

Soria Siglo XX
Soria de Ayer y Hoy (11)
©
Joaquín Alcalde
La
última vez que Soria tuvo guarnición militar

La última vez que Soria tuvo
guarnición militar

Si hoy el futuro de Soria
se cree a pies juntillas que pasa por disponer de una buena red de
infraestructuras, en el sentido más amplio, y así se viene reivindicando
por los organismos e instituciones y, desde luego por la ciudadanía,
hace años la palabra industrialización era el aldabonazo que percutía a
diario en la conciencia de los sorianos. Es más, paradójicamente se
alardeaba no sin una autosatisfacción malamente disimulada del buen
estado de la red de carreteras a su paso por la provincia, especialmente
respecto de las de su entorno. Las preocupaciones de entonces en materia
de progreso iban por senderos diferentes. Se pensaba, por ejemplo, en el
ejército como elemento dinamizador. De tal manera que cuando lo que
había al final de la actual avenida de Valladolid, en la margen
izquierda, no eran más que fincas de labor, ya hacía años que se había
levantado allí la estructura de lo que en Soria se conoció como “nuevos
cuarteles”. Uno de los ayuntamientos de finales de la década de los
cuarenta acordó solicitar del entonces Ministerio de la Guerra el envío
de guarnición y la continuación de las obras, paralizadas desde hacía
tiempo. Pero los barracones, sin ningún tipo de uso que se recuerde y
deteriorándose pese a la sólida construcción, permanecieron en pie hasta
su demolición en la década de los setenta cuando la zona comenzó a
perfilarse para alcanzar la configuración que ofrece en la actualidad.
Pero las fuerzas vivas
lejos de resignarse, es de suponer que con un tinte de desilusión, no
cejaron en el empeño de que Soria contase con guarnición. Y
efectivamente, lo consiguieron, aunque para ello hubiera que echar mano
de las viejas y destartaladas dependencias del cuartel de Santa Clara.
En los primeros días del mes de diciembre del año mil novecientos
cincuenta llegaba a Soria en tren a la Estación Vieja, el batallón de
Zapadores Minadores, en medio de la expectación general. La noche era
fría pero la ciudad se echó a la calle. La unidad tenía su base en
Guadalajara y entonces la capital alcarreña pertenecía, como Soria, a la
misma región militar. Es posible que de ahí derivara en buena parte que
la guarnición pudiera establecerse aquí.
El batallón, como se le
conocía, no estuvo muchos años y la mayor parte puede que en la fase del
desmantelamiento progresivo que terminó con él algún tiempo después.
Pero en todo caso la ciudad experimentó un cambio notable en el
discurrir de la vida cotidiana, lo que no resulta difícil de entender
teniendo en cuenta que de la noche a la mañana el raquítico censo de la
capital que apenas registraba movimiento se veía incrementado con un
número de hombres, dicho en el término militar de la época, que podría
estar en torno a los seiscientos o quizá alguno más, con lo que suponía
para una población que malamente andaría por los dieciséis mil
habitantes, o sea, bastantes menos de la mitad que la estadística
oficial que se maneja ahora.
Los militares dejaron
naturalmente el sello de lo personal en el ámbito puramente humano. De
manera que bastantes de los que sucesivamente fueron llegando bien
destinados por tratarse de profesionales bien como soldados de reemplazo
terminaron quedándose por las más diversas circunstancias personales y
profesionales, fácilmente comprensibles.
En lo estrictamente
castrense las manifestaciones externas eran frecuentes. Desde la escolta
al Santísimo y otras imágenes en las procesiones hasta la participación
activa en las cabalgatas de Reyes en las que al utilizar los caballos de
la cuadra, eran los propios militares los que encarnaban la figura de
los Magos. En días señalados la guarnición desfilaba por el centro de la
ciudad, normalmente desde el Espolón hacia El Collado.
Pero la solemnidad más
importante tenía lugar el día de San Fernando, el 30 de mayo. Se
celebraba la fiesta del batallón y solían jurar bandera los reclutas del
reemplazo en un acto que tenía lugar en la Dehesa donde se montaba junto
al desaparecido y añorado árbol de la música el altar para la
celebración religiosa y el resto de la infraestructura necesaria.
Finalizada la jura de bandera tenía lugar una parada militar y el
posterior desfile por el Collado que no dejaba indiferente a nadie.
Ello con independencia de
actos lúdicos entre los que no faltaba un espectáculo taurino en el que
los actuantes eran los propios militares pues en sus filas no faltaban
desde toreros, o al menos aficionados, alguno de Soria, hasta
futbolistas que llegaron a jugar y destacar en el Numancia.
En el ámbito de lo
rutinario la asistencia a la misa dominical en la iglesia de Santo
Domingo suponía una nota de color en el discurrir monótono de la vida
ciudadana. Los soldados llegaban en formación a las inmediaciones del
templo, el único de la ciudad que por su capacidad podía albergar a la
totalidad de los efectivos, para lo cual era necesario retirar
previamente los bancos corridos que utilizaban los fieles en la
celebración del culto ordinario en tiempos en que las monjas rezaban los
oficios en el coro, no en el crucero, delante del presbiterio como
ahora, de modo que el templo tuviera más capacidad.
Como siempre solían llegar
con antelación, la tropa aguardaba el turno de espera sin romper la
formación en el tramo comprendido entre la plaza del Rosario, junto a la
iglesia, y la calle de la Tejera en su confluencia con la del Campo
ocupando la totalidad de la calzada, sin que el tráfico se viera
afectado porque si de ordinario apenas tenía relevancia la mañana de
domingo la circulación en el centro de la ciudad era escasa y en esa
zona inexistente. Finalizada la misa, vuelta al cuartel, también en
formación.
Y del paso del
batallón queda asimismo el recuerdo de las maniobras en el cerro de los
Moros y en las inmediaciones de San Saturio, cuando el paseo de San
Prudencio era intransitable, con la construcción de aquel pequeño pero
coqueto y funcional puente de madera, arrastrado por una riada, que vino
a sustituir a las antiguas pasarelas, anegadas cuando subió el nivel del
río al entrar en servicio la presa de Los Rábanos. Además de tantos y
tantos otros cuya impronta permanece fresca en el recuerdo de quienes
fueron testigo de aquella inolvidable etapa, que contada bien entrado el
siglo veintiuno puede sonar a ficción.
©
Joaquín Alcalde, enero 2021


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Joaquín Alcalde
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