Rebollo de Duero y su hermosa dehesa
Teníamos una visita pendiente a Rebollo de
Duero. Forma parte de una gavilla de pueblos sorianos pocos- guardados
conscientemente por aquello de no conocer todo lo soriano e ir alargándolo a fin de que
continúe el misterio. Pero habíamos conocido telefónicamente a Octavio Yagüe y le
pedimos que reuniera a las fuerzas vivas del pueblo para informarnos sobre los juegos
populares de ese lugar, siempre iguales a otros y siempre distintos, incluso con alguna
sorpresa. Octavio, quien un día marchó a tierras de Levante pero la morriña le
devolvió a Rebollo, ama a esta tierra en general y a su pueblo en particular y, de su
mano, recorrimos ese pequeño lugar, a caballo entre Almazán y Berlanga y a la orilla de
uno de los grandes río de los Celtíberos, nuestro Duero.
Los pueblos sorianos, por pequeños que aparezcan a nuestra vista, guardan
siempre alguna sorpresa y, en el caso de Rebollo, es su hermosa dehesa, aquella que en
tiempos diera espacio e hierba a los animales que ayudaban a labrar la tierra o a
proporcionar leche y carne, ya fuera para el trueque ya para la subsistencia, de un mundo
agrícola redondo y autosuficiente. En ese espacio alfombrado y acogedor que es la dehesa
de Rebollo han crecido con los años, con los siglos, muchos árboles, entre los que
destacan los fresnos robustos de troncos anchos y venerables, ahuecados por la acción de
los siglos unos y por los picos de los pájaros otros. Entre ellos se encuentra el mejor
de la provincia, recogido en catálogos, al igual que un estilizado y altivo espino. Los
tesoros naturales de la dehesa están debidamente recogidos en un pequeño catálogo
editado por ADEMA y en un cartel a la entrada de la misma. Y al fondo de este espacio
mágico, el río, ancho y profundo, transmisor de leyendas, historia y consejas, divide el
término del de Centenera de Andaluz, avistado desde la orilla, cercano en el espacio pero
separado por las aguas.
Un poco más tarde, reunidos ya con las mujeres, con Alberto Gómez y el propio Octavio,
en uno de los edificios públicos, el que sirve para que el médico pase la visita y
antaño educara a los entonces numerosos niños de Rebollo, nos fueron contando su pueblo.
Y lo hicieron con la sabiduría que dan las vivencias, con la sencillez de las gentes del
agro, con la amabilidad de las tierras del regadío. El motivo eran los juegos populares
para el próximo volumen de nuestra colección de libros, pero cómo desperdiciar todo
aquello que nos contaban.
Desde la más joven, Raquel Moreno, pasando por Rufina Yubero,
Arcadia Leal, María Sobrino, Irene García, María Cruz Moreno, Martina Casado, Angelita
Gómez, Alberto Gómez y el propio Octavio Yagüe, todos hablaban y recordaban para
nosotros sus costumbres, sus juegos, sus fiestas.
Así supimos de rondas con guitarras y cencerradas, de
*painazgos
y *albadas, de
*enramadas a
las mozas para conquistarlas, del pan y el vino que daban a los niños cuando esquilaban,
de los impresionantes toques de campanas la noche de Todos los Santos, de los bailes,
carnavales y
*gallofas, del pobre "Colchonero" muerto en la pobrera y de los
pobres por los que pedían cuando estaban imposibilitados y a los que trasladaban a otro
pueblo a lomos de mula si estaban enfermos
Y de sus fiestas. Una dedicada a San
Ildefonso, el santo titular de la parroquia, celebrada el 22 de enero con luminaria y algo
de manduca, que puede ir desde el chocolate a las migas o el chorizo a la brasa. Las
luminarias nos impresionan siempre, parece como si en el lugar donde las encienden
conservaran mejor la tradición pagana heredada de nuestros antepasados, ese rito después
cristianizado, esa forma de honrar por un lado y retar por otro a los dioses y que los
celtíberos encendían en los solsticios y equinoccios.
Allí, en las antiguas escuelas, el tiempo transcurría intenso escuchando esto y los
juegos: los rincones, la china-china, alfileres, palo, tapaculo, cunas,
pita, y otros
muchos que aparecerán pronto. Alberto estaba encantado explicándonos cómo mandaban a
los jóvenes a
*buscar gamusinos
o cómo se comían los huevos de picaraza.
Aún nos faltaba ver el "canto audana", mojón, aduana, hito, estela funeraria,
o todo ello a lo largo del tiempo. Se trata de un monolito grande, de piedra caliza, con
dos cruces grabadas, una en cada cara ancha. Dicen que la plaga de langosta se paró al
llegar a él y que también sirvió en su día de hito para la romería celebrada por los
vecinos de Velamazán y Rebollo. Por último, tomando un café en casa de Octavio, un
vídeo nos mostró la fiesta que organizan para Reyes en la que participa todo el pueblo.
Y aún nos falta, para la siguiente visita, acercarnos a la dehesa de La Sinoga, propiedad
en su día del duque de Frías y sus sucesores, donde acudirían a cazar nobles y reyes,
ahora propiedad del pueblo y donde aparecen restos de otras culturas, tan nuestras, tan de
ellos, como la que aquí hemos intentado reflejar.
© Isabel Goig
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