litro de vino que regala la cuadrilla.
También dan un bodigo o libreta de pan a los que entraron en
fiestas. Los pobres tienen derecho a la ración de caldera, que se
les sirve, aún más lógicamente, en la plaza de toros; pero no les
dan carne de astado, sino del inocentísimo cordero, como si los
menesterosos no tuvieran derecho a nueva sangre y nuevos bríos con
el alimento del toro sagrado. Por la tarde, bailes y jolgorios.
Al
día siguiente Lunes de Bailas, más jolgorio y más bailoteo. La
noche es encendida y propensa al desliz; sabido es que "la moza
que sanjuanea, marcea", y para marzo quedan los premios a la
natalidad y a las familias numerosas. En fin, viénese encima un
triste martes, martes en que suelen fallecer los sorianos más
recalcitrantes. Con toda naturalidad, el médico de cabecera redacta
la certifición de muerte, no por embolia ni congestión cerebral,
sino "a consecuencia de haberse concluido las fiestas de San
Juan o de la Madre de Dios".
Este capítulo sirve como programa oficial de festejos. Vale.
Juan Antonio Gaya Nuño (El Santero de San Saturio)
|
Del solsticio
de Verano y de cómo lo festejan las gentes de Soria
|
Afortunadamente
para todos, ya se va enterando este país: en Soria se celebra el
solsticio de verano. Desde hace siglos. Cada año. Desde hace 5.000,
dicen los estudiosos de las pinturas rupestres de la Cañada Honda
en la Dehesa de Valonsadero.
Fiestas de la plenitud del tiempo, de la eclosión de la naturaleza,
de la fecundidad, de la libertad, del toro y la sangre, del vino,
del fuego, del sexo y del sol... Cuando quisieron cristianarlas
hubieron de dedicárselas a las bodas de la Virgen y a su maternidad
(ahora, por decirles algo, las llaman de San Juan).
Fiestas del común, del estado llano, de los hombres buenos, de la
fraternización, de la comunidad, de la participación, del poder de
los más, de la libertad...
Las quisieron suprimir en tiempos los
obispos porque se hacían cosas feas. Y las autoridades porque el
personal se desmadraba. Pero se les advirtió a tiempo que:
"Podrá
faltarnos el pan y podrá secarse el Duero, pero arde Soria primero si no hay fiestas de San Juan".
La
gente que entra en fiestas, para organizarlas, se divide en doce
barrios. En cuanto despunta la primavera elige sus jefes: jurados,
juradas, mayordomos, secretarios, cuadrilleros, servidores de damas,
sacadores de mozas...
Y el primer domingo de mayo, se celebra ya fiesta, que se dice del
Catapán. seguida a poco de la Romería de Lavalenguas.
Y otro domingo se va la gente al monte de Valonsadero por San Juan
de madrugada, a ver salir el sol, a almozar, a encerrar los toros y
a comprarse cada barrio uno.
Luego otro día, el jueves, a campo través, se traen a la plaza.
Se
lidian los doce, al día siguiente, mañana y tarde y se matan.
Y el
sábado se reparten entre los vecinos las tajadas.
El domingo se
hace procesión con las Calderas de cocerlas hasta el parque a
comérselas.
Y el lunes bajamos todos a la pradera de la orilla del
Duero, a bailar.
Fiestas del solsticio de verano. Déjame terminar con su evocación
estas notas, los apuntes y el viaje.
Porque resalte más el
contraste:
pobreza, impotencia, emigración, tristeza,
resignación, soledad,
rutina, represión,
decrepitud mental, agonía biológica,
miseria espiritual |
pan,
empuje, fuerza, vida,
progreso, sol, vino, sexo,
creación,
fiesta,
libertad |
Una opción, una apuesta y un reto en la vieja Castilla que se
acaba.
Avelino Hernández (Donde la Vieja Castilla se acaba)
|
Las Fiestas
de San Juan y James Home
|
Domingo de Calderas
Repican,
muy de mañana, las campanas de la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de
Soria, para glorificar la Dominica.
Haciéndolo bien, aun resuenan poco si han de cantar el aleluya que
merece día tan señalado.
Las trompetas de la Fama deberían hacer coro a las campanas para
loar como se merece el acontecimiento.
Ahí es nada. Es Domingo de Calderas, día en que nadie,
absolutamente nadie, rico o pobre, indígena o forastero, nadie, lo
que se dice nadie, deja de tener a su disposición una sabrosa y
abundante pitanza en la Cabeza de las Extremaduras.
Un año tras otro, una vez y otra, desde donde el recuerdo alcanza,
sucede tal cosa.
La honesta probetería local, no vacila en dar honrada fe de ella
acudiendo a la plaza de toros a recoger la tajada que regala el M.
I. Ayuntamiento con el recuerdo de tiempos más felices en que pudo
pagarla, y con el reconocimiento hacia los que en el adverso se la
proporcionan.
Los de otras tierras que, acaso, de la necesidad hacen industria, o
que por desgracia viven en la indigencia, mal cubiertos con pobres
harapos, con suciedad y desvergüenza, noticiosos de que aquella
mañana podían comer gratis y sin necesidad de alargar la mano para
solicitarlo, acuden de luengas tierras para disfrutar del agasajo.
Rafael de Arjona (Las fiestas de San Juan y James Home)
|
Cinco
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Enlaces
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De
la Saca a las Bailas. Ni usos ni costumbres,
Joaquín Alcalde
Las
Fiestas de San Juan y James Home,
Rafael de Arjona
Diccionario
de términos sanjuaneros,
José A. Martín de Marco
El
Santero de San Saturio,
Juan Antonio Gaya Nuño
La Saca, Emilio Ruiz
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