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A pocos kilómetros de
San
Pedro Manrique, pasado el pueblo de
Huérteles,
un desvío lleva a Fuentes de San Pedro. El censo refleja cinco
habitantes, y ciertamente alguna casa muestra signos de habitación,
aunque a nadie vimos ese día, salvo un perro jovenzano que tal vez
ejerce de guardián.
El caserío se alza sobre una elevación desde donde se ve la vereda que
baja hasta el arroyo a secas o río Ventosa (según mapas), que va a dejar
sus aguas al Mayor o Linares. Allí abunda la vegetación y se mantiene en
buen estado el conjunto formado por la fuente, el abrevadero y el
lavadero.
Las casas, muchas en ruinas, muestran unos materiales y una edificación
que hace pensar en la residencia de notables
trashumantes, pues a eso ha
estado destinada la actividad de sus habitantes, que nunca fueron
demasiados.
A mediados del siglo XVIII (Catastro de la Ensenada), este lugar, del
señorío del duque de Arcos, contabilizaba veintiún vecinos, más dos
viudas y tres pobres de solemnidad, tal vez apenas cien personas. En
cambio el ganado ovino (ovejas, corderos y carneros), ascendía a las
6698 cabezas; y 176 las de cabrío, además de los animales de labor. Más
de la mitad del ovino pertenecía a Joseph de Castejón, vecino de
Logroño, y pasaba los inviernos en Azuaga, al Sur de Badajoz.
Tenían mesón, panadería y taberna, pero sin abastecedores, ya que
funcionaban por adra. El Concejo sólo era propietario de la “fragua
contra la fuente” y el aprovechamiento de la pesquisa y rastrojeras.
Hemos encontrado una referencia a este pueblo, que data del 27 de julio
de 1931, cuando el gobernador interino, Luis Llorente, firmaba una nota
informativa, aparecida en el BOP nº 91, en la que daba a conocer que D.
León Pérez y Pérez solicitaba autorización para en el molino de su
propiedad llamado molino de las Cuerdas, sobre al arroyo Ventosa,
instalar un motor de aceites pesados acoplado a un alternador, con el
propósito de suministrar energía a los pueblos de Huérteles, Montaves,
Las Fuentes de San Pedro, Taniñe, Palacio de San Pedro, Ventosa de San
Pedro, y Matasejún, por medio de las líneas de transporte necesarias.
No sabemos si León Pérez llegó a transportar luz a esos pueblos, pero en
todo caso la electrificación de Taniñe y Fuentes de San Pedro fue en
1952, según la publicación de la Jefatura Provincial del Movimiento, con
motivo de los veinte años de paz, aunque también podría tratarse de una
ampliación o de la mejora de la línea.
En ese pueblecito hoy casi deshabitado, rodeado de montes y en su día de
ovejas, discurría la vida de sus habitantes como en el resto de pueblos
de la provincia de Soria. Así pudimos comprobarlo en dos folios
plastificados y clavados en la puerta de la iglesia de San Clemente, en
ruinas. En ellos, Pepe García, en octubre de 2010, escribió, entre otros
recuerdos:
“Debo decir que, para los
niños/as de mi pueblo, hoy hombres y mujeres formales y muy honrados, en
esta sociedad tan distinta de aquella, nunca ha sido un mal recuerdo, el
haber vivido la infancia y juventud, el haber trabajado, en aquel medio
que fue la familia, el pueblo, la vecindad, tantas vivencias y apuros
compartidos…, más bien es una alegría. Así lo recuerdo. (…) El trabajo
fue algo connatural a los niños/as, chavales/as de nuestro pueblo, y de
otros muchos lugares. Ni padre, ni niños, nadie se extrañaba, nadie lo
consideraba una carga, fuera del lógico cansancio. Uno se iba
incorporando al trabajo según iba creciendo y a medida de sus
posibilidades y necesidades de la casa, pero con naturalidad, con
alegría diría yo: ir a la fuente a por agua; echar, dar de comer a los
animales, ovejas, caballos, cochinos…; “sacar” las cuadras y pocilgas…;
llevar la comida al campo o al pastor; regar las patatas, las berzas, el
huerto; cavar patatas, ir a por berzas; ayudar en todo lo que se podía
en la siega: vencejos, atar; “cambiar” la red; ir algún día pastor, o
ayudar por las tardes en el “pago”; ayudar a yuncir la yunta; ir a
“contra camino”, en el acarreo de la mies, a sacar el ciemo; ser uno más
en la trilla, tener la yunta, barrer, aventar; ir a llamar al médico; de
mayor, ir a las “veredas”…”.
Escribe también sobre la escuela, preocupación fundamental de los padres
del siglo pasado: “En invierno, con ciertas nevadas, los padres “abrían
camino” para que los niños fuesen a la escuela y si era preciso, los
llevaban a hombros”, y si la familia tenía la necesidad de que el
muchacho trabajara, de “ponerlo de pastor”, siempre, dice Pepe García,
había una condición clara, empezar después de que termine la escuela.
Jugaba la chavalería de Fuentes de San Pedro los mismos juegos que en el
resto de la provincia, y así lo recuerda en esos dos folios.
… cuando éramos niños no teníamos juguetes de los que se compran. Tal
vez en alguna familia había ese coche de chapa, o qué sé yo, pero que
había servido para todos los hermanos. En el mejor de los casos, en “la
feria de San Pedro”, se había comprado el “caballo de cartón”, con su
base de madera y sus cuatro ruedas de chapa, o tal vez, un botijo de
juguete, o una muñeca, para los niños/as más chicos. De todas formas, no
conoceríamos los tebeos hasta más tarde. Pero en mi pueblo, niñas y
niños, de 6 a 14 años (más o menos), teníamos unos juegos muy bonitos y
participativos, comunes, y no echábamos de menos nada, por recordar
algunos de estos juegos: “el cuadro” (cuadro dibujado en el suelo, casi
siempre en el mismo sitio y con una piedra y a la pata coja). “La patá
al bote” (generalmente y alrededor de la Iglesia. “El aro” (con el
círculo de chapa de algún caldero viejo y dirigido con un gancho). “La
pelota” (en la pared de la Iglesia). Al balón también en las eras, pero
creo que menos. “Las canicas”. “Los hoyos”.
Recuerda también la recolección de los frutos silvestres (algo que ahora
no podrían hacer, pues les caerían multas importantes), ir a coger
nidos, y qué decir de aquella Primavera en la que en Taniñe, en el Ayuntamiento,
nos pagaban los huevos de urraca y de cuervo. ¡Qué recorridos parta
buscarlos!
Evoca los
trasnochos, tan entrañables en las tierras de trashumantes,
mientras ellos, los chavales, jugaban al guiñote o la brisca. O la
rebusca en leñeras y someros de utensilios, más bien trastos
innecesarios para los mayores, verdaderos tesoros para los niños.
La familia Malo del Río y Neyla
Pero en el siglo XVII la vida en Fuentes de San Pedro debía ser distinta
a la relatada por Pepe García. Vivía en este pequeño pueblo una de las
familias más ricas de todo el territorio que hoy se denomina Tierras
Altas, o Tierras de la Alcarama. La abundancia de documentos notariales
que generaron a lo largo de ese siglo (el único investigado por nosotras
hasta ahora), así lo testimonia, como también el hecho de que el negocio
al que se dedicaban era, fundamentalmente, el de la ganadería
trashumante, además de tierras que habían ido heredando por vía de
mayorazgo en otros puntos de la provincia de Soria, como Peroniel del
Campo (fundado por Diego Mixancas), Almazán (donde eran propietarios de
un mesón, entre otros bienes) y Serón de Nágima, además de otro
mayorazgo en Gerona.
Los personajes que han ido apareciendo a lo largo del siglo XVII en los
documentos notariales son: Pedro Malo del Río, casado con Bárbara de
Neyla y Fuenmayor, nacida en Castilruiz. Pronto queda viuda y algo más
tarde pierde un hijo, quedando ella tutora de sus nietos. Un hijo,
Joseph Malo y Neyla fue arcediano titular en la iglesia de Osma, y otro,
Francisco, prior en la misma iglesia. Una nieta, al menos, Isabel Malo y
Colmenares, profesó en las concepcionistas de Soria, según poder que da
Bárbara, el 2 de julio de 1679, para que se le pase la pensión a la
nieta en el convento.
El poder económico de esta familia queda reflejado en los censos a su
favor que firman vecinos de pueblos cercanos, como el de ciento veinte
ducados que presta a los hermanos Francisco y Domingo Lacuesta, de
Rabanera, y que ella traspasa, el 1 de julio de 1684, a su mayoral,
Francisco Ibáñez. O el préstamo de mil ducados (1) en el año
1678 a un miembro de la todopoderosa familia Gante, de San Pedro
Manrique, entre los que figuran Bárbara de Neyla como una de los
prestamistas.
La valoración de su cabaña privativa, hecha el 20 de septiembre de 1686,
cuando ya su nieto, Pedro Malo y Colmenares, se emancipó de la curaduría
de su abuela, y ésta se la vende para que la añada a la de él, asciende
a casi treinta y cinco mil reales. Son tres mil cien cabezas de ovino,
además del cabrío (sólo 51), pollinos, calderos y nueve perros.
Doña Bárbara de Neyla y Fuenmayor, viuda de Pedro Malo del Río, nacida
en Castilruiz, había hecho testamento, en Las Fuentes, el 27 de agosto
de 1677. Manda ser enterrada en la iglesia de San Miguel, de San Pedro
Manrique, capilla de Nuestra Señora, que está colateral al lado de la
Epístola del Altar Mayor, la cual es de la Casa de su marido. Manda
doscientas misas rezadas en el altar de dicha capilla, a tres reales
cada una. Manda dos mil ochocientas misas más, de ellas, cien en Las
Fuentes y cien en su capilla de Nuestra Señora de la iglesia de
Castilruiz.
Entre la valoración de la cabaña de Bárbara y la fecha del testamento de
su nieto Pedro Malo de Río y Colmenares (3 de marzo de 1695), pasaron
apenas nueve años. El 17 del mismo mes de marzo Pedro había fallecido,
ya que en esa fecha hay un poder de su viuda. Pedro deja para repartir
entre los pobres el día de su entierro 300 reales, y manda ser inhumado
en la iglesia de San Clemente, de Las Fuentes.
Su viuda tiene un apellido relacionado con la nobleza derivada de la
Mesta, su nombre es María Eugenia de Castejón, hija de Juan Agustín de
Castejón, de Ágreda, caballero de la Orden de Santiago. Al morir Pedro
quedan seis hijas y la mujer, embarazada, parirá otra hija póstuma.
Algunas de ellas entrarán en religión, según se sabe por el poder que da
María Eugenia a Joseph Ximenez, su mayoral, para que de a sus hijas,
doña Rosa y doña Isabel, la entrada en el convento de la Purísima
Concepción, de Soria, donde ya profesara una antepasada. Se obliga a
pagar mil cien ducados de dote a cada una, y sesenta ducados al año para
alimentos.
No obstante el poder económico de la familia, no duda en dar, el 11 de
noviembre de 1695, poder para reclamar y cobrar lo que le deben de “pan
y agua” a su marido, como caballero de la Orden de Alcántara.
El inventario que se hace a la muerte de Pedro Malo, da idea de ese
poderío. La casa tenía su propio oratorio, muy bien abastecido de todo
lo necesario. Al no encontrar a nadie en Fuentes durante nuestra visita
del pasado mes de abril, no pudimos averiguar cuál de las dos casas
principales era la de la familia Malo-Neyla, aunque suponemos que sea la
de la parte alta que tiene adosada, en su parte izquierda un a modo de
torre. Siguiendo con el inventario, se contabilizan tres arrobas de
plata labrada, en la que entra vajilla y cubertería, es decir, treinta y
cuatro kilos y medio. Más seiscientas treinta y una arrobas de lana y
añinos (2), más de siete mil doscientos kilos.
Se inventarían también los libros y entre ellos están las obras de fray
Luis de Granada, de la venerable Ágreda (3), San Agustín,
fray Juan de Santo Tomás, todas las de San Jerónimo en romance, libros
de agricultura, vida de Francisco de Quevedo, La cuna y la sepultura,
del mismo, vida de San Vicente Ferrer, dos tomos de la vida de don
Quijote, más de Quevedo, la vida interior del Sr. Palafox, y muchos
otros.
A modo de curiosidad etnográfica, diremos que entre otras muchas joyas,
hay una de diamantes grandes con su caja, y una gargantilla de oro con
veinticinco piezas. Se inventarían también numerosos perendengues
(4), clavos (alfileres), y distintos escapularios que describen
como joyas, y que guardan una firma de la venerable, láminas de santos,
etc., todas con cerquillo de oro y filigranas o esmaltes. Una cruz de
cristal con un santísimo Cristo de oro con remates esmaltados de oro y
tres pendientes de aljofar (5). Anillos de oro, dos veneras
(6) de Alcántara, del difunto, también de oro. Y en cuanto a
la ropa de María Eugenia de Castejón, ocupa varios folios, destacando
las basquiñas bordadas en oro, encajes de plata, guardapiés con galones
de plata…
Una familia de la que, tal vez, dependerían económicamente muchos de los
otros habitantes de Fuentes de San Pedro, empleados quizá como criadas,
mozos, herrero, cocheros y pastores.
(1)
El equivalente del ducado era 11 reales de vellón, la moneda más
utilizada en la época a que nos referimos.
(2)
Pieles no tonsuradas de corderos de un año o menos. Tercera acepción del
DRAE.
(3)
La titulan ya venerable porque sor María de Jesús de Ágreda adquirió
esta categoría al poco de morir por Clemente X (1602-1665).
(4)
Adornos, atavíos, también adornos de poco valor. (DRAE).
(5)
Aljófar, perla de forma irregular y comúnmente pequeña. (DRAE).
(6)
Insignia distintiva que traen pendiente al pecho los caballeros de cada
una de las órdenes. (DRAE)
Archivo Histórico Provincial de Soria, protocolos notariales, cajas
2639, 2640, 264, 2642
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