Todos los poblados, por
insignificantes que parezcan, tienen su singular historia y encierran
valiosos pasajes para llevar a cabo los más interesantes estudios de todo
tipo y, singularmente sociales, obteniendo valiosas consecuencias del más
vivo y práctico provecho.
Como modelo ejemplar, he creído
adecuado tratar del lugar de BARCONES, para dar una idea, entre otros
diversos factores, de la influencia clerical y sus rescoldos del pasado. En
el siglo XVIII (donde, para empezar, existían tres curas de almas para una
población de 528 habitantes) así como las personalidades, influencias y auge
que mantuvo esta localidad en una saga de amplia y divergente familia,
empezando por la gran figura del helenista Antonio Ranz Romanillos, nacido
en 1759, el que estudió en el Colegio Episcopal de Sigüenza, siendo su
ascendiente don Antonio Botija, fundador, en tal ciudad mitrada (a la que
perteneció este pueblo hasta mediados del pasado siglo), una Institución
Canónica para su sobrino carnal, don Agustín Romanillos.
Don Carlos Romanillos Botija nace
en 1717, siendo colegial mayor y presbítero de Alcalá, canónigo arcediano de
Molina de Aragón e Inquisidor-presidente en Córdoba, renunciando al obispado
de Pamplona para el que había sido propuesto. Miguel de la Iglesia, cura de
Huete, colegial de Bolonia y oídor de la Chancillería de Granada. D.
Francisco de la Iglesia, canónigo de Valencia. Don Antonio Botija Ranz,
capitán del Ejército, muerto en Ocaña en la guerra con Francia. Don Manuel
Botija Romanillos, oficial de la Secretaría de Despacho del Ministerio de
Hacienda y caballero de Carlos III, en cuya orden hizo su ingreso en 30 de
agosto de 1822. Don Carlos de la Iglesia Botija, párroco de Ariza, abogado
consejero del duque de Lerma. Don Felipe de la Iglesia Botija, párroco de
Almadrones. Don José de la Iglesia Botija, que estudió leyes y al que el
gobierno le encomendó importantes misiones de Estado. Don Carlos Contreras,
párroco en Miralrío. Juan-José Ranz Romanillos, diplomático en Hamburgo y
Holanda. Don Benito Ortega Romanillos, racionero de la Seo, en Zaragoza, y
supernumerario de la Academia Española. Gregorio Botija, diputado
provincial. Don Felipe Gamboa Botija, también diputado y alcalde de
Sigüenza. Don Joaquín Botija, abogado-fiscal de la Audiencia de Zaragoza.
Don Antonio Botija Fajardo, ingeniero agrónomo, gobernador de Burgos y
diputado en Cortes. Actualmente, hoy, sigue la saga de este enramado de
apellidos, Joaquín Botija Botija, médico de prestigio y distinción, que se
lo ha ganado a pulso, con tesón y esfuerzo, nacido en ambiente campesino,
estudiando en Sigüenza y Valladolid, ejerce su profesión en la clínica de
Santa Cristina, de Madrid.
Estas y alguna otra persona que
podamos desconocer dieron prestigio y nombre a este lugar, a la vez que nos
pone de manifiesto una interesante base para el estudio de aquella época, el
ejercicio del poder, sus influencias, los motivos y causas por los que las
sociedades pasan dormidas interminables épocas, así como su rápido despertar
con mayores o menores convulsiones sociales.
Un fenómeno curioso fue el
incendio que sucedió el 6 de agosto de 1.839, que destruyó la iglesia
parroquial reedificada en muy poco tiempo, dejando como vestigio la puerta
principal que demuestra su antigüedad románica. Donde no llegó el fuego, y
por ello se salvó, fue la sacristía que sigue conservándose en su primitivo
estado. Esta suerte dio lugar a no terminar con el valioso tesoro de joyas,
de ropas sagradas como lo son las capas pluviales, casullas, ternos, cruces,
vasos y demás utensilios para la celebración del culto. No tengo idea si
siguen conservándose en la iglesia o han pasado catalogadas al museo
diocesano, que es donde más seguridad podían tener a la vista de los hechos
que vienen sucediéndose con robos y expolios de estos bienes. El tener
tantisimo valor es de lo más sencillo y elemental de comprender.
Durante la época que vivieron
todas esas personalidades que hemos relatado se estaba en pleno apogeo y
riqueza de la iglesia. Al existir tanto clérigo, por costumbre, uso e
incluso honrilla de cargo, siempre uno y otro trataba de aportar a la
parroquia de su pueblo las mejores prendas que pudieran fabricarse en esa
época, ya que medios, recomendación y poder para conseguir estos fines, les
eran más sobrados que escasos.
El edificio quemado de la
iglesia, tampoco es de suponer tuvieran problemas de reparación y reposición
de altares, y que los traerían de lugares donde la desamortización empezaba
a dejar vacantes, en sí, estos son de cierta modernidad pero muy dignos y
con valía, destacando, por infinidad de causas, el llamado de las
Magdalenas, tallado en madera y de un gran valor artístico. No recuerdo, en
este momento, con certeza, su escuela y fechas, de ahí que no hago constar,
en evitación de confusiones. También dispone de órgano y campanas del estilo
y valor a las existentes en iglesias de prestigio.
A este pueblo, en el paso del
tiempo y motivos de despoblación, como hoy sucede, se le unieron los
despoblados de la Olmedilla, la Midueña, o también el llamado San Jorge, el
de El Val, Barconcitos, en este último se sigue conservando su ermita, con
reforma que hicieron a mediados del XVII, la que ha sido despojado su altar
y otros ornamentos de cierto valor. Esta ermita tenía aneja su huerta la que
se enajenó como consecuencia de la Ley de Desamortización, allá sobre el año
1.884, tratándose de una finca de regadío con casa para el hortelano, la
que, cuando fue vendida, llevaba arrendada un tal Mariano Aguirre, por un
precio de 420 reales. Está y sigue, aunque desmoronada, cercada de piedra
seca y, siendo sus linderos, en aquel momento, por el Norte, propiedad de
Francisco Alcalde; Este, con la de Francisco Casado; Sur, Dionisio García y
Gregorio Botija y Oeste otra de don José Gamboa.
Además de la aludida casa del
hortelano, poseía un plantío del pueblo y campo que rodea la ermita. En su
suelo se hallaban árboles frutales, tales como un moral, ocho perejonales,
trece perales, cinco manzanos, ciento veintinueve ciruelos, dos cerezos,
cincuenta y tres guindos y un nogal, además de veintitrés olmos, un chopo y
ocho sauces. Esta finca fue subastada, la adquirió don José Gamboa y Calvo
en el precio de 25.595 reales. Un estudio especial merece el cultivo y los
árboles de aquella época, en principio y por dar un detalle, es
significativo que sólo hubiera un chopo, lo que es de considerar si empezaba
una incipiente plantación de esta clase, como igualmente dos cerezos.
Todo este variopinto exponente
nos pone de manifiesto, sin comentario alguno, el convulsivo cambio que han
sufrifo algunos pueblos. Barcones concretamente ha pasado del todo a la nada
en los diferentes aspectos. Como lo esencial es la persona, el que exista
hoy una población que ronde los cuarenta habitantes, con pocos jóvenes y
mayoría de edad avanzada, no deja de ser preludio y anuncio de un fatal
desenlace. Hubo siglos de inmovilismo, pero también surgieron ciertos hitos
de cambios y convulsiones sociales, dando lugar al exterminio de los
pequeños lugares que a este pueblo se agregaron. En la mente de aquella
época es seguro considerar nunca creyeron que la “metrópoli”, en breve
tiempo, había de derrumbarse, no del mismo mal o causas originarios que
tuvieran aquéllos, en buen momento, sino por un revulsivo avance cultural y
económico que nunca pudo ser pensado. Aquí tenemos la diferencia. Nos queda
la nostalgia de todo un pasado, pero la satisfacción y el gozo de haber
abandonado la esclavitud, la incultura y la pobreza. Por lo demás, los
especialistas en estas cuestiones tienen amplia materia para el análisis de
los avatares sufridos por este pueblo de Barcones, con especiales
singularidades, pues todos estos ripios de datos básicos, unidos a otros
diversos, pueden prestar un humilde servicio a los investigadores sociales.