DE BARAHONA Y SUS BRUJAS Gumersindo García Berlanga
Imprime: Gráficas Ochoa |
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“Es difícil imaginar que a Gumer [Gumersindo García Berlanga] se le escape en qué recodo del camino entre Alpanseque y Sigüenza o entre Alpanseque y Soria, se vence un espino, crece un chopo o se levanta una taina. Podría recorrer estos caminos, sus caminos, con los ojos cerrados, del mismo modo que puede recordar, con asombrosa precisión, nombres, apellidos y apodos de los habitantes de los pueblos que rodean Alpanseque o su Barcones natal y relatar, en su buen decir castellano, cuándo emigraron, con quiénes emparentaron o dónde comienzan y terminan sus tierras”. Es uno de los párrafos que Margarita Tecedor Yangüela, prologuista del libro, dedica al autor. No se trata de hacer un comentario del estudio que Gumersindo ha hecho sobre Barahona (dedicado a sus gentes “agradecido por el trato recibido”), desde la amistad que a él me une, sino con el rigor que él utiliza para el trabajo, para éste y para todos, sólo basta recordar su penúltima publicación “La Fiscalía de Tasas”. Queremos hacer notar, en primer lugar, la utilización de los estudios de otros investigadores, en especial sobre el tema de las brujas, sin apropiárselos, como tantas veces sucede en trabajos de todo tipo, haciendo con ellos refritos para personalizarlos. Gumersindo García Berlanga los presenta y contextualiza, otorgando al estudio un rigor indiscutible. Barahona es un pueblo soriano que, si no fuera por su historia, contaría con pocos atractivos, por mucho que nosotras nos empeñemos en ver, en todos y cada uno de los lugares de Soria, algo seductor o llamativo. Pero sucede con este como con tantos otros, una vez que se conoce en profundidad cambia la mirada y se penetra en ellos con una cierta reverencia. El autor de “De Barahona y sus brujas”, ha rematado la faena que otros dejaron inconclusa. Comienza con una documentada introducción histórica que nos muestra como, en cualquier lugar de esta provincia, si se investiga, se encuentran argumentos más que suficientes para lograr que ocupe un lugar importante en el cuadro de la historia. Por Barahona discurría una calzada romana por donde circularían huestes, mercaderes, saltimbanquis, reyes y nobles. Muestras de todo ello nos ofrece el autor. Barahona está ubicada en esa línea codiciada en la Edad Media por castellanos y aragoneses, y eso también está documentado, no solamente porque en la leyenda de la Varona haya sido, junto con las brujas, bandera de la villa, sino porque en efecto, doña María existió, su casa solar está en Álava, y allí, sus descendientes, todavía mantienen que existió y luchó en Barahona. Todo esto nos lo cuenta Gumer en su libro y, al igual que en el capítulo de las brujas, recogiendo todo lo que sobre este personaje de la nobleza se ha escrito. Se detiene especialmente en las brujas, ha expurgado para ello documentos de la Inquisición de Cuenca. Recorre y explica los lugares que han dado fama a Barahona de enclave brujeril: “el confesionario de las brujas”, “senda o camino de las brujas”, pozos airones y el “campo de las brujas”, ahora conocido como “campo de aviación”, desde “la maldita Guerra Civil última”, cuando el campo se utilizó como base para bombardear a las milicias republicanas de Sigüenza, llegando a convertirse en frontera de los dos frentes. El edificio de la iglesia, la cofradía de la Santa Vera Cruz y Cinco Llagas de Nuestro Señor, la Ermita de la Soledad, el hospital, la fuente, la nevera, las tainas de paja y cerradas de piedra seca. Y las escuelas, ya cerradas, con una foto de Rubén Casado Sienes, el último niño que acudió a ella. Pero si el lector cree que está ante un tocho infumable, se equivoca. No lo habría escrito Gumer si así fuera, porque el autor es un hombre que gasta fina ironía sin dejar por ello de ser respetuoso, y ve las cosas desde la perspectiva que otorga el haber vivido mucho y haberse cansado poco, al revés que el poeta peruano Santos Chocano, que vivió poco y casi se muere en ese parvo esfuerzo. Se trata de un estudio riguroso pero ágil, que va de lo particular a lo general, por lo que se sacan varias conclusiones. Una de ellas es que la Historia puede escribirse con mayúscula hasta cuando acontece en pequeños lugares, o sea, que puede ser tan interesante y tan similar, suceda donde suceda. La diferencia, a veces, es sólo cuestión de dónde el rey o el conde ha tenido necesidad de parar para satisfacer sus necesidades. Donde un rey plantaba el Real, estaba haciendo historia, pues ahí iba a desarrollarse, probablemente, un hecho que pasaría a los archivos o las crónicas. En Barahona lucharon los ejércitos aragoneses y castellanos. Antes, dice Gumer, pasó Almanzor, el Cid, aún antes, los romanos. La historia está en marcha. Después, las gentes trabajaron los campos, se alzó el templo, se casaban y cantaban sus albadas (está recogida íntegra en el libro) y seguían haciendo historia. Esa que Gumersindo García Berlanga nos cuenta de forma tan ilustrada y amena. soria-goig.com |
NO TAN AUSENTE ¿Hubo brujas en Barahona? Gumersindo García Berlanga responde afirmativamente “ sin que ello pueda ser causa de creer que tenían poderes sobrenaturales y singulares que no se dan en otras personas, tales como facultad de vuelo, actos causantes de maldiciones, males, daños, venganzas y poder disponer, además, sobre el mal en la vida de sus semejantes”. Antes, García Berlanga, en su libro “De Barahona y de sus brujas” nos documenta sobre vestigios, confesionarios de piedra y lugares de aquelarre. Mentando a cuantos autores se posicionan en contra y a favor, que van desde Pablo de Fuenmayor, Zamora Lucas, Torres Villarroel o Julio Caro Baroja, el autor ha expurgado legajos del Tribunal de la Inquisición, pateando también en su búsqueda de huellas el escenario de lo que se llamó el Campo de Brujas, y que llegó a ser el Campo de Aviación, desde el que, siendo la zona línea divisoria entre los dos bandos beligerantes en la Guerra Civil, los aviones italianos despegaban con su carga de bombas rumbo a la enemiga ciudad de Sigüenza. No solo va de brujas el texto, editado por Ochoa, en el que se desarrollan distintos capítulos que discurren en el escenario de Barahona, sobre el que Gumer ha “agavillado” cuantas perspectivas afectan a un pequeño pueblo desprovisto de iglesia de relieve y de piedras de excesivo mérito, sin hijos locales con derecho a busto en la plaza, y que tampoco celebra gran batalla, aunque si se hubiese insistido, tal vez, aquí Almanzor pudo perder el tambor. Con todo, la virtud del libro es la de ser el primer compendio que hita la memoria de la localidad, yendo desde los hallazgos arqueológicos de una punta de lanza y tiestos de cerámica celtibérica, amén de los tres escalones y sillares de época imperial, hasta el glorioso y reciente momento de la acometida de aguas- con el episodio intermedio de la redención del censo que gravó su fuente-, cuando Martín Casado, el actual alcalde, consiguió abastecer al pueblo y a las pedanías- cuyas obras supusieron 120 millones de las antiguas pesetas-, con lo que quedó solventado el problema de un territorio muy falto de aguas “ tanto profundas, como someras”. Letra de albadas, rastros literarios de Galdós, Ortega y Baroja, que aludieron a estos parajes, crónica de fraternidades encontradas con otras Barahonas de allende los mares, rastreo de neveras, tainas y veletas; fotos en blanco y negro de familias arraigadas: los Machín, los Salce Olmo, los Ranz; el señor gobernador civil López Pando rodeado de paisanos en traje regional, muy propio el jerarca- tocado con un sombrero de los que nunca llevaron los rojos, y puro en ristre-, componen la última publicación de nuestro querido Gumer, ese hombre universal que ha entendido el mundo sin mayor necesidad de escaparse demasiado desde su Alpanseque del alma. ©
Javier Narbaiza Ficha del autor
Las
Brujas de Barahona, G. García Berlanga
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