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CAMINO DE LA MEMORIA Emilio Ruiz Edita: el autor |
Ya no recuerdo quién dejó escrito, el año de la aparición de "Maya" (1987?), que Emilio Ruiz era un "escritor privado". La duda está si lo dije yo mismo o fue Enrique Andrés Ruiz, pues los dos saludamos con entusiasmo la aparición de aquella pequeña obra que rompía un ya largo silencio. En los años sesenta (1965?) nuestro autor saca a la luz, con el primer SAAS, "Estudios económicos de la provincia de Soria", a finales de la década (1969?) "El campesino en su sexmo", colección de relatos que pone el listón bastante alto en lo que a narrativa provincial compete. Desde "Maya", las entregas se han espaciado y han sido poéticas (La Saca, Poesía y vida), sin olvidar sus frecuentes colaboraciones con esta publicación a lo largo de los años. Cuando hablamos de un escritor privado estamos queriendo decir algo bastante diferente de si dijéramos, por ejemplo, "escritor amateur". Privado significa aquí que va haciendo su labor al margen, fuera de conciliábulos y de reyertas provincianas, en la sombra. Y esto, evidentemente, se paga. Durante los años en los que Emilio Ruiz ha ido dosificando sus entregas literarias (aunque eso no quiere decir que escriba poco, me consta que dispone de varios inéditos, pero escasas ganas de publicar), se han edificado algunas reputaciones sobre la pura nada que algún día habría que revisar y poner en su sitio pero esa, en fin, es otra cuestión. Tengo para mí que el tranco intimista, mesurado, sin urgencias ni apriorismos de libros como "El campesino en su sexmo" o este "Camino de la memoria" quedarán, cuando tengamos la necesaria perspectiva, que no la tenemos todavía, como lo mejor de la narrativa soriana del siglo. Camino de la memoria reúne una colección de textos diversos, bastante breves casi todos ellos, por donde desfilan personajes reales la mayor parte de las veces, imaginarios otras, aunque con vislumbres de realidad en su duermevela, que pululan por las tierras sorianas. La visión de Emilio Ruiz puede parecer, para el lector nuevo, que no profundice, tipista, la de un prospector de los valores vernáculos. Pero esta impresión primera se desvanece en seguida. Es la diferencia entre la impostura folklorista y la veracidad de quien ha conocido, a lo largo de los años, a sus personajes: que los ha visto transformarse ante sus ojos (incluso físicamente, pág. 101) al mismo tiempo que ¡ay! él también cambiaba. Sobre todo es un punto de vista. El de aquel que padece-con, es decir, de quien se compadece, porque está en el mismo barco y no ve al paisano como a un espécimen de entomólogo, sino como un compañero intermitente de penas y fatigas. Este entrañamiento en un tiempo, en un país (que diría Raimon), se da sin alharacas ni protestas de patria chica. Hay que deducirlo del contexto, porque es así. Lo que Emilio Ruiz viene a proponernos es una revisión de lo que nos rodea a la luz de una mirada intemporal que reúne el pasado, el presente y se abisma, en esas prospecciones economicistas algo inesperadas, el futuro. Lo que aquí pasa, lo que aquí acontece, sabiendo ir -más allá de la circunstancia-, a la categoría. Claro que dicho así puede sonar bastante pretencioso y conceptual y entonces viene en nuestro auxilio la exquisita calidad de la prosa y el engaste poético de las palabras y los conceptos, que van organizando en taracea lo que es un castellano moroso y perfecto, de verdadero lujo. Soria y sus gentes, los más humildes y los más señeros, nunca iguales, siempre distintos, son los protagonistas de este Camino de la memoria, en cuyo recorrido densísimo podemos demorarnos cuanto queramos. Alguna vez hemos dicho que Emilio Ruiz nos debe una novela, y es claro que ráfagas, vislumbres, ya nos va entregando. Le falta todavía el trámite de armar el andamiaje y redistribuir las habitaciones. Pero parece que no tiene prisa. Quizá porque no va a ningún sitio. Esta es su tierra. Como dice el Tao: "El centro del mundo está en todas partes". Y en casa. © Antonio Ruiz Vega Ficha del autor |
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