La
sima.-
El potente foco de luz que se proyecta a través de la boca de entrada a la
sima, apenas si es capaz de iluminar una pequeña parte de esa gran
galería, la galería principal de la cueva. El potente haz de luz, impacta
contra una enorme roca que esta cubierta por un musgo de verdes y oscuras
tonalidades. La entrada de la luz, y la proximidad al ambiente del
exterior, son los factores que posibilitan el desarrollo de esta planta;
una planta que no crece en ningún otro punto de la oscura y gélida gruta.
La imagen de abismo y de penumbra que perciben
los jóvenes al asomarse por la boca de la sima, provoca en alguno de los
muchachos, una ligera sensación de pánico; lo que les desanima a
intentar siquiera acceder al interior de la primera galería. Pero los
mas impetuosos y decididos de los jóvenes, no pueden ni siquiera
esperar, a que su maestro les vuelva a recordar los numerosos consejos
de prudencia y precaución que han de tener en todo su recorrido por el
interior de la galería. El primer obstáculo que habrán de salvar al
acceder a la cueva, es un peñasco por el que hay que deslizarse para
alcanzar las primeras escaleras esculpidas en la roca; las mismas que
les conducirán al primer rellano de la galería. Pero el peligro, no esta
ni en la roca, ni en las escaleras, por el riesgo de sufrir un resbalón
y caer sobre las rocas terminando con alguna leve contusión; el
verdadero peligro del que hay que protegerse en la zona de entrada a la
gruta, es el de caer al pozo que queda a la izquierda del pequeño
rellano que hay al final de las escaleras.
Cuentan los
abuelos, que en cierta ocasión, se calló al pozo un mozo del pueblo, un
mocetón de la familia de los Zayas; un joven, al que sus compañeros
tuvieron que sacar ayudándose con las fajas que fueron anudando hasta
formar una larga cuerda; esas fajas tan largas que llevaban nuestros
abuelos rodeadas a la cintura, capaces de resistir el peso de cualquiera
de los robustos mozos del lugar. El peligro de este pozo, es que el
agujero tiene una considerable profundidad, y que el golpe al caer contra
las grandes rocas que hay en el fondo del agujero, podría ser de graves
consecuencias para la integridad de los jovenes. Pero los mas conocedores
de la sima, saben que es posible acceder al fondo de este pozo, a través
de la galería que conduce al “pozo de los murciélagos”, otro de los puntos
emblemáticos de la gruta.
Una vez en
el rellano de la escalera, ya se siente en la cara la humedad del ambiente
y la refrescante temperatura que ha descendido unos grados por debajo del
cálido ambiente del exterior. Desde este punto, la galería ya no
impresiona tanto como vista desde la boca de entrada, los ojos se han
adaptado con rapidez a la oscuridad de la gruta, y ya se pueden distinguir
la mayoría de las paredes de la sala principal de la cueva. Llega el
momento de conectar las linternas; una vez encendidas estas y tomando
precauciones para no resbalar y caer al oscuro pozo que dejaran a su
derecha, los muchachos han de realizar un giro hacia la izquierda, lugar
por donde los jóvenes espeleólogos, encontraran un estrecho pasadizo que
les conducirá hasta la parte central de la gran sala. Vista desde este
punto la boca de entrada, que mide casi dos metros de diámetro, apenas
parece un pequeño foco que ilumina gran parte de la galería, y el haz de
luz que entra en la cueva, se puede apreciar perfectamente delimitado por
la gran humedad que flota en el ambiente.
Es la
mejor hora para entrar en la gruta, el sol de las once de la mañana,
irrumpe con toda su potencia en el gran salón, y la vista que pueden
contemplar los muchachos que ya han alcanzado la primera fuente, resulta
espectacular, una imagen que nada tiene que ver con la que se contempla
desde la parte superior, junto a la boca de la entrada, desde donde todo
parecía penumbra y desolación. En lo mas alto del techo, casi sobre la
vertical de sus cabezas, se extiende una larga franja de rocas de
tonalidades mas blanquecinas; una franja decorada por una cal con
tonalidades amarillentas, que parecen escorreduras que caen del techo. Se
trata de una zona de la que cuelgan un gran numero de estalactitas; unas
estalactitas, que por desgracia para el visitante de la sima, se
encuentran en un lamentable estado de deterioro. Por las paredes laterales
de la gran sala, se pueden alcanzar un gran numero de galerías; unas
galerías, que partiendo hacia todas las direcciones de la gruta, se
desvían de lo que es el salón principal de la cueva. Los muchachos
intentan explorar algunos de estos obstruidos pasadizos, pero la gran
cantidad de derrumbes que hay en algunos tramos de las ya de por sí
estrechas galerías, y la falta de tiempo para una mas exhaustiva
exploración, les impiden prolongar por mucho mas tiempo sus incursiones,
no obstante, los jóvenes espeleólogos pueden comprobar, que si se retiran
algunas de las piedras que les obstaculizan el paso, y arrastrándose como
buenamente pueden sobre los afilados trozos de rocas, se puede acceder a
bellos rincones todavía sin destrozar; unos rincones, a los que
afortunadamente, aun no ha llegado la devastadora mano de algunos
energúmenos, que han disfrutado rompiendo la mayor parte de las preciosas
estalactitas de la cueva.
El entorno
de la primera fuente, es la zona mas pintoresca y espectacular de la sima.
El suelo que rodea a esta fuente, es la zona mas poblada de estalagmitas
de toda la cueva; unas estalagmitas, que a los jóvenes les parecen trozos
de velas que se hayan consumido sobre el suelo. El centro de cada
estalagmita, tiene el aspecto de estar formado por una suave capa de cera
de un color amarillento, pero al pasar el dedo sobre ellas, los muchachos
descubren que no existe tal suavidad, ya que la brillante y humedecida
formación caliza, es tan basta como la lija de una caja de cerillas. Son
las numerosas gotas de agua que se desprenden de las estalactitas que
cuelgan del techo, las que con el paso de los años le van dando esa forma
tan peculiar a estas curiosas formaciones.
¡Mantengámonos un momento en silencio!, comenta el maestro, y es entonces,
cuando en este punto de la galería, solo se escucha el chasquido y el eco
que producen las gotas de agua al estrellarse contra las rocas del suelo
de la gruta, es uno de los sonidos mas insólito y relajante a la vez, de
cuantos se pueden escuchar en el interior de la sima, el otro, será el
producido por el vuelo de los murciélagos. El sonido que se produce al
estrellarse la gota de agua contra la roca, junto con el eco que le
precede, dentro de ese profundo silencio que envuelve a los escolares, les
produce unas sensaciones difíciles de explicar, una sensación de calma y
de relax que los jóvenes no han sentido en ningún otro lugar de los que
ellos han podido visitar.
En un punto
de la pared que queda a la izquierda de la galería, se encuentra la
primera fuente, el lugar es precioso, unas espectaculares formaciones de
cal, con tonalidades que van: de las blanquecinas, a las mas ocres,
pasando por tonos mas naranjas y amarillentos, son las que decoran toda la
pared; unas coloridas paredes, que parecen querer resaltar la presencia de
este bello rincón en el que se encuentra ubicada la primera fuente. La
fuente, en realidad es una pequeña cavidad que parece haber sido tallada
sobre la roca, el fondo es de color blanco, del mas puro blanco que posee
la cal, y el agua que surte a la fuente, cae gota a gota desde una
estalactita que cuelga del techo; una estalactita, que por cierto, también
esta decapitada como la mayoría de las que la rodean. El agua que rebasa
la pequeña pila, se derrama en todas las direcciones al rebosar sobre el
peculiar recipiente. Esa misma agua caliza, que se desliza sobre las
formaciones rocosas, es la que, al depositar la cal sobre la pared, va
dando forma a esas curiosas formaciones onduladas; unas formaciones, que
con sus vistosos y llamativos colores, llaman la atención de los
visitantes de la cueva; unos visitantes, que se sienten atraídos por ese
encanto tan espectacular de la fuente, y que llega a sorprender a quienes
la contemplan por primera vez.
Algo mas
arriba de la primera fuente, oculta bajo un gran peñasco que tiene forma
rectangular, se encuentra el hueco de acceso a las firmas. Las firmas, es
otro de los puntos mas emblemáticos y característicos de las grutas, su
acceso es muy reducido, no apto para quienes padecen de claustrofobia,
pero merece la pena intentarlo, arrastrándose por esos estrechos
pasadizos, para disfrutar de la belleza de este precioso rincón de la
sima. Después de descender unos cuantos metros, los jóvenes llegan a un
rincón donde la mayor amplitud de la galería les permite moverse con
alguna facilidad, y unos pocos metros mas abajo, llegan a la segunda
fuente; una fuente que no es tan vistosa ni espectacular como la primera,
pero que no deja de tener su propio encanto. Sobre la pequeña poza que
forma esta nueva fuente, rebosa el agua tan trasparente y cristalina, que
si no introducimos un dedo sobre el recipiente, aseguraríamos que en su
interior no hay ni una sola gota de agua. La forma que tiene el
recipiente, es muy similar al de la anterior fuente, parece algo menos
profundo, pero quizás un poco mas alargado. Sobre una especie de pequeño ventanuco que se sitúa sobre la pequeña poza de agua cristalina, podemos
asomarnos a un pequeño bosque de estalactitas; unas estalactitas, que han
llegado a formar unas pequeñas columnas de pared a pared, y que son las
que crean esa insólita imagen; una imagen, que hace que nos sintamos
delante de un espeso bosque al estemos contemplando a través de una
pequeña ventana; un bosque de lisos troncos de ayas, que esconden sus
copas sobre un cielo que se funde sobre el techo de este recóndito y
hermoso rincón. Después de pasar por la segunda de las fuentes, una
estrecha y humedecida galería de paredes muy resbaladizas, nos conduce en
dirección ascendente para llevarnos hasta la tercera de las fuentes de la
sima; una fuente, que es mas simple y sencilla que las dos anteriores,
pero que no deja de tener su mágico encanto para el visitante. Tan solo
unos metros mas adelante, llega el grupo de escolares al rincón de las
firmas. El trayecto desde la segunda fuente, lo tienen que realizar los
muchachos, arrastrándonos prácticamente por la húmeda y resbaladiza pared,
algo que le añade un aliciente especial al ya de por si fascinante
recorrido. Aquí, en lo que popularmente es conocido como el rincón de las
firmas, encontramos grabaciones de nombres por todas las paredes que nos
rodean, se puede decir que están escritos todos los apellidos del lugar.
Hay firmas realizadas con lapicero, con la punta de la navaja, o con los
mismos trozos de estalactita que hasta aquí han llegado, también se pueden
ver fechas próximas y otras mas lejanas en el tiempo, hay nombres de
hombres y también se leen algunos de mujeres, de vecinos del pueblo y de
los pueblos de alrededor, y ahora, después de encontrar un pequeño hueco
en la pared, también quedaran grabados, los nombres de los componentes del
pequeño grupo de chavales que acaban de llegar a este recóndito rincón de
la sima de Brias.
Después de abandonar las firmas, el grupo de
escolares que acompañan a su maestro, se dirigen a otro de los puntos
que llevan anotado en su programa de visita, se trata del pozo de los
murciélagos. Desde la roca de entrada a las firmas, se asciende hasta la
gran columna del salón, al pasar junto a ella, los jóvenes, ante la
indicación del maestro, se detienen para apreciar la espectacularidad de
esta bella formación caliza, probablemente la mas vieja de cuantas haya
en toda la gruta; una columna, que por su grosor, debe de llevar miles
de años de formación, aunque probablemente ya no crezca nunca mas, si es
que logra mantener su estado actual, pues al observarla mas de cerca los
chavales, tal como les ha aconsejado su maestro, comprueban que la
superficie de la roca está completamente seca, y si no hay agua que
discurra por la roca caliza, difícilmente podrá circular la cal que
pueda seguir adosándose a la pared. Es una suerte, que por el momento
los desalmados no se hayan ensañado con la mas vieja de las estalactitas
de la gruta, les comenta el maestro, pero algún día, también esta
terminara corriendo la misma suerte que la mayoría de las estalactitas
de la cueva.
Unos
metros mas arriba de la gran columna, la pequeña expedición llega al pozo
de los murciélagos. Se trata de una sala, donde agrupados en pequeños
corros, se dejan suspender colgados del techo un gran número de estos
pequeños vampiros. A pesar de las muchas advertencias de los mas asiduos
en las visitas a la cueva, para que se mantenga el máximo silencio y no
alarmar a los murciélagos, aparece el impetuoso e imprudente muchacho que
no ha podido resistir la tentación de enfocar al techo de la galería con
su linterna, al sentir la luz sobre sus diminutos cuerpecillos, la
reacción de los pequeños mamíferos no se ha hecho esperar, y de inmediato,
se provoca una gran estampida dentro de la sala. Los murciélagos vuelan en
todas las direcciones sobre las cabezas de los apuestos espeleólogos, son
centenares de alas las que revolotean a la vez entre la roca del techo y
las cabezas de los asustados jóvenes; unos jóvenes, que están asustados
por el griterío de los murciélagos que vuelan entre sus cabezas, y
contemplan con estupor el enloquecido volar de los desconcertados
animalitos, al tiempo que ven esfumarse su intención de capturar un
murciélago con el que poder experimentar sus habilidades como fumador.
Después de pasados los primeros momentos de incertidumbre, vuelve la calma
a la sala, y vuelven a renacer las esperanzas de poder capturar uno de
esos pequeños vampiros, cuando al acceder a otro tramo de la sala,
observan colgados de la superficie lisa del techo, otro reducido grupo de
murciélagos. Antes de intentar la captura de algún ejemplar, los jóvenes
contemplan con admiración esa posición tan extraña que adoptan estos
pequeños animalitos para descansar, ¡parecen morcillas! se escucha
comentar a uno de los muchachos, ¡cojamos uno antes de que se vuelvan a
escapar!, se vuelve a escuchar entre el grupo de jóvenes escolares. Al
fin, han logrado su objetivo, y consiguen capturar un par de ejemplares de
los pequeños vampiros.
El grupo
de espeleólogos, se dirigen ahora ilusionados con sus capturas a la salida
de la cueva, esperanzados en poder comprobar las habilidades que puedan
tener con el cigarro estos pequeños mamíferos.
Una vez en
la calle, todo el grupo que formaba la excursión, se ha congregado muy
rápidamente entorno a su maestro. El profesor, tras encenderse un pitillo,
se lo introduce en la boca a uno de los pequeños vampiros. Los primeros
minutos pasan sin que suceda nada anormal, y la decepción se refleja en
las caras de algunos de los muchachos mas incrédulos; unos chavales, que
terminan por alejarse del corro, comentando con satisfacción sus muchas
dudas, de que ninguno de los dos vampiros que habían sacado de la cueva,
fuera a darle ni tan solo una pequeña calada al ducados que le había
metido en la boca su maestro. De repente, en el grupo se desata un
entusiasmado alboroto, ¡esta fumando!, ¡esta fumando!, se escucha comentar
a algunos de los jóvenes que se muestran ilusionados con lo que están
contemplando con sus propios ojos. En efecto, el pequeño animalito esta
chupando de la boquilla del cigarro, y el humo sale de su boca en todas
las direcciones, cada vez que da una nueva y profunda calada, sobre el
cada vez mas descompuesto cigarrillo. Con esta acción que lleva a cabo el
pequeño vampiro, parece haber dejado mas que demostrada su afición al
tabaco, a la vez que aclara las dudas de los muchachos mas incrédulos,
acerca de que los murciélagos puedan fumar. Pero no todos los jóvenes han
terminado convencidos de que lo que el pequeño animalito ha estado
haciendo, se pueda considerar como darle unas caladas al cigarro. Mas bien
parece, que el pequeño animal intentara comerse el propio cigarro, que
termina con toda la boquilla totalmente deshecha por los mordiscos que le
ha propiciado el ahora sí, simpático vampiro.
Son
muchas las historias que sobre la sima cuentan los abuelos, historias de
cuando todavía quedaban lobos en la pedriza, antes de la construcción de
la línea de ferrocarril al otro lado del Duero. Cuenta un abuelo a sus
nietos, como un atardecer, cuando era seguido a una inquietante distancia
por un grupo de lobos, a duras penas pudo llegar a refugiarse en la sima,
y paso en ella casi en vela toda la noche, escuchando el amenazador
aullido de los lobos; unos lobos, que sentía a tan solo unos metros de
distancia de la entrada a la sima. Otros abuelos del lugar, relatan las
aventuras de cuando eran jóvenes, y estando en las ovejas, tenían que
entrar a por agua totalmente a oscuras hasta la primera fuente, dicen, que
lo hacían casi con los ojos cerrados, por lo bien que se conocían el
camino. Hay otras leyendas, que hablan de la grandiosidad de la cueva,
cuentan los relatos, que la sima, se comunica con las galerías que hay en
el castillo de Gormáz, con una de esas galerías donde se dice que los
moros escondieron ese famoso becerro de oro; un becerro del que tanto se
ha hablado por estas tierras. Cuentan historias, de que, en cierta
ocasión, se metió un cerdo en la cueva, y al cabo de un tiempo,
aparecería el animal por una de las galerías subterráneas que hay en el
castillo de Gormaz. Otros, hablan de que fue un gallo en lugar de un
cochino, el que realizara tan increíble hazaña. De cualquier modo, son
historias solo posibles de creer, desde la inocente ingenuidad de los mas
pequeños del lugar. Pero la realidad sobre el alcance que puedan tener las
galerías de la sima, es la que cada uno ha podido comprobar, y lo que cada
aventurero espeleólogo sabe, es que, algunas de estas galerías, alcanzan
un largo recorrido por el interior de la gruta.
En cierta
ocasión, tres de los jóvenes que se encuentran hoy entre el grupo, se
introdujeron arrastrándose por una estrecha galería que queda a la derecha
de la entrada, y después de mas de dos horas gateando por estrechos y
peligrosos pasadizos, sin apenas espacio para poder darse la vuelta y
poder retroceder sobre sus pasos, cuando sus linternas ya estaban a punto
de agotar la poca energía que les quedaba acumulada en las pilas, y cuando
el miedo ante la imposibilidad de poder alcanzar de nuevo la salida, se
estaba apoderando de los tres jóvenes, surgió una leve señal de esperanza,
una tenue luz parecía encontrarse al fondo de un estrecho e intransitable
pasadizo; un pasadizo que les desviaba de la galería por la que estaban
transitando, y por la que cada vez empezaban a caminar con mayor comodidad
y soltura. Como buenamente pudieron, los tres aterrados amigos, fueron abriendose paso hacia la tenue claridad que cada vez veían mas fácil de
alcanzar. Por fin, tras luchar un buen rato contra las incomodas piedras
que les obstruían el paso, consiguen alcanzar la luz y salen a un rincón
de la galería principal, y lo hacen por un lugar que quedaba totalmente
opuesto, al punto por el que habían iniciado la exploración.
El miedo
que sintieron los tres amigos en sus cuerpos al sentirse perdidos y
atrapados entre las rocas, no les dejo disfrutar placidamente de algunos
de los bellos rincones que fueron descubriendo a su paso. Pero la amarga
experiencia que vivieron aquella tarde los tres amiguetes, servirá para
que a ninguno de ellos, nunca mas se le vuelva a ocurrir intentar otra
experiencia como la que tuvieron que sufrir aquella angustiosa tarde
dentro de la sima; una tarde, que les viene a la memoria cada vez que
vuelven a visitar la cueva. Nunca llegaron a sentirse realmente perdidos
los tres jóvenes dentro de la profunda oscuridad de la cueva, pues habían
tenido la precaución de ir marcando flechas con unas tizas de yeso, en
cada cruce de galerías que se iban encontrando en su lento y tortuoso
avanzar, pero como no tuvieron que retroceder sobre sus pasos, nunca
llegarían a saber si todas las marcas que fueron dejando tras de sí,
estarían correctamente situadas para localizar el camino de vuelta.
La
merienda.-
Están
deliberando un grupo de amigos, cuando uno de los componentes del grupo
lanza una atrevida propuesta: si cada uno de los chavales coge un par de
huevos del nidal de su gallinero, es probable que las madres no los
lleguen a echar en falta, y con una docena de huevos en su poder, los
jóvenes ya tienen una buena excusa para empezar a preparar una buena
merienda. La idea, que en un principio había parecido descabellada,
empieza a ser aceptada por la mayoría del grupo; un grupo, que con el
propósito de conseguir mas materias primas para completar la merienda,
deciden organizarse en dos o tres grupos de trabajo, cada uno de estos
grupos tendrá que actuar en un lugar determinado. El primer grupo, está
formado por los jóvenes que tienen en su casa algún perro de caza, son
los muchachos que marcharan a los cados de conejo de la lastrilla, el
resto, recorrerán el río del hocino, intentando capturar el mayor numero
posible de topos, y de paso, recogerán algunos berros para la ensalada de
la merienda.
Una cigüeña
sobrevuela por encima de los chopos del charcón, tras ella, algo mas
escorada hacia la derecha, vuela su pareja, que aletea ahora con mayor
intensidad, intentando no perder la estela de su compañera. La pareja de
cigüeñas, se dirigen hacia Abanco, lugar adonde tienen instalado su nido,
sobre uno de los árboles mas altos del prado de las animas. Hace ya
algunos años que las cigüeñas no han vuelto a construir su nido sobre lo
mas alto del viejo olmo del prado de la cigüeña, recuerda uno de los
jóvenes que se dirigen hacia el hocino. Ha pasado tanto tiempo desde aquel
ultimo verano que veíamos a la cigüeña posándose en el nido, que sobre la
copa del viejo olmo, ya no se aprecia ningún resto de aquel voluminoso
nido. Uno de los jóvenes que caminan junto al curso del arroyo, levanta la
mirada y contempla con nostalgia la esbelta copa, ahora tan verde, del
viejo olmo, llegando a imaginarse la silueta de la cigüeña posada sobre
una de sus amplias ramas. La melancólica tristeza del muchacho, es
recompensada con el melódico cantar de un ruiseñor que se esconde entre
las ramas de un tupido espino; son muchos los pájaro, que como muy bien
dice el refrán, se escuchan cantar en estas fechas por los campos del
lugar:
-Por san Matías, cantan los pájaros hasta en las hombrías-.
El arroyo
que baja de la dehesa, esta todo surcado de pequeñas sendas; unas sendas,
que se camuflan entre la abundante vegetación que cubre el cauce por esta
zona. Los juncos, son las plantas predominantes por todo el curso del
arroyo, unas resistentes plantas, que se han sabido imponer al resto de la
vegetación, pero entre ellos, hay otras plantas que también logran abrirse
un claro para disfrutar de la anhelada luz del sol, como es el caso de los
lirios, que crecen con fuerza en la primavera; unos lirios, que con sus
vistosas y coloridas flores, pintan de blanco y amarillo algunos tramos
del curso del arroyo.
Agazapado
entre la maleza del arroyo; un arroyo que siempre ha pretendido alcanzar
la categoría de riachuelo, se oculta uno de los jóvenes que observa con
atención cualquier movimiento que se produzca a su alrededor. Pero la
atención del muchacho, se ha desviado por un momento unos metros aguas
abajo, donde un pequeño martín, se acaba de posar sobre una de las ramas
que un frondoso espino de majuelas, descuelga sobre un tranquilo remanso
de agua. El joven, observa con entusiasmo los movimientos del vigoroso
pajarillo; un pájaro, que una y otra vez se zambulle sobre el agua
cristalina del arroyo, con una agilidad semejante a la de un pez saltarín.
El pequeño pajarillo de cuerpo redondeado, se introduce y desaparece en el
agua, como si se tratara de un proyectil, sin apenas salpicar unas gotas,
sobre la zona por la que ha desaparecido bajo las aguas. Al momento, sale
de nuevo revoloteando sobre el agua, para posarse nuevamente sobre la rama
florida del espino, con una breve sacudida de todo su cuerpo, deja sus
plumas tan secas, como alguna de las pelusas que empieza a mover el viento
en el centro del arroyo. Pero la misión del muchacho, no es la de observar
las habilidades buceadoras del hábil pescador; la misión que tiene
encomendada el joven en esta ocasión, es la de vigilar la media que tiene
colocada sobre una de las toperas, y detectar cualquier leve movimiento
que pueda darse en el entorno, para informar inmediatamente a su compañero
que se encuentra en la parte superior del cauce. Otro de los jóvenes, esta
pinchando con la garrocha metálica sobre la tierra; tratando de localizar
la dirección de la topera, para intentar conducir al pequeño roedor, hacia
la trampa que los jóvenes le tienen preparada cuando intente escapar a
través de la abundante vegetación que tiene el arroyo por esta zona.
Algo se
escucha en el interior de la topera, el joven que se encuentra dentro del
arroyo, ha tomado posiciones, silenciosamente ha colocado las dos manos en
torno al bote sobre el que se sujeta la media; mientras, su compañero
sigue clavando la garrocha de acero sobre la tierra, tratando de
reconducir al supuesto topo que circula por la pequeña galería
subterránea, hacia la trampa que le tienen preparada cerca del cauce de
agua. De pronto, el bote que esta encajado entorno a la boca de la topera,
se ha movido; ¡no te muevas! le indica con un gesto a su compañero, para
que deje la garrocha clavada sobre la tierra. Unos momentos de tensa
espera, en los que cualquier ruido sospechoso, podría alertar al topo, del
peligro que se le avecina, y de pronto, se escucha un grito:¡es mío! ¡ya
es mío!, exclama entusiasmado el joven que sale a la carrera de la
acequia, con la media moviéndose impetuosamente en el extremo donde el
topo ha quedado atrapado, no se puede perder un solo minuto, ni darle al
bicho ninguna oportunidad de romper la media con sus poderosos dientes y
escapar de nuevo de sus cazadores. Una vez controlado el animal, se remata
con un certero golpe sobre la cabeza.
No son
topos en realidad, lo que los muchachos buscan entre las toperas del
arroyo, sino una variedad de la rata de agua, motivo por el cual, alguno
de los jóvenes muestran sus reparos a la hora de probar un trozo de esta
carne tan oscura. Los que no tienen tales escrúpulos, encuentran esta
carne deliciosa, tanto por lo sabrosa que es, como por lo fina y tierna
que resulta una vez frita con unos dientes de ajos en la sartén.
Cuando el
sol ya se oculta tras los montes de los terreros, los cuatro amiguetes
llevan capturados media docena de topos, con lo que dan por superada su
misión, con el amplio numero de piezas que han conseguido aportar para la
merienda; unas piezas, que unidas a los conejos que puedan cazar los
compañeros de la otra expedición, ya serán suficientes para preparar una
buena merendola.
La caza.-
Agachado sobre el pequeño montón de aliagas que los chavales han colocado
en la base de uno de los riscos, el menor de los cuatro jóvenes, intenta
con sus prolongados soplos avivar la débil llama que prende sobre el
pequeño manojo de hierbas secas que ha colocado bajo las aliagas. Una vez
que la llama ha llegado a prender en las aliagas secas que se introducen
por uno de los cados que sobre las rocas tiene construidos los conejos, el
resto de los jóvenes del grupo, tratan de mantener en guardia a sus
perros; unos animales, que esperan impacientes la salida de algún gazapo
por otra de las bocas de acceso a sus conejeras.
Son los
otros componentes del grupo que habían planificado hacer la merienda, los
que se han desplazado hasta la peña del vivar, para intentar cazar algunos
conejos con los que completar la suculenta merienda.
La técnica
de caza que emplean los muchachos, es la técnica del fuego, una de las
mas antiguas que se conocen dentro de las artimañas que el hombre ha
empleado siempre para cazar. Se trata de hacer fuego por una de las bocas
que tienen los conejos para acceder a sus cados, con lo cual, al sentir
los inquilinos el humo entrar en su madriguera, los conejos saldrán
desenfrenados por otra de las múltiples entradas que posee la entramada
galería. En la boca que queda libre del fuego, es donde permanecen
apostados los perros, esperando la salida del conejo; un conejo, que
aturdido por la presencia del humo dentro de su madriguera, saldrá a una
veloz carrera, sin reparar en que esta a punto de darse de bruces con el
hocico del sabueso que tiene delante mismo de sus orejas. Cuando el
aturdido animal intenta reaccionar al darse cuenta del peligro que se le
viene encima, ya es demasiado tarde para cambiar su trayectoria, y en su
desesperado intento por esquivar las garras del perro, termina dando
volteretas entre los pinchos de las aliagas. Sin darle tiempo a
reaccionar, el perro se abalanza sobre su presa, y antes de que el gazapo
vuelva a posar sus blanquecinas patas sobre el suelo, siente como se
clavan sobre la piel de su lomo, los afilados colmillos de su implacable
cazador.
Había mas
conejos dentro de la conejera, otros han conseguido escapar por una de las
bocas que se sitúa unos metros mas abajo de la pared rocosa; es una de las
bocas que no estaba siendo vigilada por ninguno de los perros, algo que
les ha servido a los tres conejos que corren monte abajo entre las
aliagas, para tomarle unos metros de ventaja a sus cazadores, que ahora
les persigue a gran velocidad por la ladera de la montaña. La perra esta
recortando rápidamente la ventaja que le habían tomado los gazapos, cuando
estos alcanzan una de las paredes que rodean a las fincas de hortaliza que
hay junto al camino, y desaparecen perdiéndose entre los pequeños huecos
que dejan las piedras que conforman la pared. La obstinada perra, incapaz
de poder hacer algo mas que no sea ladrar, mientras que sus presas no
vuelvan a salir a campo abierto, se limita ahora a dar una y otra vuelta
alrededor del tramo de la pared sobre el que se han escondido los conejos.
Cuando llegan los dos muchachos hasta la pared, la ventaja vuelve a
ponerse de nuevo del lado de los perros. Los tres jóvenes empiezan a
retirar piedras de la pared, y otra vez los indefensos gazapos, terminan
convirtiéndose en fáciles presas para sus despiadados cazadores.
Uno de los
cuatro amigos que ha participado en la cacería, mientras el resto de sus
compañeros trataba de dar caza al cuarto conejo de la tarde, se ha subido
a lo alto del monte de la lastrilla, para intentar coger algunas
“macucas”(*), unas plantas que solo se localizan sobre lo mas alto de este
cerro. Agachado junto a una de las numerosas plantas de gamonetas que
pueblan la pequeña meseta que se extiende a lo largo de la cima del monte
, el muchacho, ayudado con un pequeño tronco de espino, intenta escarbar
sobre el cascajo pedregoso del monte, hasta que consigue alcanzar la zona
mas poblada de tierra, lugar sobre el que se encontrara enraizada la
macuca. Para poder llegar al pequeño tubérculo, lo primero que hay que
localizar, es una pequeña planta que extiende sus finas ramas a escasos
centímetros del suelo, después, procurando que no se rompa el delgado y
frágil tallo de la planta, se ira escarbando en el suelo hasta llegar a la
raíz; una raíz, que parte de ese pequeño tubérculo que tanto les gusta a
los chavales.
Un extraño
silbido del viento, ha atraído la atención del muchacho; un muchacho, que
queda impresionado al contemplar la enorme silueta de un grupo de buitres;
unos enormes buitres, que planeando a escasos metros de su cabeza,
sobrevuelan el hocino dirigiéndose hacia los riscos del otero. El sonido
que produce el aire al rozar sobre las alas de estos enormes pájaros, es
lo que ha llamado la atención del impresionado joven, que nunca había
tenido la oportunidad de ver volar a unas aves tan enormes, a tan corta
distancia de su cabeza, algo que casi le ha llegado a atemorizar, al
comprobar la gran envergadura de unas aves; unas alas, de las que el nunca
había imaginado que pudieran ser tan exageradamente grandes.
Cuando el
joven ha logrado cosechar un buen puñado de tubérculos, se dirige al
encuentro de sus compañeros, al volver la vista hacia el lugar donde se
dirigieron los buitres, le llaman la atención la gran cantidad de gamonetas que crecen a lo largo del monte, y especialmente se ha quedado
sorprendido, por las flores tan llamativas que crecen sobre en el extremo
de la hermosa planta; unas flores, alas que algún aburrido científico,
tuvo el mal gusto de ponerle un nombre tan poco agraciado, como es el de:
Asfodelo blanco.
Al reunirse
de nuevo el muchacho con sus tres compañeros, este les alarga la mano
ofreciéndoles un puñado de las macucas que ha recogido sobre la loma del
monte. Después de probar los pequeños tubérculos que este les ha ofrecido
a sus tres compañeros, estos le cuentan las peripecias que les ha hecho
pasar el último de los conejo al que han estado persiguiendo los perros;
un conejo, que después de sentir sobre su lomo la presión que ejercen los
colmillos de uno de los perros, y gracias a un afortunado golpe de suerte,
ayudado por su gran astucia y habilidad, ha sido capaz de volver a salvar
su pellejo, burlando el cerco que sobre el habían puesto sus cazadores.
Reunidos
en el pueblo los dos grupos de amigos, cada uno con el botín obtenido en
sus respectivas cacerías, se cuentan las aventuras que han tenido que
pasar para poder capturar a sus presas, y como la merienda parece ser muy
abundante para el grupo inicial, han pensado en invitar a merendar a otros
de sus compañeros de correrías.
(*)
Macucas
= Planta de la familia de las umbelíferas. Su hábitat se encuentra en
terrenos áridos y pedregosos orientados al mediodía, y su fruto, es un
tubérculo del tamaño de un cacahuete, que se encuentra enterrado a una
profundidad de 25 a 30 cm. de la superficie, es del pequeño cacahuete, del
cual parte un fino tallo que sale a la superficie, para extender sus finas
ramas a escasos centímetros sobre el suelo. El sabor del fruto es muy
parecido al sabor que tienen las patacas, aunque algo mas sabroso y menos
dulzón que el de estas.
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en Brías 3
©
Víctor García Pascual
Zaragoza 24/3/2003
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