SENDEROS IMAGINADOS

A Pie por Soria

Ruta Literaria
"Mi leyenda de la Laguna Negra"

Pedro Sanz

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  Tierras de Urbión

Pasear por los montes de Covaleda es una experiencia gratificante.

Covaleda

Existen varias rutas bellísimas, mal llamadas turísticas, que exigen ganas de andar y un buen morral. A mi juicio hay dos recorridos que son imprescindibles: el primero se trata de subir por el Muchachón a los Llanos, hasta alcanzar el Pico, que es como llamamos al Urbión: contemplar el paisaje de las dos vertientes que señala su nombre, llenarse de aire purísimo, bajar visitando las fuentes del Duero, las lagunas Larga y Helada, y dejarse caer por la cara más agreste de la Laguna Negra contemplando desde lo alto la tacita redonda y glaciar de esa laguna que, como dice la leyenda, no tiene fondo...

El otro, a pie llano, consiste en recorrer los parajes paradisiacos que van parejos al cauce del río Duero en la ruta que llaman "de puente a puente", esto es: desde el de Santo Domingo al Puente Soria, pasando por el Pozo San Millán (y contemplar los restos de una antigua necrópolis medieval con sepulturas antropomórficas), los Apretaderos (las hoces del Duero de una belleza extrema), el Refugio (lugar de solaz y descanso donde se halla enclavado el camping).


La Piedra AndaderaHay otros parajes que encierran leyendas y consejas mágicas como el de
La Piedra Andadera, de más de 10.000 arrobas; piedra que se apoyada sobre un vértice inestable y cuando se le empuja por un lado, se balancea.

O las cuevas del Tío Melitón que hablan de las faciendas de este bandolero que atemorizó el monte allá por los años 1850...

El tío Melitón

 

Mi leyenda de la Laguna Negra

 


La Laguna NegraA poco de llegar don Antonio Machado a Soria como profesor de francés, tuvo noticias de que por tierra de pinares había unos parajes espectaculares, naturaleza virgen, diametralmente opuestos al paisaje que había visto desde el tren, la sobria estepa soriana de la que luego se enamoraría tan profundamente.
Sus amigos del Círculo enseguida organizaron una excursión a los montes de Covaleda al objeto de ver in situ la Laguna Negra, esa bella desconocida de la que se contaban un montón de leyendas. Tomaron unas caballerías y por el antiguo camino de la Muedra (hoy pantano) se adentraron, Duero arriba, hasta llegar a mi pueblo. Hicieron noche en la posada, contrataron a algún pastor como guía de monte, y dispusieron que a la mañana siguiente subirían por el Becedo hasta los farallones de la laguna para gozar de un día de solaz. Total, unas cuatro horas de camino. Al amor de la lumbre —era el tardío—, seguramente hablaron de la laguna, y el pastor les iría contando las leyendas que corren por el pueblo en torno a ella: que sus aguas son negras porque es insondable, que está poblada por seres monstruosos, que cualquiera que se atreva a violarla es objeto de una condena fulminante y voraz...
¿Qué más necesitaba don Antonio, poeta, para avivar su imaginación? No es extraño, pues, que en sus poemas aparezca luego la Laguna Negra con ese halo mágico que encierra por no tener fondo, y que la convierta en tumba eterna del padre de los malvados hijos en La tierra de Alvargonzález.

Antonio Machado y La Tierra de Alvargonzález en SENDEROS IMAGINADOS


La Laguna de UrbiónEntre las gentes de Covaleda siempre se ha alimentado la leyenda de que la Laguna Negra tiene mucho de misteriosa e impenetrable. Y es bonito que así sea; precisamente éste es uno de sus encantos, aparte de su belleza natural.

Una mañana de verano, de las muchas que acompañé a mi abuelo por las faldas del Urbión en busca de pastos frescos por culpa del estío, nos llegamos a los parajes de la laguna. Mientras las cabras ramoneaban por los altos, nos acercamos a la ribera donde las aguas reposaban calmas y oscuras, casi negras.

—Oye, Chiquito, ¿sabes que esta laguna no tiene fondo? —me dijo él mientras señalaba con la cachava el óvalo perfecto que forma la laguna glaciar.
Yo me quedé pasmado mientras me imaginaba un agujero profundo que llegara a las inmediaciones del centro de la tierra, es decir: a las puertas del Infierno, y observaba con inquietud aquella masa azul-oscura que reflejaba como un gigantesco espejo las nubes del cielo.

—Por eso se llama negra, ¿lo sabías? ¿Y sabes, también, que dentro hay unos bichos tan grandes que son capaces de devorar una cabra en menos de lo que canta un gallo si cae en ella?

—¡Ostras!

Consiguió que me asustara de verdad. Di un salto y me aparté instintivamente del borde de aquellas aguas oscuras, traicioneras, al tiempo que me venía a la cabeza la figura horrorosa del Demonio tal como lo había visto dibujado en el Catecismo Escolar.

—Y cuentan de un pastor —siguió hablando mi abuelo que quería impresionarme de una vez por todas— que arrojó un carnero atado por los cuernos al centro de la laguna, y al cabo de cinco minutos sólo sacó los cuernos mondos y lirondos colgando de la cuerda.
Enseguida hice mis cálculos y deduje que un chaval como yo sólo duraría unos pocos segundos en las fauces de estos monstruos caso de caer al agua..., así que eran lógicos mi prevención y mi alejamiento de la orilla.
Y ahí quedó en mi subconsciente le leyenda de la Laguna Negra.
Pasó el tiempo. Mi abuelo murió. Yo hacía años que al pueblo sólo volvía en verano, de vacaciones, y lo primero que hacía al día siguiente de mi llegada era lanzarme monte arriba a empaparme de soledad y naturaleza salvaje. Lógicamente volvía a mis querencias de niño, a ver las aguas de la laguna que para mí seguían siendo vírgenes e intocables. Tenía muy presentes las leyendas que me contara mi abuelo y un cierto respeto por ellas.
Cuando conocí la obra de don Antonio Machado y gocé de sus versos, descubrí que cada vez que leía el poema de La tierra de Alvargonzález reavivaba aquellos sueños que mi abuelo sembró en mi imaginación cuando niño, ahora ya matizados por los años.

Y pasó lo que tenía que pasar. Un día, me armé de valor, pan, chorizo, buen calzado y el perro. Era una mañana preciosa de julio, ideal para caminar; me lancé monte arriba con la intención de llegarme hasta los cantiles de la laguna, paraje que aunque había visto tantas veces, siempre me sorprendía como si fuera nuevo; digo yo que lo mágico de la laguna debe de ser eso precisamente: que siempre parece distinta aunque siempre sea la misma.
Cuando el sol estaba ya alto, me asomé por los roquedales que envuelven las aguas y me sorprendió ver gente en los alrededores de la laguna que parecía estar anotando y midiendo el relieve del contorno con un teodolito. Pensé: «Estarán tomando medidas para trazar algún plano». Y me fui hasta ellos. Lo más sorprendente del caso es que había dos individuos en una lancha neumática lanzando una especie de cuerda con nudos y una pesa, que les servía para ir midiendo la profundidad del fondo. ¡Estaban sondando la laguna!
El Sultán y yo estuvimos contemplando toda la operación discretamente subidos a una roca, y cuando vimos que empezaban a recoger los bártulos nos acercamos hasta donde estaban los que medían el fondo:

—¿Me permiten que les haga una pregunta?

Ellos me miraron con una cierta sorpresa...
(Dicen los libros sagrados que el pecado original vino por la curiosidad de Eva que no pudo soportar ver una culebra con una manzana en la boca y preguntó lo que no debía).

—Tengo una gran curiosidad por saber cuánto mide de profundo la laguna..., porque hay una leyenda que dice...

—¡Ah, sí!, eso de que no tiene fondo... —El capataz me miró con un poco de compasión—. Pues siento decepcionarte, joven, pero...

Según me miraba el hombre aquel sentí como un aldabonazo en la conciencia que me hizo reflexionar («¿Pero qué estás haciendo, insensato? ¿Quieres llevar eternamente sobre ti el baldón de desvelar el misterio? ¿Quieres destruir la leyenda?») Reaccioné a tiempo:

—Vale, perdone, gracias, no, no me diga nada. Prefiero no saberlo. Adiós.

Y nos alejamos de aquellos buenos hombres, empleados de ICONA, como de la peste, porque ellos buscaban hacer una mapa de la laguna, mientras que yo necesitaba salvar el misterio.

—¿Sabes cuánto mide en lo más profundo? —me dijo uno de ellos a voces cuando ya escalaba por las escarpaduras de la ladera norte.

Me volví como fulminado por un rayo:

—¡No, ni me interesa! ¿No sabes lo que significa insondable? ¡Vámonos, Sultán!

Hasta hoy.

© Pedro Sanz Lallana
Pedro Sanz

 

Covaleda

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