Ahora
nos enfrentamos con otro intento de aprehender la creciente pérdida
de palabras y de términos de nuestra lengua coloquial, íntimamente
relacionada con los usos agrícolas y ganaderos como pertenecientes a
una provincia donde la mayor parte de la población dependía del
sector primario.
Como
no podía ser de otro modo, el paso de una sociedad agrícola-ganadera
de carácter tradicional, de aldea o de economía cerrada, a otra
industrial o de servicios, abierta, debería haber supuesto la
incorporación de otras palabras más en consonancia con los nuevos
usos. Es decir, de un mayor enriquecimiento del lenguaje en su
constante adaptación a las necesidades de sus hablantes. Pero la
realidad ha sido bien distinta. La palabras, pongamos como ejemplo,
alomar, encuarte, cornijal, en modo alguno, podían ser reemplazadas
por otras, y no hubiera tenido sentido; pero, la cuestión es otra,
quizá más grave: la total ausencia del discurso, del empleo de la
lengua como instrumento de comunicación y de su sustitución por
vocablos mal sonantes. De esta forma, lo rural, se ha equiparado a lo
urbano, o mejor, todavía, todo se ha hecho urbano.
Por
tanto, si se tratara de hacer las cuentas, se entiende de hacerlas
bien, en el resultado final tendríamos que poner la palabra
"alcanzado", tal y como rezan las cuentas en los Cuadernos
de la Sierra de los pastores trashumantes. Que dicho sea de paso
quiere decir que se anda mal de dinero o que tiene más necesidades
que las que puede satisfacer con el dinero contante y sonante.
Por
eso la cuestión es más seria de lo que aparentemente aparece ante
nosotros. Porque si bien las palabras se pueden recoger y almacenar o
poner a buen recaudo, tal y como ahora lo están haciendo las hermanas
Goig, la pérdida del buen uso de la lengua parece más complicada,
por lo menos a corto plazo. Porque se trata de un problema de
educación, de escuela primaria. Convengamos en admitir que si los
padres no hablan o a lo sumo emiten algún vocablo que otro, sin
conexión, sin metro ni medida, sus hijos, que son sus oyentes, serán
su viva continuidad.
Lo
mismo sucede con ciertas frases, expresiones de un pensamiento que
trasciende o va más lejos de lo que dicen las palabras. Y no digamos
de las frases hechas, intercaladas en el habla o de las frases
proverbiales: un perder siempre es un ganar. En realidad todas estas
frases, que, a veces, se extienden para dar razón de un oficio o
dedicación, nacen de una determinada circunstancia: la agrícola o la
ganadera:
"de mi ganado, hierro y señal y del esquileo d'este presente
año de 1571 y de buena lana, blanca, fina, merina, estremeña, sin
roña ni cadillo ni fieltro ni percamino ni aniño, ni basto ni
bastazo ni bastarda y quitada yerba, cola y copete y menudos sucios y
no barridos con escoba, agujeta trabada, esquilada en día claro,
enjuto y no moxado, sol alto, salido, pesada en peso de cruz, arroba a
arroba con pesas selladas, peso corriente y tendré abierta la ventana
del encerradero del ganado al tiempo del esquileo de manera que el
dicho ganado no reciba detrimento ni esté apretado".
Se trata como vemos de una cláusula tan interesante mercantilmente,
puesto que se trata de una cláusula contractual, como desde nuestro
punto de vista de indagadores de palabras y frases en desuso. Un
análisis más concienzudo de la pérdida de estas frases,
contrastadas cronológicamente, posiblemente, nos daría una curva
descendente con un cierto gradualismo y no la vertiginosa caída a
partir sobre todo de los años sesenta a nuestra parte, fruto de la
industrialización de la agricultura y de las mutaciones, rápidas e
incontroladas, de la población y de su insercción en las áreas
industriales del país.
©
Emilio Ruiz Ruiz
(del prólogo
al Diccionario de Habla Soriana)
Diccionario de Habla
Soriana
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