Perdidos por los recovecos naturales de la cara Norte de las
sierras de Montes Claros, Alba y
Alcarama, aparecen pueblos eclipsados por el antiguo
esplendor mesteño de San Pedro Manrique. Enclaves que muestran en la actualidad apenas
unas casas de piedra abiertas, y unas calles sin niños. En lo que se llama ahora comarca
de Tierras Altas, y en su día conformó la Comunidad de Villa y Tierra de
San Pedro Manrique, la vida ha ido transcurriendo según han marcado las pautas de la trashumancia.
Y esta actividad se halla en fase de pasar a la historia. Tal es así, que a punto de
abrir sus puertas está el Museo Pastoril de Oncala. Cuando algo finaliza la categoría
de vivo, ya se sabe, se convierte en pieza de museo.
Y allí, formando parte de esa comarca, a escasos tres kilómetros uno del otro, los
lugares de Ventosa y Palacio, ambos con el apellido de San Pedro, todavía acogen a trece
habitantes el primero y nueve el segundo, más o menos, aunque esta expresión coloquial e
inexacta supone, para esta población, mermar o aumentar casi siempre lo primero- el
veinte o el treinta por ciento de los habitantes.
Además de la proximidad, la tradición de trashumantes, la altura 1.154 metros para
Ventosa y 1.174 para Palacio- y el apellido, comparten estos dos lugares el río Ventosa,
que nace en el alto de la Dehesa, a más de mil quinientos metros de altura y desemboca en
el Linares o Mayor para discurrir ya juntos por término de la villa sampedrana. Antes de
salir de nuestra provincia hacia La Rioja, este río alimentó en su día un buen número
de molinos harineros y sus aguas lavaron muchas ropas, muchas tripas para embutir con el
picadillo
o el
bodrio, y oyeron cantares y ocurrencias de las
gentes que habitaron una zona ya casi vaciada: Vea, Peñazcurna, Villarijo,
Armejún
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Rutas
de la Despoblación
Pero
también les une otra cosa más humana que la altitud y el río. En cada uno de estos dos
pueblecitos vive una señora de aquellas que, cuando recorremos la provincia, nos redimen
de tal manera que es necesario creer en la justicia distributiva.
En Ventosa reside
Marcelina y en Palacio, Mercedes y ellas fueron las que, con esa sencillez y generosidad
que da la tierra, el río, los animales, nos hicieron revivir, en sendas tardes, una
época reciente, pero ya inevitablemente perdida.
Mercedes Fernández Sáenz de Casas, entre ofrecimientos de que tomáramos algo, nos
sorprendió diciendo que todavía, en Palacio, dos vecinos se dedican a la trashumancia;
si tenemos en cuenta que son tres "las casas abiertas", el porcentaje es
esperanzador. Esa tarde Mercedes recordó para nosotros los juegos de su infancia, los
saltos de comba, la segala o esconderite, la afición de los hombres a la pelota a mano y
el pobre juego del caracol, que consistía, sencillamente, en intentar meter los caracoles
vacios por agujeros. Despiertos los chavales de la posguerra, con esa viveza que otorga la
necesidad de inventar sus propios juegos y distraer sus ocios, recuerda Mercedes, sobre
todo, el deseo de los chavales de la época de ir a charlar con los pobres que pernoctaban
en Palacio, sabedores de que llegaban de otros lugares, habían conocido a otras gentes y
podrían contarles sabrosas anécdotas. Se cobijaban estos pobres en casa del vecino que
tenía la cruz -la tenían unos ocho días cada vecino lo que da idea de la cantidad de
pobres que había por aquel entonces- y este vecino tenía la obligación de darles de
comer, generalmente sopas de ajo y torreznos. En otros pueblos de la provincia existían
las pobreras, cobertizos algo apartados del caserío y que servían de reunión de unos
vagamundos que se entretenían recitando los mandamientos del pobre y contándose
mutuamente los acontecimientos de su vida por esas tierras recorridas.
Después, con los años y mientras los hombres bajaban a extremo con los animales,
llegarían los
trasnochos en locales habilitados para ello, mientras cosían, tejían o hilaban.
Sin olvidar el horno común, otro lugar de reunión social de la época, mientras se
cocía el pan, las tortas de chicharrones o los roscos que todavía le cuelgan al santo en
las fiestas que celebran en su honor, el 24 de agosto, y que lucen orgullosos junto con el
ramo vestido con pañuelos.
Nos
acompañó Mercedes a visitar la iglesia, un edificio sencillo, de piedra, pero cuidado
con esmero por los pocos vecinos. El pequeño templo está dedicado a San Bartolomé, el
cual comparte recinto con una talla de la virgen que llaman "la Maristela", como
la del lejano pueblo de Espejón, un ara romana, un cuadro de San Serapio y un retablo
dorado donado por los Cuesta como nos dicen sus armas.
El Catastro de la Ensenada nos viene a decir algo más de este entrañable pueblo de
Palacio de San Pedro, para una época más remota, a finales del siglo XVIII. Entonces era
una aldea del Señorío del duque de Arcos como casi toda la zona- el cual percibía
los diezmos, alcabalas y pedido, impuestos todos ellos. Contaba con 32 vecinos 6 de
ellos viudas- que se repartían en 41 casas. No había pobres de solemnidad. El molino
harinero, de una rueda, pertenecía a la cofradía de las Ánimas, pero no funcionaba y en
el momento de contestar a las preguntas del funcionario, no existían rentas para poder
arreglarlo. Había mesón y taberna; esta funcionaba por adra. El Común tenía la
propiedad de la casa de juntas del Consejo, la fragua y una dehesa de secano. Además
contaban con panadería, médico, cura párroco y un tenedor de cordellates.
Más de ochenta animales para trabajar la tierra y casi cincuenta cerdos, tenían entre
todos los vecinos. Pero la riqueza estaba en el ganado lanar. Casi trescientas cincuenta
churras, alrededor de doscientas cabezas de cabrío y casi cuatro mil merinas.
Entre los vecinos destacaba don Bernardo Fernández, noble, y propietario de unas 1600
cabezas de ganado y cuatro casas. Y Francisco de la Cuesta, del estado general, pero gran
hacendado. Debió ser este señor De la Cuesta el propietario del palacio que da nombre al
pueblo y que todavía se mantiene en buen estado de conservación, con las armas en la
fachada. En la familia de este apellido se ha mantenido la edificación hasta hace unos
seis años. Y también en esta familia se mantiene el vizcondado de Burguillos. Tal vez
fue una historia entre la hija de un gran propietario de tierras y el noble, pues todavía
la vizcondesa viuda lleva ese apellido: Diodora Cuesta de Quirós. El actual vizconde es
Joaquín Murillo de Saavedra Cuesta y reside en Olivenza (Badajoz), algo frecuente en la
nobleza que ha estado relacionada con Soria. En Cáceres tienen casa los Abrantes y los
Camerana. Un vizconde de Burguillos, como nos afirmó el actual por teléfono, fundó la
capilla de la iglesia, donde están sus armas, pero no recordaba nada más de la historia
soriana.
Hasta despoblado en su término tiene Palacio, de nombre La Losa, del cual era, Palacio de
San Pedro, un barrio o anejo sito unos 300 m al Sur, como señala don Miguel Martínez en
una reseña histórica de San Pedro Manrique datada el 26-VI-1796, y recoge Gonzalo
Martínez en su libro "Las Comunidades de Villa y Tierra Castellana".
Como se ve, cualquier lugar, por pequeño que sea, tiene una historia tan grande como la
gente que lo habita.
También Ventosa de San Pedro fue del señorío del duque de Arcos, el cual percibía los
derechos de alcabala y pedido. Contaba con molino harinero de una sola muela. Y muy
parecido número de ganado: 360 churros, 230 cabrío y 3.500 merinas, las cuales pastaban
"en invierno en Estremadura y en verano a sus aventuras o aventureras". Era
mayor el número de casas habitadas, 70 y también algo más rico el Concejo: casa para
las Juntas, fragua, tierras, un prado de regadío por acequia, el aprovechamiento de las
rastrojeras y dehesa boyal. Contaba con mesón, panadería y taberna por adra. Y aquí sí
había pobres de solemnidad, seis. Tal vez por eso daban la caridad tres veces al año: el
día de la Santísima Trinidad, San Juan Bautista y San Roque.
Marcelina recordó también los juegos de su infancia, el esconderite, el
ratón y el gato, el jeroba, la afición al juego de pelota a mano de los hombres, el
bote-bote, el calderón y el pinga la coja. Nos explicó detenidamente la celebración de
las móndidas, que todavía celebran y que serán objeto de otro próximo trabajo.
Y algo más triste, referido al despoblado de Rabanera, muy próximo al pueblo, donde
todavía se conserva en pie la espadaña de la ermita y donde ocurrieron uno de tantos
hechos lamentables de la guerra civil: el asesinato de unos hombres de San Pedro Manrique.
Aunque, en el propio Ventosa, como diría Marcelina, "no se hizo sangre".
La
señora Marcelina
©
Isabel Goig
La
iglesia de Palacio de San Pedro
La ermita de Nuestra Señora de la Concepción, en Ventosa de San
Pedro
Móndidas de Ventosa de San Pedro, 2014
Mapa de la Sierra (145 KB)
(100kb,
incluye sendero GR 86)
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