DESPOBLACIÓN

 

LOS DESPOBLADOS SORIANOS

por Susagna Laya Tomàs

El despoblado de Lería

Despoblado perteneciente a Yanguas

 

Antes de empezar con estas lineas quisiera decir que soy la hija de un soriano que tuvo que emigrar a tierras lejanas, añadiré que soy la hija de un soriano nacido en un pueblo abandonado.

Lería, es uno de los muchos despoblados de las Tierras Altas de Soria. Además por mi parte nunca he tenido relación directa con Soria y menos aún con Lería.

Pero no hace mucho, cayó en mis manos un libro del escritor soriano José Vicente de Frías Balsa. Concretamente “Crímenes y asesinatos en Soria¹, en él se suceden un sinfín de tragedias y asesinatos durante el largo y ancho provincial. Este libro, despertó mi interés en Lería, e indagué en mi familia sobre esta pequeña aldea.

Buscando entre los familiares más próximos llegó a mis manos un artículo publicado hace décadas en la revista La Actualidad Española, en él se describen los últimos días de Lería, como si de la propia Numancia se tratase.

Pasado el tiempo, las rabosas y las zarzas se han apoderado de sus calles, plazas y casas. Ellos han dado una nueva identidad a Lería, la de despoblado.

Calles sin transeúntes, cocinas sin olores, escuela sin niños, iglesia sin cura, aldea sin aldeanos, triste es la imagen que nos evoca, pero más triste es la dureza de estas tierras.

- Señores, los Lerianos resistieron lo irresistible, lucharon lo inluchable, lloraron lo inllorable, pero al final, la dureza pudo con ellos.

Yo no he vivido nada de aquello, pero tampoco quiero que todas estas historias mueran en el olvido, las cosas viven y son reales mientras se recuerdan, por eso me gustaría recordar la historia de Lería, para que esta semi aldea continue viva aunque sea en estas letras y no permitamos que se desvanezca definitivamente.

Susagna Laya

LERÍA
(Tierras Altas de Soria)

LOS VEINTIOCHO HABITANTES DE LERÍA VENDEN SU PUEBLO

Lo que el lector va a encontrar aquí no es una historia de humor. Es la historia de un pueblo que ni siquiera es pueblo. La historia de una aldea que ni siquiera es aldea. Si se prefiere ni siquiera es una historia es simplemente la ampliación curiosa de una noticia pintoresca publicada no hace mucho en toda la prensa diaria de España. Decía la noticia: Soria. De los 27 habitantes que en total reune el pueblecito de Lería, 5 han pasado ya de los 60 años de edad. Lería es una aldea que existe casi en el límite de las provincias de Soria y Logroño. Este pueblo tenía en el año 1867 144 hab. , y se cree que estos, al correr de los tiempos abandonarían la aldea para instalarse en zonas más productivas “cifra”. El corresponsal de la agencia que transmitió la noticia, llama a Lería indistintantamente pueblecito, pueblo, lugar. Puede ser cualquiera de las tres cosas. Desde luego no es una villa. De ninguna forma puede ser una ciudad. Un caserio demasiado poco. ¿Quizá una aldehuela? Un lugar, tal vez oficialmente, no tiene denominación concreta.

PUEBLO DE LERÍA

Al menos eso se desprende de 2 informes oficiales que tengo a mano. Uno el Nomenclator de todas las entidades de España, considera a Lería como un lugar. Otro, que será publicado en breve por el Instituto Nacional de Estadística, prefiere encasillarlo en la categoría de Aldehuela. La diferencia es notable. Según el diccionario. Aldehuela es el diminutivo de aldea, y aldea es un pueblecito de corto vecindario y por lo común sin jurisdicción propia, en tanto que lugar es una poblacion pequeña, menos que villa y mayor que aldea. Es posible que alguna vez Lería fuera un lugar. Hoy ya no pero tampoco hoy es una Aldehuela, hoy forma parte del municipio de La Vega y Lería. La capital de este municipio es La Vega. Allí está el alcalde. El Alcalde de Lería _- que si lo tiene- es solo pedaneo. Y tanto La vega como Lería son entidades de población que pueden responder a cualquier nombre con que se las quiera llamar, porque allí nadie se enfada si se les considera pueblerinos, o aldeanos, o lugareños. Si yo tuviera que definir a Lería, después de haber convivido una horas con sus moradores, inventaría un término nuevo de más de una palabra. Diría: es un rincón pacífico, escondido tras las montañas de la sierra de Soria, muy lejos del mundo, muy cerca de nadie, donde sus vecinos viven felices, pero donde sus habitantes no quieren vivir.

El tiempo se ha encargado de ir demostrando esto. En 1887 había en Lería 144 habitantes. En 1920, no llegaban a 100. En 1950, sólo eran 52. En 1960, habían bajado a 31. En 1962 no llegan a la treintena. Los habitantes de Lería hoy son 28 de los que 15 son hombres. El mayor tiene sesenta y seis años, pero hay seis mas que han pasado de los sesenta. El más pequeño tiene catorce meses, y hay otros tres que no han llegado a los diez años. Cinco de los restantes, pasan de los diez años; cuatro, de los veinte; tres, e los treinta. Estas 28 personas pertececen a ocho vecinos o familias; la más numerosa la componen el matrimonio y cuatro hijos; la más pequeña está integrada por un solo hombre, soltero, de treinta y cuatro años. Hay otros dos hermanos, ambos varones, los dos solteros, que viven también solos. Uno, entre los 28, no nació en Lería, pero formó alli su hogar, Nueve nacidos en Lería viven actualmente lejos de la patria chica. Son tres grupos de hermanos, pertenecientes a tres de las familias actuales. Los que quedan en el pueblo, los 28, tambien quieren marcharse.

En cualquier publicación que hable de las comunicaciones en la provincia de Soria, el lector no encontrará ni una sola carretera, ni un solo camino vecinal que pueda llevarle desde donde se encuenta hasta Lería. (Ocurre lo mismo con La Vega). Lería está situado a dos mil setecientos metros de la capital del municipio y a 52 kilómetros de Soria, casi en el límite con la provincia de Logroño, viajando por la carretera de Soria a Tafalla. Pero, al llegar al kilómetro 49 de esta carretera, es necesario abandonarla si se quiere llegar a Lería. En este kilómetro 49 de esta arretera, es necesario abandonarla si se quiere llegar a Lería. En este kilómetro existe una casilla de peón caminero. El peón caminero no está en la casilla casi nunca. El debe de trabajar, y trabaja. Nos dijeron: “Unos metros antes de llegar a la casilla nace el camino que les conducirá a Lería”. Llamarle camino a “aquello” es hacerle un inmenso favor. Un experto en estos menesteres, que jamás hubieran estado en Lería, no podría llegar sin más ayuda que la suya hasta el pueblecito. El tal camino, que no se ve, ni siquiera se adivina, serpentea por la falda de una poderosa y abrupta montaña, y, en continuos zig-zags que rompen la monotonía del viaje, pero que convierten los tres kilometros de recorrido en casi el doble, va escalando atrevido hasta la cima. El vértigo adquiere aquí autentica carta de naturaleza.

Confieso que en más de una ocasión, mientras subía a lomos de una caballería cansina, pasé miedo, mucho miedo. Hay momentos en que el camino, de no mucho más de un metro de anchura, se ve limitado por cortes verticales del terreno que hacen temblar de pavor. Se piensa que un leve traspié de la cabalgadura puded ser definitivo para una vida. Si se opta por subir andando, el miedo desaparece. Pero, entonces, el cansancio puede ser agotado. Y el camino en cuestión sólo puede escalarse a pie o sobre algún jumento. Esto hace que en Lería no haya ni un solo vehículo de ruedas. Ni siquiera una bicicleta. Ni siquiera un carro. Y, a lo mejor, cuatro veces al día, o más si es preciso, los habitantes andan y desandan el camino como si tal cosa. Lo conocen como a la palma de su mano. Incluso con los ojos cerrados creo que se atreverían a recorrelo. Jamás suben cabalgando. Hasta los chavales prefieren los pies. Ellos –todos- suelen tardar en llegar al pueblo, desde la carretera alrededor de una hora. Los demás más.

La estación de ferrocarril más cercana a Lería, la de Arnedillo, está a 21 kilometros y en la provincia de Logroño. Pese a ello, todos han viajado en tren. Para ir a Soria, los lerianos pueden “cazar” sobre la marcha algunos de los autobuses que unen la capital de la provincia con el famoso balneario logroñes de Arnedillo. Y todos han visitado Soria. Las prisas, siempre se llevan a pie. La farmacia más próxima está a dos horas y media de camino. Una hora y media invierten en avisar al médico más cercano. Si es de noche, y la enferma es, por ejemplo, una parturienta, cuando llega el médico, el recién nacido puede estar ya bautizado. Oyen misa cada dos semanas; reciben las cartas cada siete dias; compran los alimentos, cada dos o tres, y el pan lo reciben a diario. Pero si algún dia se retrasan en bajar hasta la carretera, el panadero se va y en Lería no se come pan, a no ser que las mujeres hayan amasado por su cuenta. Yanguas, el pueblo de cierta importancia más cercano, está a noventa minutos de camino.

Allí tienen que comprar los de Lería todo lo que necesitan porque en su pueblo no se vende de nada. La industria es nula y el comercio absolutamente desconocido. En Lería aparte de las casas hogareñas, solo hay una iglesia, un cementerio, una escuela, un horno y una fuente. En la iglesia se celebró hace cinco años la ultima boda entre contrayentes nacidos en el lugar; hace trece meses, se celebró el bautizo del ultimo niño nacido. El cementerio se abrió por última vez en noviembre del pasado año para enterrar a un anciano de ochentra y tres años. El último niño bautizado en el nieto del último muerto. La escuela se cerró en junio, y los lerianos creen que ya no se volverá a abrir. Sin embargo, no hay ni un solo analfabeto en el pueblo. Todos saben leer y todos aprendieron a escribir. En el horno acostumbran a amasar de vez en cuando las mujeres. La fuente proporciona el agua necesaria. Data de 1881, como bien claro está grabdo en sus piedras: “Año de 1881, a expensas de Lería”.

 

Lería esta situada a 990 metros de altitud. Es un pintoresco conglomerado de sencillas edificaciones que, en número de 45, están divididas en dos grupos opuestos: ocho, dedicadas a viviendas; el resto excepto las ruinosas, se usan para otros menesteres: guardar ganado, recoger los cereales, apiñar leña, etc,. Las casas son de piedra y adobes, y las calles, estrechas callejuelas todas empinadas, todas pavimentadas con gruesos morrillos, están materialmente cubiertas por los excrementos del ganado cabrío. En la parte superior del pueblo, pero fuera de él, existen unos terrenos, pequeños y de pésimas condiciones, en los que se realizan las faenas del campo. Porque Lería vive un poco de la siembra de algunos cereales, otro poco de la tala de algunos chopos y pinos, otro poco del pastoreo, y un mucho de la buena voluntad de sus vecinos, de una resignación a pueba de bombas y de un sentido de la hermandad que asombra al que lo ve por vez primera, y ennoblece a quienes practican tales virtudes desde siempre. El pueblo se cubre de nieve en noviembre y permanece blanqueado hasta marzo. El frío más intenso llega en diciembre. El calor más cruel, en agosto. “Llueve cuando menos lo necesitamos”, dicen ellos. Hace cinco años llegó la luz eléctrica. Fue necesario subir el transformador a hombros de los vecinos. La operación total del tendido eléctrico le supuso al vecindario el desembolso de 42.000 pesetas que, naturalmente, no tenían. Las primeras 20.000 pesetas las obtuvieron de la venta de madera que les proporcionó una pequeña chopera perteneciente al patrimonio del pueblo. El resto, de la madera de unas encinas que el Distrito Forestal de Soria permitió talaran. Pero en la suma total no va incluido el trabajo manual de todos ni la manutención diaria que tuvieron que regalar a los electricistas.

Desde que llegó la luz, la vida en Lería es un poco más alegre en invierno. Pero no ha cambiado en absoluto. En verano se levantan todos a las cinco de la madrugada para ir al campo; regresan al ponerse el sol y se acuestan hacia la una. En invierno se acuestan también hacia la una, pero se levantan a las siete. Sólo hay tres aparatos de radio y no los ponen para oir música, ni para escuchar seriales. A ellos sólo les importa los programas que hablan de cómo va el mercado de Soria. “A veces, sobre todo en invierno, los aficionados solemos escuhar algún partido de fútbol”. Desconocen la televisión, apenas ha visto un cine, jamás les llega un periódico, no saben lo que es una novela y se hicieron de cruces cuando les hablé de los astronautas. Una mujer, sencilla como todas ellas, más que ignorante, candorosamente inocente, me replicó: “¿Esos señores de que me habla son los que vuelan para ver si nuestro pueblo merece la pena ser comprado?”. Ellos quieren vender el pueblo. Para marcharse. Para ir a otro sitio más benévolo, menos duro, más amable y acogedor. Me dijeron que habían puesto algún anuncio para vender Lería. Para ver lo que era Lería llegaron no hace mucho el Gobernador Civil de la provincia y otras autoridades. En Lería creen que aquella visita pueden ser altamente beneficiosa para ellos. A lo mejor lo es.

El patrón de Lería es San Juan Bautista. En el pueblo se celebra el día de San Juan por todo lo alto. Hay hasta baile, en las heras. Suelen llegar algunos vecinos de otros pueblos. Y tres músicos de Yanguas. Bailan todos hasta que caen rendidos. Al fin y al cabo, en Lería sólo se baila una vez al año. Pero ese día se aprovecha. También ese día se toma café. El café es un artículo de mucho lujo y sólo se prueba en las grandes solemnidades: Navidad, algún cumpleaños, el santo de algún familiar.... También ese día se comen rosquillas fabricadas por los propios indígenos. Y hoy en Lería, no hay ninguna pareja de novios. Ellos –los solteros- son demasiado mayores para ellas –las solteras-. A mí me gustaría escribir aquí, uno por uno, el nombre de los 28 habitantes de Lería. Creo que, antes de terminar este reportaje, lo haré. El solo hecho de ver cómo son capaces estas personas de aceptar la vida merece que sus nombres figuren aquí. Porque esta gente, nada envidiada. Ha sabido responder a la adversidad con alegría; a los contratiempos, con asombrosa naturalidad; al desencanto, con fe; al desconsuelo, con hombría. Hombres y mujeres forman allí una gran familia subdividida en pequeñas familias. La alegría de unos la comparten los demás. La tristeza de alguien se la dividen entre todos. Y todos trabajan para sí y para los demás. Repartidos entre todos, no importa saber qué cantidad pertenece a cada cual, los bienes de que disfruta el pueblo son 12 mulas, 80 gallinas, 200 cabras y ovejas, 20 cerdos, 30 colmenas, 4 máquinas aventadoras, 13 perros y 9 gatos. Como todos los hombres son pastores – allí es necesario serlo todo- cada día sale uno a pastorear el ganado de todos. Todos, en diciembre o enero, hacen su matanza. Todos, a lo largo del año, vienen a comer lo mismo: patatas, legumbres, leche, queso.... Los días de fiesta, carne. Los días de gala, jamón y embutidos.

¿Por qué quieren irse? ¿A dónde? ¿Con quién? Sus respuestas: “Porque aspiramos a vivir un poco más cerca del mundo. Queremos ir a cualquier sitio en que se pueda trabajr y vivir un poco mejor. Si pudiéramos seguir todos juntos, sería ideal”. ¿Por qué abandonarían el pueblo? Su respuesta: “Nosotros queremos vender todo lo que tenemos aquí –todo, es el pueblo- para poder ir a otro lugar. Pero nos conformariamos con que nos dieran un piso y trabajo en cualquier parte”.

Los que aquí han hablado se llaman: Florentino Merino (62 años), su mujer, Petra Valle (54), Y sus hijos, Luisa (15) y María Ester (12); Indalecio Martínez (66) y su mujer, María Martinez (65); Gerardo Lafuente (60), su mujer, Raimunda Merino (60) y sus hijos, Félix (11), Alejandor (7) y Ana María (14 meses); Hipolito Merino (64), su mujer, Brígida Laya (60), y sus hijos, Aurora (14), Maria Luisa (12), María del Pilar (9) y José Luis (18 meses); Pablo Lafuente (49) y su hermano Doroteo (44); y Juan Calleja (34). Son de un rincón de la sierra de Soria que no es ciudad, ni villa, y que puede ser un pueblo, un lugar, una aldea, una aldehuela, o, si se prefiere, un pródigio venturoso de hermandad.

enviado por Susagna Laya para soria-goig.com

¹ Crímenes y asesinatos en Soria

Comentario y fotos de Pere sobre Lería
Ermitas en Monte Real y la Villa: San Cabrás (Lería), blog de Idoubeda Etno
La Vega y Lería
Lería, de Faustino Calderón
Yanguas
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