A Jesús de Miguel
El pinar, el monte, la dehesa, las eras, el pueblo,
la iglesia... Sí éste era el final del trayecto de tu vuelta a casa para
visitar a los tuyos. A visitar también al pueblo que te vio nacer, al
pequeño hogar de tu infancia donde los sueños y la vida son infinitos.
Y allí , sentado en el umbral de tu casa,
vislumbrabas los amplios horizontes, las llanuras castellanas. En Semana
Santa mirabas los barbechos rojizos enfrentados a los verdes sembrados
primaverales. Y después en el estío contemplabas la dorada mies
ofreciéndose, con la cabeza inclinada, como alimento de tus convecinos.
El sudor de los labriegos detrás de las mulas
arando los campos o acarreando los haces de cereal. Las caras curtidas
de los hombres y mujeres. El pulular y los gritos alegres de los niños.
“Tres navíos en el mar...” Los corazones ahítos de sueños de los
adolescentes y de los jóvenes.. El cantar de los “niños-pastores” y de
los labriegos alegrando los campos.
La siega , el acarreo, la trilla... Las madres y
hermanas subiendo el agua de la fuente con el burro y las aguaderas o
los niños corriendo cuesta abajo por “ la carrera la fuente” con los
botijos. Las mujeres y las mozas con el balde a la cabeza ...
Y en agosto , el rastrojo dispuesto para que lo
invadieran los rebaños. Los tiros de los cazadores en “la Virgen”
anunciando que toda la mies estaba ya en la era.
El campo había cambiado su color destacando ahora
los blanquecinos rastrojos al lado de los cálidos barbechos .
Pero el río , aunque pequeño y sombrío, y el
verdor de los huertos y de la vega, ofrecían todavía una estampa de
frescor a las orillas del pueblo.
Los chopos con la sombra y la música de sus hojas
acompañaban esta refrescante imagen.
Todo esto y muchas cosas más es lo que tú, Jesús,
parecías demostrar que es lo que añorabas de tu pueblo.
Querías a tu aldea, pero era tan pequeña que no
pudo ofrecerte algo con lo que ganar y llenar tu vida.
Tú habías pasado parte de tu niñez y adolescencia
en el seminario, ( uno más de tantos niños que el clero, aprovechando
la pobreza de aquella época , casi arrebataba a sus padres , al no
tener estos otros medios para dar cultura a sus hijos). Pero pronto te
diste cuenta que aquello no iba con tus deseos. Así pues en tu primera
juventud te fuiste a la capital del país en busca de otros caminos y
otras formas de vida.
Y allí, simultaneando el trabajo con los estudios y
a base sacrificios y esfuerzos, conseguiste el título de periodista.
Pero no por eso dejaste de volver a tu pueblo , a
la Ventosa de Fuentepinilla, a ver a tu familia y a pasear por sus
calles y sus caminos..
Y cuando tus padres te dijeron adios, seguiste
visitándonos, mayormente en los veranos.
Recuerdo, como un soplo de fresca brisa , tus
saludos fraternales y tus palabras cariñosas dirigidas a cada una de las
personas que encontrabas, daba igual que fueran grandes o pequeñas, tus
palabras sabían adaptarse a todos.
Te recuerdo como una persona campechana, cariñosa,
afable, animosa con todos. Todos eran igual para ti en tu alma de hombre
bueno, al estilo que cantaba Machado.
Congelaste con tus fotografías todas las estampas
de tu pueblo en la época de los sesenta . Fotos que hablan de unas
personas, de unos trabajos, de una época en un pequeño pueblo soriano.
Estos recuerdos jamás hubieran sido posibles sin tu
ilusión y arte en la fotografía.
Y en estos últimos años, con tu descubrimiento de
los pinceles y del color, gravaste estas escenas en tus cuadros.
¡Qué importante la Ventosa ese verano! Todos los
que allí vivían y los que habíamos emigrado, fuimos visitando día a día
tu exposición de pintura y de fotografías, en la que te acompañaron ,
Emiliano del Rincón con sus poesías y José con sus trabajos artesanales.
Tú , Jesús habías logrado aquello a pesar de que la
enfermedad te había limitado las fuerzas. No solo tus fotos y tus
pinturas, también nos has dejado pequeñas historias escritas que nos han
permitido conocer detalles sobre costumbres y anécdotas del pueblo y de
nuestras familias.
Pero como de tantos hombres y mujeres buenos,
alguien estaba celoso de tenerte aquí abajo entre nosotros. Y ese ente,
no quiso que envejecieras y te llamó por segunda vez: “El cartero
siempre llama dos veces”...Y tú cuando sentiste la segunda llamada, la
aceptaste con humildad , pero con valentía y dignidad luchando con todas
tus fuerzas y manteniendo tu ilusión por la vida.
Y así conseguiste que tu despedida, aunque larga y
dolorosa para ti, pasase más desapercibida. Tú y Pilar, tu compañera y
esposa, conseguisteis que tu marcha fuera así de natural.
Cuando te vi la última vez, creí ver que la muerte
y tú ya estabais jugando la última partida de ajedrez y que ella te
había preparado un jaque mate. Pero aún te resististe y le hiciste sudar
un poco hasta conseguirlo.
La serenidad que tenías, quizá me equivoque, pero
me hizo suponer que habías hecho tuyo el lema de que vivir no es si no
un caminar hacia la muerte como ya escribiera Jorge Manrique.
Tu camino se terminaba, tú lo sabías , y “ la dama
del alba” era ya tu compañera inseparable, aunque intentaste mantenerla
a una cierta distancia. Pero ella ya te había elegido, le gustan las
almas nobles y no te quiso perder.
Y como colofón y coherencia con tu andar en la
vida, quisiste que tu cuerpo regresara a descansar al mismo punto de
donde había partido.
Que tu espíritu sobrevuele por tu pueblo y por sus
paisajes y si puedes escuchar estas palabras, que sepas que algunas
personas de las que te conocieron admiraron tu talante , tu sencillez y
tu amor hacia la tierra que te vio nacer.
M.
D. G.
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