Reseña
Histórica
La historia de Soria ha quedado algo
desvaída por la de la cercana Numancia. En el mundo cultural Numancia es
conocida ya desde los clásicos, a lo que no contribuyó poco la polémica
sobre su ubicación, disputada durante siglos por Zamora. Después, una
vez consolidado el “Cerro de la Muela” como asiento de la histórica
ciudad que llevó de cabeza durante muchos años a los romanos, Numancia
se convirtió en un símbolo.
Se sabe de antigua habitación en Soria
por las pinturas rupestres de Valonsadero, a seis kilómetros de la
capital. También existió un castro en lo que luego sería castillo y
ahora mirador de la ciudad y ubicación del Parador Nacional de Turismo.
Y está documentado que la población comienza a ser relevante en el siglo
XII, con Alfonso I de Aragón. Tanto la capital como otras plazas de la
provincia pertenecieron a Aragón durante unos años, hasta que Alfonso
VII la tomó para Castilla, la repobló y sus nuevos habitantes, conforme
iban llegando, ocupaban barrios alrededor cada uno de su iglesia. Fue
arrasada por el navarro Sancho de sobrenombre El Fuerte, y tendría que
ser Alfonso VIII quien le diera fuero en agradecimiento a los sorianos,
uno de los cuales le salvó de caer en las garras del poder de su tío,
rey de León, el cual ambicionaba Soria.
La Edad Media de esta ciudad transcurre,
como en casi todas las tierras conquistadas, entre levantamientos contra
unos y otros y motines, como el que se llevó a cabo contra Enrique de
Trastámara, cuando éste pagó los servicios a Duguesclin con la entrega
de Soria, lo que valió a los sorianos que el mercenario prendiera fuego
a parte de la ciudad.
Y entre motín y levantamiento, cuando ya
los ánimos se van serenando, se produce el desastre de la expulsión de
judíos y moriscos, se va consolidando un floreciente comercio con lana
de la Mesta, organización en la cual, tanto los merineros de la
provincia como de la capital, tienen un importante peso. Gracias a ellos
Soria se vio engrandecida con casonas de nobles y segundones, con
lavaderos de lana y con un comercio floreciente. La caída del mercado de
lana produce el primer derrumbe de la ciudad, del cual no ha logrado
recuperarse hasta los últimos treinta años, de forma relativa y a costa
de la exigua población de la provincia.
A pesar del maltrato urbanístico a que se
ha visto sometida la ciudad de Soria, han logrado sobrevivir algunos
rincones y edificios de interés, como la Alameda de Cervantes, antes
dehesa boyal, el parque del Castillo y las riberas del Duero. Salpican
las calles algunos templos románicos, entre los que sobresale la iglesia
de Santo Domingo. La ciudad ofrece suficientes atractivos y
establecimientos hosteleros de cierta prestancia, además de una cocina
propia de Castilla con algunas inclusiones de la severa gastronomía
soriana.
Numancia
Las ruinas de la mítica ciudad numantina
se encuentran a seis kilómetros de la capital y pertenece al municipio
de Garray, pero el recorrido por Soria resultaría incompleto si el
visitante se marchara sin conocerla, es más, fácil es pensar que en
muchos casos la llegada a nuestras tierras está marcada por la llamada
de Numancia, ese solar que dejó para siempre el apelativo de numantino
para definir un tipo de persona, una forma de ser y comportarse y una
manera de enfrentarse a la vida derivada de aquel cruel asedio.
Como todo lugar estratégico, y este lo
es, las habitaciones se pierden en la prehistoria. La del “Cerro de la
Muela”, nombre del altozano numantino, se remonta al Calcolítico e
inicio de la Edad del Bronce (2500-1600 a.C.). Hasta un milenio después
no existen indicios de nueva habitación (s.VII-VI a.C.) cuando,
probablemente, hubo un asentamiento fortificado en la “Cultura Castreña”
en la primera Edad del Hierro, inmediatamente anterior a la cultura
celtibérica.
Parte de la literatura basada en la
investigación derivada de Numancia –entre ella la de Mariano Íñiguez-
quiere otorgar a la ciudad la calidad de sagrada, de nemeton, al
haber observado a lo largo de los siglos cómo las tormentas se disolvían
o no llegaban a rozar siquiera el “Cerro de la Muela”, donde se asienta
Numancia. Tal vez fuera ese cerro, en un principio, sólo la acrópolis y
el pueblo numantino extendiera sus viviendas en el llano, alrededor de
los ríos que rodean el cerro.
Es necesario subirse al trozo de muralla
recién construido, para, más allá de los fríos y a veces contradictorios
datos arqueológicos, saber por qué, como tantos pueblos a lo largo de la
historia, los numantinos se instalaron allí. La perfecta visión de todo
el entorno propiciaría una buena defensa –que de nada les serviría
contra los imperialistas romanos- y los ríos, el Duero y el Tera por un
lado y el Merdancho por el norte, además de servir también de barrera
protectora, les darían agua y pesca en abundancia.
Esa hermosa y próspera ciudad –mucho
tiempo ubicada erróneamente en Zamora- fue inmolada definitivamente por
Publio Cornelio Escipión, dentro de las Guerras Celtibéricas, asediada
durante quince meses por siete campamentos y un muro de nueve kilómetros
de perímetro, quemada y condenada a partir de la fecha histórica del 133
a.C.
El visitante puede recorrer las once
hectáreas excavadas –la mitad de lo que se supone ocuparía la ciudad- a
través de unos itinerarios previamente marcados. El halo histórico y
legendario que habita por esas alturas hace que la fría piedra casi
arrasada no lo parezca tanto y se pueda hacer una idea de lo que pudo
ser esa ciudad. Lo que se ve es romano, pero lo que sustenta, a ras de
suelo, así como el trazado, es numantino.
No estuvo mucho tiempo deshabitada, ya
que abundantes restos hallados indican una profusa ocupación desde
comienzos del s. I. a. C. Más tarde los visigodos ocuparían el lugar,
para continuar habitado, tal y como indica la iglesia de los Mártires.
El itinerario está constituido por doce
puntos. El visitante irá viendo el trazado numantino y sobre él las
construcciones romanas; las aceras; las calles con grandes piedras para
ser cruzadas con facilidad; silos y almacenes. Por esos lugares
aparecieron bolitas de cerámica para que los niños jugaran, agujas para
que las mujeres cosieran, piezas de telar.
Con muy buen criterio se han construido
dos casas, una numantina y otra romana, para que el visitante se haga
idea cabal de cómo vivían nuestros antepasados. Pescaban y ahumaban
truchas en el Duero, cazaban liebres, vivían alrededor del fuego bajo,
molían en pequeñas muelas manuales, encendían lamparillas de aceite, el
suelo era de tierra pisada, guardaban el trigo en tinajas de cerámica…
Todo eso protegido por unas paredes con base piedra y continuadas en
barro, cubiertas por bálagos.
Para ampliar datos sobre Numancia
recomendamos acudir a los trabajos del profesor Alfredo Jimeno, director
del yacimiento. Y, por supuesto, visitar el Museo Numantino, en Soria.
En el centro de Garray, una aula arqueológica explica de manera
didáctica la historia del yacimiento. Cada año, en agosto, se reviven
gestas numantinas, en el propio yacimiento, protagonizadas por los
vecinos de Garray.
Valonsadero
Antes
de entrar de lleno a enseñarles la ciudad, daremos un largo y distendido
paseo por el Monte de Valonsadero, a unos seis kilómetros de Soria,
dirección Burgos. Son alrededor de tres mil hectáreas de las que los
sorianos disfrutan como propias, pues en realidad este monte es
propiedad de ellos y lo administra el Ayuntamiento. Surcado por dos
ríos, el Duero y el Pedrajas, Valonsadero estuvo habitado desde siglos
atrás como atestiguan sus pinturas rupestres. Los romanos atravesaron el
monte y una calzada de la época discurre por un hermoso paraje de
grandes robles, forma el puente de los Siete Cantos sobre el río
Pedrajas y busca la ya cercana Numancia.
Parte de las fiestas de San Juan tienen
lugar en Valonsadero. Allí pastan los toros que luego formarán parte del
rito del Lavalenguas, la Compra y La Saca. En las letras de las únicas
canciones totalmente sorianas, las sanjuaneras, Valonsadero, con su jara
y su romero, está presente en ellas.
Si se viaja con niños este lugar servirá
para que ellos disfruten del viaje, lejos de piedras nobles y
monumentos, en un buen parque infantil y una pradera alrededor de la
casa del guarda. Podrán ver pastar las vacas mientras protegen a sus
ternerillos huidizos y juguetones.
En el futuro no sabemos qué destino le
espera a parte de esta zona mágica. La tanqueta implacable del urbanismo
y los intereses económicos derivados han hecho posible un nuevo
ordenamiento que servirá para machacar lo único que quedaba intocado en
Soria.
Para ampliar sobre las pinturas rupestres
de Valonsadero, recomendamos acudir a Juan Antonio Gómez Barrera.