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Un año
más, y van muchos, los hombres y mujeres de Tierras Altas nos regalan
unas actividades hechas con mucho cariño y mucho interés. En los pueblos
de las sierras del Alba, de la Alcarama, de San Miguel, esas tierras de
la Trashumancia, duras y amables, severas y acogedoras, cada otoño los
pocos habitantes que van quedando, se unen para que cada actividad sea
lo suficientemente atractiva para recibir a quienes nos acercamos para
conocer cómo vivían hace cuatro días, como quien dice.
En
Yanguas capturaron, anillaron y avistaron aves. El horno comunal lo
encendieron en Valtajeros, Vizmanos, Los Campos y Cerbón. Han elaborado
productos de matanza en Villar del Río y Fuentes de Magaña. En San Pedro
Manrique tuvieron lugar las jornadas micológicas además de una jornada
de escabechados. En Castilfrío de la Sierra visitaron el castro y
despidieron a los pastores que marchaban al Sur. Muy cerca, en
Carrascosa de la Sierra, excursionaron hasta el dolmen. Han hecho
rosquillas en Magaña. Migas en Santa Cruz de Yanguas y Aldealices y
centros de acebo en Magaña, Santa Cruz de Yanguas y Aldealices.
El
domingo 7 de octubre, coincidiendo con la fiesta patronal, en Valtajeros
encendieron el horno. El matrimonio formado por Sandro Imbriani y María
Martina Calvo, panaderos que fueron de San Pedro Manrique durante muchos
años, cocieron pan, empanadas, bollos de chorizo y tortas de
chicharrones deliciosas, pero cuyos ingredientes es imposible sacar a
Martina ni en secreto de confesión. Más suerte tuvimos con Nati
Domínguez Cuesta para sus sobadillos: 2 kilos de harina, 800 gramos de
manteca de cerdo, 400 gramos de azúcar, un buen chorro de moscatel y
tres huevos. El horno a 200º y al sacarlos, rebozarlos en azúcar.
Rosa,
la hermana del alcalde, nos acompañó a la zona del pueblo que no
conocíamos, donde se ubica el lavadero, restaurado como el horno. Su
madre nos enseñó la hoy casa familiar, donde en su día se ubicó la
tienda y el bar, y que conservan respetando tanto la arquitectura como
el mobiliario original.
La
palma se la llevó el pueblo serrano de Oncala. Dice la prensa que fueron
unas dos mil personas, pero mi amigo José Mari Carrascosa cree que
muchos más, y yo también. No se podía caminar, las calles abarrotadas
como la Gran Vía madrileña en hora punta. Y Oncala, vestido de gala,
hermoso, mostrando su forma de vida, sus oficios en los umbrales de las
casas. Sastre, lavanderas, planchadoras, carpinteros..., y un grupo de
mujeres haciendo trasnochos, otro de muchachas vendiendo verdura. Una
emoción para quienes amamos el mundo rural y sabemos que ya sólo es
posible verlo como muestra etnográfica gracias a la voluntad de los
habitantes.
Al caer
la noche, con la silueta de la iglesia de San Millán dominando desde
arriba, el Belén viviente puso broche a las tres jornadas oncalesas de
la Feria del Acebo.
Felicidades a los bravos oncaleses, residentes y quienes se marcharon y
vuelven para arrimar el hombro. Y a la Mancomunidad de Tierras Altas.