Soria Siglo XX
Soria de Ayer y Hoy (8)
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Joaquín Alcalde
La
Plaza Mayor
La
misa de doce
El
automotor
La
festividad de San Isidro en Soria-capital
La
desaparecida iglesia de San Clemente
La
Plaza Mayor
La Plaza Mayor hace ya décadas que dejó
de ser el centro neurálgico de la ciudad aunque ciertamente se lleva
tiempo trabajando para revitalizarlo y que sea una zona viva y sobre
todo entroncada en la actividad diaria.
Sea como fuere, la realidad es que la
Plaza Mayor ha sufrido toda clase de avatares, entendiendo éstos como
sucesivos cambios de denominación –la verdad es que afortunadamente sólo
a efectos oficiales- y desde luego varias remodelaciones tanto de la
plaza en sí como del entorno y algunos de los edificios que la
configuran, o estaban integrados en ella, porque algunos han
desaparecido y otros, como la polémica ampliación de la Casa
Consistorial -una barbaridad urbanística más muy contestada su momento-
se perpetró a costa de llevarse por delante la histórica calle del
Teatro además de producir un impacto visual importante en la fachada del
edificio de la antigua Audiencia Provincial.
Durante muchos años la Plaza Mayor estuvo
apareciendo en el callejero como del General Franco o del Generalísimo,
que de las dos maneras se le llamaba, hasta que ya en la etapa
democrática se le desposeyó del mismo para tomar el actual; es verdad
que con anterioridad fue conocida como Plaza de la Constitución y en una
época todavía más remota como del Trigo. Sin embargo, al margen de las
rotulaciones y de las preocupaciones del oficialismo imperante en cada
momento, incluso en los mejores del gobierno de Franco, todo dios la
llamó Plaza Mayor.
Pues bien, tan céntrico, emblemático y
representativo enclave de la ciudad, no ha podido sustraerse más que a
las necesidades a los caprichos del momento; es decir, al desmedido
interés de las sucesivas corporaciones –las de entonces y las de ahora-
por dejar la impronta de su paso por la casa consistorial, lo que en el
transcurso de los años se ha venido plasmando en sucesivas reformas,
para quedarse casi siempre a medias, si es que no peor que antes de
emprender la reforma pertinente. Porque unos meses antes del comienzo de
la Guerra Civil se desmontó la Fuente de los Leones, que se encontraba
en el rincón de la derecha accediendo por El Collado, para llevarla al
Alto de la Dehesa, desapareciendo los árboles que se repusieron entrados
los años cuarenta. Otro momento importante en el devenir moderno se
produjo en los años sesenta del siglo pasado cuando se instaló aquella
fuente de surtidores luminosos frente al edificio del ayuntamiento, en
la parte izquierda, junto a la vieja Audiencia que, la verdad, apenas
decía nada y fue retirada sin que hubiera logrado arraigar cuando al
final de la década de los ochenta se decidió llevar a cabo una nueva
urbanización de la zona –la actual- para ser sustituida, casi medio
siglo después, de nuevo por la Fuente de los Leones, aunque en un
emplazamiento diferente del que había tenido en la etapa anterior. Hoy,
la Plaza Mayor es un cajón de sastre que lo mismo acoge momentos
importantes de la vida ciudadana como puede ser la lectura del Pregón de
las Fiestas de San Juan y la traca de la procesión de San Saturio –es un
decir, porque ahora se quema en la plaza de Mariano Granados-, que con
la menor excusa se instala en ella, invadiéndola, cualquier tenderete
–entiéndase carpa, atracción o infraestructura para el mero pasatiempo,
que muy bien podría ubicarse en otro lugar-, con motivo de la primera
actividad que surge que aun siendo rutinaria se presenta aquí como si
fuera la leche.
Pero con independencia de la plaza como
tal, algunos de los edificios que contribuían a otorgarle personalidad
también han sufrido modificaciones sustanciales y, en algún caso,
derribados. Viene a cuento, por ejemplo, el despropósito a que fue
sometida la que mediados los años setenta tomó la denominación de Casa
Consistorial de los Doce Linajes, como en fecha más reciente el de algún
que otro inmueble aledaño, que sin duda por su deficiente estado de
conservación, lejos de ser restaurado sufrió sin piedad los rigores de
la piqueta para que su solar pudiera contribuir a satisfacer las
necesidades de la nueva ampliación, mientras que por la antigua
Audiencia y la Casa del Común no parece que haya pasado el tiempo, al
menos de puertas afuera, por más que la primera esté destinada hoy a un
complejo cultural y la otra sea la sede del Archivo Municipal después de
que acogiera sucesivamente el Parque de Bomberos, la Biblioteca Pública
y, temporalmente, fuera habilitada como local de ensayos de la Banda de
Música o para oficinas municipales, que también lo fueron, cuando en los
setenta se acometió la ampliación de la Casa Consistorial, además del
uso que tuvo durante algún tiempo como Cuartel de la Policía Municipal.
Por lo demás, la Plaza Mayor, ha sufrido
en los últimos sesenta años una profunda reconversión en cuanto a la
actividad que se desarrollaba en ella, desapareciendo por completo el
carácter comercial que tuvo siempre, y que incluso al comienzo de la
década de los cincuenta pretendió potenciar el ayuntamiento de entonces
cuando tomó el acuerdo de restablecer en ella el mercado de cereales de
los jueves. No obstante, la principal plaza de la ciudad hacía ya tiempo
que tenía escrito su destino, pues en efecto, en pocos años pasó de ser
una zona de comercio en general a otra de servicios, casi y en exclusiva
del ramo de la hostelería, respaldada en los tiempos modernos por la
actividad que generan, fundamentalmente, la administración municipal y
el Centro Cultural Palacio de la Audiencia.
En fin, los nuevos tiempos trajeron la
desaparición de establecimientos entrañables como el taller del armero y
los de las bicicletas Untoria y Romero, el almacén de vinos y la tienda
de maquinaria que había en el rincón; la pescadería y el almacén de
piensos en la misma acera; el provinciano y destartalado comercio de
tejidos “El barato” con entrada asimismo desde El Collado, ahora ocupado
por una moderna tienda de modas; el estanco de la Ciriaca entre los
bares Plata (antes Ford) y Julián (donde está el Mesón Castellano); la
sastrería y la hojalatería a continuación; oficinas como la Sociedad de
Cazadores y Pescadores de la Provincia de Soria; la tienda del
alpargatero, el pequeño bar que había en los soportales del
ayuntamiento, en la zona más próxima a la calle Fuentes, y la barbería
en la planta baja del inmueble ocupado en su día por la Casa de Socorro,
también durante algún tiempo sede de la Policía Municipal y de las
dependencias administrativas del municipio mientras duraron las obras de
ampliación del ayuntamiento de mediados de los setenta, y más
recientemente las Escuelas de Empresariales y de Relaciones Laborales
(en la actualidad dependencias de los Servicios Sociales del
Ayuntamiento). Y cómo no, el entorno más próximo –o sea, la calle
Sorovega, en el lateral del Palacio de la Audiencia, donde se encuentra
el monumento al Fuero de Soria-, dejó de ser el punto de llegada y
salida de los autobuses de viajeros que cubrían las líneas regulares de
Almenar, Gómara, Ciria, Deza y Cihuela.
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Joaquín Alcalde, Diciembre de 2018
La
misa de doce
Los sorianos siempre
han (hemos) sido de costumbres fijas. Eso es al menos lo que se dice. El
tamaño de la capital y, desde luego, la propia composición de la
sociedad qué duda cabe que han invitado a ello.
Así se puede entender
por ejemplo lo rutinario del acontecer diario, que venía a marcar cuando
no a condicionar la vida de la ciudad. El chateo tanto al mediodía como
por la tarde; el “dar una vuelta al Collado”; las tertulias tras la cena
en los barrios las noches de verano con la excusa de salir a "tomar el
fresco"; la socorrida partida de dominó, tratándose de las cartas, de
guiñote o julepe –los menos al mus-, los domingos y festivos después de
comer; "ir a ver los resultados" de fútbol las largas tardes de los
domingos de invierno normalmente al bar Soria, que era el primero que
los daba, en la plaza de Ramón y Cajal, junto al Regio, cuando no
existían carruseles, tableros deportivos ni cosa que se le pareciera y
mucho menos la televisión, eran, entre otras, algunas de las costumbres
que cultivaban los sorianos.
Porque las mañanas de
los domingos duraban lo que un suspiro. Entre que uno se levantaba más
tarde que de ordinario, iba a misa, y a la salida daba un muy breve
paseo por El Collado y tomaba el vermú, había llegado la hora de volver
a casa para comer en familia, que se consideraba casi un rito de
obligado cumplimiento. Para cuestiones tan banales vistas con la
perspectiva de hoy, la gente se endomingaba, es decir, que se ponía el
traje nuevo. No como ahora, en que esa costumbre está prácticamente
desaparecida. Las mañanas de aquellos domingos, como es fácil deducir,
estaban revestidas si se quiere de una cierta solemnidad.
En este contexto el
elemento central o cuando menos prioritario de la jornada festiva
consistía en "ir a misa". Era frecuente escuchar entonces "quedamos para
antes o después de misa"; "todavía no he ido a misa" y dichos
semejantes.
Lo de la misa de los
sábados y que valiera para el domingo, o la misa del domingo por la
tarde, llegó más tarde. Entonces, no. Quien quería cumplir con el
precepto de "ir a misa" tenía que hacerlo necesariamente la mañana del
domingo, aunque eso sí, el abanico de posibilidades era amplio pues
podía acudir desde las primeras horas de la mañana hasta bien cumplido
el mediodía, porque en este campo la Iglesia siempre ha estado muy por
la labor de dar las máximas facilidades a sus feligreses según las
costumbres de la sociedad del momento.
Se recuerda,
particularmente, la misa de las once y media de la iglesia de El
Salvador, antes de que le llegase la controvertida reforma del templo al
final de los años sesenta, con las inolvidables homilías de don Simón,
muy comentadas, por cierto, en los círculos de la sociedad soriana,
preocupada por asuntos tan prosaicos.
La misa de la una de
los Franciscanos, y la de la una y media de los Carmelitas -creo que
eran estas las horas- marcaban el punto de referencia de la actividad
del domingo en la ciudad. Sin que se sepa por qué, lo cierto es que en
el ambiente se consideraba que a estas celebraciones asistían
preferentemente los señoritos, porque las clases menos favorecidas, que
no tenían posibilidad de disfrutar de la noche y naturalmente de
trasnochar, madrugaban y tenían por costumbre asistir a las de las
primeras horas y como mucho a las de media mañana.
Pero la misa de Soria
por excelencia era la de doce. Tenía lugar en La Mayor; se decía todavía
en latín con el oficiante dando la espalda a los feligreses. La
celebración era una de las preferidas, si es que no la que más, de todas
cuantas se oficiaban los días de precepto. Desde siempre gozó de un
reputación especial que la hizo diferente, no tanto por la celebración
en sí como porque el paso del tiempo acabaron tiñéndola con el aura de
una mal entendida y privativa de una minoría consideración social a lo
que acaso contribuyó y mucho, el verbo fácil de don Gaudencio, titular
de la parroquia durante muchos años, con sus homilías desde el púlpito,
cuando estas tribunas todavía se utilizaban de manera regular, del que
por la vehemencia con que impregnaba sus mensajes y los ademanes en que
apoyaba sus argumentos para que fueran más didácticos, en ocasiones daba
la impresión de correr el serio riesgo de terminar con su anatomía en el
suelo de la nave central.
La salida de la misa
de doce de La Mayor se esperaba con el mismo aire de curiosidad que
pueda despertar hoy cualquier otro hecho de la vida cotidiana de la
ciudad que aún por rutinario la gente se resiste a pasar de él, pues era
algo así como un desfile de sociedad aunque en versión más común.
La misa de doce cada
domingo en la iglesia de La Mayor creo que ahora es media hora más
tarde, si bien en un contexto muy diferente por lo menos de puertas
afuera, que es el aspecto que se pretende subrayar, al margen de lo
puramente religioso. Esa es, al menos, la percepción que se tiene en la
calle.
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Joaquín Alcalde, Septiembre de 2018
El
automotor
En tiempos en que
todavía existían las máquinas de vapor y tener que viajar en tren desde
Soria a la capital de España suponía emprender una auténtica travesía
que venía a durar algo así como ocho horas, si es que no más, por la
ciudad pasaba diariamente un tren que marcaba la diferencia. Primero se
llamó TAF (Tren articulado Fiat) y más tarde TER (Tren español rápido),
en realidad dos trenes rápidos con motor Diesel Fiat conocidos
comúnmente por los sorianos y en la jerga ferroviaria como “el
automotor”, porque en definitiva eran eso, automotores. La diferencia
entre uno y otro puede que residiera en la época de construcción y,
desde luego, en las prestaciones que ofrecieran como se dice en estos
tiempos modernos, además de los servicios que pudiera prestar a bordo.
Eso sí, la duración del viaje era notablemente inferior a la de los
trenes correo o los llamados mixtos y el cumplimiento del horario estaba
hasta cierto punto garantizado.
Se trataba de un tren de lujo que
utilizaban preferentemente los más pudientes económicamente y miembros
de algunos colectivos como por ejemplo del Ejército y la Justicia o los
funcionarios de Obras Públicas que gozaban de importantes descuentos a
la hora de comprar el billete y además tenían la seguridad de contar
siempre con plaza, que no era fácil pues siempre solía ir lleno y Soria
tenía asignado un cupo determinado de asientos -siempre se dijo que no
muy grande- en contraste con el convoy tradicional formado por aquellos
viejos y obsoletos vagones dotados de incómodos asientos de madera y
compartimentos para seis u ocho personas en el que no tenían más remedio
que viajar los que malamente podían llegar a final de mes, porque
contaba con la popular tercera clase -la más barata-, no así el
automotor, cuyo billete era más caro y no se permitía el transporte de
equipajes, a no ser que fuera el personal, ni desde luego las socorridas
gallinas, conejos o vaya usted a saber qué, práctica tan habitual en los
trenes convencionales.
El automotor estuvo pasando a diario
muchos años por Soria, incluso los domingos. Actividad tan simple y
rutinaria también tuvo su componente social en el provincianismo de la
época, de tal manera que vino a otorgar algo así como una especie de
marca de denominación de origen a quienes viajaban en él y por añadido a
quienes acudían a la estación con la menor excusa procurando coincidir
–de eso se trataba- con la hora de paso, y puede que hasta marcar cada
tarde el ritmo de vida de la ciudad. Porque, en efecto, había un antes y
un después de su llegada.
Este tren rápido –el AVE de aquellos
años, perdón por el eufemismo- solía estar en Soria alrededor de las
seis de la tarde y el andén de la Estación Nueva era el obligado punto
de encuentro al coincidir en él los que dejaban y tomaban el tren y en
mayor medida quienes lo esperaban o simplemente bajaban a despedir a
algún familiar, pariente o mero conocido, pues salvo en algún periodo
breve los dos trenes, es decir el que venía de Madrid y el que procedía
de Pamplona, se cruzaban en Soria con puntualidad exquisita.
Y como en la Soria de entonces la
estación quedaba lejos no había más remedio que desplazarse a ella
tomando alguno de los taxis que tenían la parada en la plaza de
Herradores y en la de San Esteban o en el servicio regular del Despacho
Central de Renfe, que primero salió de El Collado, donde más tarde
estuvo El Telón de Acero, y luego del rincón de la plaza del Olivo,
hasta que fue privatizado el servicio.
La reordenación de la red de
comunicaciones ferroviarias acabó primero con el automotor y más tarde y
sucesivamente con el resto de las líneas convencionales hasta quedar
reducidos los servicios ferroviarios a ese testimonial y ridículo
Soria-Madrid y al revés, tan protagonista por sus constantes averías y
retrasos como escasamente utilizado.
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Joaquín Alcalde, Junio de 2018
La
festividad de San Isidro en Soria-capital
Este último martes fue San
Isidro Labrador. La festividad de San Isidro siempre fue una de las
referencias obligadas del particular calendario festivo. Entonces, cada
15 de mayo, había fiesta grande en El Mirón; una cita que trascendía a
otros muchos sectores de la ciudad. Claro que la fiesta de San Isidro no
era más que la culminación de un proceso que se había iniciado días
antes con la novena que se celebraba a media tarde en la propia ermita,
y que a su vez estaba precedida –ahora es un triduo- por la que la
Asociación de Labradoras y Devotas de la Virgen del Mirón dedicaban a su
patrona, cuya fiesta, por cierto, sigue teniendo lugar en el templo de
su advocación aunque en un ámbito más doméstico.
La Hermandad Local
Sindical Local de Labradores y Ganaderos fue tradicionalmente la
encargada de organizar los festejos en honor de San Isidro, de tal
manera que muy de mañana, el disparo de bombas y cohetes anunciaba al
vecindario el comienzo de la fiesta. Más tarde, en el local de la
Hermandad de la calle Tejera, junto a la plaza de toros, se organizaba
un desfile figurando en el mismo las autoridades, la Junta de la citada
Hermandad y afiliados de la entidad con sus banderas, la tradicional
Soldadesca, el cuadro de coros y danzas de la Sección Femenina, un grupo
de la Hermandad de la Ciudad y el Campo, la rondalla del Frente de
Juventudes y la Banda Municipal, y un carro ocupado por un grupo de
mozas del cercano barrio de Las Casas de Soria, ataviadas con típicos
trajes del país. La comitiva desfilaba por las calles del Campo, Ferial,
Marqués del Vadillo, el Collado (General Mola aquellos años), plaza del
Rosel y San Blas, calle Aguirre, plaza Tirso de Molina y carretera de
Logroño para terminar en la ermita de Nuestra Señora la Virgen del
Mirón.
Luego, con el mismo o muy
parecido ritual que el que viene observándose en la actualidad, tenía
lugar la procesión hasta la carretera, y la posterior misa solemne
cantada por el coro de la Colegiata (actual Concatedral), en la que
también solía participar en el coro de la Casa de Observación de
Menores. Terminada la función religiosa actuaba la rondalla del Frente
de Juventudes. Después el cuadro de coros y danzas de la Sección
Femenina bailaba clásicas danzas de la tierra y, finalmente, intervenía
la Soldadesca. Pero la fiesta de San Isidro lejos de terminar en la
pradera del Mirón tenía su continuación en el Campo de Santa Bárbara con
el concurso de arada; más tarde las autoridades y afiliados a la
Hermandad eran obsequiados con una copa de vino español en el local de
ésta. Por la noche tenía lugar en la Plaza Mayor (General Franco) una
sesión de baile amenizada por la Banda Municipal; con anterioridad,
alrededor de las diez, en el local de la Hermandad, la Junta, afiliados
e invitados se reunían a cenar.
Ahora, la celebración
discurre por cauces que tienen que ver muy poco con los de entonces. No
sale la Soldadesca, tampoco se desfila por el centro de la ciudad y la
celebración, en definitiva, ha perdido el encanto que tuvo. Sigue
celebrándose la procesión -desde hace un par de años solo hasta la mitad
de la muralla-, luego tiene lugar la misa en la que en el ofertorio no
se presentan los frutos del campo y concluye con la subasta, asimismo
muy venida a menos. En cualquier caso, el templo del Mirón se llena por
más que la representación de los labradores del término de la capital
haya quedado reducida a la testimonial y la fiesta decaído hasta dejarla
irreconocible.
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Joaquín Alcalde, Mayo de 2018
La
desaparecida iglesia de San Clemente
El 28 de julio de
1956 se inauguraba, con la pompa habitual que se estilaba la época, el
sistema automático de teléfonos de Soria.
La efeméride constituyó un verdadero
acontecimiento en la capital y un avance importante en la aplicación y
uso de esta moderna tecnología. La prensa oficialista del momento se
encargó de dar cumplida referencia.
La puesta en funcionamiento del sistema
automático de teléfonos llevó consigo la construcción de un nuevo
edificio para albergar la central y sus correspondientes instalaciones
técnicas en la céntrica plaza de San Clemente.
Para que el proyecto fuera realidad hubo
que demoler previamente la iglesia que dio nombre a la plaza. En el
solar, la Telefónica levantó en un tiempo récord un edificio de nueva
planta, que todavía se mantiene en pie, en la plazoleta del Tubo. Las
viejas, por obsoletas, insuficientes y poco funcionales que se hubiera
dicho hoy dependencias en el primer piso de uno de los inmuebles,
exactamente el número 21, del ensanche de El Collado en el que habían
venido funcionando desde 1929, eran ya historia.
La información de que se dispone sobre la
desaparecida iglesia de San Clemente no es precisamente abundante.
Existen algunos trabajos y estudios de diversa índole en modo alguno
exhaustivos, aunque sin duda acordes con la importancia del templo, y
material fotográfico procedente del Archivo Carrascosa que se encuentra
depositado en el Archivo Histórico Provincial.
Entre ellos el del ilustre soriano Juan
Antonio Gaya Nuño, quien en su obra “El románico en la provincia de
Soria” describe la iglesia de San Clemente como de tipo rural, de una
sola nave, presbiterio y ábside, pero todo muy deformado por adiciones
sucesivas. San Clemente –según Gaya- debió ser un buen edificio del
tercer cuarto del siglo doce.
A mediados del siglo diecisiete el templo
acogió temporalmente a la comunidad de monjas concepcionistas con motivo
del incendio acaecido en el Convento e iglesia de la Concepción abriendo
comunicación con la casa-palacio contigua (actual sede del Archivo
Histórico Provincial), que les fue cedida como provisional refugio.
Ciento cincuenta años después volverían de nuevo a esta iglesia y casa
cuando a causa de la guerra de la Independencia fue por segunda vez
pasto de las llamas su primitivo cenobio.
La iglesia de San Clemente llegó a
formar, hasta su derribo, una unidad con el Palacio de los Ríos y
Salcedo. Quedó el muro norte, que se mantiene en pie y hoy puede verse
en el patio central del edificio que alberga las dependencias del
Archivo Histórico.
Según los libros sacramentales de la
desaparecida iglesia, las últimas inscripciones anotadas son las
siguientes: defunciones, el 27 de diciembre de 1948; matrimonios, el 19
de septiembre de 1949; bautismos, el 27 de agosto de 1950. Apenas unos
días después de esta última, el arquitecto municipal [Guillermo
Cabrerizo Botija] informaba de que con el objeto de evitar el
hundimiento de la parte de la iglesia que se encontraba en estado de
ruina inminente aconsejaba su apeo, el vallado de la zona con carteles
anunciadores del peligro y la supresión del culto por el riesgo de
derrumbamiento que ofrecía.
De poco sirvieron los intentos del
párroco [Manuel Ciriano] de recabar ayudas para restaurar el templo “más
deteriorado después del último temporal” porque el destino parece que
estaba claro. Así pudiera entenderse, al menos, de las respuestas que le
dieron el Ayuntamiento de Soria y la Diputación Provincial. Mientras
esta última lamentaba simplemente no poder contribuir con cantidad
alguna, el ayuntamiento “dejaba pendiente la petición después de
estudiarla”.
En cualquier caso, las excusas parecieron
tan rutinarias y banales como escasamente creíbles porque, en efecto, no
mucho después el ayuntamiento de la ciudad conocía oficialmente en
sesión plenaria el interés de la Compañía Telefónica de dotar a Soria de
teléfono automático junto al deseo de que le fuera vendido un edificio o
un solar en un lugar estratégico de la ciudad y las gestiones que había
realizado el alcalde acerca de diversos dueños de edificios, de los que
por lo visto pedían cifras elevadas. En el propósito de que la capital
no perdiera la oportunidad de contar con tan importante mejora –siempre
según la referencia de la prensa de la época-, el alcalde [Eusebio
Fernández de Velasco] se entrevistó con el obispo [Saturnino Rubio
Montiel] a quien manifestó que no contando con lugar adecuado para la
construcción del edificio de teléfonos, por las razones señaladas, le
solicitaba la venta de la iglesia de San Clemente.
La visita debió surtir efecto porque no
mucho después se firmaba la escritura de compra-venta, lo que suponía el
cierre con acuerdo de la negociación y, en definitiva, un paso más hacia
la desaparición del templo.
Del derribo de la iglesia de San Clemente
apenas quedan testimonios. El dato más aproximado se ha podido encontrar
en el acta de la sesión de la Comisión Provincial de Monumentos del 4 de
marzo de 1953 cuando se informa a los componentes de que “había
comenzado a ser derribada en enero de ese año”.
Consumada la demolición, se procedió a
levantar en un abrir y cerrar de ojos el edificio para las nuevas
instalaciones de la Telefónica con un presupuesto que no llegó a los
tres millones y medio de pesetas (alrededor de veintiún mil euros de
hoy). El inmueble lo estuvo ocupando la compañía del monopolio estatal
hasta hace relativamente poco tiempo en que dejó de tener uso y fue
desalojado. En la actualidad el edificio es de propiedad particular e
interiormente ha sido rehabilitado.
©
Joaquín Alcalde, 2018
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Joaquín Alcalde
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