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Haremos
la entrada por rutas castellanas, aquellas que nacen por la villa medieval
de Atienza, hoy alcarreña, para llegar al portillo, ya soriano, de San Jorge
o la Midueña, población que allá sobre el siglo XIII se convirtió en ruinas
que aún se conservan y, hoy, ha pasado a ser recuerdo vivo y frecuente en
otros muchos lugares de su entorno que han desaparecido o que están en vías
de extinción. En sus cercanías, se halla enclavado el primer poblado, en
vías terminales, de Barcones, para continuar por la Cuesta de la Varga y,
desde su cúspide, poder contemplar a tal lugar rodeado de añosos árboles y
cerros pelados de ardiente cenizoso, patria del gran helenista Antonio Ranz
Romanillos, traductor de Plutarco, perseguido por renovador y afrancesado,
que gracias a los estudios de Pérez Rioja ha sido conocido y biografiado.
Barcones
Desde esta inmensa
planicie, en la que la tierra tiene la más perfecta convivencia armónica con
los añiles celestes, se contemplan las sierras del Alto Rey, de Guadalajara;
las segovianas de Riaza y, al saliente, el Moncayo de Aragón. Todos en
uniforme veta azul, con calvas blancas, distantes, pero serenas en su
empaque de dominio señorial y de vida imperecedera.
Más, en la cercanía, lo
que fue castillo y hoy es torre de la iglesia de Barahona, que en constante
y curiosa vigía del tiempo y de la historia, conserva el recuerdo de luchas
de moros y cristianos, caudillos y guerreros, árabes y romanos que, muchos
de ello, fueron sepultados en la suavidad de sus tierras. Barahona de
sugestivas leyendas y hechizos que emboban a los niños y adultos, y, en buen
momento, ya han sido aclarados, definidos, conocidos y documentados,
alejando conceptos oscuros y ocultos por la luz investigadora. Mientras, en
la etimología del nombre, aún aparecen diversos criterios y contradicciones
en la oscuridad de pareceres y crónicas. Pueblo “alucinado y alucinante”, y,
“tierras aptas para la vida de la oveja y de la aliaga”.
Las
Brujas de Barahona

En
esa misma mirada Marazovel: seco, ganadero, de gentes muy honradas y
generosas. Lindante, Rello, del Señorío del Conde de Coruña; villa tranquila
y majestuosa, coronada de águilas reales y piedras doradas caldeadas por el
destellante sol de la tarde. Un puñado de casas aprisionadas por fuertes
murallas y castillo sereno, del que apenas se conoce lo más elemental de su
historia.
Rello
Siguiendo el camino por
las beatrías de Barcones, pintadas con color de rastrojo y seco tomillo, que
exhala la suave fragancia que se alza y pierde en los infinitos aires azules
y vivos, se llega a La Riba de Escalote, la que mitad descansa al ábrego y
mitad al cierzo, en cuya buena parte del discurrir del río que le da
apellido, entre curvas cerradas, barrancos bordados por peñascales, unas
veces rectos y otras con caprichosos que parecen bordados por manos humanas,
que no tallados por las manos abstractas e intencionadas de la Naturaleza,
para que el espejo viajante de sus claras aguas, lleven un recuerdo
imborrable y eterno, allá donde los mares, de esta Castilla inmensa que
grita y duerme; se desespera y conforma; mira su pasado y sueña en su
futuro; se revuelve, desgarra y descansa ante el enigma de una agonía que
lucha con gesta de guerrero, para coronar con laureles la dureza de sus
rocas, con pilares de fe, resistencia y esperanza.
En una garganta verde y
arbórea, se halla la Huerta de Valparaíso, de nombre bíblico, con raíz de
hermosura y verdad en lo que fue cría de sus frutos y color del más
primitivo terruño. En sus cercanas lontananzas muertas, el pastor, ya
maduro, estampa, más que para contemplar, meditar sobre ella. Lleva en su
hato querido y adorado, unas docenas de ovejas y traviesos corderillos, y,
tanto su persona como su vestimenta es la autenticidad de un pasado cercano
repetido en la monotonía de los siglos: manta a cuadros blancos y pardos, de
hechura artesana; abarcas con pellejos lanares en lucha contra la nieve y el
gélido frío; zurrón de cuero lanudo, y, esa piel humana bronceada por los
ásperos vientos y “ciego sol, la sed y la fatiga”, propia de las tierras
castellanas.
 
 ¡Cuánto hace meditar
este hombre y su vestimenta! ¡Qué típico, qué curioso para el turista y la
poesía! ¡Qué doloroso, qué triste y qué preocupación para el progreso y la
renovación del pasado! Un hombre y un puñado de ovejas, mal negocio. En sus
cercanías, la ermita de San Baudelio, de renombre e historia internacional,
cercana a un humedal, dando algo de frescor a un paisaje colgado, desnudo,
desértico que nació para el anonimato y vivió en plena y total publicidad.
Más en la cercanía,
Casillas y Ciruela, blanco y renovado, dando vista a Berlanga de Duero,
dominada por su recio castillo, con fuertes murallas que, en lucha con los
siglos, ha conseguido ganar la batalla de la subsistencia, estando muy cerca
el apoyo para conservación y legado a futuras generaciones.

Berlanga es, sin forzar
ideas y deseos, la capital de una comarca y sus tierras. Encierra y, nadie
discute, el rancio señorío que, un día, le dio El Cid como un valioso legado
de la Historia. Perennes están sus soportales, las plazas, las calles, el
rollo, trasladado con el mayor acierto, cuidado y responsabilidad, a un
lugar visible y adecuado. La Colegiata con empaque catedralicio, puerta de
Aguilera..., todo y mucho más son un testimonio y claro heraldo que anuncia
y anuncia con seguridad y fuerza, el esplendor y la grandeza de esta villa
castellana vieja, haciendo “fermosa” corona en un florido ramillete de arte
perfumado que se extiende por los aires para ser derramado eternamente.
Berlanga
de Duero

Todos y otros muchos
elementos terrenos, tienen un paralelismo con sus moradores que se hallan
dotados de la especial solera catellana, abiertos, sencillos, trabajadores,
honrados y hospitalarios. Por algo un berlangués, el “tío Gregoriejo”, del
que relato una anécdota que me han referido estos días y no conocía. En los
viajes que hacía a los pueblos cercanos con las mercaderías de su huerta, se
encontraba con la imposibilidad de llevar alubias para la venta por la
intervención estatal. Ante tal necesidad urdió la compra de un garrafón,
introdujo las mismas en este recipiente ofreciendo a su clientela vinagre.
Así estuvo una larga temporada en el susto del estraperlo, con la vasija
bien montada a la vista pública, por lo que nadie pudo imaginar su contenido
de judías, hasta que el tío Bernardo, de la vecina aldea de Casillas, se
enteró, lo comentó a la guardia civil, no sabemos si con alguna intención o
ignorancia y dio lugar a caer en manos de la Fiscalía de Tasas,
imaginándonos, no lo sabemos, el que tuviera por resultado el pago mínimo de
multa de mil pesetas, que representaría, el aquel pasado, su “cuasi” ruina
económica. Después los críos se entretenían en darle recuerdos, más bien
pelea, de parte de tal del tío Bernardo, a los que nuestro personaje,
incómodo por la sorna juvenil, les contestaba: “me jodo en vosotros y en
él”.

Este típico ser humano, con mucha razón y no menos justicia, pues con
su duro trabajo, vida y el añadido suceso y otros muchos, ha sido
entronizado como soriano y castellano ideal, que anduvo trabajando a “lomo
caliente”, duro y machacando caminos y poblados para ganarse, aunque solo
fuera, el pan nuestro de cada día. No debe de faltar, en estas fechas
festivas, como el de otros muchos que han escrito la historia en el
anonimato, su recuerdo, y la más exquisita evocación de su memoria, que se
hace eco y el eco voz que pródigamente escuchamos brotar del corazón, en ese
eco escondido que se posa en nuestros labios como una mariposa encendida en
el verso sugerente y piadoso de Rabindranath Tagore:
“Canta la
cascada: aunque una poca de mi agua basta a la sed del sediento”.
¡Con qué alegría se la regalo toda!
©
Gumersindo García Berlanga

Barcones
Berlanga
de Duero
Rello
Las
Brujas de Barahona - Gumersindo García Berlanga
Ruta
de las Atalayas
Fuentes
y Manantiales de Soria, José Ignacio Esteban Jauregui
El
Castillo de Berlanga de Duero
Mendikat
:: Soria
::
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Castillos
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Berlanga de Duero
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