Introducción
Hace ya algunos años publicamos, junto con Antonio Ruiz Vega, un libro
que, con el título de “Remedios caseros y otras magias sorianas”,
recogía un trabajo de campo sobre lo que el título describe.
Nosotras, desde entonces, hemos ampliado el trabajo a otras comunidades,
y en todas hemos hallado similares remedios para idénticos síntomas.
Para nosotras este trabajo es de los más gratificantes que puedan
hacerse, pues se une, al conocimiento de supersticiones, descubrimiento
de remedios imposibles y asistencia a ritos a veces delirantes, el
conocimiento de las plantas.
Al final, acaba una tomándose una infusión de corteza de sauco para el
dolor de cabeza y, curiosamente, el dolor pasa. O sea, que la sugestión
traspasa a veces los espíritus más descreídos.
Caminar por el monte, conocer las hierbas, recolectarlas, equivocarse
tantas veces, preguntar a alguien que se cruza en nuestro camino, es uno
de los mayores placeres de la vida en el mundo rural. El monte es la
vida.
Hierbas
Nada tiene de mágico el hecho de curar por mediación de hierbas. La
farmacopea se basa en ellas y con hierbas se elaboran la mayor parte de
los medicamentos que en la actualidad recetan los médicos. Para la
utilización de esos elementos que la tierra ofrece, también los
minerales, es necesario conocer la forma de usarlas. Para nuestros
antepasados era tan importante una cosa como la otra. El mismo
Hipócrates creía (o se vio obligado a esconder su empirismo) en la parte
mágica de la utilización del primitivo medicamento. Con el tiempo se
demostraría que las personas enfermamos de cuerpo y alma y que ambas
partes deben ser curadas para sanar del todo. El alma se ha curado
siempre mejor mediante ritos, sugestiones en definitiva, que no es otra
cosa que la técnica empleada recientemente por los siquiatras y los
sicólogos.
En el mundo indoeuropeo el druida, figura tan poco estudiada por falta
de documentación escrita –los celtas no escribían nada y todo lo
transmitían oralmente- eran los encargados de la recolección de las
hierbas sanadoras. En otras culturas los chamanes y curanderos heredaron
la importancia de los druidas, o la compartieron en el tiempo.
Es de suponer que la iniciación de estos sacerdotes estaría dirigida,
fundamentalmente, al estudio de las hierbas. Esa imagen del hombre con
túnica blanca recolectando a la luz de la luna, con una hoz de oro,
aquellas plantas que harían sanar a nuestros antepasados, es lo poco que
ha llegado hasta nosotros. En la mente de todos está Panoramix, druida
de la aldea gala de Asterix y Obelix.
La medicina popular o etnobotánica, está fundamentada en la interacción
de la paleomedicina y la asimilación progresiva de las distintas
culturas que intervienen y convergen en el desarrollo histórico de cada
comunidad. La paleomedicina la componían los maleficios, embrujamientos
y aspectos religiosos, a la que se fueron añadiendo, sobre todo, las
curaciones con hierbas.
Lo que se entiende por “medicina natural” es, pues, el empleo con fines
terapéuticos de plantas sobre una base empírica, aplicados en forma de
infusiones, cocciones, lavativas, apósitos, ungüentos, etc.
Aunque no es objeto de este apartado, en el que tratamos las curaciones
con plantas, debemos mencionar a la “homeopática-mágica”, como llamó
Frazer a una forma de curar que relacionaba la parte curativa con la
enfermedad. Por ejemplo, durante siglos se creyó que la sangre de toro
era eficaz para las esterilidades femeninas. En este sentido puede
decirse que los criterios que han prevalecido para nombrar las plantas
tienen relación con la enfermedad que curan y, en ocasiones, se ha
escogido una planta como posible curadora de enfermedades por su
semejanza con el órgano a sanar, o con el color, como el marrubio para
enfermedades de la orina. (En relación con esto nos encontramos en
Valtajeros (Soria) con Gabino García González, el cual nos dijo que para
curar los males de vejiga o próstata, es necesario acudir a una mata de
marrubio todos los días, y decir: “Buenos días marrubio, que te vengo a
visitar, que tu te vayas secando y a mí me quites el mal”. Durante ocho
días es necesario orinar encima de la mata; cuando ésta se ha secado, el
mal se cura. Tal vez tomando el marrubio en infusión, sería más
efectivo).
La Península Ibérica y las Islas Baleares tenían (y tienen en parte)
unas plantas endémicas para uso curativo, a través de los habitantes de
estos territorios han sido introducidas para tal fin. Otro grupo muy
importante de plantas es el de origen centroeuropeo. Con las
correspondientes a ambos grupos, como veremos, se ha curado
tradicionalmente en este país y han pasado a la Botánica.
Entre las endémicas ibéricas y baleares están: té de monte, cantueso,
ajedrea, poleo, aliaga blanca, espino de tintes, salvia de Castilla,
ajedrea de hoja ancha, hierba aceitunera, hisopillo, tomillo blanco y
tomillo salsero.
Las de origen centroeuropeo, introducidas en la península, probablemente
por los pueblos de aquellas latitudes, están: malvavisco, belladona,
árnica, cólquico, violeta bulbosa, espino albar, majuelo, helecho macho,
eléboro verde, lúpulo, lirios (tres tipos), enebros (3 tipos), licopodio
o pie de lobo, trébol de agua, eneldo de oso, hinojo de oso, acedera
común, sauce blanco, hierba de San Lorenzo, betónica, albahaca de
cenegal, valeriana, vedegambre blanco y eléboro blanco.
Estrabón habla de la “costumbre ibérica de llevar
consigo una planta que mata sin dolor para los acontecimientos
imprevistos”. ¿Se trataría de la cicuta? Es posible, ya que la conium
maculatum (de mácula, mancha) es muy tóxica y sus alcaloides
provocan bloqueo de transmisión nerviosa con disminución progresiva de
la movilidad. Tiene esta planta gran semejanza con el perejil, con dos
diferencias: el olor nauseabundo de la cicuta y el tono de verde de las
hojas, más oscuro en este fuerte veneno. Con el zumo de esta planta se
suicidó Sócrates.
Plinio cita la herba Cantábrica, que se
conoció durante las guerras de Augusto, y que parece identificarse con
la cariofilácea, usada como antídoto contra el veneno de las
víboras. Creemos que se refiere a la cariofilada, también llamada
de San Benito, que se da en la cornisa cantábrica, y parte de León y
alguna zona de Castilla, y que se usa en etnofarmacología como
astringente para diarreas, antiséptico bucal y cicatrizante en llagas y
hemorroides.
P. Mela y C. Plinio aseguran que la betónica la usaban los antiguos
hispanos, secas y pulverizadas las hojas, para hacer un vino y un
vinagre que tonifica el estómago y aclara la vista. “Tiene tal fama que
la casa donde se haya sembrada se considera estar segura contra todos
los maleficios”. La betónica (stachys officinalis) es de origen
indoeuropeo, abunda en el norte de la península, León, Extremadura y
parte de Castilla. Las hojas están indicadas para curar enfermedades de
las vías respiratorias bajas (asma y enfisema), también para inflamación
de la vejiga, diarreas y gripes.
Tratados médicos de Asclepiades, Galeno y otros, hacen mención a las
propiedades del agua para curar las afecciones que el ser humano ha
padecido a lo largo de su historia. Estas recomendaciones pasaron a la
Edad Media y Moderna, además de referirse al agua en sí, llamaban agua a
unos preparados en los que, en general, intervenían las hierbas.
Así tenemos la llamada “agua de acederas”, que se utilizó para combatir
la peste y que se trata del líquido resultante después de haber cocido
la hierba del mismo nombre.
Otro tanto puede decirse del “agua de escabiosa”, una hierba cuya
etimología la hace llegar el Diccionario de Autoridades del latín
scabies, la misma palabra de la que deriva sarna, enfermedad cutánea
que cura, por lo que llegaría a bautizarse así la planta.
En cuanto al “agua angélica”, llamada también “agua de la vida”, no es
otra cosa que agua cocida con canela, usada para fiebres tercianas y
cuartanas y como vomitivo. El Diccionario de Autoridades dice de ella
que era muy usada en el siglo XVIII, y que estaba compuesta del manná
clarificado en agua de chicorias, borrajas u otras semejantes. Este
manná podría ser la savia de los árboles, en especial de los
fresnos.
El “agua de estrellamar”, usada para dolores de costado, es la infusión
resultante de haber cocido la planta llamada estrellamar, parecida al
llantén. Al igual que la “de madroños”, usada como sudorífico y contra
la pestilencia.
Curioso resulta la utilización de la llamada “agua de las pilas usadas
por los herreros”, al parecer, el hierro que sueltan las piezas
enfriadas en esas pilas era considerada buena para aliviar, o curar, las
enfermedades de la piel y los dolores musculares. Otro tanto sucedía con
el “agua de cisterna”, utilizada para dolencias de garganta.
Por último el “agua rosada” o de rosas, conocida también como “agua de
los ángeles” era recomendada para muchas dolencias, mezclada con vinagre
para evitar la peste y como componente del “agua antihydropica”, para
contrarrestar los efectos de la rabia. Esta agua rosada puede ser la
misma que el doctor Andreu (La Farmacia en casa), llama miel rosada, un
agua-miel elaborada a base de agua de malvas o malvavisco y miel,
utilizada, también, para las inflamaciones de garganta.
No es necesario insistir en las propiedades curativas de las hierbas,
tan sólo es necesario conocerlas, saber sus particularidades y las
cantidades a ingerir. Los ritos que se acompañan en su ingesta no
amplían las propiedades sanadoras, si acaso sirven para curar
enfermedades imaginarias, en cuyo caso las hierbas sobrarían. Cuando la
enfermedad es real, sobran los ritos acompañantes.
Anécdotas referidas a las prácticas curativas poco ortodoxas, abundan.
Nos contaron en Guijosa (Soria) que conocieron a un personaje, apodado
en tío Cuno por su origen expósito, el cual al parecer era curandero, y
sanaba con estiércol. Debía tener el hombre cierta buena fama, sobre
todo por la parte de Langa de Duero. Requerido en Burgo de Osma para
curar no se sabe qué afección, utilizó una técnica algo especial: colocó
al enfermo en una especie de bañomaría con hierbas. El tío Cuno huyó, al
parecer después de un desmayo del receptor de tan imaginativa terapia;
el hombre pensó que lo había matado.
En el mundo rural, donde todavía pueden rastrearse los restos de aquella
cultura prerromana, es tan importante la hierba a utilizar como la forma
en que se hace. Es lo que podríamos llaman la curación en el nivel
primitivo creencial-mágico religioso. En este nivel primitivo el día de
San Juan, al que nos referimos constantemente en este trabajo, tiene una
gran significación al ser ese el día –o la noche- ideal para la
recolección de las hierbas que se utilizarán el resto del año. Con ellas
se harán infusiones, decocciones, bálsamos, etc.
Por ejemplo, la hierba ruda está considerada como un talismán ya que
protege de las brujas teniéndola en casa. Referente a la ruda hemos
encontrado siempre, al preguntar sobre ella, cierto recelo en el
informante. En todos los lugares están de acuerdo en que se trata de una
hierba mágica y que servía tanto para hacer fértiles a las mujeres como
para provocar abortos, según en qué forma se utilizara. Asimismo protege
de las brujas y si alguna persona o animal está aojado, la forma de
romper el sortilegio es haciendo desahumerios con ella.
Referente a la hierba ruda, Solano Antoñanzas, en su “Etnología sobre
Villarijo” (pueblo deshabitado de la provincia de Soria, en el límite
con La Rioja) recoge una anécdota que finalizó de forma trágica.
Enamorado un mozo de Villarijo de una moza del mismo lugar, y no
pudiendo lograr matrimoniar con ella a causa de la oposición de la
familia de la moza, siguió el consejo de los amigos, los cuales
afirmaron que tal vez se hallara embrujada, y la manera de resolverlo
era coger ruda y ofrecérsela. Lo hizo cuando esta se hallaba a la puerta
de su casa junto a algunos miembros de su familia; se la tiró, a la vez
que la pedía en matrimonio. La moza dijo esa vez y otras que no,
interpretando el enamorado que no era posible deshacer el embrujamiento
ni con ruda. Y lo solucionó a su modo, matándola.
A
otros niveles, los empíricos o científicos clásicos, pertenece la forma
y manera de curar con hierbas, como más tarde se hará con medicamentos
procedentes de ellas.
Hipócrates dijo que “todo sale de la naturaleza” y que “todas las
hierbas del campo sirven”. En ese todo sale de la naturaleza podríamos
incluir la sal, la cual come toda la maleza, o la utilización en las
heridas de orina “porque es salada”. De todos es sabido, por propagado,
que los celtíberos y otros pueblos centroeuropeos se lavaban los dientes
con orina humana, después de haberla dejado fermentar.
De la curación con
productos que la naturaleza ofrece directamente, tenemos un ejemplo en
un documento encontrado en el Archivo Histórico Local de Berlanga de
Duero (Soria), fechado el día 18 de octubre de 1662. Se trata de una
inspección a la farmacia de la villa, cuyo boticario era Andrés de
Montalbo. De estas inspecciones se encargaba el obispado y miembros del
Santo Oficio.
Revisaron los pesos
y medidas, los olores de ámbar y amizcle, las piedras preciosas, las
drogas principales, las confesiones y polvos cordiales, las raíces, las
gomas, los jarabes, las hojas, hierbas y flores cordiales, emplastos,
ungüentos, aceites, zumos e infusiones, aguardientes y frutos, y “los
cinco géneros de mirabolanos”. Consultado el Diccionario de Autoridades,
dice textualmente “Los Myrabolanos, cierta especie de fruta semejante a
la ciruela, que se cría en las Indias orientales, y se divide en cinco
especies, que son myrabolanos cetrinos, chebulos, beléricos, émblicos e
Indos. Los cetrinos son a manera de aceitunas medianas con algunas
desigualdades, y cada uno tiene dentro un hueso como de aceituna. Nace
esta especie en un árbol semejante al ciruelo, aunque sus hojas son muy
parecidas a las del serval. Los myrabolanos chébulos son del tamaño de
aceitunas grandes, o dátiles, tienen cinco esquinas y son de color
amarillo oscuro con su hueso dentro. Nacen en un árbol parecido en las
hojas al albaricoque. Los beléricos, son redondos, como las ciruelas
llamadas cascabelillos, duros, de color amarillo que tira a blanquecino
y tienen su hueso con almendra dentro. Nacen en un árbol parecido al
laurel en las hojas. Los emblicos son del tamaño de agallas, aspectos
por defuera, con seis esquinas y tienen el color oscuro y un hueso como
una avellana con seis esquinas de color amarillo. Crianse en un árbol
tan alto como la palma y las hojas parecidas a las de el helecho. Los
Indos son como bellotas pequeñas, arrugados, con cuatro o cinco esquinas
duras, y no tienen dentro hueso. Nacen en un árbol cuyas hojas son como
las del sauce. Todas cinco especies son un poco purgantes y utilisimas
en la Medicina. Los Myrabolanos se encuentran entre las medicinas que se
llaman benditas, porque purgando confortan”.
Inspeccionaron
también los letuarius purgantes, que, según la misma fuente,
dice: “Electuario: género de confección medicinal que se hace con
diferentes simples o ingredientes con miel o azucar, formando un a modo
de conserva en confitería de miel, de que hay varias especies purgantes,
astringentes o cordiales” (Diccionario de Autoridades).
Visitáronse todas
las pildoras y trociscos y estuvieron todos buenos: “Trociscos: trozo
que se hace de la masa, formada de varios ingredientes medicinales y de
ellos se forman después píldoras. Es voz griega, que vale cosa redonda,
porque regularmente se les da esta figura”. (D.A.)
Hemos escogido el Moncayo, situado entre Soria y Zaragoza, para ofrecer
una muestra de las variedades de plantas curativas que la naturaleza nos
ofrece. El doctor Cecilio Núñez, en el año 1916, las inventarió y el
trabajo resultante “Flora del Moncayo” le valió una medalla de plata del
Colegio de Farmacéuticos de Barcelona. De entre ellas hemos destacado
las más abundantes o significativas, con la anotación hecha por el
doctor Núñez sobre sus propiedades terapéuticas.
Eléboro, en sus variedades viridis y faetidus, uno
vomitivo y el otro tóxico. Acónito, usado habitualmente por las brujas,
venenoso o estupefaciente, según la dosis. Saxífragas, para disolver los
cálculos hepáticos. Salvia, estomacal. Orégano, condimentaria. Albahaca
silvestre, para la picadura de las víboras y alacranes. Flore del sol o
perdiguera, contra la tisis. Hierba de San Roberto, para coagular la
sangre y contener flujos. Hierba de San Juan, balsámica, antihidrópica y
vermífuga. Hierba de San Antonio (epilobium palustre), [debe
referirse a la equiseto mayor o cola de caballo mayor] vulneraria.
Hierba de Santa María (pyretrum corimbosum), tónica, estimulante
y antiespasmódica. Acederilla o aleluya, refrigerante, atemperante,
antiescorbútica y diurética, usándose para la peritonitis puerperal y
las menstruaciones difíciles. Regaliz de los Pirineos o Trébol de los
Alpes. Fresera común, cuyas hojas son diuréticas y astringentes y con
las raíces se hacen refrescos. Acerollero o serval de cazadores (sorbus
silvestris), de frutos astringentes, para la diarrea y la
disentería. Hierba callera, vulnerarias y calmantes. Pie de gato (anthenaria
dioica), pectoral. Árnica montana, que recibe una serie de nombres
evocadores como “tabaco de montaña”, “betónica de montaña”, “dorónica de
Alemania”, “llantén de los Alpes”, “quina de los pobres”, “Hierba de los
predicadores”, “hierba de las caídas” y “para estornudar”. Oreja de
ratón, para diarreas, hemotisis y febrífuga.
Al final relacionamos por orden alfabético todas las hierbas
mencionadas.
Vamos a agrupar las enfermedades de forma convencional, utilizando un
lenguaje no-científico para definirlas, y ver cómo todavía perviven las
formas de sanar heredadas de nuestros antepasados, ya sea con hierbas u
otros elementos presuntamente sanadores. Aunque en general escribiremos
en pasado, hemos de advertir que en bastantes zonas rurales se siguen
utilizando las mismas plantas, aunque los ritos hayan cambiado, sobre
todo con la cristianización de los mismos, o ya no se practiquen.
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