Lorenzo Soler Soria a través de la cámara de Lorenzo Soler
Lorenzo Soler es sobradamente conocido en el orbe cultural y artístico soriano. Nacido en Valencia y residente en Barcelona, pasa largas temporadas en Calatañazor, donde posee, junto con Anna Turbau, su esposa, una casa. Pertenece por tanto a ese grupo de personas que se dejan caer por Soria y acaban enamorados de ella, en el caso de Lorenzo, del páramo. Unos dicen que se debe al misticismo que emana de esta tierra, otros, como Antonio Machado, de la pobreza con alma de las tierras sorianas, otros hablan de la soledad y silencio. Lorenzo deja patente en su trabajo sobre Soria, a lo que nos unimos, que tal vez sea excesivo el silencio, nunca la soledad, sobre todo si es creativa. Será el choque entre las grandes ciudades y su trajín, con los montes y páramos vacíos ya hasta de animales. Este deseo de silencio y aldea es un tema recurrente desde aquel Menosprecio de Corte y alabanza de aldea, que en el siglo XVI escribiera Antonio de Guevara. O el “He vivido poco, me he cansado mucho”, de peruano José Santos Chocano. También el puertorriqueño Muñoz Rivera, más o menos coetáneo del anterior, llama dichoso a quien no ha visto más río que el de su aldea. En fin, que podríamos seguir y seguir.
Sin embargo creemos que aquellos que en las últimas décadas se han dejado caer en y por Soria, como Lorenzo Soler, además del silencio y la soledad, válidos siempre y cuando exista el contraste, buscan la belleza reivindicativa. Como se puede comprobar visionando la obra soriana de este cineasta, su belleza va siempre unida al reclamo, a la reivindicación. A Lorenzo Soler creemos que le cabe mejor la poesía de Gabriel Celaya: “Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse”, o aquella de Blas de Otero: “Aquí tenéis, en canto y alma, al hombre”. Al menos es la que mejor le cuadra a su documental de treinta minutos, en el que han colaborado Anna Turbau y Montserrat Soler, titulado “Historia (S) de España”.
El acto I lo titula “Por favor no me pintes más”, y por la pantalla pasan las hermosas tierras de Soria con la denominación de todos los colores, pintadas una y otra vez por los artistas. Le sigue una magnífica tormenta, una erupción volcánica, fuego, los elementos desatados, para pasar a la realidad, terrible realidad, del acto tercero, “Caminos de hierro”, donde aparecen hombres en la estación de Sants, en Barcelona, año 1966, cuando la emigración estaba dejando a esta tierra de Soria en los huesos de los cementerios. Gente del mundo rural, con sus boinas ellos y la cabeza cubierta de pañuelos ellas, cargados de bultos, con la mirada perdida, buscando alguna referencia que les recuerde la tierra abandonada, arrepentidos ya de haberse desgajado de todas las generaciones que les precedieron. La imagen se traslada, en el acto cuatro, al despoblado de Cubillos, en el año 2008. Mientras la cámara recorre ventanas sin cristales, muros caídos, tejados en los que la maleza ha tomado posesión, de fondo se escucha una entrevista a Franco, quien habla del servicio prestado por la Iglesia, de caminos de grandeza, de la conformación de la fisonomía de España. Unos hombres, en blanco y negro, con bultos a la espalda, caminan, caminan, mientras la voz del dictador, incansable, habla y habla de transferencias económicas, de disposiciones, de universidades, y los hombres de negro, con los ojos perdidos, las caras de añoranza, cansados, caminan. El acto quinto, “No me olvides, no te olvido”, discurre con el fondo del entorno rural, mientras unas cartas aparecen en escena, y unas voces de fondo las van leyendo. Son misivas a la prima Felisa, a la abuela, a la madre, dicen cosas cotidianas, dicen vida pasada y vida que se va viviendo, y recuerdos… “Si quiere oír el sonido del silencio, no te quedes quieto, porque el silencio está en continua huida”, escribe Lorenzo al final de “Mujeres y silencio”, y también en este trabajo, donde subyuga la belleza, se encuentra uno la calidez de una reivindicación silenciosa y deslizante. Son veinte proposiciones para un silencio habitado, rodadas en el interior de una hermosa casa del páramo, donde todo es armonía, grabado con la luz natural, o tal vez con una iluminación estudiada tan a fondo, que ha resultado natural. Las imágenes van resbalando por la pantalla, mientras se escuchan unos sonidos que nada tienen que ver con ellas, para, finalmente, poner la imagen que corresponde a esos sonidos. Todos están relacionados con lo que tradicionalmente le ha correspondido ejercer a la mujer: un vaso que se rompe, los pasos algo cansados de la mujer que acude a recogerlos; el péndulo de un reloj al que se le da cuerda; la mecedora; el canto del canario; el goteo del grifo. Otro documental que hemos visionado, relacionado con Soria, lleva por título “El viaje de los libros”. El autor hace un homenaje triple: a las personas que, viviendo en la soledad de los pueblos, se acompañan de los libros. A los propios libros. Y al Bibliobús, ese autobús que recorre nuestra provincia llevando la cultura y la ilusión a todos aquellos que tienen difícil el acceso a las bibliotecas. Vuelven a aparecer por aquí las tierras de Soria, los trigos movidos por el viento, y carreteras serpenteantes por donde discurre, como un artefacto mágico, el Bibliobús. Una niña cruza la escena, tal vez raro testimonio de la realidad generacional de Soria. Los lectores, casi todos mayores, hablan de su experiencia con los libros que les llevan a la puerta de su casa. Dicen que sirven para evadirse de la soledad, para refugiarse, para no pensar mal, ocio, sueños, vivir aventuras, cultura de buen fin… Y mientras vemos escenas de algunos niños jugando en el interior del Bibliobús, los lectores mayores van leyendo a Homero, Aristófanes… “Monólogos de un hombre incierto”, son 44 cortos, con una duración media de un minuto por corto. Es la esencia de algo que se filma, como “El paso del tiempo”, sólo con la imagen de un libro de Doris Lessing. O “Aire acondicionado”, donde una voz dice: “El frío del alma no desaparece apagando el aparato, es más práctico cortarse las venas”. “Esperando a Godot en el hospital”, muestra al propio Lorenzo Soler, sentado en un sillón en el interior de una habitación, leyendo La Vanguardia, mientras de fondo se escucha un partido de fútbol donde el Barça gana al Madrid por uno a cero.
Entre estas microhistorias hay tres tituladas Antropología, una Modo de vida 168, se refiere a la de los gitanos, uno de ellos habla de ese modo de vivir mientras acaricia una guitarra. La otra es el modo número 37, Antropología, y en ella Julián, el pastor de Monasterio reflexiona sobre el recambio generacional “detrás de mi no viene nadie”. La tercera Antropología es el Modo de Vida número 205, “El mendigo árabe”. “Monólogos de un hombre incierto” (ver documental) El cineasta Lorenzo Soler cuenta con una obra amplia y poderosa. En toda ella, como decíamos al principio, se contiene un fuerte sentido social y crítico. Nada es superficial en Soler, nada filma sin sentido, desde que hace ya muchos años se dedicara al documental. Son cuatro los largometrajes que ha dirigido y producido, e innumerables los premios concedidos a su trabajo, para lo que remitimos a su web. Sobre Soria ha producido más que los aquí comentados, de los que iremos escribiendo en sucesivas actualizaciones. Ahora querríamos recordar también que Lorenzo Soler pinta, escribe poesía y otras publicaciones como manuales sobre técnica del cine. En ocasiones le acompaña en los quehaceres su esposa, Anna Turbau, fotógrafa. Isabel Goig “1000 LUNAS” (ver documental) Fragmento de "La mirada de Anna". dirigida por Lorenzo Soler “Monólogos de un hombre incierto” (ver documental) Documental sobre Lorenzo Soler "Contra el NODO" Entrevista a Lorenzo Soler. La 8 Soria - YouTube
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