Otras enfermedades y
remedios
Si hasta
ahora hemos recogido recursos sanatorios difíciles de asumir, en este
apartado hemos separado los más disparatados.
En el
Alto Aragón, para la meningitis llevan a cabo el siguiente rito: se coge
un palomo vivo, se abre a lo largo y se pone encima de la cabeza, aún
caliente y se ata con un trapo. El mismo remedio es apto para el
“delirio de cabeza”.
En esta
misma zona geográfica encontramos el caldo de lechuza para aliviar, o
curar, las paperas. Para las anemias se pone hígado, a poder ser de
caballo, en vino fuerte y se bebe una vez macerado.
En Jaén,
para reforzar la sangre y evitar las anemias, se metía un buen trozo de
hierro en un vaso de vino, se dejaba unos días, y después se tomaban, a
diario, unas gotas del líquido resultante.
La peste negra o bubónica fue temida, durante siglos, en toda Europa. De
aquellos estragos se mantuvo la costumbre, en Osma (Soria) por ejemplo,
durante muchos años, de encender una hoguera y oír una misa en honor de
San Roque al acabar la trilla, para que les librase de la peste. En
Vildé (Soria), se decía que el humo de la luminaria a San Antón, servía
para alejar la peste.
En todos los lugares consultados, para aliviar el sarampión colocaban un
trapo rojo en la bombilla. También se envolvía al niño en un trapo rojo
a fin de ayudar al brote del sarampión. Y mucho calor en la cama.
En el País Vasco afirman que para curar esta afección infantil el
enfermo debe beber agua de las siete fuentes de Elzaburu (Valle de
Ulzama).
A
fin de que la tosferina fuera lo más benigna posible, el remedio
aplicado en Burgos consistía en beber agua de siete o de nueve fuentes
diferentes. Y también mucho calor en la cama. Tenía oído en Soria,
Visitación Jiménez Fernández que, cuando ella era pequeña, llevaban a
los jovencitos a la estación de tren –entonces en San Francisco- para
aliviar los problemas de las tosferina. Tal vez aspirar la carbonilla,
en estos casos, beneficiara. No es la primera vez que nuestros lectores
encuentran un remedio semejante en estas páginas, pues el hollín ha sido
utilizado en el País Vasco para aliviar catarros, según decimos líneas
arriba. Pues bien, no debe ser tan descabellado, ya que el doctor
Salvador Andreu afirma que antiguamente existía la costumbre de aspirar
el hollín y que éste tiene propiedades desinfectantes, vermífugas y
astringentes, además de cohibir las hemorragias y facilitar la
cicatrización de las heridas, gracias al componente carbonoso.
En el País Vasco, para frenar la tosferina (txutxurrutxu eztula), metían
unos caracoles en una bolsa de tela y los espolvoreaban con azúcar;
colgaban la bosa y colocaban debajo una vasija donde caía un caldo que
era suministrado al enfermo. Naturalmente, al ser los niños los que
padecen habitualmente esta enfermedad, beberían lo que les diera, por
repulsivo que fuera, sin saber, desde luego, que lo era.
Para cortar el hipo existen casi tantos remedios como para las verrugas.
Veamos algunos: dar la vuelta a la hogaza de pan. Mirarse la mano. Fijar
la mirada. Dar un susto (este se usa en toda España). Beber tres sorbos
de agua boca abajo. Meter una cucharilla en un vaso. En Barcelona hemos
visto suministrar un terrón de azúcar con unas gotas de vinagre, pero
también hemos comprobado que se quitaba el hipo si la azúcar, en lugar
de vinagre, se empapaba con agua del Carmen, un líquido que era usado
por los años sesenta contra cualquier indisposición.
Un remedio muy raro era el sugerido a fin de evitar el miedo: meter el
dedo bien hondo en la boca.
La diabetes tratan de curarla en el País Vasco cociendo durante mucho
cinco hojas de nogal y estrujándolas para sacar todo el jugo. Ese
líquido se pasa a un vaso y se bebe por las mañanas durante varios días,
siempre que sean impares: tres, cinco, siete.
En Beizama introducen en una botella trece plantas pequeñas de perejil y
se llena el recipiente de vino blanco. Se tapa y se tiene en maceración
durante cuatro días. Se toma todos los días, en ayunas, medio vaso
pequeño de ese vino. Si no se consigue la curación, se repite tantas
veces como sea necesario.
Resurrección María de Azkue, recoge, en su libro Euskaleriaren Yakintza,
un preparado para aliviar todo tipo de enfermedades, algo así como la
Triaca. La pócima la recibió de V. Echezagarra, hijo de Zeanuri. Se
trata de introducir durante el mes de junio, en el interior de una
botella, bien desmenuzados, azumbre y media de alcohol de maíz y cebada,
150 gramos de “óleos zucotrino”, 50 de incienso, 50 de mirra, 50 de
hierba de prados, 12 gramos de lirio silvestre. Se agita a menudo hasta
agosto, cuando ya la pócima estará lista para aplicar sobre la siguiente
lista de inconvenientes: fístulas, enfermedades de la piel (erisipela,
sarna, escrófulas, cáncer), mordeduras de peros con rabia, almorranas,
heridas de la boca, dolor de oídos (introduciendo dentro unas gotas),
dolor de muelas (metiendo en la carie in pequeño algodón impregnado y
lavándose con el preparado las encías), el reuma (dando friegas),
afecciones oculares (incluso cataratas utilizándolo en forma de
colirio), la pleuresía (una cucharada en ayunas), para ayudar a hacer la
digestión (tomado por las mañanas mezclado con una cucharada de agua),
para adelgazar la orina gruesa, para matar las lombrices, para el dolor
de cabeza (mojando las sienes y aspirando su olor) y por último para
cortar las hemorragias (colocando un trapo de hilo mojado en la pócima y
aplicándolo directamente sobre la parte afectada).
Hemos mencionado repetidamente dos productos que merecen unas líneas
más, se trata de la miel y el ajo. La miel, según documentación gráfica
muy antigua, se ha utilizado siempre por el hombre, las leyendas sobre
esta sustancia corroboran esa documentación. Casi todos los pueblos de
la antigüedad han conservado leyendas relacionadas con la miel: Júpiter
habría sido alimentado con ella, en Egipto se utilizó como ofrenda, los
asirios y otros pueblos la usaban para embalsamar, Palestina fue llamada
“tierra donde manan la leche y la miel”, en Roma se le atribuían
poderes, Hipócrates la recomendaba para prolongar la vida. Entre los
marinos se usaba como purgante, aunque en realidad su utilización estaba
relegada a servir de edulcorante al agua de la mar. La miel ha formado
parte de variados polifármacos oficinales y hasta el siglo XIX fue la
base de los antiguos electuarios, ya mencionados en este trabajo. En
fin, nada de esto nos extraña si sabemos cuál es la materia prima para
su elaboración.
En cuanto al ajo, el doctor Salvador Andreu afirma que su nombre deriva
del celta all (acre) y precisamente esta voz se ha mantenido en
la lengua catalana. Lo hace llegar desde Asia y afirma era moneda de
cambio entre China y Europa, cambiando opio por ajo. El Ungüento del
Diablo, que debe su nombre al mal olor de este fruto, era fabricado con
ajo y manteca de cerdo (lo cual también contribuía a la fetidez cuando
se enranciaba) o bien con aceite de oliva. Era usado para tumores fríos
y dolores reumáticos agudos.
Por cierto que el opio fue de uso generalizado y dio lugar a un
preparado llamado de varias formas: gotas negras inglesas, gotas de los
cuáqueros o gotas de Lancaster (black drops), se trataba de opio
mezclado con vinagre. Parece ser, según creencia de los galenos del
siglo XVIII, que el opio, al ser mezclado con vinagre, no producía las
náuseas, vértigo y dolor de cabeza que provocaba el opio a secas.
Siguiendo con el vinagre y con el libro del doctor Andreu, éste recoge
un remedio llamado Vinagre de los cuatro ladrones con anécdota incluida,
recogida, a su vez, del doctor Boinet, de la Academia de Medicina de
París. Durante la epidemia de peste bubónica que asoló a la ciudad de
Marsella durante los años 1720 y 1721, unos ladrones asaltaba los
domicilios de los apestados robando lo que encontraban, en ocasiones con
los cadáveres de cuerpo presente. Los malhechores fueron capturados y
condenados a muerte, y el juez se extrañó de que ninguno se hubiera
contagiado. A las preguntas del juez, los bandidos dijeron que poseían
un remedio cuya fórmula le darían a cambio de que les perdonaran la
vida, a lo que se accedió. La receta era vinagre con ajos macerados.
La
utilización de las sanguijuelas
Durante
siglos fue creencia que la mayor parte de las enfermedades padecidas
tenían su origen en la abundancia de sangre, por lo que se practicaban
las sangrías. Esta técnica estaba relacionada con la teoría de Galeno
(siglo II), quien concebía la salud como un discurrir armonioso de los
fluidos y humores internos.
Una de
las formas de practicarlas más limpia era la aplicación de sanguijuelas
sobre la piel, en la que previamente se habían practicado unas
incisiones. Esta operación en el pueblo llano, corría a cargo del
barbero-cirujano.
Para
facilitar la cicatrización de la vena, se cubría luego la herida con un
polvo, cuya fórmula el barbero no daba nunca a conocer. Una de ellas
estaba compuesta por sangre humana desecada, piel de liebre o conejo,
cuerno de ciervo quemado y polvo de estiércol de mulo negro.
En un
libro editado en 1925 titulado “El Valle de Mena y sus pueblos” recoge
el autor, a su vez de Angel Nuño García, párroco que fue de Villasana
de Mena: “Era costumbre sacar a remate la provisión de sanguijuelas por
tres años, y en el de 1843 se obligaba al rematante a tener 500
sanguijuelas, por lo menos, en los meses del año, y tenía que pagar la
multa de 10 ducados, si las compraba malas. La docena había de costar
seis reales para los vecinos de Mena con receta de médico, y el
rematante, al terminar el compromiso, tenía que entregar al Ayuntamiento
3.000 sanguijuelas “útiles para su pronto uso”, y las demás tenía que
echarlas al pozo del “arrate de Villanueva”.
En la
laguna de Conquezuela abundaban, aunque ya en el siglo pasado mermaron
por la extracción que de ellas hacían los franceses para su nación.
En muchos
lugares, los barberos, a cambio de la exclusividad en el negocio de las
sanguijuelas, debían estar disponibles para los señores de la villa o la
ciudad, o los habitantes del castillo o palacio, dos veces a la semana
para cortarles el pelo, afeitarles y sacarles las muelas, todo ello
gratis.
En las cartas que se cruzaron, a lo largo del siglo
XVII, el rey Felipe IV y la hoy venerable sor María de Jesús de Ágreda,
podemos leer, en la carta de fecha 17-10-1644, de la monja al rey, su
pesar por la muerte de Isabel de Borbón. En nota a pie de página se lee:
“la enfermedad empezó el 28 de septiembre con un ataque de erisipela al
rostro y garganta, atribuido a la continuación del chocolate y beber
agua de la quintaesencia de la canela para corroborar la falta de calor
natural en el estómago. Asistida de seis médicos le dieron ocho sangrías
y murió el 6-10-1644”.
Dos años después, Felipe IV informa a la monja
sobre la enfermedad y muerte del príncipe (Baltasar Carlos, atendido por
los doctores Royo, Caspe y Godoy), en la que dice sangraron al príncipe
dos veces en un solo día creyendo iba a tener viruelas, en la carta
siguiente escribe el jesuita que fue la última sangría en la frente y le
dieron a la vez con sangre de pichón pocas horas antes de morirse.
En 1660 se dice que la venerable sufrió en 14 años
71 sangrías, “y aún se supone que después más”.
Curaciones para animales
Para los
habitantes del mundo rural los animales eran tan necesarios como ahora
es la maquinaria agrícola y los vehículos en general. Existían en muchos
lugares un seguro llamado “contratas de ganado”, que servía para renovar
la cabaña de labor. Por ello no resulta extraño que se cuidaran a estas
bestias con esmero.
En Las
Hurdes los cólicos de los animales los curaban pasando por la tripa una
vara de fresno o de acevera, también dando friegas de aceite de oliva.
Para la colitis de los animales se les ataba al rabo una tira de
torvisco, que al secarse les oprimía, resultando eficaz.
En
Galicia, se achaca todos los males que se padecen al mal de ojo. Alvaro
Cunqueiro, en una entrevista mantenida en 1974 con Joaquín Soler
Serrano, afirmaba que los curanderos, meigas o desaojeadores eran muy
necesarios. Dado que la sociedad gallega creía firmemente en que se
producían estos males, era aconsejable acudir a un mediador para evitar
involucrarse personalmente y hacer que la respuesta al aojamiento fuera
dada por la misma vía recibida, siempre a través de curandeiros.
Se
desaojaba a los animales siguiendo el mismo rito usado para las
personas. Lo puede producir en general cualquier persona que tenga
hostilidad al dueño del animal y tenga poderes para hacerlo. Que tenga
“ollo feridor” y que sienta mucha envidia. Se cura con ruda, agua
bendita y tres dientes de ajo. Se recitan mientras se va pasando el
remedio por el lomo, oraciones como las siguientes:
Ajo
sagrado córtame esta mirada
Tres burros vienen, tres burros van
Uno estalló, así le revienten los ojos
A quien mal te miró.
Otra:
Haciendo cruces con la ruda mojada en agua bendita:
Ruda rudero
Corta lo malo y deja lo bueno.
En San
Antolín de Ibias, cuando notaban que la vaca estaba aojada, el amo
fingía venderla a un compadre por cuatro chavos y luego se la compraba
por lo mismo. Se creía que al cambiar de manos, la vaca se desaojaba.
En
Asturias se cree que el aojamiento lo causan sobre todo las brujas. Las
vacas aojadas, antes de morir de consunción, en vez de leche darán
sangre. Se cura con agua de alicornio (polvo de cuerno de unicornio). Un
ganadero aojaba sin saberlo, finalmente un criado se lo explicó y
averiguando cuál era el ojo con el que aojaba, se lo sacó.
En
Asturias se conoce como “mal de orizo” a la enfermedad de la glosopeda.
Se curaba trazando la silueta de una pezuña atacada por la enfermedad
sobre el suelo. Luego arrancan el cepellón de tierra y lo dejan secar.
Cuando seca la tierra y la hierba, cura la enfermedad. Lo mismo hacen si
se parte un remo la res: entablillan la pata de un mueble pensando que
así sanará el animal.
En los
campos de Salamanca, abundan los conjuradores de “cocos”, gusanos que se
crían en las heridas que se hace el ganado, principalmente durante el
esquileo. Algunos para quitarlos se acercan a una planta de Marrubio y
le repiten cinco veces: “¿Qué haces ahí gran señor, tan seco y
espiefarrado, que no te he visto yo? ¿No sabes que el animal de fulano
tiene cocos en tal sitio?” Arranca la planta y arrojándola hacia atrás
dice: “Secos se vean, como te has de ver tú”.
En Burgos
se recita:
“Por
la pega, mega,
cucarachita y ciega.
Que parió unos pegos megos,
cucarachitos y ciegos,
te conjuro salgas de este cuerpo”
En
Carrascosa de la Sierra (Soria), nació Manuel del Río, autor de “Vida
Pastoril”, libro muy conocido entre los componentes del mundo
trashumante. El autor demuestra ser un hombre moderno y poco
supersticioso. Por un lado utiliza las plantas cuando la enfermedad es
un hecho, pero por otro toma medidas profilácticas, dejando a los
veterinarios lo que los pastores, por mucha experiencia que tengan, no
sabrán sanar adecuadamente: “La viruela, si es benigna, se deja a la
naturaleza y si es maligna a los facultativos”.
La sarna
o roña se cura esquilando toda la parte enferma y untando con miera, o
bien lavándola con una decocción de vedegambre. Si es procedente del
piojo basta con untar las partes afectadas con aceite común. También se
cura haciendo una sangría. Se usa también agua de altramuces; o retama
machacada y exprimida. Otros tratan de curarla con arzolla y jara cocida
“pero es necesario dar el temple a estos cocimientos, porque si una de
esta agua se tuerce, la roña no se cura y se infesta el rebaño”. Junto a
estos remedios, separarla del rebaño, pastar en sitios secos y bien
ventilados y que los rediles y corrales en que se encierren estén muy
limpios.
El
sanguiñuelo, muy dañino, mezclaban sal con tejo molido. Otros sal
amierada. Otros sal con una yerba llamada juciana. Para tratar de curar
la amarilla algunos usaba la gualda cocida y los perfumes de tomillo y
romero quemados, procurando que tomen el humo.
La
basquilla, enfermedad que se presenta en el mes de enero y que algunos
conocen con el nombre de rabia del ganado lanar. Es muy perjudicial y
dice Del Río “lo mejor de todo en estos casos es cerrar con sol,
sujetarlas en el corral, traerlas al monte y alguna fusta, y
administrarlas la triaca con el vino: también se puede llevar el atajo a
tierra de borrar y carneros hasta que el borrego haga por sí y la madre
tome alguna robustez: este será el único medio de evitar más o menos
alguna perta”.
La
modorra, enfermedad contagiosa “que se presenta periódicamente en los
cuartos de luna y ataca de preferencia a los borregos de un año y a las
primales”.
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