Santiago Álvarez Bartolomé
En apenas 30 años la cabra montesa de los
Puertos de Beceite ha experimentado una rápida recuperación
que la ha llevado a extenderse por toda el área meridional
de la cordillera Ibérica y por el Bajo Aragón.
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En el año 2002 publicamos un trabajo en
el que nos hacíamos eco de la progresiva desaparición y extinción que
habían experimentado los grandes mamíferos salvajes que desde antiguo
habitaron los sabinares que se extienden por el sureste de la provincia
de Soria.
Por aquel entonces explicábamos que tan
sólo el jabalí (Sus scrofa) había regresado de manera natural,
durante la década de 1980, a su antiguo territorio. Sin embargo pocos
años después de aquella publicación nos han ido llegando nuevas noticias
que confirmaban el regreso de otros grandes mamíferos también
desaparecidos como el corzo (Capreolus capreolus) que empezó a
ser abundante a principio de este siglo, el lobo ibérico (Canis lupus
signatus) que por las mismas fechas cometió algunas de sus fechorías
en la cercana localidad de Maranchón y por último el ciervo (Cervus
elaphus) que durante los últimos cinco años ha empezado a ser
avistado con relativa frecuencia en Sagides, Aguilar de Montuenga,
Chaorna, Judes e Iruecha.
Durante el periodo magdaleniense la
cabra montesa se extendía ampliamente por la
provincia de Soria. Placa de Villalba (junto a
Almazán) que reproduce un macho cabrío de esta
especie. MUSEO NUMANTINO. |
Otra especie que ha experimentado una
importante recuperación ha sido la cabra montés (Capra pyrenaica
hispanica) que ha recolonizado antiguos territorios en los que
llevaba siglos extinguida sobre todo en las provincias de Teruel,
Castellón y Tarragona.
Durante los años 1980 quedaban apenas
400 ejemplares de esta subespecie de cabra ibérica recluida en la
reserva de caza de Beceite. Desde entonces ha recolonizado
progresivamente la práctica totalidad de la provincia de Teruel y el
norte de Castellón.
Desde Teruel la especie se ha extendido
por la provincia de Zaragoza siguiendo los valles de los ríos Huerva,
Jalón, Jiloca y Aguas Vivas.
En esta provincia ya ha colonizado las
comarcas del Campo de Belchite, el Bajón Aragón-Caspe, el entorno de
Zaragoza, el Campo de Cariñena, Valdejalón y últimamente también se
expande por el Campo de Daroca (Herrera de los Navarros, Anento) y por
las sierras de las Comunidad de Calatayud (Purroy, Morés y Maluenda)
(1) localidades estas últimas que distan escasos 40 kilómetros
en línea recta de las localidades sorianas como Judes, Iruecha o Chaorna.
Es muy probable que durante los próximos
años, desde los Sabinares del Jalón, veamos cómo esta subespecie de
cabra ibérica recupera de manera natural sus antiguos dominios a lo
largo de la provincia de Soria.
A continuación reproducimos “Los
últimos lobos del Sabinar de la Sierra del Solorio”, publicado por
SORIAEDITA en CASOS Y COSAS DE SORIA III en 2002.
LOS
ÚLTIMOS LOBOS DEL SABINAR DE LA SIERRA DEL SOLORIO
El lobo ibérico ocupó hasta
finales del siglo XIX la práctica totalidad de
la Península Ibérica, desde aquel periodo su
caza y persecución lo recluyeron en el
cuadrante noroeste de España. Ejemplar disecado
en Molina de Aragón. |
El sabinar de la Sierra del Solorio es
uno de los más extensos y mejor conservados de toda Europa. La
singularidad de esta formación arbórea no radica en el tamaño de sus
árboles, sino en la extensión ininterrumpida de sabinas. Además, al
contrario de lo que sucede en la mayoría de sabinares ibéricos, en la
Sierra del Solorio estos juníperos crecen sin mezclarse con otras
especies.
Dentro de esta gran mancha forestal
homogénea se esconden infinidad de lo que hoy podríamos considerar
tesoros naturales: hoces, simas, dolinas… y la mayor laguna Kárstica de
la provincia de Soria, la denominada Laguna de Judes. Por sus cielos
—claros y sin huella de polución— todavía vuela el águila real y el gran
búho; en sus suelos conviven zorros, tejones, comadrejas, garduñas y
algún gato montés.
La Sierra del Solorio se halla a caballo
entre las cuencas del Ebro y del Tajo, en lo que fuera frontera entre
los antiguos reinos de Castilla y de Aragón. Desde sus cumbres podían
ser vigiladas las calzadas que conectaban el Valle del Ebro con la
Iberia interior, y se cita su existencia en los versos 1491, 1492 y
1492b del Cantar del Mío Cid:
Passan las montañas, que son fieras e grandes,
passaron desí Mata de Taranz
de
tal guisa que ningun miedo non han.
En
los Sabinares del Jalón se suceden numerosos farallones rocosos,
cañones calizos y barrancos que a priori parecen un hábitat idóneo para
la cabra montesa. En la imagen se aprecian las formaciones calcáreas de
tipo Kárstico del barranco de Algondrón. |
En la antigüedad fue lugar de
asentamientos celtíberos (bellos y tittos), que, como es bien conocido,
eran tribus que vivían en poblados abiertos y guardaban su ganado en
chozos; convivían en perfecta armonía con su medio natural; y eran
mayoritariamente cazadores y pastores con necesidad de disponer de
grandes espacios que les permitieran cierta movilidad para impedir el
agotamiento de los pastos y los animales salvajes. Sólo un reducido
número de personas podía dedicarse a una agricultura incipiente que
apenas procuraba una subsistencia precaria. La crudeza de su clima
mantuvo a la Sierra del Solorio aislada durante algún tiempo de la
influencia de los invasores romanos, que prefirieron establecerse en las
zonas del valle más cálidas y fértiles.
Durante la Edad Media se consolidan
muchos de los pueblos actuales: Chahorna, Layna, Obétago, Judes, Codes,
Algondrón e Iruecha, aunque con escasa población.
Durante todos estos siglos el Sabinar de
Judes cobijó a ciervos y jabalíes, y sus zonas más escarpadas fueron
habitadas por la cabra montés. Todos estos herbívoros constituían el
alimento principal del lobo ibérico, que completaba su dieta con alguna
oveja o cabra desprevenida que se presentara como presa fácil.
Con el devenir de los tiempos se fue
consolidando la ganadería, que tuvo el Sabinar de Judes como principal
zona de pastos, y para cuya ampliación se roturaron algunas tierras y se
formaron claros con el fin de incrementar los pastizales. Los herbívoros
salvajes pasan de ser las preciadas piezas de las tribus de cazadores
para convertirse en meros competidores en el reparto de unos recursos
forrajeros limitados. Como consecuencia de esta pugna se extingue la
cabra montés, de igual modo que sucediera en otras muchas sierras de
España. Igual suerte corrió posteriormente el jabalí.
A finales del siglo XX en los
Sabinares del Jalón empezaron a divisare algunos ejemplares de corzo, desde
entonces esta especie ha experimentado una gran expansión. Paraje de la
Umbría de Chaorna, entre las localidades de Judes y Chaorna.
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Durante los siglos XV y XVI la Sierra del Solorio se abre a los
intercambios comerciales propiciados, entre otras muchas razones, por la
desaparición de las fronteras entre Castilla y Aragón. Son muchos los
caminos que conectan los pueblos de esta sierra entre sí, por los que
transitan gentes que van de paso a otros lugares e individuos que
solicitan posada en alguno de estos lugares para realizar sus trueques.
Los lugareños se desplazan hasta las aldeas vecinas para conseguir algún
alimento o apero de labranza imprescindible; los foráneos se trasladan
hasta aquí para vender o trocar sus excedentes. Estos mismos o similares
motivos obligaban a los judeños a tomar el camino de Carrasalinera e ir
en busca de cargas de sal —producto necesario para salar y poder
conservar la carne— al cercano Salinas de Medinaceli. A las próximas
Montuenga o Torrehermosa se dirigían con sus cargas de leña a lomos de
caballerías que tornarían con sacos de manzanas y hortalizas. Al vecino
Maranchón se destinaba el excedente de leche producido por las cabras
judeñas, hecho que ha quedado plasmado en la siguiente coplilla de tono
harto jocoso:
Adiós, Maranchón rumboso,
con
alameda y sin río.
¡Cuántas cuarteradas de agua
en
la leche te has bebido!
El
tráfico de personas y mercancías también aumentó en sentido inverso, y a
veces de procedencia más lejana. Por ejemplo, llegaban a la mencionada
sierra los famosos trillos de pedernal de Cantalejo (provincia de
Segovia), los pellejeros de Campillo, o los guarreros de Iruecha con sus
piaras de cerdos celtibéricos, raza de poca talla y capa castaña.
En los siglos XVIII y XIX, y hasta el
primer tercio del XX, la población de esta sierra se consolida y crece,
lo que obliga a roturar una superficie de sabinar y encinar más amplia,
para lo que se eligen los valles y zonas más húmedas por su mayor
fertilidad. Como consecuencia de este desmonte, los grandes herbívoros y
el lobo se ven desplazados a franjas inhóspitas o con densa vegetación.
Excursión
en busca de los restos de la Ermita de San Blás (Judes), paraje en el que
la tradición sitúa el ataque de una jauría de lobos a unos vendedores de
cucharas de palo procedentes del cercano pueblo de Laina. |
En 1860, Pascual Madoz, en su
Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones
de Ultramar, señala que el lobo y el ciervo ya habían desaparecido en
esa fecha en los términos de Chaorna, Judes, Iruecha, Obétago y Layna;
mientras subsistían en los montes de Algondrón, aldea que contaba sólo
con ocho almas, una población notablemente inferior a la de los pueblos
limítrofes de Judes e Iruecha. Sin embargo, otras fuentes consultadas
indican que el ciervo ya se había extinguido en toda la Sierra del
Solorio a finales del siglo XVIII, persistiendo únicamente un núcleo
residual acantonado en Iruecha que sobrevivió hasta el último tercio del
XIX, y que posiblemente sea al que se refiere Madoz en su obra. A partir
de estas fechas se puede aseverar que tanto el ciervo como el lobo
ibéricos se habían extinguido en la Sierra de del Solorio como lo
hicieran con anterioridad la cabra montés y el jabalí.
La existencia de lobos ha quedado
reflejada en algunos topónimos: en el término de Villel de Mesa
(Guadalajara) en el paraje llamado Barranco de los Lobos; y en Judes en
el predio denominado Hoya Lobera. Y pervive en la memoria colectiva a
través de leyendas como la que sigue:
Cuentan que un día cualquiera de un
crudo invierno —que por
aquello entonces eran crudos de verdad y sin atenuantes— unos
vendedores de cucharas de palo del cercano pueblo de Layna —a los
que desconocemos si se denominaba cuchareros— se desplazaban hasta
Judes con sus mulas cargadas de utensilios de madera de cuya venta
esperaban conseguir pingües beneficios que, como sorianos de pura cepa
que se supone que eran, pretendían ahorrar. Emprendieron su viaje por
el cordel o camino que unía —y todavía hoy une— estas dos
localidades y que incluye paso obligado por el antaño habitado y ogaño
despoblado lugar de Obétago.
Uno de los afamados trofeos que se cobran en las monterías de las aldeas
serranas de los Sabinares del Jalón. |
Sintiéronse fatigadas las bestias —y eso
que la carga nos atreveríamos a jurar que era liviana— y sus dueños,
por lo que estos últimos decidieron de mutuo acuerdo hacer un alto en el
camino y dar descanso y solaz a sus castigados y ateridos cuerpos. Así
que, tan pronto como avistaron Obétago, tomaron rumbo hacia el
nacimiento del río Blanco donde abrevaron sus caballerías y ellos
despacharon un fugaz
condumio. Reemprendieron su camino, subieron la cuesta, se adentraron en
el pueblo, rebasaron la iglesia, se adentraron en sus calles, arribaron
a la plaza del ayuntamiento, pregonaron su mercancía, vendieron algunos
de sus enseres domésticos y, sin mayor dilación, se encaminaron de nuevo
hacia Judes.
Tenían que atravesar algunas montañas
que se presentaban para estos arrieros, como lo fueran para el autor del
Mío Cid, “fieras e grandes”, y rebasar La Mata
—su nombre significaba formación boscosa en el castellano de la época—
cuya vegetación aparecía cada vez más densa y se tornaba del tono
negruzco característico de las horas próximas al ocaso. El escenario
comenzó a tomar un cariz tenebroso; la ventisca azotaba sus recias capas
y frenaba sus pasos; las caballerías husmeaban el aire, relinchaban y
encabritaban; aullaba el lobo ibérico y… “de tal guisa, que miedo sí
han”.
El número de leguas ya recorridas y el
tortuoso sendero eliminaban cualquier posibilidad de plantearse el
volver grupas y desandar el camino, por lo que optaron por aguijonear a
sus monturas en un desesperado intento de conseguir llegar a Judes antes
de que desapareciera por completo la ya escasa y claridad vespertina. Se
oían restallar los látigos; los estribos se ensañaban clavándose en los
ijares de las bestias; brotaban las blasfemias y reniegos… y cundió el
pánico.
No habrían conseguido ganar ni media
legua cuando a un aullido más feroz siguió el ataque de un lobo a la
mula que iba abriendo camino. La dolorida bestia soltó una coz que, si
bien desestabilizó la carga, consiguió repeler la primera envestida,
instante en que el arriero pensó en buscar cobijo en algún chozo o
paridera. Pero el único refugio que aparecía a la vista era la ermita
del Pozo de San Blas, que luego resultó tener la cerraja echada y la
puerta cerrada a cal y canto. Ya rodeaban los lobos a los arrieros, ya
era un ¡sálvese quien pueda!, ya comenzaban los “cuchareros” a
encomendar su alma a Dios y a los coros celestiales, cuando atisbaron el
brocal del pozo y, sin pensarlo dos veces, allí se precipitaron de
cabeza y sin orden ni concierto.
Grupo de cabras ibéricas
aragonesas en busca de nuevos territorios. (Enero de 2012) |
El miedo les hizo olvidarse del hambre,
y una caja de cerillas les proporcionó una tenue luz durante un rato. El
resto de la noche la pasaron tiritando de frío, escuchando el ulular de
los lobos que se daban un festín devorando una mula tras la otra y…
desgranando avemarías.
La primera claridad matutina vino a
mostrarles un espectáculo dantesco: los sanguinolentos restos de sus
mulas formaban un amasijo alrededor del brocal del pozo; las cucharas,
cubiertas de escarcha, habían quedado empantanadas en medio del camino;
y lo que hasta aquel funesto día fuera un próspero negocio, se convirtió
en una ruina de la que sólo pudieron salvar —y eso casi de puro milagro—
sus propias vidas.
Así, aunque con otras palabras, me lo
contaba mi madre, quien a su vez lo había oído de labios de su abuela,
Valeriana Díaz de la Hoz, que aseguraba se lo había transmitido su
bisabuela haciendo hincapié en que el verdadero amo y señor de las
tierras altas del Señorío de Medinaceli era el lobo, y no el duque como
algunos se empeñaban en manifestar.
(1) Heraldo de Aragón. (11/06/2012).
La cabra montés se expande desde Teruel a gran parte de la provincia de
Zaragoza.