A
más de mil cien metros de altura, el caserío de Barahona, en cuesta
hacia la iglesia, muestra unos edificios en buena piedra, bien
conservados unos, y recientemente restaurados otros. Todavía, en la
plaza del Ayuntamiento, se puede comprar en una de esas tiendas donde
hay un poco de todo y, además, se puede tomar un vino. Hasta hace tres o
cuatro años había otra, la de Herminia, pero cerró por jubilación y
hasta ha cambiado la puerta por una ventana.
Barahona vio pasar
por sus campos gente desde tiempos inmemoriales. Calzada romana, camino
de arrieros, carretera de Taracena a Francia. José Antonio Martín de
Marco, en “Viajeros por tierras de Soria”, recoge algunos personajes que
dejaron unas líneas para el recuerdo. Enrique Cook fue el autor del
manuscrito que, en 1580, realizó del viaje del rey Felipe II a Zaragoza,
Barcelona y Valencia. El viernes, 11 de diciembre, pasó por Villasayas y
Barahona “de que estos campos donde pasamos toman nombre y se dicen los
Campos de Barahona, estériles de pan, vino y leña…”. Andrés Navagero,
embajador de la República de Venecia ante Carlos V, sale de Morón, donde
había secado su ropa, y va a Sanchillo, Barahona, Paredes… hasta
Sigüenza. Un anónimo relata un viaje por España y Portugal, y escribe,
en 1770: “El día 13 fuimos a comer a Barahona que es una aldea muy
sombría, y desde allí a dormir a Paredes”. Guillermo Manier, sastre
picardo, peregrinó a Santiago (no pone fecha), venía de Guadalajara,
pasó por Alpanseque, Barahona y fue a dormir a Villasayas.
Por esta misma
carretera, curva arriba, curva abajo, llegamos el día 20 de septiembre
de este año algunas personas a realizar distintas actividades para,
después, reunirnos en sólo una. Cruz Vergara y el cámara Fernando, a
reportajear para la televisión local el pueblo de las brujas. Otros,
entre ellos Juan Carlos Hervás, Carmen, su mujer, y su hijo Adrián, para
hacer una comida homenaje, todos juntos, con Martín, el alcalde, Ana, y
otros concejales, a Gumersindo García Berlanga, nuestro Gumer.
A punto de entrar el
Otoño, el día era radiante. Cruz se había vestido de bruja y Ana Sienes
la había imitado, para introducirse mejor en el mundo brujeril,
confesarse a gusto en la piedra destinada a tal fin, y comprobar si era
posible que las brujas, con sus culos, abrieran los pozos airones.
De unos arcones
salieron ropas tradicionales –otra vez indumentaria en esta
actualización- que conservan como oro en arca. Habían recreado el
ambiente de principio de siglo XX en un bien habilitado salón municipal,
donde, además de ropa antigua, podía verse una tumbilla, un zurrón desde
el que se lanzaban, y suponemos se siguen lanzando, caramelos a la
chiquillada por San Isidro, un zurrón, y otros elementos ya en desuso.
De todos estos
utensilios sabe mucho el señor Yagüe, que ha dedicado parte de su vida y
de una casa, a recoger, restaurar y enseñar desde fósiles hasta
teléfonos. Hasta allí fuimos también para ver cientos de aparejos y
útiles que algún día, hasta hace pocos años, fueron imprescindibles,
tanto en el mundo rural como urbano, sobre todo en el primero, y hoy son
piezas de museo.
Gumer
nos despidió, a medio camino entre su mundo y el nuestro, a pie de ese
camino que ha visto pasar cientos, miles de personas, con sus bagajes y
sus equipajes, peregrinando o acompañando a reyes y ministros,
militareando, curioseando o cambiando aceite por huevos y jabón.
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