Fabricación de materiales para la
construcción
Las
tejas:
Cada 6
u 8 años venían por el pueblo los tejeros, el grupo lo
componían 2 o 3 matrimonios venidos de la zona de Alicante que solían
traer el resto de la familia (mujer y algún hijo mayor que también
ayudaban), permanecían unas temporadas por los pueblos fabricando tejas.
Realizaban todo el trabajo, incluso se hacían su propio pan.
En
Sarnago, las últimas “tejeras” se realizaron en los “Rincones”,
concretamente en la “canterilla de los Vallejos con el Hoyo
Juangil” y otra en la “solanilla que sube de la Virgen del Monte
a los Rincones”, (parece ser, por los restos encontrados, que
antiguamente hubo por otros lugares del pueblo). Cuando la expropiación
forzosa del término de Sarnago, para su posterior repoblación de pinos,
fueron derruidas con gran ensañamiento, ordenado por parte del algún
capataz rencoroso (vamos una pena para nuestra cultura). Estas
“tejeras” se dejaron de usar a mediados del siglo pasado.
Coincidiendo con el auge de la emigración, a San Pedro comenzaron a
llegar tejas de fabricación moderna.
Los
meses que dedicaban a tal fin eran los de verano (junio, julio, agosto y
septiembre) aprovechando la escasez de lluvias de estas fechas,
mejorando el secado al sol de las tejas antes de su cocción en el horno.
El
trabajo era muy duro, dado el calor asfixiante y la jornada era de sol a
sol ¡Con lo largo que era el día, y lo tarde que anochecía!
Primero
limpiaban bien la era donde colocarían las tejas para su secado al sol.
En el suelo de la eras, fabricaban una especie de artesas que usaban
para el amasado del barro. Esto se hacía, todos juntos y descalzos. Las
herramientas utilizadas eran pocas y rudimentarias. Estas consistían en
una mesa, donde se colocaba los trozos de barro con el que llenaban un
pequeño bastidor metálico con las medidas de la teja; llenaban el
bastidor presionando bien y rasando el barro sobrante. Seguidamente,
arrastrando con el bastidor, lo dejaban caer sobre un molde de madera;
con este molde se trasladaban hasta el punto de secado. Al retirar los
moldes el barro ya tenía la forma curva de la teja.
Principalmente en esta labor la realizaban los hombres, mientras tanto
las féminas arrancaban y trasportaban hasta la boca del horno las
estrepas, que servirían para la cocción del material.
Una vez
que ya disponían de la cantidad suficiente para hacer una hornada (entre
8.000 y 10.000 piezas). Comenzaba la preparación de la cocida.
Primeramente se colocaban dos filas de ladrillo macizo en la base, para
que el calor no fuese tan fuerte a las primeras hileras de las tejas.
Seguidamente se iban colocando filas de tejas hasta completar toda la
capacidad del horno. Tenían que tener mucho cuidado en el trasporte
hasta el horno, puesto que el barro, al estar solamente seco (sin cocer)
era muy fácil que se rompiera. Los ladrillos macizos también se usaban
posteriormente en la construcción de las viviendas.
En la
parte inferior del horno, había un pozo, donde se introducía la leña
para la cocción de las tejas. Según comentaban los tejeros, el horno
debía estar 2 días y una noche a fuego fuerte, hasta que la llama salía
por la parte superior de las últimas tejas. Una vez que se dejaba de
alimentar el horno, este estaba entre 6 o 7 días hasta que se enfriaba y
se podía sacar el material. Una vez retirado todo el material, se
comenzaba a colocar otra hornada, se solían hacer 2 cocidas al mes.
Algunos
pastores se solían acercar hasta las tejeras en funcionamiento con ánimo
de conversar y aprender algo. Alguno de estos pastores, los que más
habilidad tenían para hacer dibujos con la punta de la navaja, solían
dejar impresa su firma, pequeños dibujos de flores o animales en las
tejas todavía frescas ¿Quién sabe donde habrán ido a parar aquellas
pequeñas obras de arte? Cuando los chavales nos acercábamos hasta los
lugares de trabajo, nos solían despachar, puesto que pensaban que éramos
un peligro para su trabajo y pensaban que podíamos destrozar toda su
labor.
Al
finalizar el trabajo, era hora del reparto del material. Eran
transportadas a lomos de caballerías, (50 o 60, piezas, las más débiles
y hasta 100 las más fuertes) hasta los lugares de destino. Cada cual, de
Sarnago o de otros pueblos, se iba llevando las que había encargado,
previo pago de su importe, que siempre eran más baratas que adquirirlas
en el mercado por medio de intermediarios. El Ayuntamiento les cobraba
un alquiler, como pago por usar la tejera. Como esta gente venía a por
dinero, que se lo ganaban con mucho sudor, no pagaban en metálico sino
en material. Este material, adquirido por parte del Ayuntamiento, era
posteriormente revendido a los vecinos que necesitaban unas pocas tejas,
para pequeños arreglos de algún edificio.
Como he
dicho anteriormente, la tejera de Sarnago, fue destruida completamente,
de una manera salvaje, por parte de las máquinas que vinieron para la
repoblación de pinos. El “Ángel Exterminador”, montado en su
máquina, a las órdenes de su encargado, que le decía “dale fuerte,
más fuerte hasta que se caiga, que es de Sarnago”. En el término de
Fuentebella, a escasos 2 Km se encuentra una tejera que se salvó
de esta barbaridad. ¿Qué delito había cometido la tejera de Sarnago para
que fuese tratada de esta manera? ¡Seguramente, entre sus escombros,
estarán los mejores pinos de la comarca!
Para
quien le interese descubrir la tejera de Fuentebella, voy a
explicar como llegar hasta sus inmediaciones. Pasado Sarnago, subiendo
por el camino que nos lleva hasta la cumbre de la Alcarama, encontramos
un cruce con 4 caminos y 2 cortafuegos. En este lugar hace poco que han
construido un refugio totalmente cerrado y sin un mísero porche donde se
pudiese refugiar alguno de los numerosos excursionistas que transitan
por la zona, en un día de tormenta. En este cruce de caminos, tomaremos
el de la izquierda, que nos conducirá hasta los altos de Acrijos. Desde
estos altos y en los días claros se pueden observar los Pirineos. Una
vez en el camino, en la primera curva entramos en el término “El
Palancar”, el camino desciende una pequeña pendiente y una vez
llegado a la parte baja hay una curva a la izquierda, si observas
detenidamente a unos 100 m. del camino se encuentra la “ tejera de
Fuentebella”. Lo que hasta hace pocas décadas servía para la
producción de tejas, en la actualidad es refugio de ciervos, jabalíes o
excursionistas.
Los
adobes
Estas
piezas se usaban para la fabricación de tabiques.
Era en
el término “El Beberillo” donde se elaboraba dicho material.
Había tierra y agua suficiente y estaba cerca del pueblo, alrededor de
500 m.
La
tierra se mezclaba con paja y agua, de esta forma se conseguía menos
peso y algo de aislante. Una vez hecha la masa, se colocaban en el suelo
las adoberas, que solían ser dos pero unidas una a la otra, de esta
forma se podían hacer dos cada vez. Se llenaban de barro y se
presionaba, se enrasaba para quitar el sobrante y de esta forma dejar
los adobes todos iguales. Seguidamente se retiraban dichas adoberas y se
dejaban los adobes secar al sol. Se repetía esta operación hasta acabar
con toda la masa. Una vez secos se trasladaban lo antes posible a casa,
puesto que se carecía de instrumentos para poder taparlos, se corría el
riesgo que viniese alguna tormenta y acabasen todos deshechos.
La
cal
La cal
se usaba como sustituto del cemento, para revestir las fachadas de las
viviendas.
Como
construir una calera llevaba mucho trabajo, hacía falta reunir a 15 o 20
personas.
En
primer lugar se buscaba el terreno adecuado. Este tenía que tener
bastante desnivel, de forma que la boca del horno, por donde había que
introducir el fuego quedase en la parte inferior del terraplén. También
se intentaba hacer el horno en el terreno de algún socio, que cumpliese
esas características, si bien cuando se acabase con toda la faena, se
recomponía la pieza en cuestión. Este terreno también tenía que estar
cerca de la materia prima “las losas”, para que su acarreo fuese
lo menos pesado posible, dado lo abrupto del terreno dicho traslado no
se podía hacer por medios mecánicos, carretillos, etc., únicamente se
realizaba a mano.
El
primer cometido era la distribución del personal, cada grupo se
dedicaría a una tarea en particular.
Unos
hacían el pozo para el horno. La altura de este dependía de la cantidad
de cal que se quería conseguir. Su diámetro, el mismo en la parte
superior e inferior, variaba entre 2 metros y medio y 3 metros. En la
base del horno se cavaba un agujero, entre medio metro y un metro de
profundidad, el diámetro era un circulo concéntrico de 1 metro menor al
resto del horno; dejando, en todo su alrededor, un escalón de alrededor
de medio metro. Este agujero servía para ir introduciendo la leña
correspondiente.
Se
comenzaban a colocar las losas, todas de canto, se iba cerrando poco a
poco formando una bóveda. Una vez formada esta, se seguía colocando
losas hasta llenar todo el pozo y siempre la losa de canto.
Otro
grupo arrancaban losas, con pico y barra, y las acercaba hasta el lugar
donde se estaba construyendo el horno. No importaba el grosor de las
mismas, pero sí que fuesen de color azul, eran mejores para la cocción y
la cal salía más blanca.
El
resto del personal, se encargaba del combustible para el horno,
“ulagas” y demás. Se arrancaban, se preparaban en fajos y eran
transportadas hasta la boca del horno.
Una vez
armado el horno y las “ulagas” en las cercanías, se
procedía a encenderlo. Tenía que estar ardiendo durante 2 o 3 días, con
sus respectivas noches, a fuego fuerte y sin parar en ningún momento;
esta duración dependía de la capacidad del horno. Al principio, la leña
ardía como si fuese un sifón. Transcurridos 1 o 2 días, las llamas
empezaban a asomar por la parte superior del horno, por la noche parecía
como un montón de ascuas. Las losas, según iban quemándose, se
resquebrajan y se iba tapando los huecos existentes entre las mismas.
Mientras el horno siguiera admitiendo fuego, había que seguir
alimentándolo con “ulagas”, cuando ya no admitía más, era señal
de que la losa ya estaba quemada.
Hacia
los años 50 se construyó la última calera, en el término “Collado de
Valdivañez”. Sus dimensiones eran bastante grandes y es por ello
que casi se queda sin combustible para poder terminar con todo el
proceso Una vez agotadas todas las ulagas, que se habían traído
hasta la misma, tuvieron que ir hasta el “Vallejo de las Hayas” y
traer 12 o 14 cargas de estrepas y para poder terminar.
La
época de construcción de las caleras venía siendo en primavera. Se
dejaba todo el verano para que se fuese enfriando poco a poco. Si en
este tiempo caía una tormenta, mejor que mejor, la piedra esponjaba y se
iba deshaciendo, convirtiéndose en polvo.
Cuando
la calera estaba fría, Octubre o Noviembre, llegaba la hora de sacar el
material resultante. Había que trabajar con mucha precaución, puesto que
al ser cal viva se podían producir quemaduras. Una vez extraído el
material, el horno (al ser de tierra) quedaba muy dañado y bastante
deformado; en definitiva, no se podía volver a usar. Por esto se
procedía a su derribo, para evitar accidentes de animales o personas que
pudiesen caer a su interior.
Otros
lugares donde con anterioridad se habían construido otras caleras
fueron: “Valdezaguera, el Centenar y el Hombriazo”
Las
Tablas
La
fabricación de las tablas, también se realizaba en el pueblo. La madera
de chopo, se cortaba en “Horcajo”, se dividía en trozos de 2
metros y se amontonaba en pilas donde posteriormente sería aserrada.
Para esta tarea, hacían falta varias personas, llamados “aserradores”.
Primeramente se construía un “burro”, esta herramienta consistía
en colocar unos palos tiesos y otros tumbados sujetos a los anteriores
por medio de cuerdas o clavados unos a otros, donde posteriormente se
iban colocando los troncos a serrar. A modo de tiralíneas se usaba una
cuerda y paja quemada, para ir marcando por donde tenía que pasar la
sierra.
“El
Estroza” de San
Pedro y su cuadrilla, solían ser los encargados de hacer esta labor, por
cierto tenía que ser muy dura. El “maestro”, subido en el burro,
era el que llevaba la orientación de la sierra y el que tiraba de ella
hacia arriba. En la parte inferior se colocaban un par de hombres, que a
golpe seguro, tiraban de dicha sierra, haciendo la fuerza necesaria para
que al bajar penetrara en la madera y fuese haciendo el corte. En cada
movimiento se conseguía avanzar entre 10 o 15 centímetros. La sierra era
enorme, medía entre 2 metros y medio y 3 metros de largo por 20
centímetros de ancho. Dadas sus grandes dimensiones, una vez introducida
en le corte era difícil que se desviara, esto siempre bien dirigido y
supervisado por el que hacía de maestro.
Primeramente se cuadraba el tronco, cortando los cuatro lados exteriores
(llamados costeros), dado que estas tablas eran bastante irregulares en
grosor y anchura se usaban para hacer las pocilgas y estajados
para las ovejas (vallas usadas para dividir una majada en varios
compartimentos).
Una vez
cuadrado el tronco se procedía a sacar los tablones, su grosor dependía
de su posterior uso.
Para el
trabajo de carpintería, puertas, ventanas, mesas, etc. se encargaba a
algún profesional de San Pedro, “el Pierres” u otras veces algún
manitas del pueblo como por ejemplo al “tío Román”.
Dentro
de este capítulo, y aunque no tenga mucho que ver con la construcción,
me gustaría hacer una pequeña reseña de cómo se fabricaba el carbón
vegetal. Muy usado en la época para las fraguas y para las cocinas
económicas.
El
carbón vegetal
La
última carbonera realizada en Sarnago se hizo hacia los años 1945 o 1950.
Los carboneros venían de Trébago y Fuentestrún. Compraban un lote entero
de robles, en “la Virgen del monte, en el Prado de los Rebollos,
etc..”
En
primavera se procedía, por medio de hachas, a cortar todos los troncos
que se usarían con posterioridad. Se colocaban tiesos, formando una
pirámide. Una vez colocados todos los troncos, se recubrían con hojas de
los árboles y maderas, a modo de sujeción de la capa posterior de tierra
con que era totalmente cubierta la carbonera.
La
finalidad de taparla entera con tierra, no era otra, sino la de impedir
que la madera llegase a arder y esta debía requemarse poco a poco. Si
las llamas llegaban a salir al exterior, no servía por haber perdido las
calorías que el carbón necesitaba.
Las
carboneras eran vigiladas día y noche, cuando se abría algún hueco se
tapaba rápidamente para impedir que esta ardiera y se perdiera todo el
trabajo. Cuando el carbonero pisaba la pirámide y esta “crujía”, era
señal que ya estaba a punto. Seguidamente se procedía a tapar las bocas
inferiores, que habían permanecido abiertas para que entrara oxígeno
para la combustión interior. Llegados a este punto, y hasta que se
apagaba totalmente, la vigilancia tenía que ser más exhaustiva; puesto
que corría el peligro de abrirse algún otro agujero y comenzase a arder
de nuevo.
A los 8
ó 10 días, una vez apagada y fría, se procedía a derribarla y se iba
sacando el carbón vegetal y el cisco. Hasta el puente de la Dehesa de
San Pedro era transportado en capazos a lomos de caballerías y aquí, a
su vez, cargado en camiones y galeras para su transporte hasta los
lugares de consumo. Los camiones de la época no eran muy grandes, por
tanto debían hacer varios viajes. Cuando aparecía alguno con más
capacidad, se comentaba con asombro “este carga un vagón”, lo que
en aquellos años suponía 10.000 Kg.
©
José Carrascosa Calvo
Los
milagros del vino
Cuando Noé plantó las primeras parras le dijo Dios, Nuestro Señor,
primeramente, las regarás con sangre de león, después con sangre de mono
y finalmente con sangre de cerdo. Por eso, cuando tomas los primeros
tragos, te sientes fuerte como un león, al seguir bebiendo haces como el
mono, monadas y tonterías y por último tomas la sangre del cerdo, y
haces como éste, dormir y roncar.
Uno de
los milagros (según las Sagradas Escrituras) que Jesús hizo fue en las bodas de
Canaa, cuando éste y su madre la Virgen María, asistieron ha dicha boda. Al
faltarles el vino, la Virgen dice a Jesús, “no tienen vino”, mandando Jesús a
los criados llenar de agua todas las tinajas de la casa. Cuando estaban llenas,
les dice, sacar de ellas y beber de ese excelente vino, quedando sorprendidos
todos los invitados.
Cuando
el vino se comercializaba a granel, la mayoría de los taberneros querían imitar
a Jesús, echándole agua al vino, por lo que conseguían mayor cantidad, pero peor
calidad.
¿Qué más
le echaban al vino? Pues cuando bebías un par de vasos, te dolía la cabeza, y el
vaso o porrón se manchaban de un barrillo fino de color vinagre. Vinagre no
había que comprar, pues a los pocos días de comprar el vino ya podías componer
la ensalada, todo eran ventajas, con una compra tenías dos productos, como en el
super 2x1.
Los que
se consideraban pudientes o riquillos, tenían todo el año el vino en casa,
comprando por garrafas en San Pedro Manrique, al Chupena, al Agustín, al Orte y
algún otro, pues eran los que decían que su vino no llevaba ni agua ni polvos.
Las compras se hacían por decalitros y por cántaras, se utilizaban las dos
medidas. El decalitro, como bien dice, 10 litros, la cántara, 16 litros y 13
centilitros. La cántara tiene sus derivados, cuartilla, 4 litros, azumbre, 2
litros y cuartillo ½ litros. Todas éstas con sus correspondientes centilitros o
mililitros.
Cuando
llegaba la primavera y las faenas del campo eran más fuertes, ya todos tenían el
vino en casa, pero para no andar comprándolo por garrafas, se solía ir a otros
lugares. Unos a Cornago, pues “ la Michula” había construido unos
depósitos de cemento, que llenaban con cubos o cisterna traídos de Fitero. Otros
bajaban a Cornago con las caballerías que dejaban atadas, y con los pellejos en
el coche de línea a Fitero, donde hacían la compra para regresar otra vez a
Cornago con el preciado líquido, que cargado en los animales regresaban otra vez
al pueblo. 15 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta, total 30 kilómetros.
Todo esto por una senda de cabras, que era el único camino. Otros lo hacían a
Grávalos, con otros 10 ó 12 kilómetros más, total 25 ó 30 k. El camino de
Grávalos, no era senda de cabras, más bien parecía senda de liebres. Al subir
por la cuesta de los Pericos, las caballerías parecían ponerse de manos,
de lo empinada que era la cuesta. Ya coronada la cuesta, hay un llano hasta
llegar al pueblo, donde te recibían los bodegueros o pequeños cosecheros y el
garapitero, que era el encargado de acompañarte y el que hacía la medición.
Bueno,
empezaba la faena, había que probar los vinos, un vasito aquí con un trocito de
jamón, otro vasito allá con otro trocito de bacalao seco y así sucesivamente, y
entre un vasito, un bocadito, otro vasito y otro, ya no sabías que vino comprar,
pues todos eran buenos. Después de hecha la compra, te llenaban la bota para el
camino. A la hora de cargar para venir, se formó una tormenta que tuvimos que
dormir en Grávalos. Al día siguiente, cargamos y emprendimos el viaje, una
mañana de primavera, pues exactamente era el domingo anterior a la Santísima
Trinidad, domingo de Pentecostés.
Al
salir, dice el Evaristo: “Vamos por la pradera de Valencia, que rodeamos más,
pero es menos cuesta”. Y fuimos a salir a la Pozana, total 10 ó 12 km., más.
Aquí en este lugar había buena y abundante agua, y una extraordinaria hierba
para las caballerías, por lo que decidimos descargar para almorzar y que las
caballerías también gozaran de la buena hierba. Y como dice el refrán, “esto es
coser y cantar”, hasta que el caballo del abuelo Félix se echa a revolcar y
rompe la cincha. Con nuestros cinturones y unas cuerdas improvisamos el arreglo
de la cincha para poder llegar al pueblo.
Cuando
coronamos la Cabeza del Calvo y ya los Vallejos abajo, veíamos como por el
puerto de Oncala se estaba formando una tormenta. Al llegar a Horcajo, se oyen
los primeros truenos. ¡Arré, caballo, macho tira pa lante!. En el Ejido
empezaron las primeras gotas, pero ya en el pueblo parecía diluviar. Como
podréis observar las puertas en los pueblos eran de dos hojas, y el caballo del
abuelo Félix, no dio tiempo a abrir las dos, por lo que cuando estaba una
abierta, empujó y se metió dentro. Fue tal el empujón, que reventó uno de los
pellejos, callendo el vino al suelo y no pudiendo recuperarlo por quedar
mezclado con el agua de la tormenta. Pues como no estaba Jesucristo ni los
taberneros de los pueblos, “se acabaron los milagros”.
©
José Carrascosa Calvo
Recuerdos de Sarnago
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