La
familia López de Salcedo, después emparentados con los Gómara, Vadillo,
Velamazán y otros títulos nobiliarios de la provincia, sobre todo de
Ágreda, fueron los patronos de la iglesia de El Salvador (siglo XVI), de
La Póveda. Sus escudos pueden verse en el interior y exterior del
templo. Casonas de piedra que amenazan ruina se asientan en su término.
Fueron ricos ganaderos, pertenecían al Honrado Concejo de la Mesta y entre
Barriomartín y La Póveda todavía pueden verse los restos de un conjunto de
factorías dedicado al albergue, esquilo y otros menesteres relacionados
con el ganado. Es el conjunto llamado Vadillo. Cuando Felipe V, el primer
Borbón, le preguntó a Francisco Antonio de Salcedo y Aguirre qué nombre
quería para su marquesado, éste no dudó en responder que los honores
deseaba recibirlos sobre la casa del Vadillo.
La Póbeda/Póveda
La Póveda y Barriomartín son dos localidades de
montaña regadas por el río Tera y el arroyo del Pinar, y aún las
roza el Arguijo, que baja desde la localidad del mismo nombre. Se asientan
en plena sierra, entre
Cebollera y Montes Claros, que se prolonga hacia el
Sur con el nombre de Alba, donde viven pinos, robles, hayas, biércol,
helechos, setas y hongos. Una frondosidad, un colorido de verdes y
marrones, una lujuria de agua y belleza difícilmente plasmable. Hay que
recorrer un camino que se toma adentrándose por Barriomartín,
pasando el puente de piedra sobre el río Tera. De paso es interesante
fijarse en las bien cuidadas casas de piedra de este lugar, que se
distribuyen con una cierta anarquía por el suelo del lugar ofreciendo un
aspecto de enclave de alta montaña, lo que es en definitiva.
Seguimos
la vereda hasta que se convierte en un camino de tierra en suficiente buen
estado, justo al lado de unos corrales de ovejas y cabras, desde donde
también vemos un pequeño vertedero. Recorremos este camino durante unos
diez kilómetros hasta salir a la N-111, en el mismísimo puerto de
Piqueras. Vamos siguiendo la sierra de Monte Claros, cuyo punto más alto,
Avellanosa, alcanza los 1.758 metros.
El
camino es largo, por lo tanto recomendamos avanzar con el vehículo unos
cuantos kilómetros hasta que encontremos un buen lugar donde dejarlo y
recorrer los alrededores. Puesto que no vamos a encontrar taberna, mesón,
refugio ni venta alguna, hasta que pasemos a la vuelta por San Andrés o
Almarza (hubo una sobre la que Antonio Ruiz tiene una relato escrito, pero
ya apenas queda de ella un montón de piedras) aconsejamos llevar bota de
vino a poder ser de la zona de San Esteban, chorizo de Tierras Altas y pan
de Almarza, por donde habremos pasado antes de llegar a Barriomartín. Si
es época de setas, primavera y otoño, hay que llevar una cesta de mimbre y
navaja, pues la abundancia de ellas permitirá recolectar una buena
cantidad, suficiente para merendar ese día y comer al siguiente.
Gran
cantidad de boletus, considerados de baja calidad, se confunden con la
tierra y con las hojas de los árboles, naciendo y muriendo sin ser
recolectados, formando montones viscosos. Estos boletus, si se recolectan
jóvenes, son buenos para hacerlos en revuelto. Distintos tipos de
champiñones ponen la nota blanca; hay que cogerlos, son riquísimas las
cremas que se pueden cocinar con ellos, además de ser una buena
guarnición. Las setas pie azul y pie violeta, para rebozar. Las lepiotas,
rebozuelos y, sobre todo, níscalos, para guisar de cien maneras.
Los
animales que habitan estos lugares, sólo se dejan ver los bovinos y
algunos caballos, miran sorprendidos el afán de los humanos por conseguir
algo que ellos tienen a golpe de morro y que, en ocasiones, desprecian.
La
nota morada la ponen cantidad de hectáreas en forma de alfombra, de
biércol. Todo huele a miel. Las abejas liban la flor de este arbusto e
impregna a la excelente miel de Soria con su perfume.
Los
helechos dejan pasar el sol a través de sus delicadas hojas, formando un
espectáculo de sol y sombras, de verde fresco por la parte de umbría y
pálido y decadente por la solana. El agua, que la tarde de nuestra
excursión se escapaba de las nubes que podían librarse del sol, luchando
también con el arco iris, limpiaba la vegetación, la lustraba, dejando
esas gotas que después las floristas imitan a golpe de vaporizador sobre
los ramos de novias y de vírgenes.
“Parece el día de la Creación”, comentó Antonio ante el espectáculo,
siempre cercano a nosotros, pero siempre sorprendente. Y una, escéptica,
está tentada de pensar que ese conjunto de nubes acumuladas grises y
blancas dejando pasar el arco del color, las gotas de lluvia, el sol, que
deja ver los majestuosos árboles, el muérdago de los druidas, las setas de
los gnomos, ha sido creado por un dios, sin duda, por el Dios-Luz. Da
igual cómo sea nominado.
©
Isabel Goig
La Póbeda/Póveda
El
Valle de los ríos Tera, Razón y Razoncillo
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de Montes Claros o del Alba
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