Callejeando por la Soria de los nobles y
artesanos
Una vez comprobado que el río Duero da
lugar a la Soria más honda y legendaria, el visitante puede recorrer lo
que la desidia especulativa ha dejado en pie en esta ciudad castellana.
Estaba Soria, como tantas otras ciudades, amurallada. De ese cerco
defensivo sólo quedan en varios sitios alguna muestra apenas visible.
Como dijimos más arriba, desde los Cuatro Vientos, rodeando la ermita
del Mirón puede verse algún trozo de lienzo y los cimientos de algunos
tramos. En la calle Puertas de Pro, detrás de algunas casas de vislumbra
algún cubo y, en la zona noreste, junto a lo que fue cuartel de Santa
Clara –antes convento- y ahora parque, se conserva el tramo mejor
cuidado. Queda también el recuerdo de las puertas que la cerraban en los
nombres: Puertas de Pro, Puerta del Rosario, y poco más.
Desde la zona del río y la concatedral,
se accede al centro de la ciudad por la calle Real, donde hasta
hace pocos años todavía se conservaban casonas blasonadas. Ahora, salvo
alguna fachada en estado de ruina, poco más puede verse. Todavía se
alzan, altivas en su ocaso, las ruinas de la iglesia románica de San
Nicolás. La portada se trasladó a la iglesia de San Juan de Rabanera
y ello motivó, hace más de setenta años, que un grupo de vecinos
solicitara que en el lugar de la iglesia se construyeran viviendas. No
se consiguió, pero años más tarde, el obispado vendió la iglesia
románica de San Clemente y en su solar se construyó el que sería
edificio de la Compañía Telefónica. Un cristal, destrozado una y otra
vez por la chiquillería del barrio, trata de proteger –en la de San
Nicolás- una hornacina con una pintura bastante bien conservada del
asesinato de Becket, rápidamente canonizado por orden del principal
culpable de su muerte, Enrique II Plantagenet, de Inglaterra. El tema de
esta pintura, que también puede verse en una iglesia de la villa de
Almazán, puede estar relacionado con la querencia por Soria de la hija
de Enrique, casada con Alfonso VIII, matrimonio que influyó, como
veremos más adelante, en la construcción de la iglesia románica de Santo
Domingo.
Siguiendo la calle, en un ensanche de la
misma, en forma de plaza, a la derecha, aparece al otro lado de la calle
Cuesta Dehesa Serena el cuartel del la Policía Municipal, de reciente
construcción. Interesa fijarse en la blasonada entrada principal, de
piedra, traída hasta aquí desde el antiguo convento de Concepcionistas,
ya en ruinas, extramuros de la villa.
Siguiendo la calle Real se llega a la
plaza Fuente Cabrejas, donde, a mano derecha, se ubica el convento
de Carmelitas, fundado por la mismísima Santa Teresa, sobre una casa
donada por la familia Beaumont. Llevan ahí, por lo tanto, casi cinco
siglos, dedicadas a la oración, el bordado, la costura y todo aquello
que puntualmente les haga conseguir algún dinero para su manutención. A
partir de la plaza, en línea recta, la calle Real cambia el nombre por
el de Zapatería. Para seguir la ruta de los nobles, habría que
tomar la calle Mayor, a la izquierda, para llegar a la Plaza, pero por
cuestión de comodidad mezclaremos nobles con artesanos y seguiremos por
la Zapatería para llegar al palacio de los condes de Gómara; en otra
ruta enseñaremos la Plaza Mayor. Esta calle, Zapatería, se ha convertido
en uno de los lugares nocturnos y donde se celebran cada año los
Carnavales. En el número 7 vivió José Domínguez, tío de los Bécquer, y
es de suponer que ellos mismos residirían ahí en sus estancias en Soria,
pues Gustavo Adolfo, el poeta, tenía casa en Noviercas, junto con su
esposa Casta, natural de Torrubia de Soria.
El Palacio de los condes de
Gómara es renacentista, de la segunda mitad
del siglo XVI. En 1692 se concedía a un caballero de Alcántara el título
de conde sobre la villa de Gómara. Se trata de un condado muy soriano
otorgado a una familia soriana sobre un solar también soriano. Su
palacio, la muestra más interesante y grandiosa de todo el renacimiento
de la capital y provincia, ha sido a lo largo de la historia de esta
ciudad lugar de reunión, de proyección de cine, de artisteo, ubicación
de una emisora de radio, hasta llegar a convertirse en palacio de
Justicia. El gran escudo que muestra en la fachada las armas de la
familia tiene, también, como tantas cosas, lugares y santos en Soria, su
leyenda. En el centro del blasón una mujer, acodada en el quicio de una
ventana, parece hablar con alguien que se halla abajo, en la calle.
Parece una actitud plebeya en exceso, encantadora para la gente de la
calle, pero impropia de una dama y más aún, de un escudo de armas. Se
cuenta que don Juan Manuel de Salcedo, a la sazón conde de Gómara y
alférez mayor de la ciudad, tenía mejores aposentos para sus perros que
los dormitorios del mismísimo rey. Volvía el conde de un acto propio de
su rango y acudió a los aposentos de la condesa para hacerle partícipe
de sus asuntos, cuando la encontró en la misma postura que se ve en el
escudo, extasiada, escuchando “las trovas de algún amador nocturno”, y
así quedó para siempre inmortalizada.
Detrás de este noble edificio se
encuentra una plaza con el pequeño mercado de abastos y un palacio,
colegio hasta hace pocos años, perteneciente a una noble familia
soriana, Saravia entre otros apellidos, a los que se concedió el
marquesado de la Pica, sobre un solar soriano con casa-fuerte en la
sierra del mismo nombre. También en esa plaza está el convento de
franciscanos, dedicados a la enseñanza.
Desde esta plaza, pasando por la calle
Estudios, donde la familia de Leonor Izquierdo tuvo la pensión en la que
se hospedó Machado en sus cortos años de enseñanza de francés en Soria,
se pasará al Collado, arteria comercial soriana y principal
también, pues por ella discurren las máscaras carnavelescas, los pasos
de la Semana Santa, las procesiones religiosas y profanas de las fiestas
de San Juan y, en general, todas las manifestaciones sociales, festivas
y religiosas de los sorianos. En este Collado se ubica el Casino
Amistad, decimonónico, con grandes sillones tapizados, rimbombante
salón para presentaciones y actos culturales y todavía el piano donde
Gerardo Diego entretenía sus ocios. Algunos escudos de próceres sorianos
quedan todavía en las fachadas de los edificios.
Hacía la mitad, un callejón a la derecha,
donde se ubicó la casa de la Inquisición, ya convertida en pisos, lleva
a la plaza de San Clemente. Le da nombre una iglesia románica
vendida por el Obispado y derribada para edificar el edificio de
Telefónica, como decíamos más arriba. Es más conocida esta zona por el
nombre de El Tubo y gran número de bares sirven de reclamo para la
reunión, antes de comer y ya caída la tarde, de los sorianos. En esta
misma plaza se ubica, junto a lo que fuera iglesia de San Clemente, el
palacio de los Ríos y Salcedo, antes cuartel de la Guardia Civil,
ahora Archivo Histórico Provincial. Es monumento Nacional, con portada
renacentista-plateresca del siglo XVI. La distingue una ventana
esquinada y el escudo de la noble familia.
Siguiendo por esa calle y a continuación
del palacio de los Ríos, se encuentran todavía en pie –acaso
milagrosamente- unas casonas nobiliarias con sus escudos, una convertida
en viviendas y otra perteneciente a la familia Marichalar. Todavía había
otro palacio, el de los condes de Lérida, frente a Santo Domingo,
convertido años atrás en edificio del Gobierno Civil y más tarde
derrumbado para levantar modernos pisos. Forma parte de una plaza el
Instituto Antonio Machado, antigua propiedad también de los condes de
Lérida, luego donada para convento de Jesuitas y más tarde centro de
enseñanza. Junto a él un busto dedicado a Machado indica que allí dio
clases de francés el sevillano y el aula donde las impartía se conserva
tal y como él la dejó.
A
unos cien metros del Instituto, ocupando un lado de la plaza de los
Condes de Lérida, asienta sus reales el edificio más interesante del
románico soriano, la Iglesia de Santo
Domingo,
antiguamente de Santo Tomé. Ahora sirve, como antes a los dominicos,
para el culto de las monjas clarisas, las cuales ocuparon el
monasterio en 1894, después de su paso por el convento de Santa Clara,
junto a la muralla, después convertido en cuartel y por los palacios del
marqués de Alcántara y de los Ríos. Una vez instaladas aquí, donde
tienen el
noviciado, se
dedicaron a elaborar unos exquisitos dulces, entre rezo y rezo. Reciben
también de los novios la costumbre de una docena de huevos antes de
casarse. El marco que encuadra esta vida recogida y laboriosa es un
templo del siglo XII, llamado “la biblia en piedra”. La bellísima
portada, presidida por el Pantocrátor y culminada por el rosetón,
presenta unas arquivoltas inspiradas en los libros sagrados y en los
evangelios apócrifos. Las arquerías ciegas son de estilo francés y el
origen de esta influencia puede deberse a Leonor, hija de su homónima,
la interesante Leonor de Aquitania, casada con Enrique II Plantagenet.
Casó la hija de ambos con Alfonso VIII “el de las Navas”, tan unido a
Soria por haberle custodiado en su minoría de edad, cariño que
transmitió a su esposa. Ambos tuvieron mucha importancia en la
construcción de la entonces Iglesia de Santo Tomé.
Desde Santo Domingo puede desandarse el
camino hasta la plaza del Vergel, donde se ha visitado el Instituto
Antonio Machado y buscar la calle Puertas de Pro a través de una entrada
que han abierto en la muralla. En esa calle puede verse como se
construyeron las casas con la muralla de fondo; sólo algún trozo y un
cubo se deja ver. Siguiendo la calle hasta el final se cruza el Collado
de nuevo, se atraviesa la estrecha calle de la Claustrilla y se llega
hasta otro de los pocos palacios conservados, el de los marqueses de
Alcántara, en la calle Caballeros, frente a la plaza del Olivo, antigua
Puerta de Rabanera. Puede parecer extraño ver este árbol en una zona
fría como la soriana. La explicación se halla en que ha sido
transportado de la comarca soriana de Tierras Altas, desde un pequeño
pueblecito abandonado en los años setenta, donde se disfrutaba de un
microclima que posibilitó el cultivo del olivo. El palacio de los
Alcántara perteneció a una familia soriana ennoblecida en la época
floreciente de la Mesta.
En la calle Caballeros, junto a la
muralla, de la que ya apenas queda algo más que el nombre y el palacio
arriba mencionado, gracias a la desidia de la política urbanística
seguida en esta maltratada ciudad, vivían, como indica su nombre,
aquellos nobles dedicados a defender la ciudad. Ahí tenían palacio los
condes de Lérida –no confundir con la ciudad catalana ya que el título
se otorgó sobre un despoblado del mismo nombre, soriano, junto a
Retortillo-; de ese palacio no queda ni rastro. Junto a la Diputación se
conserva la casa de uno de los linajes sorianos, los Salvadores, con sus
escudos en la fachada, ahora propiedad de la hija del ilustre
investigador soriano José Tudela de la Orden. A continuación, la
Diputación se construyó sobre el palacio de los marqueses de Vadillo. Y
seguiríamos nombrando a todos los nobles relacionados, de una u otra
forma, con Soria: Zafra, Velamazán…, que tenían en esa calle su
residencia.
En esa plaza que forma la Diputación y
las traseras del Banco de España (sobre otro palacio) se ubica la
iglesia de San Juan de Rabanera, románica. El ábside tiene dos vanos
apuntados y decoración vegetal. La portada de poniente pertenece a la
iglesia de San Nicolás, cuyas ruinas ya hemos descrito en el paseo por
la calle Real.
Siguiendo la calle Caballeros hasta el
final se llega a la iglesia de la Virgen del Espino. Delante de ella un
viejo olmo homenajea a Antonio Machado; quiere rememorar el árbol seco
el poema que el sevillano le dedicara a otro parecido de la orilla del
Duero. Cerca de él, en el cementerio, otro rincón machadiano, la tumba
de su esposa Leonor, recibe cientos de visitas cada año, unas oficiales
en los aniversarios y otras, más íntimas, de aquellos que desean dejar
constancia de su estancia en Soria escribiendo unos versos para la
primera de las musas del profesor.
La plaza Mayor
Como en toda ciudad, villa y lugar que se
precie, también en Soria la Plaza Mayor es el lugar de reunión,
convocatoria tácita y diaria de mayores y chiquillería. Hasta mediados
del siglo XIX se celebraban en esta plaza las corridas de toros. Ha
visto también llenarse de aldeanos con sus productos para la venta. Y
aquí, desde el balcón del Ayuntamiento se escucha el pregón que abre las
fiestas de San Juan y, cinco días más tarde, el pamplonés “Adiós,
adiós, San Juan”.
La de Soria tiene dos partes porticadas,
una de ellas ocupada en su totalidad por la antigua Audiencia, ahora
centro cultural, edificio construido sobre el solar de casas propiedad
de los marqueses de Velamazán. Otra parte la ocupa el Ayuntamiento,
sobre lo que fuera Casa de los Doce Linajes. Frente a él puede verse la
iglesia de Santa María la Mayor, antigua parroquial de San Gil, con
portada románica y capilla y cristo del retablo gótico, donde Antonio
Machado se casó con Leonor Izquierdo. A continuación, haciendo esquina
con la calle del Cuerno, se asienta, sobre lo que fuera la casa del
Estado del Común, el Archivo Histórico Local.
Se prolonga la plaza en la calle Mayor,
detrás de la cual se halla la Real y entre ambas las de Latoneros,
Cuchilleros, Carbonería y Zapatería. Uno de los lados de esta calle,
compartiéndolo con la plaza Mayor, lo forma la Torre de doña Urraca,
propiedad en su día de la familia Suero de Vega, del linaje de los
Beteta y hospedaje de nobles como él cuando acudían de visita a Soria,
entre los que cabe destacar al mismísimo Felipe II y Santa Teresa de
Jesús cuando se desplazó para fundar el convento de Carmelitas, frente a
la torre. El porqué a esta edificación se le da el nombre de “doña
Urraca”, se debe a la leyenda de que la reina propietaria de Castilla,
casada en segundas nupcias con el aragonés Alfonso I el “Batallador”,
fue encerrada en este edificio a causa de sus veleidades, aunque sea más
cierto –al menos más contrastado históricamente- que la historia de esta
reina está plagada de traiciones por parte de su marido. No debió estar
nunca aquí la reina –al menos prisionera- y sí es cierto que perteneció
al linaje de los Beteta, que siglos después fue una pensión que llevó
por nombre “de la gitana” y más tarde propiedad de la familia Ruiz
Pedroviejo, importantes industriales sorianos.
La Alameda de Cervantes, el Museo
Numantino y la ermita de La Soledad
Junto a la plaza de Mariano Granados se
abre, hacia el oeste, la ahora llamada Alameda de Cervantes, antes la
dehesa boyal de la ciudad. En ella se encuentran gran número de
ejemplares de árboles exóticos, paseos, terrazas de verano, parques
infantiles, rosaleda y en “el alto de la dehesa” una gran pradera de
césped y junto a ella, un pequeño pinarcillo. Es el parque soriano más
importante y más visitado, tanto por su ubicación como por lo cuidado
del entorno. En él encuentran acomodo las estatuas de destacados
sorianos, como las de los compositores de las letras y música de las
canciones sanjuaneras. Y también la de Mariano Granados, fundador del
periódico El Noticiero de Soria y escritor.
También se encuentra la
pequeña ermita de La Soledad. Un pórtico de tres arcos de medio punto,
tendido y apoyados sobre cuatro pilastras, da acceso a la ermita, donde
se venera la Virgen que da nombre al pequeño templo y cuya talla
sostiene en sus manos otra de un Cristo yacente. En la capilla trasera
se encuentra el Cristo del “Humilladero” talla del siglo XVI que se
atribuye a Juan de Juni.
Esa parte de la ciudad era antes el
extrarradio. Flanqueando la alameda se encuentra el paseo del Espolón a
la derecha y la calle Nicolás Rabal a la izquierda. En el Espolón se
asienta, junto al edificio de Correos, el Museo Numantino, inaugurado
por Alfonso XIII en 1919 y financiado –tanto edificio como mobiliario-
por D. Ramón Benito Aceña. Redactó el proyecto Manuel Aníbal Álvarez. En
1968 los fondos del Museo Celtibérico se incorporaron al Numantino y
cambió el nombre por el de Museo Provincial de Soria. En tres plantas y
seis salas pueden verse los hallazgos arqueológicos tanto de Numancia
como de otros yacimientos sorianos.
El otro flanco de la dehesa lo ocupa la
calle Nicolás Rabal, donde se asienta la Biblioteca pública, el Colegio
Universitario, en lo que fuera Convento de franciscanos y más tarde
hospital. Quiere la tradición que fue el mismo san Francisco, en su
peregrinación a Compostela y habiendo hecho una parada en Soria, el que
lo fundó. Desde luego de una forma peculiar, pues saliendo del convento
de Benitos, junto a lo que hoy es plaza de Toros, atravesó la dehesa de
San Andrés –la actual Alameda de Cervantes- y se paró en el campo
cercano, haciendo cinco montones de piedras a cierta distancia unos de
otros. Cuando sus acompañantes le preguntaron por el significado, el
santo dijo: “comienzo como puedo la obra del Señor; otros vendrán
después y la continuarán”. Y así fue, efectivamente.