Leopoldo Torre García
El nombre de ALZA LA MAYA bien podría pasar por el de juego
del escondite, o “esconderite”, como solíamos denominarle. Llama la
atención un nombre tan peculiar y un tanto rebuscado para un juego tan
normal como esconderse un grupo de chicos y buscarles uno de ellos. En
primer lugar habría que considerar qué significa el vocablo Maya para
esta ocasión. Si nos asomamos al diccionario encontramos que esta
palabra, entre otras acepciones, viene a decir que se trata de “un
juego de muchachos en la provincia de Álava: consiste en esconderse
todos, menos uno que queda al cuidado de un objeto, generalmente una
piedra, al cual se da el nombre de maya. El lance está en llegar a la
maya antes que el encargado de cuidarla, cuando éste se separa de ella
para descubrir a los escondidos”.
Sin objeto al que custodiar, diría yo, pero por los mismos
trances iba la peculiar manera de jugar que nosotros hemos venido
realizando en el pueblo. Cierto es que hoy los niños apenas lo
practican, si bien en las noches de verano aún pueden verse a estos
escondiéndose para buscarse, pero sin pronunciar la célebre frase “Alza
la Maya por todos mis compañeros y por mí el primero”, con que nos
despachábamos satisfechos cuando conseguíamos salvar a aquellos que
habían sido descubiertos sin conseguir llegar antes al lugar indicado.
Queda la duda del porqué un nombre tan peculiar para un
sencillo juego de escondite. Maya es el nombre que se le da a la
muchacha más hermosa del pueblo, y en Soria tenemos buenos ejemplos que
lo testimonian. También se trata de un tipo de canción que se entona en
las fiestas de mayo.
Navegando por internet he encontrado una representación teatral navideña
realizada en un pueblo, de nombre escuetamente Miranda, en la que se
hacía alusión a un belén viviente con versos incluidos bajo el siguiente
título: Navidad del escondite.
Juega el hombre en su ceguera y pone al mundo al
revés.
Dios, de amor ciego, a su vera “se queda” una, dos, tres…
A Dios le agrada “quedarse”si el hombre juega a
esconderse.
Juega Dios luego a ocultarse y el hombre… a
desentenderse.
Nadie escondite mejor que el Verbo Dios encontrara,
¿quién iba a ser sabedor que en virgen madre se hallara?
Un ángel ya ha recorrido los pueblos de más renombre,
buscando a Dios escondite que dicen que se hizo hombre.
Hasta Belén de puntillas aquella noche llegó
el ángel, y de hurtadillas mira al niño que nació…
¡Alza la Maya por Dios!, gritó el ángel en Belén,
y mil de su grito en pos llegaron desde el Edén.
“Ahora soy yo quien me quedo”, dijo el niño.
Y de por vida sin dejar en su denuedo
Dios busca… un alma escondida.
Nos hallamos ante la clave de un juego del que se ha venido
ignorando su origen o procedencia. Más concretamente, su significado.
Tan de cerca se vivía la religión en aquellos tiempos que lo divino se
fundía fácilmente en cualquier acto o manifestación. Concretamente aquí,
el desarrollo de un juego de niños tiene un trasfondo religioso: Dios
va guiando al hombre para que no descarríe su deambular terrenal y lo
conduce hasta la salvación.
En sentido figurado, Alza la Maya vendría a ser
sinónimo de salvación, de alegría por haber conseguido rescatar un alma
en peligro.
A buen seguro que no era esta la interpretación que le
dábamos en Quintanilla al juego cuando un grupo de chicos que no
teníamos cosa mejor que hacer nos reuníamos por la noche y poníamos en
escena el juego del Alza la Maya, quizá también el de Civiles y
Ladrones, muy semejantes ambos si no fuera porque en un caso uno buscaba
a todos y en el otro, la mitad buscaba a la otra media. Para saber a
quien le tocaba buscar al resto echábamos a suerte y lo hacíamos
contando de la manera más peculiar que sabíamos. O sea, a la de
“veintiuna la aceituna”, a la de “pito, pito, gorgorito…” o a la de
“una, doli, teli, catoli…”.
En quien recaía la vez era el que se encargaba de contar
hasta veintiuna, tiempo acordado para que el resto le diese lugar a
esconderse. Por lo general se marcaba un perímetro de acción para que
nadie se fuera a la otra orilla del pueblo. El que contaba, después de
llegar a las 21 establecidas, concluía con la frase “y el que no se haya
escondido que se esconda, que tiempo y lugar ha tenido”. Y salía en su
búsqueda poniendo la vista y el oído por los cuatro costados por ver si
se movía aunque fuera una sombra o si se oía algún pequeño ruido
sospechoso.
El juego del Alza la Maya consistía en no dejarse
sorprender por los que estaban escondidos en los lugares más recónditos
elegidos y que alguno de ellos se le adelantara y llegase al punto
establecido antes que el que les buscaba. Éste salía en su búsqueda con
mucho sigilo, teniendo cuidado de que no le ganasen la batalla en la
carrera. Cuando sorprendía a alguno decía su nombre en voz alta y ambos
echaban a correr hasta el punto acordado. Si llegaba primero el que
buscaba al resto, cuando llegaba al lugar concretado –normalmente una
pared- decía “un, dos, tres, pillado el Agapito.” Si por el contrario
era el Agapito el que le ganaba la partida, decía: “alza la Maya por
todos mis compañeros, y por mí, el primero”, evidentemente. Es decir,
primero se salvaba a si mismo y después al resto de compañeros que
habían sido pillados anteriormente.
Todos sus gozos en un pozo, si ocurría lo último. Tenía que
“soltar” a los capturados y volver a empezar a contar mientras se
escondían los demás. Procedía otra vez a localizarlos. Si lograba
descubrir a todos sin que alguno de ellos llegase antes que él, ganaba.
Y esta vez le tocaba buscar al primero que había visto o pillado. Si se
daba la circunstancia de que uno no era capaz de sorprender a todos sin
que fueran salvados, a veces alguno se brindaba a sustituirlo para que
no se aburriera de estar siempre buscando.
Cuando nos cansábamos, jugábamos a otro juego si antes no se nos hacía
tarde y la hora de la cena nos avisaba de que teníamos que irnos a
casa. Otro día continuaríamos con el mismo juego o cualquier otro. El
del Alza la Maya era de los más solicitados.
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Leopoldo Torre García
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de Quintanilla de Tres Barrios
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