Al
lado casi de casa y hacía mucho que no había visitado Camparañón, el
"campo de endrinas", o de "arañón", que vale lo
mismo. Buscaba, en especial, el puentecillo romano, así que paré el
coche junto a tres niños que apuraban los últimos días de libertad en
el pueblo de los abuelos, junto a la hermosa fuente por donde también
rondaban las gallinas. Antes de acabar la pregunta los chavales –entre
los diez y los doce años, calculo- se ofrecieron a acompañarme.
Bastantes
personas acuden a Camparañón para fotografiar "el puente de los
tres ojos", como le llamaron ellos. Y allí continuaba, siglo tras
siglo, impertérrito, el puente romano construido con piedras grises
dejando correr por entre sus ojos las aguas del río Mazos, en la tarde de
finales de agosto ya agotado.
Comenté
con mis tres jóvenes acompañantes que la calzada romana era más bien
pequeña y no quedaría ni una piedra de su primitiva construcción.
-
"Es que yo he escuchado que no es calzada, sino un camino que hizo un
señor muy rico de Las Cuevas para pasar él. ¡Ya debía ser rico,
ya!". Comentó uno de los chicos.
Después,
en el bar Blasco de Los Llamosos, me dijeron que fue costumbre hasta bien
entrado el siglo XX el que los novios de Camparañón arreglaran un trozo
de calzada cuando contraían matrimonio. Y allí se desplazaban con
caballerías, piedras y herramientas, para dejar el camino lo mejor
posible. Costumbres ya perdidas desde que la provincia comenzó a
despoblarse y el Estado-padre a ocuparse, o mejor desentenderse, de esas
vías de comunicación seculares.
Y
los chicos siguieron informando y hablaron de una cueva con pinturas
rupestres y una cocina, que dejamos para visitar en otra ocasión, porque
es bueno no conocerlo todo y que esta tierra nos siga deparando sorpresas.
También en el bar Blasco nos ampliaron la información. La cueva se llama
de "los cochinos", está cerrada, es más bien pequeña y desde
la entrada se accede a una sala más grande que es llamada popularmente
"la cocina".
El
término de Camparañón tuvo dos despoblados. Uno de ellos, Fuenteazán,
conserva el nombre en unas majadas, alrededor de las cuales pueden verse
ruinas y por el suelo trozos de tejas, lo último en desaparecer siempre
de los despoblados, una vez reutilizados los elementos de construcción;
esos trozos de tejas que apenas sobresalen del humus, indican un antiguo
lugar de habitación. El padre Gonzalo Martínez lo sitúa en Izana y
también Esther Jimeno, quien afirma que en el siglo XIII era llamado
Fuent Haçan. El otro despoblado se llama Ribamilanos, aunque su nombre ha
derivado en Remilanos y en plena Edad Media era nombrado Riba millanos; se
ubicó en el paraje conocido como Ermita Vieja, muy cerca del río Mazos.
Las encinas se encargan de cobijar los lugares que se van perdiendo en
esta provincia y, en el lugar de Camparañón abunda este hermoso árbol.
Me
despedí de los muchachos prometiéndoles que su foto aparecería en el
web. Promesa cumplida.
© Isabel
Goig
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El
puente de Camparañón
Emilio Ruiz
Para
cruzar el rio Mazos, a su paso por Camparañón, tanto o más como para
sortear las grandes avenidas o alguna que otra llasa, un buen dia sus
habitantes, tomaron la decisión de construir un puente. De tal suerte que
el pueblo de Camparañón venía a quedar unido por un camino de herradura
tanto con Villabuena como con Carbonera de Frentes, lo que, a su vez, les
facilitaba el acceso a la Vía romana de Uxama a Augustóbriga.
No
resulta dificil imaginar lo que tal obra de ingeniería tuvo que
significar para los campesinos de Camparañón en su condición de hombres
libres o ingenuos, capaces de vivir por su cuenta, de transportar en sus
carretas de bueyes el excedente de sus granos a los mercados de Soria o de
Osma, o bien a lomo de sus asnos algunas parejas de tetones. En fin, por
algún lugar tendrían que salir las producciones de granos del latifundio
de las Cuevas. Pero esta obra aunque en su estilo pudiera ser atribuida a
los romanos ninguna señal inequívoca nos ha quedado para afirmarlo sin
mas.
No
obstante, el puente de Camparañón ¿se puede considerar como una obra
superflua, a juzgar por el vado que se forma en sus inmediaciones?. Hoy,
afortunadamente, el vado es utilizado para el tránsito de máquinas de
elevado peso, tractores, cosechadoras, etc. Pero, y en determinados
momentos, por la acumulación de fango, de nieve ¿no podria resultar
intransitable?. No obstante y llegados a estos extremos recordemos con
Ortega que, lo superfluo es el condimento de la vida, el aliento que las
almas necesitan en el diario vivir para seguir adelante. Ciertamente, el
paisaje de Camparañón, las negras encinas que se extienden, a
intervalos, por los terraplenes cortados por la vertiente de las aguas en
las laderas que se contemplan desde el puente, sólo invitan a la
meditación, no a la exaltación eufórica de un día de «vino y rosas»,
aunque ahora el refrescante amarillo de los girasoles interrumpe la
visión grisácea de los alcores.
Pero
no demos por zanjada la cuestión. A veces, las inversiones, sobre todo si
se materializan en activos fijos, como es el caso que nos ocupa, crean
vinculos indestructibles entre las partes para largos períodos de tiempo.
Determinadas sociedades, sobre todo en el comienzo del Medievo, guiadas
por su racionalidad económica, no dudaron en atribuir a la providencia, a
los santos milagreros, la paternidad de algunas obras, dada su desmesurada
grandiosidad. Así sus creencias religiosas dieron origen a la leyenda de
Santo Domingo de la Calzada, de San Juan de Ortega. ¿Colocaría alguna de
estas piedras San Bartolomé?.
Para
el maestro que levantó el puente de Camparañón, la bóveda de medio
punto no era ningún secreto. Probablemente había trabajado a las
órdenes de algún maestro romano, de aquí que emplease la misma técnica
que ellos. Pero a diferencia de otras obras de mayor envergadura, aquí se
trataba de cubrir el cauce del río Mazos, no se entretuvo en labrar las
piedras. Le fue suficiente con hacer acopio de las que andaban sueltas por
las laderas y acarrearlas a pie de obra, seleccionarlas. Presumo que la
participación del costo de la mano de obra en el coste total tuvo que ser
mínima. La naturaleza había hecho el resto.
Por
eso la fábrica del puente, visto en su conjunto, es graciosamente
desigual, la falta de armonía la suple la ingenuidad. Construidas las
bóvedas, la central de mayor luz, las otras dos son gemelas, cubrió lo
que iba a ser el tablero con tierra. Y sin emplear mortero puso otras
piedras a modo de tajamares y dio por concluida la obra. La vía terrena
empezó a prestar un uso social, porque sin duda alguna era lo convenido.
Pero nunca sabremos, por muy bajo que fuera el nivel de renta de
Camparañón, la cuantía que absorbió el puente. Me parece más
importante, aunque no es cuantificable, el esfuerzo social que lo hizo
posible.
© Emilio Ruiz
(del libro Camino
de la memoria)
Mapa
de un tramo del Duero (50 KB)
Quintana
Redonda y sus barrios
San Antonio y el Ramo de Camparañón,
por
David García Muñoz
Camino de la memoria Emilio Ruiz
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