"Ni hai quejiton, ni pesadumbre,/que sepa, amigo,
nadar;/
todas se ahogan en vino,/todas se atascan en pan".
Proverbio antiguo
"El vino de Langa no se sube a
la cabeza, y permite ingerir considerables cantidades sin que se trastorne la crítica de
la razón pura".
Juan Antonio Gaya Nuño. "El santero de San Saturio".
El vino y el mito
En qué momento de la Historia un humano se percató de
que el fruto de la vid en estado salvaje- fermentaba, cambiaba de aspecto y
producía una sensación de euforia, es algo perteneciente al mundo de la especulación. Y
al de la mitología se deben achacar las leyendas de Baco, el dios del vino. Nos han
transmitido que fue Sileno, quien se embriagaba con frecuencia, el encargado de alimentar
a ese hijo de Mercurio o Pan y de una ninfa, según unos y de Júpiter, Nilo o Caprio,
según otros. Llegaría a Sileno algo crecidito, pues parece ser que en su más tierna
infancia fue cuidado por ninfas. Con el tiempo, nuestros antepasados en esta tierra, tan
aficionados a la idolatría, les inmolaban la picaza porque el vino hace indiscreto, el
macho cabrío porque destruye los vástagos de la vid, la liebre porque destruye el
viñedo. Era propicio Baco a todas las aves excepto al mochuelo, porque según se decía
sus huevos tenían la virtud de hacer aborrecer el vino a los niños que los comían.
Según algunos autores Baco habría engendrado a Estafilo en Erigona engañándola bajo la
forma de un racimo de uvas. Y sería Estafilo, pastor del rey Enéo, quien observó que
una de las cabras llegaba siempre más tarde y más alegre que las demás; la siguió y la
encontró en un paraje comiendo uvas, fruto cuyo uso era desconocido hasta entonces;
Estafilo llevó las uvas al rey y este fabricó vino. La mitología pasa por alto a
Estafilo y otorga a su padre, Baco, la categoría del dios del vino y en su honor
celebraban las bacantes y las vindemiale, para algunos fiestas disolutas, para otros
deliciosas.
Los
egipcios atribuían el nacimiento de las viñas a la sangre de los gigantes, causa
principal del furor que inspira la embriaguez. Hammurabi, el rey justo y filósofo de
Babilonia ya daba al vino la importancia debida, tal y como se recoge en su conocido
Código, compendio de leyes que han llegado a nuestros días, en escritura cuneiforme
sobre una piedra de diorita. En él se condenaba a la tabernera que aguara el vino a morir
ahogada.
Dicen
que el primer vino que probaron los galos fue llegado desde Roma y que algunos galos
ricos, pronto aficionados a él, llegaron a cambiar un esclavo por una medida de vino, sin
que se sepa muy bien la capacidad de esa medida. La excitación provocada por la nueva
bebida llegó a tal grado que algunos jefes de tribu, en especial en el Norte del país,
tomaron cartas en el asunto prohibiéndola ya que les perturbaba la razón y les hacía en
exceso locuaces. Los galos aclimataron la viña para estupor de los romanos, quienes no
creían que pudieran crecer en tan altas latitudes. Con el tiempo llegaron a conseguir tan
buenos caldos, que los propios romanos fueron sus mejores clientes.
Para el
mundo cristiano el instante en que Jesucristo alza el cáliz diciendo "bebed porque
esta es mi sangre", supuso la consagración del vino como bebida espiritual y de
comunión entre todos los seguidores de una religión que llegaría a ser con el tiempo
líder entre las religiones. El recipiente alzado por Cristo en la última cena, ante sus
más fieles seguidores el Grial- daría origen a un sinfín de leyendas que todavía
sirven de base a un género literario. Aunque en verdad, ya antes de esa cena, Jesucristo,
a instancias de su madre, se había encargado de otorgar al vino especial calidad al
convertir el agua en las bodas de Canaán. Serían religiosos, los monjes del Císter,
desde las grandes abadías y sus tierras, los que se ocuparon de extender el cultivo de la
vid, ellos mismos plantarían las primeras cepas en la península ibérica, primero en la
ribera del Ebro, luego extendiéndose por la del Duero. En el siglo XIV, a consecuencia de
la peste negra, se abandonaron, se volverían a trabajar por parte de los monasterios
hasta la Desamortización, fecha en la cual las viñas pasaron a manos de nobles y
burgueses enriquecidos y el sentido simbólico del vino aunque la utilización no lo
fuera- se perdió en beneficio del puramente económico. Después, tal vez los dioses,
enfadados por el mal uso de lo que había sido durante siglos bebida espirituosa y
simbólica, enviaron una plaga de filoxera que atacó la vid con tal virulencia que se
perdieron para siempre grandes extensiones de viñas. Esta enfermedad, procedente de
América, no atacaba sus propias vides y preferían otras de corteza menos gruesa y por
tanto más vulnerable.
En los monasterios, los monjes, completamente convencidos
de que el vino era una bebida necesaria para el espíritu, llegada directamente de
Jesucristo, vehículo de contacto entre la vida terrenal y la otra, bebían el vino
incluso en los días de ayuno. "El trago del franciscano" se llama al último
sorbo del vaso guardado celosamente para después del postre a fin de que sea el último
sabor que al comensal le queda en la boca. En un facsímil publicado en 1980 sobre un
estudio sobre apellidos castellanos, de José Godoy Alcántara, (1825-1875), el último
capítulo está dedicado "sobre el uso de beber vino en la Edad Media". En él
se dice que en la religión benedictina era costumbre abstenerse de vino el viernes santo,
excepto en el monasterio de Silos, ya que un año, al verter el agua en los vasos se
convirtió en vino, lo cual fue interpretado como voluntad divina que tal día "no se
privasen de aquel consuelo".
También
los clérigos, estuviesen o no entre paredes monacales, daban buena cuenta del vino.
Algunos, en sus testamentos, además de mandas para cera, misas, capellanías, dejaban
instituidos aniversarios por su memoria en los cuales debía libarse vino. En el libro
arriba mencionado se transcribe parte de una manda del canónigo Arnaldo de Corbin; al
año debían reunirse sus deudos y beber vino en abundancia acompañado de gallinas,
perdices y pan. Otra manda, de una abadesa, ordena que el convento de San Miguel de
Villamayor, para su aniversario "aya el convento pitanza de pan e vino, meiorado, e
queso, e manteca del comunal
".
Es
evidente que desde siempre, desde el descubrimiento de la fermentación de la uva, se
consume vino, en abundancia muchas veces. La historia más pequeña, esa todavía
durmiente en los archivos, nos lo ofrece en forma de documentos casi insignificantes, casi
inadvertidos. Y la otra Historia también, aunque sea por defecto. Por ejemplo, no se
decía quién bebía pero sí quién no lo hacía, tal era la costumbre. En el caso de la
reina Isabel la Católica, sus biógrafos decían de ella "no bebía vino", o
"fue abstemia, que vulgarmente decimos aguada; la cual no solamente no bebió
vino, más aún no lo gustó jamas".
Vino
bebían desde los reyes y nobles hasta los más pobres, pasando por las demás clases
sociales entre las dos intercaladas. En las hospederías públicas de pobres y peregrinos,
en las tabernas
Concretamente en Soria existía en algunas lo que llamaban
"vino de cortinillas". Ignoro el porqué del nombre. Se trataba de los posos
dejados en los vasos, concentrados todos en jarras de barro y vendido a mitad de precio
para los pobres y menesterosos. No se trataba de un ardid de bodegueros, sino asumido y
aceptado por los propios consumidores de ese vino de cortinillas. Por eso no entiendo bien
ese consejo de la señora empielada y beatona cuando, a la salida de la iglesia, entregaba
la monedilla al pobre: "no se lo gaste en vino".
En
"El banquete", de Platón, reunidos en casa de Agatón y en cuanto llega
Sócrates, acuerdan los comensales "beber con moderación, despedir a la flautista y
entablar una conversación". Iban a hablar de amor y para ello nada mejor que antes
haber libado con moderación ese fruto dorado o carmesí ofrecido por la tierra y
fermentado.
El vino
y las ordenanzas
"Vino, vinazo, vinacha, morapio", como lo llama
Gaya Nuño en su "Santero
", y de él dice también que se bebe en todos
los bajos de Soria, que lo traen en carros desde Valdepeñas en Castilla y Lumpiaque en
Aragón. Debía pasar este vino por Escobosa de Almazán, donde un hermoso manantial
recubierto de buena piedra sillar recibe el nombre de "Fuente de Mediovino"
los vecinos, guasones, dicen "con dos caños, uno de agua y otro de vino"-
y es tradición que el nombre se debe al paso de los aragoneses quienes transportaban en
carros los cueros de vino y que al llegar a ese manadero paraban para aliviarlo de grados.
Por allí pasaría en vino en bocoyes, para luego ser guardado en el barral, como llaman
al recipiente en Añavieja, o en el boto de pellejo, o en la corambre o en la pelleja, de
piel de cabra, donde lo conservan en Alcozar.
Y ya que
decimos algo sobre aguar el vino, es inevitable recordar al gran Francisco de Quevedo, el
cual, tanto en "El sueño del Juicio Final", como en "El sueño del
infierno", arremete contra los taberneros poniendo en boca del mismísimo Diablo,
cuando se percata de que los taberneros andan por el infierno sueltos, como Perico por su
casa "Y les abrimos las puertas. Que no hay porqué temer que se irán del infierno
gente que hace en el mundo tantas diligencias por venir. Fuera de que los taberneros
trasplantados acá, en tres meses son tan diablos como nosotros. Tenemos solo cuenta de
que no lleguen al fuego de los otros, porque no lo agüen".
En Soria
hubo muchas viñas, pero la filoxera hizo estragos. Y también la despoblación. En la
zona rayana con Aragón se abandonaron por falta de mano de obra; quedan algunas, pero
pocas. De aquél pasado esplendoroso ha llegado el recuerdo de gran cantidad de alambiques
para la fabricación de aguardiente en Deza, bodeguillas en Carabantes y la tradición en
La Alameda de fabricar, para consumo familiar, algún litro de aguardiente de las uvas de
"cojón de gato", del que no les venderán ni un litro e incluso les dirán que
ya no hacen, lo cual es casi cierto, ya que, como indicamos, se hace poco y para el gasto,
que dicen en Soria. La zona denominación de origen Ribera del Duero comienza en la parte
occidental de la provincia soriana. Desde Morales hasta Langa de Duero es frecuente ver el
paisaje horadado por las pequeñas bodeguillas familiares, esos lugares oscuros donde el
vino madura en silencio y quietud, después de los dos trasiegos reglamentarios, y a cuyas
puertas la familia y amigos se reúnen en perfecta comunión para asar chuletas al
sarmiento o acompañar el vino fresco, claro y acidillo con buenos tallos de chorizo
curados junto al fuego de las cocinas bajas.
En
algunos lugares de la provincia, aquellos con pocas viñas, productores de vino sólo para
el consumo de la familia, se sigue mimando la viña desde antes de que sea tal, desde el
pámpano. La viña, dicen, es delicada, necesita arraigar bien y muy profundamente, en la
tierra. Tener en cuenta las fases de la luna para la poda. Vigilancia y mimo, a fin de
evitar las plagas que la acechan, los pulgones entre ellos.
Lagares
se conservan en Alcubilla del Marqués, Valdanzo, Valdenebro, Piquera de San Esteban,
Atauta y otros lugares, pero han sido los vecinos de Langa de Duero los que se han
empeñado en que no se pierda la tradición y siguen pisando la uva en su lagar e
invitando a escolares a probar el mosto. Mosterías llamaban en Alcozar a esas fechas de
la vendimia en que se preparaba el mosto. La campaña de la mostería duraba unos quince
días, el año que venía buena cosecha. Todos los lagares estaban llenos y en cada uno
había un pesador que se ocupaba de llevar las cuentas de la uva que cada cual había
depositado en el lagar después de calcular el reparto del vino, nos informó Félix
Aparicio. En Atauta, por esas fechas, los niños bajaban hasta los lagares con sus buenos
trozos de pan para "untar el mosto".
Bodegas
excavadas en las laderas de las pequeñas montañas u otros lugares propicios se mantienen
en Vildé, Fresno de Caracena, Morales, Langa, San Esteban de Gormaz, Piquera de San
Esteban, Alcozar, Quintanilla de Tres Barrios y muchos otros pueblos de la ribera del
Duero. Son pequeñas, oscuras, para llegar a la sala principal hay que bajar unos
escalones húmedos y el olor del vino ha impregnado el suelo y las paredes. Cuando el vino
está fermentando es necesario encender una vela antes de entrar, porque si se apagara el
peligro sería de muerte. Todavía recuerdo una visita con María Luisa a Piquera de San
Esteban; ella, ajena por aquél entonces a todo el proceso del vino, se acercó a una
enorme cuba para olerlo desde un agujero; todavía recuerda "el golpe" que la
hizo recular. Se accede a estas bodegas como a un templo, como a un lugar de iniciación y
recogimiento y, una vez dentro, se desatan las mejores pasiones y la amistad y la
tolerancia. En las tierras de La Ribera del Duero sorianas los ritos están íntimamente
relacionadas con la vendimia y es, después de ella, cuando se celebran las fiestas, como
en San Esteban de Gormaz, por ejemplo. O se bendicen las viñas, en lugar de los
sembrados, como Rejas de San Esteban, desde "El Pontón".
También
en tierra soriana, como decíamos más arriba, se llevó la filoxera muchas viñas. Entre
ellas todas las que crecían en término de Berlanga de Duero y que dieron lugar a unas
ordenanzas municipales, en el siglo XVII, dedicadas en su mayor parte a regular el cultivo
y la venta del vino. Decía la ordenanza 62 Vino de fuera- que la villa de Berlanga
"como dicho es los mas de vecinos viven y tienen por propio caudal el fruto de las
viñas y asi de poco tiempo para esta parte se van multiplicando y acrecentado y el vino
se va mejorando". Se prohibía expresamente que vecino alguno de la villa ni de
fuera de ella pudiera comprar o importar vino de ningún otro lugar, siempre y cuando
hubiese de las tierras de Berlanga "y es bien que a esta costumbre y ordenanza se
guarde y conserve porque si hubiese de entrar vino de fuera los dueños de viñas se
perderían porque no se podría acabar de vender el vino de la cogida y como no pueden
pasar el año luego se agriaría como se ha visto por la experiencia y los dueños de las
viñas aflojarían en el plantar y labrar de ellas". Para asegurar que las
ordenanzas se cumplieran se nombraban guardas quienes, llegado el caso, podían prender y
quitar el vino importado, además de visitar los mesones y las casas de los vecinos. Las
leyes regían tanto para clérigos como para legos y por estas ordenanzas sabemos que el
vino importado de Berlanga lo era de la Alcarria y aprovechando su paso por la villa, con
sus recuas cargadas de pellejos de vino, debiendo en ocasiones pernoctar en los mesones de
Berlanga, aprovechaban para descargar algo de vino, por lo que las ordenanzas prohiben que
descarguen cuando paren a comer o dormir. "Cuando algún recuero viniere con vino
o alguna persona a hacer noche en esta villa en los mesones de ella o a dar cebada y a
descansar su recua de día que estos tales no puedan descargar ni descarguen el tal vino
en ningún mesón ni casa ni en otra parte sin primero lo hacer a la justicia de esta
villa o al procurador y regidor de ella los cuales o cualquiera de ellos viendo la recua y
contando las cargas y cueros se la den y si hubiere de hacer noche lo hagan meter debajo
de llave y el tal procurador o regidor se lleve la llave (
) y porque los mesoneros
podrían tener dos llaves del aposento donde lo meten y podrían dar la una y quedarse con
la otra y sacar el vino que quisieren o algún cuero entero y henchido de agua el tal
procurador y regidor cuando entregase en la mañana los cueros los mire si llevan agua o
vino y si se hallare que ha vendido algo lo haga saber a la Justicia". Una vez
hecha la vendimia, por el día de San Martín, se juntaba el ayuntamiento para informar
del vino recogido. Era época en que las bodegas estaban ya secas y se hacía necesario
comprar en otros lugares, como la Alcarria, Aranda y San Esteban de Gormaz. Por estas
ordenanzas sabemos también que en Berlanga debía haber siempre dos tabernas "una
de medio arriba de la plaza de Santo Tomé arriba y otra de allí abajo que sean de buen
vino tinto y una de blanco y siendo tal el vino hasta que ambas se acaben no echen otra
alguna porque echándola se quedaría por vender lo que tuviese por vender el tal vecino
que lo tenía echado o porque echándolo otro vino aunque no sea tal luego de vaciarlo".
En cuanto a las medidas para la venta, la ordenanza número 85 es tajante "QUE
NINGUN VECINO de esta villa sea osado de vender vino si no fuere con medidas que estén
selladas y hechas por los mayordomos y corregidas los cuales sean obligados a corregir y
sellar y el que otra manera lo hiciere caiga en pena de trescientos maravedíes repartidos
en tercias partes como dicho es y si estuvieren faltas hayan la pena de las pragmáticas
de estos reinos y si los mayordomos no los quisieren sellar paguen ellos la dicha pena y
no los dueños".
El vino
y las tradiciones sorianas
Los políticos que no la Política- han convertido
la vida cotidiana, la administración de las gentes, en un entremés barroco, tragicómico
unas veces, hilarante otras y cabreante las más. En esta capital y en esta provincia se
nota más por lo magro del censo, a poco que nos descuidemos dividido a partes iguales
entre administrados y administrantes. Quién no ha pensado alguna vez en el sinsentido de
algunos ayuntamientos donde lo que se dirime es la colocación de los milloncejos que
sobran después del reparto de buena parte del presupuesto entre alcaldes, concejales,
secretarios privados y no privados y un largo etcétera. Esta decadencia larguísima está
arrastrando lo fundamental a favor de la estupidez, como los agentes atmosféricos y
erosionantes se llevaron la tierra de los Monegros hasta el delta del Ebro.
Pero
esto, por fortuna para quienes lo vivieron, no fue siempre así. Tal vez antes, cuando se
bebía más vino y menos cubatas, las gentes andaban centradas en lo que debían
hacer y no en lo que los medios debían captar. Era, por aquel entonces, hasta hace
pocos años, la autenticidad, la seriedad, los contenidos rebosando. En una palabra, se
pisaba la tierra y esa tierra propiciaba lo necesario para seguir actuando con sensatez.
Era el tiempo de los Concejos, órganos de gobierno de las instituciones populares del
Estado, del latín "concílium", sinónimo de comunidades y municipios. En
Concejo se reunían los hombres de las ciudades, villas y aldeas, convocados unas veces a
redoble de tambor, otras a repique de campanas, debajo de una olma, un olmo o el atrio de
la iglesia, generalmente olma e iglesia juntos. Los vecinos, reunidos así, opinaban y
decidían sobre la marcha y los acuerdos de la comunidad. No existían entonces riñas
entre partidos políticos, ni dinero para engrosar los bolsillos con chanchullos
urbanísticos, ni sinecuras, ni familiares a los que colocar a cargo de las arcas
municipales. También así se reunían los pastores y ganaderos trashumantes
pertenecientes a la Mesta, para tratar de los negocios concernientes a sus ganados. En
Concejo largo se reunían en Golmayo, fecha en la que remataban el estiércol de la
dehesa, el toril, algún árbol, y posteriormente los hombres bebían el vino que aportaba
el ayuntamiento, en copas de plata. En Fuentes de Magaña, el 29 de septiembre, día de
San Miguel, también eran llamados los vecinos a concejo para subastar públicamente la
limpieza de las calles, el semental de cerdas, el horno de poya y el cuidado de las
cabras, después, naturalmente, bebían vino todos juntos.
Beber en
tazas o copas de plata es una costumbre extendida en todo el mundo rural. También en la
comarca burgalesa de la Sierra de la Demanda hemos encontrado esta tradición, al parecer
muy antigua, tanto, que podría remontarse a los primeros tiempos del cristianismo y las
tazas podrían simbolizar el mismísimo Grial. En algunos lugares, Barca por ejemplo,
dicen que "a los niños les dan por el culo", en alusión a que después de
haber bebido los hombres por la parte más grande de la taza, a los chavales les llenaban
la parte de abajo, el culo, con menos capacidad. En Valdeavellano de Tera se utilizan las
tazas en la fiesta Raboveja. En Rebollo de Duero existieron pero se perdieron dicen
discretamente ya que podrían haber sido vendidas- y conservan la tinaja donde se guardaba
el vino. Tazas había en Arenillas, donde bebían los hermanos de la Cofradía del
Santísimo Cristo cuando acudían a Concejo. En Arévalo de la Sierra, donde las usaban
cuando volvían de Garagüeta, el segundo día de Pascua, de levantar portillos y
alambradas para evitar así la fuga del ganado; les esperaban con merienda, vino y música
para premiar el trabajo bien hecho. En Cañamaque, al cambiar el mando de la Cofradía de
San Sebastián. En Cubilla con motivo de la entrada a vecino. En Muriel de la Fuente,
cuando alguien entraba a vecino se celebraba con toda la tradición, convocando a Concejo
y bebiendo en las tazas de plata; el nuevo vecino, previamente, debía haber pagado para
el resto, vino también, pan y escabeche. En Valdenebro existe un paraje llamados de
"las Tazas", en recuerdo de los recipientes vendidos para adquirir esa pradera,
necesaria para el pueblo.
En otra
de las actividades donde el vino jugaba un papel fundamental era en las hacenderas. El
trabajo comunal que todavía resiste en algunos pueblos las hemos visto en Santa
Cruz de Yanguas, Oncala, Duáñez, entre otros lugares- ha sido nombrado con variadas y
distintas voces: desmán, azofra, adra, estorbos, hacendera, cendera, entre otros. Siempre
que los vecinos se reunían para recercar la dehesa, limpiar un caz y/o arreglar un
camino, el ayuntamiento regalaba el vino. En Estepa de San Juan para la "cerrá de la
dehesa". En Arévalo, como ya hemos escrito, para levantar los portillos de
Garagüeta. En Candilichera el ayuntamiento regalaba pan, vino y bacalao, el Martes de
Carnaval, después de la poda de árboles. En Duruelo de la Sierra el "día del
Trago", después de trabajar a desmanos, convocados a redoble de tambor, el
ayuntamiento también regalaba vino. En Torreblacos, el 13 de junio, festividad de San
Antonio, los vecinos se reunían para la hacendera, llamada "monda del caz",
para limpiar el cauce del molino, comían juntos y bebían el vino que había pagado el
ayuntamiento. En Borjabad, el 17 de enero, San Antón, era el día elegido para tratar los
asuntos del pueblo y beber vino.
A veces
el Ayuntamiento regalaba vino sin ninguna contraprestación. En Barcones, "el día
del trago", por la Pascua, el ayuntamiento llama a los hombres a Concejo sólo para
invitarles a vino. En Cerbón, los responsables municipales daban vino a los
jóvenesun decalitro- varios días al año: por Reyes, en fiestas mayores y víspera
de Todos los Santos, para que tocaran las campanas. En Fuentecantos el jueves lardero los
vecinos recibían un litro de vino para hacer el perolo. En Añavieja con motivo de las
fiestas de Santa Engracia, después de las hogueras, todos, en comunión, libaban la
bebida por excelencia.
Otras
veces los vecinos se reunían por el sólo placer de hacerlo. Es el almendreque o
bibitoque de Magaña, por San Martín, para comer nueces, pan y vino. En Vadillo, en la
"fiesta de la Cubilla" dan la Caridad, consistente en vino y queso. En El Royo
celebran la fiesta del Voto con caldereta y vino. También con motivo de las encendidas de
hogueras o luminarias, como en Rebollosa de los Escuderos, donde se trasegaba vino de la
bota, pasando de mano en mano. La Caridad de Navaleno, con los vecinos reunidos en la
buena fuente del "Botón", alrededor del toro y el vino. O la más renombrada
Caridad de la fiestas de San Juan sorianas, conocido desde hace años como el Domingo de
Calderas. O eran las cofradías las que convocaban a los hermanos, como en Alcubilla de
las Peñas, por San Martín, el 11 de noviembre, fiesta de pastores, previa reunión para
oir misa y la recogida de la tasa, trescientas pesetas por hermano, para merendar pan,
nueces y vino.
El vino
estaba presente en las subastas de las hierbas de la dehesa, como en Rello, donde ha
quedado el nombre de "la Cruz de la Torrecilla", para la fiesta que celebraban
con el obsequio que el subastador daba al pueblo, consistente en vino, aceitunas y huevos
para merendar en la Cruz. Alboroque llaman en Nolay a las nueces, pan y vino entregado por
el arrendador de los pastos. Y en las peticiones de gallofas, de lo que se encargaban los
mozos, con la consiguiente merienda. En Rebollo obtenían huevos y vino; con ello
merendaban por San Bernardino, patrón del lugar cuyo aceite milagroso cura la rosa, esa
eczema de los recién nacidos sobre la mollera. El "Domingo del Niño", en La
Riba de Escalote y Rello, pedían los mozos las gallofa y la comían en comunidad, bien
regada con vino. Y en Buitrago a los mozos les daban roscos, ellos los metían en vino y
los tomaban durante las fiestas.
Durante
el canto de las albadas, canciones de bodas, era preceptivo la entrega de vino por parte
de los padres de los novios, padrinos o los propios recién casados. Como ejemplo diremos
que en Fuentecambrón, él regalaba una arroba de vino y dos bacaladas y ella tortas y
miel. En Alcubilla del Marqués a cambio de las albadas obsequiaban con bacalao y vino. En
los otorgos o amonestaciones de los novios de Alcubilla del Marqués, estaban presentes
los cañamones, torta, anís y vino.
Ni que
decir tiene que para entrar a mozo había que pagar la cuartilla, o la canterilla, o la
bota, vino al fin y al cabo. El piso o pisacalles, impuesto que debían abonar todo aquel
forastero que pretendiera casar con moza autóctona debía pagar vino y lo que hubiera por
costumbre: escabeche, bacalao, nueces, queso
, so pena de arriesgarse a recibir una
buena cencerrada. Lo de la costumbre en el mundo rural es ley, algo que debe cumplirse sin
discusión.
En
algunos lugares han vuelto a renacer algunas de estas costumbres, a veces de forma
esporádica. No conocemos, en cambio, ningún lugar donde se toquen las campanas la noche
de Todos los Santos. Era, también, costumbre de mozos, los cuales, a cambio, recibían
vino a cambio de que no parara el fúnebre toque de campanas, primero siete toques
solemnes con la misma campana y doble con la más grande. Los que todavía recuerdan esa
noche y esos monótonos sonidos, afirman que resultaba impresionante. En Montenegro de
Cameros se practicaba gracias a una manda testamentaria en la que una señora dejaba
bienes para pagar el vino a los mozos, quienes se encargaban de recordar a los difuntos y
que entronca con la conmemoración del inicio de año celta, o Samain. Esta fiesta marcaba
el final de la mitad luminosa del año, aquella comenzada con las luminarias del primero
de mayo. Era también la fiesta de Samain dedicada a los muertos, noche en la cual era
posible que salieran de sus tumbas, noche en la que los celtas encendían velas dentro de
los cráneos y los colocaban a la entrada de las aldeas, costumbre mantenida en casi todo
el mundo sustituyendo los cráneos por calabazas.
El vino
y la gastronomía
No podía faltar, en la cultura del vino, las recetas
derivadas de él directamente. Comienzan con la propia vendimia, usando las uvas para
elaborar tortas. Continúan antes de que esté fermentado con la elaboración del
mostillo, nombre que se da también a otro elaborado a partir del agua-miel. El mostillo
del vino llega, directamente del mosto al que se le añaden frutas según la
producción del lugar donde se elabore- y frutos secos, además de cáscara de naranja y
harina para espesarlo. Su preparado es muy parecido al que sale de la miel. Y siguen las
recetas ya con el vino como tal.
En
muchas fiestas de nuestra tierra soriana los jóvenes se encargan de, con la base del
vino, preparar unas tinajas donde dentro se les echa, según el lugar, frutas y tortas o
roscos para hacerlo espeso y comerlo con cuchara, recibe varios nombres, como veremos,
aunque el más común es el de zurracapote. Es la cocha de Ventosa de San Pedro para la
celebración de las móndidas, en honor de la Santísima Trinidad, a base de vino, azúcar
y el rosco del ramo. Muy parecido es el remojón de la caballada, en San Pedro Manrique
para las fiestas de sus móndidas a la mañana siguiente del paso del fuego, llamado
también tinada. O las soparras de Cubo de la Solana, con galletas y magdalenas. Terrizo
se le llama en Noviercas al vino acompañado de melocotón. Las sopetas, con pan, vino,
miel y azúcar, se toman en Aguaviva de la Vega y Montuenga de Soria, así como en Chaorna
en honor de San Roque. Las sopillas de los esquilos, tradicionales en el mundo pastoril,
es una variación de lo que llevamos dicho.
El
perolo, postre típico navideño, era muy celebrado por lo contundente y exquisito. Vino,
por supuesto, en alguno lugares regalado por el ayuntamiento para ese fin, peras de
invierno, ese fruto tan soriano, tan numantino y tan abundante hasta hace pocos años y
los frutos secos de que se pudiera disponer: orejones, pasas, higos, ciruelas, azúcar o
miel y mucha canela. Postre regio para unas fiestas tan arraigadas en la religión
cristiana.
Pero es
la limonada el preparado más soriano, siempre cuando llega la Semana Santa. Son todas
exquisitas, sobre todo las de la zona de San Esteban de Gormaz, aunque Herminia, de
Barahona, prepara sus limonadas, bien cargadas de canela, exquisitas. Se trata de hervir
el vino hasta que de la llamatada, pero no es vino sólo, se acompaña con limón,
azúcar, canela y otras especies, según el gusto del que la hace, se deja reposar unos
días y se sirve fría y previamente colada. Esta tradición podría estar entroncada con
la que Eslava Galán, en su "Tumbaollas
", llama el hipocrás, del que
asegura "basta hervir un vino de mala calidad o a punto de corromperse con un
añadido de especias (nuez moscada, clavo, canela, cada cual pone las proporciones a su
gusto) y agregar azúcar hasta que desaparezca lo agrio", costumbre, al parecer,
generalizada durante la Edad Media y aún más.
En
Yanguas, cuando alguien está debilitado a causa de enfermedad, le preparan unos obispos
que hacen resucitar a los muertos, como se dice en Andalucía. Se trata de torrijas bien
empapadas en vino tinto, una vez fritas. Son parecidas a las que toman los judíos
después del ayuno del Yom Kippur: rebanadas de pan amasado en leche, espolvoreado de
azúcar y canela, y empapadas en vino, muy parecidas, casi idénticas a las que los
cristianos toman en Semana Santa, las torrijas.
No está
ajeno el vino, como vemos en Yanguas y sus obispos, a la curación de males. Los ponches a
base de él para curar los resfriados eran comunes. Regar con un chorro de vino las
heridas para desinfectarlas, era también frecuente cuando no había otro alcohol a mano.
Y hasta las caballerías gozaban de ese privilegio en Alconaba y Aldehuela de Periáñez,
pues cuando se acatarraban les daban buenas friegas de vino y jabón casero, este último
a fin de que la mano corriera bien por la piel del animal. No olvidemos lo de afinar el
vino, según nos contaba Eduardo Bas, de San Esteban de Gormaz y por consiguiente buen
conocedor de todo este mundo del vino, algo que se conseguía a base de miel, agua-miel,
caldo, sangre o hueso de jamón. Con jamón también se le daba mejor sabor a algunos
vinos de Andalucía, sobre todo a los amontillados. O la mezcla de vino blanco y moscatel,
llamada tiesto, con la intención de rebajar el dulzor del segundo.
Con todo
este bagaje, con tanta significancia como ha tenido y tiene el vino en la cultura
mediterránea sobre todo, no extraña nada que la comunidad hermana de La Rioja,
conocedora como nadie de las propiedades y calidades de sus caldos, pretenda y
parece que se halla en vías de conseguirlo- que sea declarada Patrimonio de la Humanidad
la relación del vino con la cultura y las tradiciones.
© Isabel Goig Soler
(Publicado en el
nº 8 de Cuadernos de Etnología Soriana)
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