En el
centro-sur de la provincia de Soria, discreta y humilde, la localidad de
Quintanas de Gormaz recibe al visitante adornada algo a lo lejos por el
promontorio donde se asienta la fortaleza de Gormaz. Dicen que por su
término pasó el Cid tras su destierro; notorio es que potentes
manantiales drenan a orillas del río Duero; la línea ferroviaria
Valladolid-Ariza recorrió su término hasta 1985; una magnífica iglesia
dedicada a San Lorenzo o la Asunción (según quién la nombre) y una
ermita advocada a la Virgen de las Angustias; mantiene la vieja
estación; la casa del indiano o casa grande; bodeguillas excavadas y
lagares, las magníficas antiguas escuelas..., todo eso, con ser muy
importante, queda relegado a segundo término, ya que el primero,
primerísimo, está copado por el pinar, cuidado, extenso, productivo,
historia viva y reciente de un pueblo que ha transcurrido a su
alrededor, ha vivido de él y para él, como otros de la comarca natural
llamada pinares medios.
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En
Quintanas de Gormaz se resinaban árboles de los pinares de Fuenterrey, el
Bosque y Hoyo Redondo y la Revilla, 80.000 pinos cada año, 280.000 kilos de
miera cada temporada. Veinte familias vivían directamente de esa actividad.
En Castilla y León hubo varias fábricas de resinación: Tardelcuende,
Matamala, Quintanas de Gormaz, Zarzuela del Pinar y Cuéllar (todas
cerradas), Hontoria del Pinar, San Leonardo, Lastras de Cuéllar, Navas de
Oro y Coca, abiertas, a las que se ha unido la de Almazán, ya que la
resinación u obtención de miera se ha reactivado desde hace unos años y en
la actualidad casi toda la resina que se comercializa en España procede de
Castilla y León, según afirmación de los responsables de Resinas Naturales,
la empresa que ha invertido cinco millones de euros en la puesta en marcha
de la resinera de Almazán, funcionando desde el año 2015.
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Quintanas
cuenta, desde 1927, con un edificio para las escuelas más interesante,
saneado y amplio de toda la provincia, gracias a los ingresos que recibía el
Ayuntamiento por la resinación. En ella se enseñaba a unos ochenta niños y
niñas (por separado) de entre seis y doce años, además de albergar a los
maestros en el piso superior. Fue obra del arquitecto Ramón Martiarena
Lascurain y el coste ascendió a 150.000 pesetas. De Martiarena diremos que
fue arquitecto municipal de Soria desde 1927 a 1942 y a él se deben
edificios como los cocherones de Gonzalo Ruiz, la casa del ascensor en la
avenida de Navarra y la sede de Caja Rural en la calle marqués de Vadillo,
entre otras, ya que simultaneó su trabajo en el ayuntamiento con el privado.
En este llamativo edificio se instaló, en el año 2005, el museo de la resina
de Quintanas, con el interior tal y como se edificó casi cien años antes. Se
encarga, no sólo de enseñarlo, también de explicarlo con toda la
profesionalidad que la caracteriza, Sonia Arriba Jiménez que también
muestra, cuando procede, el centro de interpretación del acebal de Garagüeta.
Sonia muestra las salas del primer piso y no olvida ningún detalle de la
actividad resinera que ella califica de “trabajo social y comunitario, todo
sostenible, aprovechamientos forestales, bosques sostenibles. Todo de la
tierra, hasta las macetas, las hacían en Tajueco y Quintana Redonda”. Está
demostrado que los trabajos relacionados con la silvicultura junto al
reparto de suertes, como se denomina a la distribución entre los vecinos del
producto del bosque, hacen que éstos se muestren cuidados y los incendios
sean apenas una anécdota. Viven del monte y lo protegen.
Los niños
trabajaban en el pinar desde bien pequeños, pueden verse herramientas
adaptadas a su corta edad y en la escuela les daban permisos especiales.
Esto era frecuente en otros lugares de la provincia, por ejemplo en unos
documentos encontrados en la escuela de Vea y depositados en el Archivo
Histórico, el maestro da cuenta de las horas del día que faltan los niños
por necesidades de las labores agrícolas. En el museo se puede ver, también
escuchar y hasta oler. Por que de la resina se obtienen muchos derivados:
aguarrás, colofonia, trementina, pegamento, brea, adornos, cosméticos,
bálsamos y un largo etcétera.
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Ya que
estamos en Quintana de Gormaz, Sonia Arriba les
enseñará el lagar restaurado. Hubo por la zona mucha viña, todavía se
conservan bodeguillas excavadas y el lagar que muestra Sonia da idea del
vino que allí se prensaba y cómo se hacía. Si es posible se debe visitar la
iglesia, con tallas muy interesantes y una pila bautismal románica que, al
parecer, perteneció a la iglesia del hoy despoblado Fuenterrey. Después,
pasada la ermita, se encuentra la estación de tren pasando por delante de
una magnífica casa rural, la Casa Grande, al parecer construida para morada
de un indiano. La estación, como todos los edificios que ya no cumplen la
función para la que fueron construidos, tiene un aspecto romántico y
decadente, que lleva a pensar en las personas que en otros tiempos ocuparon
sus andenes, maletas de cartón en la mano, y subieron al tren en busca de
mejores oportunidades.
Algo más
abajo, a la orilla del río Duero, manan “las fuentecillas de Quintana”, como
las llaman sus habitantes. En realidad son unos importantes manaderos que
junto a los de Gormaz y Vildé, a pocos kilómetros unos de otros, desaguan en
el río Duero el aporte de agua más importante que recibe en la provincia.
Desde hace pocos día el ayuntamiento ha facilitado un local para instalar
una tienda-bar, además hay restaurante. Esto quiere decir que se puede pasar
el día en Quintanas y alrededores. A pocos kilómetros la piscifactoria de
Vildé ofrece actividades al aire libre. La villa de Gormaz, muy importante
en su día, ofrece importantes restos de aquella historia: la fortaleza
califal, la ermita románica de San Miguel y el rollo jurisdiccional, ya que
esta hoy casi deshabitada villa fue cabecera de Villa y Tierra. En fin, una
excursión recomendable y de seguro provecho para los sentidos.
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