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Soria Pueblo a
Pueblo
Almenar
por Pedro Sanz Lallana
© Textos y
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Para un niño como yo, el salir de la frondosidad de
Covaleda y llegar a la estepa soriana de Almenar era como ir a
otro mundo. Aquí todo me parecía ancho, sin límites, sin árboles, de color dorado.
Esta misma impresión de campo abierto debieron tener los pobladores que llegaron siglos
antes que yo, porque estas tierras, buenas de panllevar, han sido codiciadas desde la más
remota historia por ser cruce obligado de caminos entre la meseta castellana y el valle
del Ebro. Pero fueron los árabes los que mayor huella dejaron en ellas desde que sentaron
sus reales, se fortificaron con almenas y decidieron vivir durante dos siglos a caballo
entre Calatayud y San Esteban, dos formidables plazas fuertes moras.
Almenar, "lugar de luminarias en almenas", extremadura soriana, tierra
conquistada donde los cristianos extremeros hubieron de sufrir frecuentes algaradas
sarracenas provenientes del sur, ha quedado en cantares de gesta tan famosos como el de
los Infantes de Lara y en los romances que nacieron de él. Un ejemplo:
Saliendo de
Canicosa por el val de Arabiana donde don Rodrigo espera los hijos de la su hermana, por el campo de Almenar ven venir gran compaña... ¡Muera, muera van diciendo los siete Infantes de Lara!
Tierra
hermanada con los Campos de Gómara, hoy desgraciadamente semi despoblada.
Tierra que me evoca recuerdos de días de siega, de ir a por cangrejos al Rituerto que
pasa refrescando la vega; de jugar a reyes y princesas en los torreones del castillo, o
asomarnos por el ventanuco de la ermita para ver el cofre del cautivo atestado de cadenas,
que en un sueño nos llevaba a tierras de Argel en inverso camino al tomado por el de
Peroniel, que vino volando en su fondo como nos cuenta el milagro de la Virgen...
Y los olores que guardan muchos de aquellos rincones: a humo de roble en el antiguo hogar
de mis abuelos; a pan candeal la tahona que todavía hoy nos sigue regalando con hogazas y
pastas hechas como antaño: amasadas con paciencia y amor. Olor a la
*parva
de las eras,
a estiércol caliente de las cuadras, al verdor de la vega... Y la fuente frente a casa,
que me parecía enorme, siempre manando, siempre fresca...
La ermita (levantada en 1760) y el castillo (del siglo XV sobre restos de otro anterior)
se reparten por igual los curiosos que se acercan al pueblo: aquélla por guardar la
imagen de una virgen levemente morena, tal vez templaria: la Virgen de Lallana (que nos
presta su apellido), milagrera y venerada en todo el contorno:
Maño si vas a
Castilla
y pasas por Almenar,
a la Virgen de Lallana
no la dejes de rezar",
Ermita
de la Virgen de la Llana
Y el
castillo, hoy habitado que se puede visitar, fue
antaño albergue de personajes tan ilustres como los reyes don Carlos II, Felipe V y
María Luisa de Saboya en tiempos de esplendor; luego vino la decadencia y la ruina;
después una lenta reconstrucción; se precia de haber sido cuna de Leonor, musa y esposa
de don Antonio Machado.
Digamos que la Virgen es un punto de referencia permanente en la historia de Almenar,
objeto de fiestas patronales, protagonista de leyendas, oidora de las quejas de los fieles
y receptora de exvotos agradecidos que adornan las paredes de la ermita.
Virgen de
Lallana hermosa,
¿qué has hecho que te has dormido,
que han entrado los franceses
por el alto del Cubillo?
le dijeron en coplas cuando llegó el atropello napoleónico que arrasó
nuestra tierra.
Hoy todo queda en un pasado de añoranzas, aunque sigue fiel a la tierra
un resto de vecinos en torno a la iglesia de San Pedro (s. XVIII) y a la plazoleta con
crucero que en su día debió ser picota, porque Almenar es villa, y cuando les pregunto a
los mayores sobre tiempos pasados, me dicen con asombro: ¿O sea, que tú eres nieto de
la Fernanda? ¡Y qué mujer más buena que era!
Hay gente que dice no tener pueblo, pero a mi me cabe la suerte de
pertenecer a dos, y uno de ellos es Almenar.
© Pedro Sanz
Lallana
Ermita de la Virgen de la Llana
Isabel
Goig
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El Cautivo de
Peroniel
(Leyenda
que comparten Almenar y Peroniel del Campo)
Allá en el siglo
XV, un vecino del pueblecito soriano de Peroniel, llamado Manuel
Martínez, volvía satisfecho de luchar contra los musulmanes y con
grandes deseos de llegar a su pueblo, para reunirse con su familia y
narrar sus aventuras a los convecinos. Mas tuvo la mala fortuna de que
en el camino se encontró con unos corsarios, los cuales le hicieron
prisionero y le condujeron a donde tantos otros cautivos soportaban
una vida mísera de esclavos: a Argel.
Allí, al servicio
de los moros, iban pasando años de vida triste para el pobre Manuel.
Cada día recordaba con más nostalgia a su mujer; a sus pequeños, que
ya estarían crecidos, y sobre todo, aumentaba en él la devoción a la
Virgen de la Llana, y verdaderamente obsesionado, de cuando en cuando
pronunciaba su nombre.
Durante el día se
dedicaba a las más penosas tareas: ya araba la tierra, ya abría
canalillos por donde el agua corriese, o ya, uncido como una bestia,
daba vueltas a la noria.
Llegó un día en
que los moros quisieron saber qué significaba el nombre de Llana, que
tan a menudo repetía el esclavo cristiano. Pensaron si sería el de su
mujer, alguna hija, o el de su pueblo, pero al saber que se trataba de
una Virgen, hicieron todavía más dura la vida del pobre esclavo: fue
más penosa su labor, más escasa su ración y más severa la vigilancia:
tanto, que por la noche dormía metido en un arca, sujeto con gruesas
cadenas de hierro, y para mayor seguridad, sobre la tapa del arca se
acostaba un moro.
Enternecida la
Virgen de la Llana por las súplicas constantes del desdichado cautivo
de Peroniel, la noche de vísperas de Pascua de Pentecostés, cuando,
como de costumbre, descansaban en el arca el cristiano y el moro, hizo
que el arca se elevase, y transportada milagrosamente por el aire,
llegó a la ermita de la Virgen de la Llana, y en ella hizo su
extraordinaria aparición precisamente cuando los fieles se disponían a
celebrar la Pascua.
El júbilo sentido
por los vecinos de Peroniel, así como por los del cercano de Almenar,
fue grande, y para tan milagroso acto pintaron en la ermita un ángel
que transportaba un arca por cuya abertura se ve atado con cadenas a
Manuel Martínez. El segundo día de Pascua de Pentecostés sigue
celebrándose este feliz acontecimiento.
Peroniel
del Campo
M. Ibo Alfaro,
en "Leyendas de Soria" |
Una Leyenda que me contó mi madre
Éste era un buen
parroquiano que veía con desolación cómo año tras año su yegua, a la
hora de parir, siempre malograba la cría. ¡No puede ser que
todas nazcan muertas!, exclamaba el hombre llevado de una amargura
infinita. Y maldecía su suerte porque un buen potro era una fuente
segura de ingresos en la feria de Gómara.
Su mujer, piadosa
y más razonadora, le dio una solución entre tanto desespero: Si te
encomendaras a la Virgen de Lallana en lugar de blasfemar... El
labrador la miró, se rascó las púas de la barba y tras sopesar la
recomendación pensó que lo de su mujer no tenía arreglo.
El camino que
bordea las eras del pueblo desemboca en los aledaños de la ermita. Un
día que iba con la yegua a trabajar unas yugadas de tierra que tenía
en la loma de arriba, se cruzó con el cura que venía de decir misa y
le saludó: Con Dios, señor cura... Y él le respondió: Y con
la Virgen Santísima, Blas. Siguió su camino y aquel saludo le hizo
recordar la sugerencia de su mujer: Si te encomendaras... No
creía que fuera posible que la Virgen curara a su yegua, pero por
probar no perdía nada. Se quitó la boina, se plantó en jarras y dijo
bien alto para que la voz pasara los muros de la ermita: Virgen de
Lallana, si este año parimos con bien, te regalo lo que venga.
Se sacudió las manos como si hubiera cerrado un trato, se caló la
boina, arreo hacia las tierras y poco después se olvidó de la promesa.
Pasó un año. La
yegua quedó preñada. A su hora parió un potranco precioso que pronto
empezó a chospar por los rasos de las eras, no lejos de la ermita...
Era negro, cuatralbo y estrellado: una pequeña maravilla. Enseguida
pensó que en Gómara sacaría unos buenos duros con sólo verle la
estampa.
La feria, además
de los tratos y regateos, era el lugar ideal para encontrarse con
viejos amigos de pueblos vecinos, comer recio y tentar la bota.
Nuestro hombre se levantó temprano. Camisa blanca, albarcas con
pedugas de lana, pantalón de pana, boina nueva y cachava. Aparejó la
yegua y dejó al potro que viniera detrás siguiendo a la madre. Tomó el
camino para ir al atajo que le llevaba a la carretera de Gómara,
caballero a la jineta, haciendo cálculos sobre los avatares de la
feria que se le prometía gananciosa. De golpe, la yegua que se clava
de patas justo a la altura de la entrada de la ermita cabeceando con
insistencia. Le azuzó los ijares, tiró de la brida, pero que si
quieres... Blas empezó a soltar tacos con aquella boca pecadora que
tenía más negra que los calzones de Pedro Botero (alias del
Diablo), máxime cuando se dio cuenta de que el potro había
desaparecido sin dejar rastro.
Nuestro paisano se
rascó la barba, descabalgó y entre palabrotas y maldiciones se acercó
a la ermita en busca del animal. Nada más asomar la nariz por la
puerta, allí lo vio, tumbado junto al altar. Trató de sacarlo por los
buenas, con palabras cariñosas: pero nada, ni se movía. Lo intentó por
las malas, a empujones, y tampoco. En el colmo de su desesperación, le
vino una luz, seguramente dada por la Virgen que le estaba observando
desde lo alto de su camarín, y recordó la promesa que hiciera un año
antes a propósito de aquel precioso potrillo.
Miró a la Virgen,
se quitó la boina, volvió a rascarse la barba y no le quedó más
remedio que darse por vencido: De acuerdo, Tú ganas: el dinero que
saque de la venta, se lo daré al santero...
Terminar de decir
aquello y el animal salió con un trotecito juguetón en busca de su
madre que pacía tranquilamente fuera. Ya en el quicio de la puerta,
nuestro hombre se volvió y le dijo tal como lo sentía: ¡Virgen de
Lallana, bien curas, pero bien te cobras! Y se fue cariacontecido
camino de Gómara.
© Pedro Sanz
Lallana |
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Los ojos verdes
(Leyenda de Gustavo Adolfo Bécquer en
Cervantes Virtual)
Esta leyenda está
ambientada en las inmediaciones de Almenar y tiene como protagonista a
Fernando de Argensola, el primogénito de Almenar.
Leyendas
y
Tradiciones por Ángel Almazán
Almenar,
en el blog de Juan Carlos Menéndez
Almenar de Soria - caminosoria.com
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